Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Abadesa benedictina contra la guerra

29-Agosto-2006    Atrio
    Al Abad de Montserrat le dicen que “como monje, lo que tenía que hacer era limitarse a rezar y callar”. ¡Cuántas veces se lo habrán dicho a Sor Mary Marguaret FUNK, priora de un monasterio benedictino en Indiana! Ella ha sido muchos años el alma de del DIM, Diálogo Interreligioso Monástico, que tras la estela de Thomas Merton ha defendido siempre la no violencia, oponiéndose decididamente a la guerra. De ella publicamos hoy extractos de uno de sus últimos escritos:

Utilizar la guerra para construir la paz: ¿cuál era la posición de Merton?

    [Extractos del informe del Sor Mary Marguaret FUNK, osb, ND de Grâce, Beech Grove, USA, al consejo del MID]

Un punto de vista es una idea de verdad que tenemos y que amamos, pero que raramente permanece inmóvil o rígido. Los puntos de vista evolucionan, se desarrollan y se hacen más profundos a través de la discusión, el estudio y la meditación. El problema de todo punto de vista es que es limitado, no suficientemente maduro para elevarse al estado de la sabiduría.
Los puntos de vista se vuelven a menudo divergentes, creando un clima de oposición, en lugar de hacer tender la conversación hacia la armonía, la paz y la unidad. Existe otro plan sobre el que debe trabajar cada uno, es el de un mensaje. Que sea claro, irrefutable, auténtico, adecuado y oportuno. Expresar un mensaje invita a una puesta de nuevo en cuestión. ¿A qué haría referencia el mensaje monástico? Se expresaría en primera persona. Son excluidas del diálogo monástico las palabras poder y control, competición y dominación, seducción e intrusión, o también moralismo y dogmatismo que suscitan disputas e invitan a cada uno a acentuar sus puntos. Dialogar no significa debatir ni hacer retórica. La forma, aunque esté bien elaborada, no compensa el fondo. El mensaje es humildad y esto abre un espacio. El mensaje monástico está abierto a las diferencias porque las distinciones no son fuente de divisiones, más bien al contrario, ponen de manifiesto la belleza, el contraste y la unidad. Podríamos disertar largamente sobre la cuestión del “y si” no estamos de acuerdo, o si “el otro” nos ignora o incluso llega a ser peligroso si saca sus propias conclusiones. La negatividad, cualesquiera que sean sus numerosas caretas, no tiene sitio en la mesa de discusiones. No neguéis nada, dicen los antiguos. Lo que es es.
He aquí algunos puntos de vista de Merton sobre la utilización de la guerra como medio de paz: Merton rechazaba la teoría de la guerra justa, según la cual matar es moralmente aceptable a condición de que esto no constituya el sólo y único fin y si la guerra aparece como último medio.
Según él, el divorcio entre la intención y el comportamiento crea una esquizofrenia moral en la cual nuestras motivaciones son distintas de nuestras acciones, y en este caso se trata de matar a un ser humano. Es el pensamiento agustiniano el que permite las Cruzadas y la Inquisición. Merton hizo suya la teoría de la no-violencia de Gandhi, teoría que aspira a liberar al adversario de la fascinación de la violencia y la opresión. Puesto que no hay diferencia entre opresor y oprimido, no hay tampoco enemigo.
Merton subrayaba el imperativo de la no-violencia en la Iglesia primitiva. Para Clemente de Alejandría, un discípulo de Cristo es un soldado de la paz en un ejército que no derrama la sangre. Para San Justino, un cristiano no quita la vida de otro pero da la suya por Cristo. Para Tertuliano, todos los soldados cristianos han depuesto las armas cuando Jesús dijo a Pedro que volviera a envainar su espada. Con la no-violencia se impone la necesidad de erradicar nuestra fascinación por las soluciones definitivas frente a los problemas, y las aproximaciones totalitarias frente a la vida.
Llegamos a ser violentos porque estamos persuadidos de que somos los únicos que tenemos las respuestas y la verdad. Nosotros concluimos que toda posición divergente no puede más que agravar las cosas y que es necesariamente falsa. ¡Qué arrogancia! La verdad es más grande que nosotros.
Nosotros no somos los detentadores de la misma sino los servidores. La verdad es superior a nosotros, superior a la Iglesia. La Iglesia es ministro de la verdad, es el testimonio de ella, no el dueño. Si creemos la verdad invencible, entonces no tenemos que atacar a los demás para preservarla. Los que sirven sinceramente a la verdad, la consideran con delicadeza y hacen prueba de humildad. Cuando defendemos la supuesta verdad con la violencia, no estamos al servicio de la verdad sino de nosotros mismos.
Llegamos a ser violentos porque tenemos más o menos conciencia de no no estar al servicio de la verdad, y en consecuencia, no estamos seguros de la verdad de nuestros propósitos. Los que consideramos como nuestros enemigos son a veces simplemente personas que no podemos controlar, que hacen otras elecciones de vida, que ven un aspecto de la verdad que nosotros no hemos visto. Muchas personas que calificamos de perversas no lo son, son diferentes.
El miedo es la causa profunda de la guerra. Con armamentos cada vez más pesados, continuaremos dominando y siendo dominados. La no-violencia requiere la madurez espiritual. Es la razón por la cual la oración es un elemento tan importante en el advenimiento de la no-violencia. Si la no-violencia es ineficaz en muchos casos, es porque los otros comprenden con justo título que bajo la apariencia de la no-violencia se esconde la gana de hacer la guerra, el deseo de dominar o, cuanto menos, una pretendida supremacía moral forrada de autosatisfacción. La no-violencia es una aproximación humilde de la vida, procurando liberarnos del orgullo y del incentivo del triunfo. La violencia parece dirigirse hacia la ventaja personal: si no defiendo mis derechos, otro los usurparán. Es el sentimiento de carencia que justifica la necesidad profunda de proteger los intereses americanos.
La vocación hace de este diálogo particular un mensaje monástico. ¿Cómo puede un monje tomar parte en el diálogo? Estoy convencida de que nosotros aportamos otras contribuciones, pero para este modesto artículo, no citaré más que tres: 1/ hacemos observar el silencio y proponemos un lugar garantizando a cada uno la seguridad de hacer escuchar su punto de vista; 2/ no somos los amos del contenido y no tenemos nada que ganar ni que perder desde el punto de vista material ya que hemos renunciado a todo eso, y, 3/ somos portadores de un mensaje, el contemplativo, que trasciende las divergencias y se expresa a corazón abierto.
La mesa del MID expresó su propio mensaje el 15 de Octubre del 2002, cuando tuvo lugar nuestra reunión anual en Kalamazoo. Fue allí donde votamos la siguiente resolución: que cada miembro de la mesa de diálogo monástico consagre su ejercicio contemplativo cotidiano a la paz por medio del diálogo antes que por la guerra. Esta resolución ha sido suscitada por nuestro deseo de utilizar nuestra práctica contemplativa como medio inteligente de reducir la violencia. Esto traducía además la firme voluntad de comenzar por nosotros mismos, antes que de hacer una declaración al mundo entero. Compartimos la sincera convicción que nuestro tiempo de silencio matinal después de Vigilias hacía más ruido que todas las marchas por la paz en todas las capitales del mundo.
Tradujo Raquel Tascón. Madrid

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