Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

La doble moral según el Papa

17-Noviembre-2006    Atrio
    Siguiendo la invitación de Tissa Balasuriya analiza el autor un discurso de Bendicto XVI a un grupo de obispos suizos encuadrándolo en recientes intervenciones y comentándolo a fondo.

Hace unos días John Allen se preguntaba en Nathional Catholic Reporter “¿Quién dirá no a Benedicto XVI?”. Lo decía a propósito del discurso de Ratisbona. Sólo con que alguien le hubiera sugerido cambiar o añadir alguna frase se hubiera podido ahorrar tanta polémica. Estas revisiones, teológicas o diplomáticas, de los discursos se han hecho siempre en otros pontificados. ¿Pero quien va a ser capaz de hacerlo dado el perfil del actual papa y de sus colaboradores más cercanos?

Parece que ahora sólo se hacen correcciones a posteriori, creando así situaciones embarazosas, como los añadidos hechos el mencionado discurso y el incidente del duro discurso a los obispos suizos del 7 de noviembre pasado, cuyo texto, publicado inicialmente, fue después totalmente sustituido por otro, dejándonos sin saber cuál de los dos es el que realmente había pronunciado el papa (ver detalles de incidente en ADISTA).

Por eso, en algún caso como el anunciado Motu propio sobre la restauración optativa de la misa de Pío V (medida que tiende a satisfacer las exigencias de los lefebvrianos para su reincorporación y la tendencia muy compartida por el papa de una mayor “verticalismo” sacral de la liturgia) ha suscitado ya una reacción muy fuerte, sobre todo de los obispos franceses que son los que más sufren en sus diócesis la resistencia de católicos tradicionales a la orientación del Vaticano II. Veremos en qué queda todo eso, de gran trascendencia para ver hacia donde se orienta definitivamente Benedicto XVI.

Su teología y su visión de cómo la Iglesia debe fortalecer las señas de identidad tradicionales frente a la secularización y el pluralismo religioso son bien conocidas. Las indecisiones y autocorrecciones pueden venir sólo del hecho de que ahora ya no propone su orientación desde la segunda fila, amparándose en la autoridad de otro papa, sino que es él el que tiene la última palabra y responsabilidad y está constituido en pastor universal a favor de la unidad y comunión de todos.

Hay que tomarse muy en serio la invitación de Tissa Balasuriya de hacer un Observatorio romano permanente para ir devolviendo lealmente a tan alto y universal líder mundial el eco que sus doctrinas y acciones suscitan en los hombres y mujeres de hoy, sean cristianos o no. No se trata de crítica permanente ni de obsesión clericalizante, sino de estrategia en favor de la humanidad. Hay que tomar en serio el hecho de que en esa alta cúspide hay una persona que ha declarado que no quiere hacer de sus ideas propias su programa, sino que está a la escucha de Dios y de lo que le podamos aportar todos los que vivimos otras experiencias o tenemos otras visiones.

Poniendo manos a la obra, voy a centrarme hoy en analizar un discurso del papa al segundo grupo de obispos suizos en visita ad limina, a quienes recibió el día nueve de noviembre, dos días después del otro que fue motivo de desorientación en los servicios de prensa. Tal vez por ese precedente este discurso ha permanecido casi oculto. No he encontrado rastro del él ni en el Servicio de Información del Vaticano ni en la página oficial. Sólo lo he visto un largo extracto en www.chiesa, del que he hecho una traducción para ATRIO.
En estos discursos a grupos reducidos de obispos Benedicto XVI expresa sus ideas y reflexiones con más claridad que en discursos más solemnes y universales. Y son más útiles para descubrir lo que piensa el papa sobre los problemas de la iglesia y de la sociedad de hoy. Fue extremadamente duro con los obispos canadienses en su audiencia del 8 de septiembre, el día antes de emprender un viaje a Alemania para el que se presentaba mucho más abierto:

    En nombre de la “tolerancia” vuestro país ha tenido que soportar la insensatez de la redefinición del término “cónyuge”, y en nombre de la “libertad de elección” afronta la destrucción diaria de niños no nacidos. Cuando se ignora el plan divino del Creador, se pierde la verdad de la naturaleza humana.

    En el seno de la misma comunidad cristiana existen falsas dicotomías, que son particularmente dañinas cuando los líderes cristianos de la vida civil sacrifican la unidad de la fe y sancionan la desintegración de la razón y los principios de la ética natural, rindiéndose a efímeras tendencias sociales y a falsas exigencias de los sondeos de opinión.

Pues bien, en el discurso a los obispos suizos que hoy comentamos se plantea de nuevo esta cuestión, en la que él dice haber reflexionado desde hace mucho tiempo. La moral se ha dividido en dos partes: la moral de valores públicos (la paz, la no violencia, la justicia social, el respeto al medio ambiente, tolerancia, la no discriminación, igualdad de derechos libertar de elegir, etcétera) y la que el llama moral del compromiso por la vida desde la concepción hasta la muerte (“contra el aborto, contra la eutanasia, contra la manipulación y contra la auto-legitimación del hombre para disponer de la vida”).

