Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

La inmoralidad de la comunidad internacional

28-Julio-2006    Atrio
    Este artículo sobre la cuestión palestina lo público Dom Armand Veilleux, Abad de la Abadía Cisterciense de Scourmont, Bélgica antes que se produjeran los ataques de Israel a Líbano. Nos lo ha enviado una colaboradora y cobra más valor cuatro semanas después de su publicación en la Red Cultura y Fe de Canadá. Por eso lo ha traducido y presenta ATRIO como primera reflexión tras la pausa.

La ausencia casi total de reacción de la comunidad internacional ante los métodos crueles y bárbaros utilizados estos días por el Estado de Israel respecto al pueblo palestino es un ejemplo flagrante de la ausencia cada vez más total de respeto de los valores morales, o sencillamente de moralidad en el seno de la comunidad internacional.

Los países de Europa y de Norteamérica se jactan de democracia y han emprendido la tarea de hacer obsequiar con ella al resto del mundo –especialmente a las zonas del planetas ricas en petróleo– aunque sea imponiendo este regalo con la fuerza de las armas y al precio de destrucciones masivas de infraestructuras materiales sin contar las pérdidas muy considerables en vidas humanas.

A partir del momento en que la economía neoliberal se impuso como el valor básico de los países que se creen desarrollados, subordinando todos los otros valores finalmente a éste, prácticamente todo valor moral ha desaparecido en las relaciones entre los hombres y especialmente entre los pueblos.

Hemos asistido durante los últimos años a toda una serie de movimientos democráticos “teledirigidos” según un método perfeccionado por la CIA y aplicado por toda una serie de organizaciones que le prestan su apoyo o que se crearon incluso para hacer ese trabajo, en particular The National Endowement for Democracy y su numerosas filiales, así como la Open Society del millonario George Soros.

En el año 2000 los Estados Unidos lanzaron, en el plano diplomático y con el uso de la prensa, una masiva operación de un ejército de “encuestadores” y decenas de millones de dólares para derrocar a Slobodan Milosevic en Serbia. Sin que nadie llorara su salida, se olvidó que el fin no justifica los medios y se miró a otra parte en el hecho de que la intervención masiva de un poder extranjero en la manipulación de un proceso electoral constituye un peligroso precedente.

El mismo procedimiento se utilizó algunos años más tarde para derrocar al presidente Edouard Shevardnadze en Georgia y para reemplazarlo por Mikhail Saakashvili, que no tenía en absoluto la estatura política de Shevardnadze pero era considerado como más “pro occidental”. Un intento semejante desplegado diez meses después para derrocar a Kostunica en Bielorrusia, fracasó. También se desplegaron todos los millones y medios necesarios en Ucrania para que resultase Yushchenko como vencedor aunque Kuchma había obtenido más votos. Las campañas de protestas se organizaron a las pocas horas de empezar la votación y los “encuestadores” occidentales daban el 11% de ventaja a Yushchenko mucho antes de que se cerraran las urnas.

El mismo método hundió a Haití en un marasmo aún más trágico del que gozaba desde hacía varias generaciones y fracasó en Venezuela, donde los expertos Americanos se equivocaron totalmente al apoyo de la población venezolana que, en su gran mayoría, continúa agradecida a Hugo Chávez por haberla liberado de una larga lista de gobiernos corruptos que habían hundido al pueblo en la miseria a pesar del petróleo.

La lista de estas elecciones “democráticas” teledirigidas no para de aumentar, sin olvidar, por supuesto, la última elección en Líbano.

Pero cuando la nación palestina, durante una elección hecha según todas las reglas de la democracia y bajo la supervisión de observadores extranjeros que certificaron su honradez, elige un gobierno que no agrada a los regímenes de Tal Aviv y de Washington, la comunidad internacional se niega a reconocer la autoridad de este gobierno libremente elegido. Y no sólo rechaza reconocerlo, sino que somete a la entera población palestina a sufrimientos aún más grandes de los que ya está sufriendo desde que más medio siglo. De hecho se cortan todas las subvenciones (necesarias desde hace mucho tiempo por la destrucción sistemática de la economía palestina) y a nadie le parece anormal que Israel se niegue a traspasar al gobierno palestino los impuestos percibidos en su nombre de los palestinos – lo que, en el derecho civil, constituye un puro y simple robo.

Antes reconocer el gobierno de Hamás, la comunidad internacional exige que renuncie a la violencia. ¡Sentimientos hermosos indudablemente! Pero ¿se conoce otra situación en la historia donde se haya creído necesario exigir a un pueblo ocupado militarmente y atacado militarmente prácticamente a diario renunciar a defenderse? Por supuesto, se puede y se debe pedir a los palestinos que no ataquen a civiles en Israel; pero por qué nadie se atreve a pedir al mismo tiempo a Israel que detenga sus asesinatos sistemáticos en Palestina, matando cada vez a un número de civiles mayor que el de “sospechosos” que intenta asesinar con misiles lanzados desde los aires hacia coches en calles a menudo abarrotadas de civiles. Además, ¿no hay nadie en la comunidad internacional que tenga el coraje y el sentido moral suficiente para recordar a los gobiernos autistas de Israel y de Washington que la tradición de los países civilizados exige que se detengan y se juzguen a las personas “sospechosas” de un crimen y no asesinarlos sin haber probado su crimen? Evidentemente nadie, quienquiera que sea, puede acusar a los líderes del estado de Israel, haga lo que haga, del más evidente crimen contra el derecho internacional, sin que sea tachado de antisemita; y como nadie quiere verse investido de este sambenito, este chantaje continúa así siendo tan efectivo año tras año.

