Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

La obediencia en la Congregación de los Legionarios de Cristo.

13-Agosto-2006    Emilio Bartolomé
    El autor de este artículo fue miembro de la Legión de Cristo varios años, tiene un hermano pequeño legionario con el que le resulta muy difícil comunicarse y actualmente es profesor en EE.UU. A través de él han llegado a ATRIO dos cartas-testimonios sobre la polémica Maciel ¿verdad o mentira? cuya lectura recomendamos vivamente para quien aún dude sobre la verdad de los hechos que provocaron la “suave” condena.

Ya desde los primeros escritos de su fundador, se vislumbra a la Legión de Cristo como un ejército al servicio del Papa.

Según su fundador, P. Marcial Maciel, ya en su primer encuentro con el Papa Pío XII este definió la legión “sicut acies ordinata”, como un ejército en orden de batalla.

En la práctica, la Legión de Cristo ha elaborado un sistema de control de sus religiosos, sin parangón en la historia de la Iglesia. Sus normas, escritas en la Constituciones, en el Manual de principios y normas y en los comunicados capitulares, controlan al religioso desde que se levanta hasta que se acuesta.

Alguien se ha dedicado a contar las normas y son más de 4.500; abarcan todas las situaciones posibles en que un religioso se puede encontrar, desde como comer una manzana, pasando por la velocidad a la que tienes que conducir el coche, y finalmente te indican cómo debes dejar la tapa de la taza del váter después de usarlo.

Marcial Maciel es el autor de un sistema de control total de los actos y de la personalidad de sus miembros. Para ello ha establecido la norma de la incomunicación, por medio de la cual sus religiosos y novicios tienen prohibido hablar con extraños. A la norma de la incomunicación se une la norma de la discreción, (en este caso secretismo) que dice que en el caso que haya que hablar con extraños, como es el caso de la comunicación con familiares, no se les puede dar ningún tipo de información. Muchos familiares observamos que cada vez que hablamos con nuestro familiar, él responde sólo con monosílabos.

Dentro de la cadena de la obediencia aparece la figura del superior. El superior está ahí puesto por Dios y su autoridad no se puede criticar. El superior está protegido por uno de los votos privados, y cualquier crítica de sus actos supone la expulsión automática de la Congregación. Además el superior es la voluntad de Dios, por lo que hay que satisfacer incluso sus deseos e insinuaciones. Muchas personas han visto una auténtica blasfemia en el hecho que un hombre se constituya a sí mismo como voluntad de Dios.

En la cúspide de la pirámide está el fundador, el P. Marcial Maciel. Él se presenta ante los suyos como un Santo. Sus dolores y sufrimientos son una cruz que Dios le manda, para conocerlo más íntimamente. Otros, en cambio, dirán que esos dolores y sufrimientos no son de origen divino, sino el síndrome de abstinencia.

Marcial Maciel ha confundido la virtud de la obediencia con el pecado del sometimiento, creando así un ejército de soldaditos de plomo, en donde la personalidad individual se ve difuminada ante el Ideal Legionario, en donde todos dicen, piensan y sienten del mismo modo. Logrando así un ejército de hombres no obedientes sino sumisos, no libres sino autómatas

La obediencia respeta la libertad y la conciencia de las personas, la obediencia como virtud no impone más cargas de las necesarias a sus súbditos, la obediencia exige del superior que vele por el bien del subordinado, antes que por el bien de la Congregación. La obediencia como virtud da libertad no la coarta.

El pecado del sometimiento impone llevar todas las cargas posibles a sus subordinados. En nombre de Cristo el religioso debe dejarlo todo, renunciando incluso a los afectos familiares. En este caso la autoridad del superior no tiene límites y abarca todos los aspectos de la vida del religioso. El sometimiento como pecado no respeta la libertad del subordinado, sino que la coacciona. Para ello usa de medios como la incomunicación, para que no haya opiniones alternativas. Y la discreción, o también llamada secretismo, para que los de fuera no tengan información de lo que ocurre dentro.

Por último, el sometimiento condiciona y viola las conciencias individuales, so pretexto del bien de la vocación, impidiendo incluso la confesión con extraños. El pretexto es siempre el mismo: la entrega incondicional de Cristo. Y la conclusión de todo ello, es que mi respuesta a Dios debe ser generosa radical y total.

Esto es MANIPULACIÓN. Utilizar el nombre de Dios para manipular a las almas buenas y generosas y someterlas y obligarlas a llevar pesadísimas cargas, que por otro lado el mismo fundador no lleva. Como se me dijo a mí una vez, “el legislador está por encima de la ley”. Con los años encontré el autor de esa frase: Hobbes, en su obra Leviatán.

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