Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

De la tierra al cielo

01-Septiembre-2006    José Ignacio Calleja

Ahora que estamos en verano, y son legión los cursos, encuentros y actividades que el cristianismo propone por doquier, me preguntan a menudo qué es de “lo social” en la conciencia cristiana de hoy. Otras veces la pregunta es más rotunda y se formula de este modo: “Vosotros que os ocupáis de lo social, ¿como veis la conciencia de los cristianos en el tema?” (sic).

Pienso en esta cuestión con mucho afecto y respeto, pero me desazona el “vosotros que os ocupáis de lo social”. Sé lo que mi interlocutor quiere decir, pero mi instinto me hace pensar, más que decir, ¿lo social puede tener un sujeto particular que se ocupe de ello? Lo social está ahí, como una dimensión y condición de nuestra existencia. Una condición que nos caracteriza y constituye, en igualdad de naturaleza con lo individual. Todo en nosotros es personal, pues tiene a la persona por sujeto activo o pasivo. Siempre está concernida la persona en todas las relaciones y situaciones, así que todo es personal. Y eso que siempre es personal, aparece aquí y allí con connotaciones más individuales y privadas, o más interpersonales y públicas, pero siempre la persona única es quien unifica todas nuestras relaciones, situaciones y reacciones. Así pues, lo social y público nos constituye en complementariedad con lo individual y privado. Todo es competencia de todos, todo en la vida humana es de los humanos en corresponsabilidad de iguales. Evidentemente, hay vocaciones, sensibilidades y carismas, pero lo son para el servicio de una comunidad toda ella socialmente responsable, no para la asignación de roles y encargos que nos liberen a unos de lo espiritual, a los otros de lo social, a éstos de lo científico y a aquéllos de lo emotivo. La recuperación de esta conciencia de sujetos corresponsables de la vida en su integridad, sin recortes a la medida de filias y fobias personales, me parece el comienzo irrenunciable de una presencia cristiana significativa por humana.

Siento un gran respeto hacia las sensibilidades más particulares a la hora de articular una vida en cristiano, pero tengo la convicción probada de que la sensibilidad por lo social da a muchos cristianos una experiencia de Dios inigualable. No es que la inmersión en lo social sea una garantía de verdad religiosa y de espiritualidad evangélica. ¡Dios me libre de tal pretensión! Pero es cierto que una espiritualidad encarnada se manifiesta como la única espiritualidad cristiana posible, la única capaz de ir a Dios sin evitar a los pobres y los débiles. La vida cristiana inquiere por lo social no porque convenga saber algo de los escenarios históricos de la fe, que también, sino porque lo social y lo histórico nos constituyen como personas y son, ya sí, realidades tocadas por la acción salvífica de Dios y, en su “medida”, ingredientes con los que Dios trajina su salvación. El cristianismo quiere evitarse, a menudo, este paso por lo social, e ir directamente a Dios. A ello le invitan las mentes más poderosas y conservadoras de nuestro tiempo; coinciden. Pero él debe saber que el rodeo para evitar a las víctimas del mundo, para llegar “ligero” al Templo y a Dios, es un viaje en vano. El buen samaritano le recordará siempre dónde está Dios y cuál es el inicio de una espiritualidad verdaderamente cristiana: ¿Quién está necesitado de mí para que yo me aproxime compasivamente? Dios es amor y “sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama” (Deus caritas est, 18).

Lo social no es, así, el gusto de algunos por el mundo y su tentadora secularidad, sino la condición de una fe a la medida de las personas reales. La pretensión de llegar al cielo sin pasar por la tierra, como decía, es eso, una pretensión vana; una ilusión que tiene a la idolatría llamando a su puerta. Feliz vuelta del verano.

José Ignacio Calleja

Vitoria-Gasteiz

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