Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

La lágrimas de Sor Vicenza

29-Septiembre-2006    Braulio Hernández

El 26 de agosto de 1979, en el primer aniversario de la elección del papa Luciani, su sucesor, el papa Wojtyla, fue invitado al pueblo de Juan Pablo I, Canale dÁgordo, en las montañas dolomíticas. Casualmente, como en el día de su funeral, la misa, también en la plaza, estuvo pasada por agua. “…Estoy conmovido… son las lágrimas de la montaña” dijo Juan Pablo II.

Una monja también lloró, desconsoladamente, pero en privado… Fue años atrás. Era sor Vincenza: la primer testigo del cadáver del papa de la sonrisa; el papa que eligió “Humilitas” como lema papal; el papa que declaraba que Dios era a la vez padre y madre, causando el escándalo de algunos purpurados: “el papa blasfema”. Un papa atípico –de la madera de Juan XXIII- que le escribía cartas tiernas a Pinocho. Un papa que, lejos de estar abrumado con el peso del papado -como, interesadamente, se dijo en día-, estaba dispuesto a hacer cambios importantes en la Iglesia, y en la Curia. Para continuar con la labor de Juan XXIII. “Sé que un obispo alto y robusto, siempre de esta casa, ha declarado que la elección del papa ha sido un ‘descuido’ del Espíritu Santo”, comentaba Albino Luciani. “Puede ser”, respondía con sorprendente humildad, y con humor, pero “No he sido yo quien ha querido ser Papa. Yo, como Albino Luciani, puedo ser una zapatilla rota, pero como Juan Pablo es Dios quien actúa en mí”. Casualmente, una de las lecturas del día de su elección decía: Dice el Señor a Sobna, mayordomo de palacio: Te echaré de tu puesto, te destituiré de tu cargo (Is 22,19-21). Un cardenal amigo, Felici, le anticipó que tendría un “vía crucis”.

En la dirección opuesta a su sucesor, Albino Luciani no habrá sido un papa estrella. Y menos un monarca absoluto: “En estos días he sentido curiosidad de leer en el Anuario Pontificio los titulares con que está condecorado el Papa… Es un residuo del poder temporal. Falta sólo el título del Papa Rey. Los títulos verdaderos deberían ser: …elegido obispo de Roma y por ello sucesor del apóstol Pedro y por ello siervo de los siervos de Dios. ¿Cómo puede el Papa presentarse y dialogar, como hermano y padre en Cristo, con las Iglesias hermanas, investido de aquellos títulos?”. “Tengo la impresión de que la figura del Papa sea demasiado alabada… Hay un cierto riesgo de caer en el culto a la personalidad, que yo no quiero en modo alguno… La Iglesia no es del Papa, es de Cristo”.

Desmintiendo la versión oficial, fue Sor Vincenza, y no el secretario personal de Juan Pablo I (el obispo John Magee), quien encontró su cuerpo, aún tibio, sentado sobre la cama, iniciando una leve sonrisa, y con unos folios en la mano. Ella opinaba que habría muerto entre la una y las dos de la madrugada del día 29. Fue una muerte dulce, sin lucha, que no encajaba con la versión oficial: “infarto de miocardio”, se ha dicho. La fatal noticia se anunció al mundo con extraña tardanza: casi tres horas después. Sor Vincenza lamentaba la ausencia de un verdadero certificado médico oficial sobre la verdadera causa mortis del Papa Luciani… como sin embargo se hizo con sus antecesores, el Papa Juan y con Pablo VI. Lo confesaba ante Camilo Bassotto, el periodista veneciano, el amigo fiel de Luciani y “la principal fuente veneciana”. Él fue recogiendo el testimonio de la línea caliente de testigos que, con el tiempo, empezaron a hablar.

“Un enfermo de corazón no escala montañas, como hacía el patriarca conmigo todos los años. Íbamos a Pietralba, cerca de Bolzano, y subíamos al Corno Bianco, desde los 1500 hasta los 2400 metros, a buena velocidad… Aquel verano del 78, con la muerte de Pablo VI, cambió su programa”, lo confesaba, años después, Mario Senigaglia, su secretario en Venecia. En 1998 el cardenal brasileño, Aloisio Lorsheider, tuvo el extraño coraje de romper el silencio oficial: “Las sospechas siguen en nuestro corazón como una sombra amarga, como una pregunta a la que no se ha dado respuesta”.

