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¿Cansamos a Dios?

07-Julio-2006    Braulio Hernández
    La catequesis Accidente en Valencia, a la que se refiere este artículo que está siendo tan comentado, ha sido actualizada con los últimos hechos. El autor recomienda volver a abrir este enlace.

Resulta sorprendente, inaudito, que, en el transcurso de un mes, el Papa y un arzobispo nos sorprendan hablándonos del “silencio de Dios” en la tragedia: “¿Por qué te callaste?”, “¿Dónde estabas en ese momento?”.

Lo decía el Papa Benedicto XVI, en Auschwitz, recordando el infierno del holocausto; y Monseñor García Gasco, en Valencia, en el funeral por las víctimas inocentes del túnel del infierno, justo la semana que Valencia, a lo grande, recibe al papa.

Casualmente, ellos dos son los principales eslabones de una semana diseñada por todo lo alto, por políticos afines y eclesiásticos, tirando la casa por la ventana, para ser recordada como la semana gloriosa. Pero, casualmente, la semana más gloriosa, parece increíble, se ha convertido en la semana más trágica.

Casualmente, la tragedia de Valencia ha ocurrido en su línea del metro más rentable; la línea más importante, logísticamente, de cara a los fastos y exhibiciones de cristiandad para arropar la visita de Benedicto XVI, tan criticados, por poco evangélicos, tanto por creyentes comprometidos como por agnósticos. Casualmente la tragedia ha sido a los pies de la estación que lleva por nombre Jesús. Casualmente, la mayor parte de las víctimas (un 75%) eran mujeres, tan acostumbradas a los papeles secundarios, de relleno, en la Iglesia. Demasiadas coincidencias. ¿Querrá este simbolismo expresar algo más profundo? ¿Será en realidad un signo, alguna señal?

Resulta paradójico que la Jerarquía, tradicionalmente tan segura y tan ensimismada, tan complaciente y tan conservadora, pero cada vez más alejada del pueblo, ahora nos atrape y nos sorprenda con este lenguaje, como de diseño, de gran impacto, a tono con la publicidad más atrevida, hablando del silencio de Dios: “¿Cómo puede tolerar este triunfo del mal?”, exclamaba el arzobispo de Valencia en la homilía del funeral por las víctimas del accidente del metro. “Pero ¿no está Dios en todas partes?” se pregunta un contertulio en la radio.

Porque sabemos que en Auschwitz no hubo silencio de Dios, sino todo lo contrario: Dios estaba, gasificado, en los pabellones, nos recordaba El Roto en su humilde viñeta. Es decir, Dios estaba colgado en el patíbulo, nos recordaba el teólogo protestante alemán, J. Moltmann, en su Dios crucificado, plasmando el testimonio de E. Wiesel, un superviviente del holocausto nazi. En Valencia Dios estaba, también, en medio del vagón de cabecera, a los pies de la estación Jesús.

Quizá, mejor que lamentar ¿Por qué te callaste?, sería más correcto (y cristiano) preguntarse ¿Quién se calló?, título de una catequesis en una comunidad cristiana, la Comunidad de Ayala. Idéntica pregunta habría que hacerse también con lo de Valencia: ¿por qué fue posible el fallo? Muchos critican “que el dinero público se gaste en organizar la Copa América o la visita del Papa en vez destinarlo a los servicios más básicos”. “No hay derecho a que los políticos se gasten millones en barquitos y en visitas del Papa y el metro y las vías estén obsoletos”, dice Paco, el viudo de una de las víctimas. Lo recoge otra catequesis, de la misma comunidad Accidente de Valencia de la que se nos informaba ayer en Eclesalia.

¿No cansaremos a Dios? ¿No proyectaremos en él nuestros silencios, nuestros fallos… ? No convirtamos la fe en un espectáculo. Como dice una canción, La paz es fruto de conversión… “Escucha (Iglesia), ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios?”. Esta lectura de Isaías se leía (como Palabra de Dios) en todas las Iglesias durante los fastos y parafernalias faraónicos preparatorias de los funerales del papa Wojtyla.

El día después de la tragedia de Valencia, el día 4 de julio, “La primera lectura que se lee en todas las iglesias es impresionante. Está tomada de Amós, el profeta de la justicia social”. El profeta, que no se calla porque no es un funcionario al servicio del tinglado, habla de reconstrucción más que de exhibición nacional: Los grandes santuarios están llenos, pero la religión está paganizada En él se adora a Dios, pero se le confunde con la teología nacional. El esplendor del culto encubre la injusticia social. Sólo la Iglesia profética, al estilo de Jesús, de la Iglesia primitiva, podrá levantar la tienda caída (Levantaré la tienda).

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