¿Cómo se puede reprochar a los líderes palestinos de no controlar a los grupos extremistas que actúan en su territorio o en Israel cuando desde hace décadas se ha hecho todo lo posible para convertir el territorio palestino en absolutamente ingobernable, por ataques y controles militares incesantes, por la neutralización de los medios de comunicaciones entre los diversas partes del territorio y por la destrucción masiva y repetida de todas infraestructuras? ¿Cómo se podía acusar a Arafat de no controlar la violencia en Palestina, cuando se le retuvo prisionero en su recinto medio destruido y sin comunicación con el exterior durante varios años, antes de su envenenamiento?

Que se pida a Hamás reconocer el estado de Israel, sí; pero que se pida también al estado de Israel impedir, como viene haciendo desde más de medio siglo, la constitución de un Estado palestino. Que se le pida sobre todo detener su frenética actividad de los últimos años –la construcción del muro de la vergüenza, en concreto– que tiene como finalidad hacer prácticamente imposible en el futuro un Estado palestino viable.

Es normal que uno se conmueva por el secuestro de un joven soldado judío; pero sea por fatiga o hábito esa misma persona no se conmueve ante el secuestro frecuente de centenares de palestinos, entre los que se cuentan muchos niños, que se pudren en las prisiones de Israel. La reacción extremadamente violenta del gobierno del estado de Israel al secuestro de su joven soldado, castigando colectivamente a la población de Gaza con el corte de electricidad y de agua potable y con la masiva destrucción de las infraestructuras (puentes en concreto) que habían sobrevivido a los anteriores ataques constituyen, en términos del derecho internacional, un crimen de la guerra y un crimen contra la humanidad. El arresto de la casi totalidad del gobierno palestino –elegido democráticamente hace poco– es un gesto de locura arrogante que no refuerza la convicción de que el estado de Israel de ahora en adelante disfruta, a los ojos de la comunidad internacional, de una inmunidad completa que le autoriza a permitirse todo, incluso lo que, si otros lo hicieran, se consideraría terrorismo e incluso crimen contra la humanidad.

Estoy decepcionado también de ver cómo las autoridades de la Iglesia católica, que tanta tinta gastaron para defenderse contra lo que ellos percibieron como acusaciones en la fértil imaginación de Dan Brown, el autor del Código de Da Vinci, han reaccionado tan poco ante el drama presente. Las invitaciones generales dirigidas “a todos las partes” para reanudar la negociación suenan tan huecas como las llamadas a la “contención” dirigidas por George Bush a Israel.

Yo no me constituyo en abogado de ninguna violencia. Condeno y lamento todas las violencias que se arremolinan en el Oriente Medio y que afecta a los pueblos de Israel y de Palestina. Pero la inmoralidad de la “doble medida” de la comunidad internacional me escandaliza y me estremece. Sigo rechazando el término “terrorismo” cuyo uso actual está impregnado de hipocresía hasta quedar podrido por ella. ¿Por qué la explosión de bombas humanas en Israel sería un acto de terrorismo, pero no el lanzamiento de bombas inhumanas desde el aire en Palestina? ¿Por qué los ataques contra los soldados de la llamada “coalición” en Afganistán o en Irak son terrorismo, pero no el trato inhumano e ilegal reservado a las víctimas de la horrible prisión de Guantánamo?

En un artículo previo, yo utilicé la expresión del “genocidio palestino”, que suscitó la sorpresa, el escándalo y la cólera de algunos. Sé las definiciones –por otra parte muy amplias y bastante imprecisas– de “genocidio” empleadas en varios documentos de las Naciones Unidas. Pero está claro que la palabra genocidio de quiere decir etimológicamente que el acto o el intento de provocar la muerte de una nación (genos). Si el hecho de impedir sistemáticamente a un pueblo, durante más de medio siglo, constituirse en nación y tener su propio país, y el hecho de encerrar a este pueblo –privado de la mayor parte de su territorio– en campamentos para refugiados, donde reina una pobreza abyecta, y mantenerlo sujeto a constantes y sistemáticas humillaciones, a una ocupación civil y militar y a todos tipos de acoso, no puede llamarse “genocidio”, que los gramáticos me inventen un neologismo, porque ninguna otra palabra de ningún idioma moderno puede describir tal situación.

    Dom Armand Veilleux, Abad de la Abadía Cisterciense de Scourmont, Bélgica
    30 de Junio, 2006.
    www.culture-et-foi.com
    [Traducción de Antonio Duato]

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