Sor Vincenza era como una madre para el papa Luciani, recordaba Camilo Bassotto, responsable de los archivos venecianos de Juan Pablo I. Así lo cuenta: “Hablé en dos ocasiones con sor Vincenza. La primera, con la provincial delante. La segunda, a solas. En esta ocasión, sor Vincenza se echó a llorar desconsoladamente. Yo no sabía qué hacer. Sor Vincenza me dijo que la Secretaría de Estado le había intimidado a no decir nada, pero que el mundo debía conocer la verdad. Ella se consideraba liberada de tal imposición en el momento de su muerte (ya acaecida, en 1983). Entonces podría darse a conocer”. (El día de la cuenta)

Hoy, 28 años después, la prensa se hace eco de aquella muerte, tan inesperada: “Italia revive con pasión la muerte de Juan Pablo I” (El Periódico, 29 de septiembre de 2006). Lo dice en la página 33: esos fueron, casualmente, los días de su efímero pontificado. “Grupos católicos exigen análisis para confirmar las causas del deceso”. En el primer libro del cura Jesús López Sáez (Se pedirá cuenta, está en la RED) se recoge que “según una encuesta realizada en Italia (Ya, 8-10-1987), el treinta por ciento de los italianos estaba convencido de que Juan Pablo I murió asesinado; o sea, más de quince millones de personas”. Volviendo al artículo de El periódico: “Entre quienes insisten en exigir una investigación se halla el sacerdote y teólogo abulense Jesús López Sáez, que lidera una comunidad de cristianos de base en Madrid y que ha publicado libros y artículos sobre la extraña muerte, a los 65 años, de aquel Pontífice. ‘Sin antecedentes coronarios y sin autopsia oficial no se puede sostener la tesis del infarto’, subrayaba esta misma semana ante la RAI, la radiotelevisión pública italiana. ‘Hay que averiguar de qué murió el Papa analizando el cadáver’. La comunidad aludida es la Comunidad de Ayala, de Madrid, una comunidad para quien la muerte de Albino Luciani guarda paralelismo con la muerte de santo Tomás Becket.

Casualmente, también fue una mujer, Pilar Bellosillo (100 mujeres del siglo XX que abrieron camino a la igualdad en el siglo XXI) la encargada de viajar a Roma, en 1985, enviada por la comunidad, en misión profética, para entrevistarse con el cardenal Eduardo Pironio, un amigo de confianza: para hablarle del Pliego de Jesús López Sáez, publicado en la revista Vida Nueva, hablando sobre la extraña muerte de Juan Pablo I. A raíz de ese Pliego, tras los consiguientes “avisos” (de eso, ni una palabra más), el sacerdote (que no se calló, en conciencia) fue destituido del cargo de responsable nacional de Catequesis de Adultos, en el Secretariado Nacional de Catequesis de la Conferencia Episcopal Española.

Creo oportuno, interesante, extraer el siguiente párrafo del Viaje de Pilar Bellosillo a Roma (en Internet) :

“Se ha vivido en la Comunidad la presencia de Juan Pablo I; comparamos su muerte con la de santo Tomás Becket. Experiencia suficientemente contrastada, especialmente la Palabra de Jeremías 36 (toma un rollo de escribir), y de Apocalipsis 1 (escríbelo en un libro). Que la Palabra nos impulsa -ha impulsado a Jesús- a juzgar, e impulsa a decirlo. Y en ese momento llega la invitación de Roma –me llega a mí- para participar en esta conmemoración del lunes: la celebración de la promulgación del Decreto de Apostolado Seglar. Nos parece que esto no es una casualidad porque en la Comunidad - especialmente Jesús López- creemos que monseñor Pironio lo puede comprender y que a él se le puede decir. Entonces yo le puedo decir a monseñor Pironio -se lo digo así- que la primera motivación de mi viaje a Roma ha sido precisamente ésta: el poder estar con él y el poder compartir con él esta experiencia, y comunicársela. En el pliego, en el texto, se ha cogido lo que es más valioso del libro de Yallop, y hay una segunda parte de reinterpretación de la figura de Juan Pablo I, situada en el contexto eclesial actual, a la luz de la Palabra. “Si no hubiera sido por la Palabra - dice expresamente Jesús López - no nos metemos en este berenjenal”. Ella nos ha dicho que se escriba (Isaías 36); que se conozca (Salmo 79); que se escriba (Apocalipsis 1); que se celebre (Salmo 81). Insisto, si no hubiera sido por la Palabra, no se hubiera dicho nada”.

Juan Pablo I pensaba escribir una carta sobre la mujer en la sociedad civil y en la vida eclesial. Se lo dijo a la persona de Roma: “Es hora de que el Papa diga a los cristianos y al mundo una palabra clara, firme y autorizada sobre la dignidad, los méritos, el valor y la misión de la mujer. Demasiado desprecio, demasiados prejuicios y demasiadas marginaciones se han acumulado en los siglos. Nadie podrá jamás medir el dolor, la humillación y la ofensa hecha a la mujer por parte del hombre durante milenios”, “he sabido que los tutores de la ortodoxia del Papa han gritado de escándalo cuando manifesté el concepto de que Dios, además de ser Padre, es también Madre, según las palabras del profeta Isaías. Alguno incluso ha exclamado: El Papa blasfema. Esta gente olvida que toda la Biblia, desde el principio hasta el fin, está cruzada por el grito del amor de Dios que busca al hombre, fruto de su amor y obra de sus manos”. En un momento de gran serenidad le dijo también: “Me encuentro en el espíritu de las palabras del Papa Juan cuando reveló su estado de ánimo de cara a aquella inmensa empresa que fue el Concilio”. “quizá el buen Dios tenía necesidad de un pobre hombre para hacer aquello que quizá habría resultado difícil a un gran teólogo” (extraído de la catequesis La mujer en la sociedad y en la Iglesia).

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