Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Valencia, muestra de la “túnica rasgada”

03-Julio-2006    Juan Luis Herrero del Pozo

En breves días, lamentablemente, así va a mostrarse la ciudad de Valencia como una escenificación de la ruptura de la iglesia católica española: Unos gritarán “viva el papa”, otros “jo no t’espere”. Quien debía ser símbolo de unidad ha elegido (o le han forzado a) serlo de enfrentamiento. La ruptura existía ya pero se veía menos. Ahora salta a la luz.

La jerarquía española ha apostado por el retorno al espíritu de Trento, por un modelo de familia estrecho y excluyente y, lo que es peor, por la línea política de los herederos reales del dictador Franco y de su nacionalcatolicismo (renovados obstáculos en la reconciliación nacional). Por no entrar en los flecos de la papolatría, el espectáculo de masas delirantes, la potenciación de los movimientos más fundamentalistas, el despilfarro en medio de tantos pobres, la manipulación de la derecha, la confusión entre evangelización y teatro y un largísimo etcétera.

Dos días antes de la elección papal escribí una nota “Ratzinger papa”. Y en ella aventuraba un deseo un tanto cínico que ratifico cada día más: “cuanto peor, mejor”. Nada se podía esperar del antiguo inquisidor general de la Catolicidad, mano derecha del prolongado papado que había reducido a cenizas lo mejor del Vaticano II, (Entre paréntesis, los padres conciliares se lo habían buscado: en un bienintencionado intento de prudencia barata habían literalmente yuxtapuesto en los textos la intuición del Papa bueno con su contraria. ¿Resultado? Los papas pasan, la curia permanece, y ésta se encargó de desempolvar los estandartes del pasado).

Explico mi aparente cinismo. Con la milenaria tradición de una jerarquía embarrada en la traición al espíritu de Jesús y detentora de todos los resortes del poder era impensable una renovación eclesial “desde arriba”. Es decir, esa jerarquía –en modo alguno querida por un Jesús laico, secular, antijerárquico- estaba llamada a desaparecer en beneficio de una humilde diakonía. Si esto es así, nada nos permite esperar que la jerarquía vaya a aceptar una renovación en profundidad –refundición- de la institución. Sólo queda la esperanza de la rebelión de la base, inevitablemente traumática: junto a un espíritu de radicalidad evangélica , y en razón de ella, es imprescindible una maduración del espíritu crítico adulto. Es insoslayable hacernos adultos y “matar al padre”. Y, dado que este padre es asfixiante para la renovación cristiana, será bueno que cometa errores y tense la cuerda hasta romperse: “cuanto peor, mejor”.

No pocos cristianos esperamos que a esto contribuya cuando menos el esperpéntico acontecimiento de Valencia, sacando bien del mal; vista la experiencia, cuanto más se agudicen las contradicciones, antes se abordarán las soluciones. ¿Peligra la unidad de la Iglesia? No será la primera ni la última vez. En cualquier caso, insisto en que será una escenificación de la ruptura ya existente.

Por lo demás, la unidad institucional es sólo un medio, no un fin en sí. El fin es pan para todos, misericordia y tolerancia, unión de corazones.

Trascurrida la parafernalia papal, nos quedaremos como estábamos, a la intemperie del invierno eclesial. La jerarquía española seguirá poniéndonoslo difícil a muchos cristianos que no estamos dispuestos, por deber de conciencia, a plegarnos a sus dictados litúrgicos, dogmáticos, morales y políticos. La COPE seguirá siendo su portavoz oficioso, cual gran pájaro zancudo –negro en este caso- que, huésped de las torres de los templos, exhibe un alacrán por lengua y litros de cicuta en las venas (es una adivinanza, claro).

Logroño 28 junio 06 herrero.pozo@telefonica.net

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