La primera parte de la moral es aceptada fácilmente por la sociedad y, sobre todo por la juventud, que ve en ella una especie de sucedáneo religioso. Pero en la defensa de la segunda la Iglesia está sola y tiene que remar contra corriente. Su conclusión es que no puede haber contradicción sino complementariedad entre estas dos morales. La primera parte no puede defender realmente al hombre (por ejemplo, construir la paz, restablecer la justicia, etcétera) si no se acepta también la segunda (defensa del matrimonio y la familia, derechos del no nacido, no manipulación de las fuentes de la vida, etcétera). (No se entretiene en decir, pero se supone, que la segunda parte sin tener en cuenta la primera resulta hipócrita y criminal.)

Estas exigencias de que esta segunda parte de la moral, sin cuya aceptación la moral aceptada por la sociedad se convierte en “antimoralidad que se fundamenta en una concepción de la libertad vista como facultad de escoger autónomamente sin orientaciones predefinidas”, sólo pueden defenderse cuando se sabe que la vida es un don recibido de Dios y se progresa “hacia las concretizaciones, para las cuales el fundamento nos lo ofrece el Decálogo que, con Cristo y con la Iglesia, debemos leer en este tiempo de modo progresivo y nuevo”.

Hay un punto en el que podemos estar de acuerdo. No es posible la “doble moral”. Si se quiere defender la vida humana hay que hacerlo en todos los planos y en todas las situaciones. Es precisamente lo que pedimos a nuestra Iglesia los cristianos de base. El problema se presenta cuando se trata de hacer concretizaciones en una o en otra parte de la moral y resolver los posibles puntos de conflicto entre diversos tipos de valores.

Esa relectura del decálogo que hay que hacer “en este tiempo de modo progresivo y nuevo” debería tener en cuenta todos los progresos del saber humano y de la conciencia de personas razonables y honradas que se enfrentan diariamente a situaciones muy concretas.

El papa en su discurso hace una concretización. Y no precisamente respecto al juicio moral sobre guerras y masacres, tanto de imperialistas como terroristas, cuyas causas y consecuencias pueden hoy ser mejor analizadas que cuando no existía la sociología como ciencia. Sino sobre el tema de los matrimonios entre homosexuales, respecto del cual el papa no quiso hablar en su viaje a España. Prefiere decirlo en ausencia de los interesados. “Conocemos el ejemplo de algunos países, donde se ha producido una modificación legislativa, según la cual el matrimonio ahora ya no es definido como la unión entre hombre y mujer, sino como una unión entre personas. Con esto obviamente se destruye la idea de fondo [del matrimonio] y la sociedad, a partir de sus raíces, llega a ser algo totalmente diferente”.

En su día ya se ha discutido bastante en Atrio sobre este tema. Sólo sugiero tomar las palabras con que el papa describe aquello en que iría a degenerar el matrimonio con la reforma de la aludida ley que desde España tiende a contagiarse al mundo entero: “una unión entre personas”. Bueno, quedaría mejor definido como “Una unión conyugal estable entre dos personas”. No me desagrada la temida consecuencia y creo que podría constituirse en buena definición de todo matrimonio, heterosexual u homosexual, de creyentes o de no creyentes, contrato o sacramento. Todo el valor se pondría así en el término “persona”, para el que son compatibles perfectamente todas las referencias religiosas y humanísticas que lo enriquecen y cuya plenitud de sentido es siempre una meta a alcanzar.

¿Contradice a las palabras del Génesis que se citan el que hoy dos personas del mismo sexo (connotación no fácilmente definible científicamente y menos sociológicamente, pues la naturaleza humana no es exacta y rígidamente diferenciada) se quieran en cuerpo y alma, ofreciéndose y recibiéndose el uno al otro como don de Dios, tal como Él mismo en concreto (no en abstracto) les creó? ¿Se destruye así la idea de fondo del matrimonio que fue histórica y bíblicamente territorio de dominación de la persona hombre sobre la persona mujer o se realza su dignidad? Esa sociedad que con leyes como esta “llega a ser algo totalmente diferente” ¿acaso no puede llegar a ser una sociedad realmente más justa y más apta para el fomento de unas nuevas vidas, nacidas cada vez más no de exigencias ciegas de la naturaleza sino de un amor más personal y libre?

Y en cuanto al respeto a la vida, la Iglesia, en estos tiempos de avances científicos, ve concretamente manipulación inaceptable en el uso de células madres embrionarias para la investigación médica. ¿Con qué argumentos realmente científicos y éticos? ¿Y por qué no se concreta con la misma rigidez la inmoralidad de la condena a muerte?

En definitiva, tras leer este discurso a los obispos suizos en el que el papa les invita a la “gran tarea” de “no presentar al cristianismo como un simple moralismo sino como un don en el que nos es dado el amor que nos sostiene”, creo que para conseguirlo habría que partir de la moralidad y no “antimoralidad” que hay en algunas manifestaciones de nuestro tiempo que pueden parecer chocantes. Son las concretizaciones con poca visión las que hacen a la sociedad, y sobre todo a la juventud, rechazar cada vez más a la Iglesia.

Haz hoy mismo tu APORTACIÓN (Pinchar aquí)

Escriba su comentario

Identificarse preferentemente con nombre y apellido(s). Se acepta un nick pero con dirección de e-mail válida.

Emplear un lenguaje correcto, respetar a los demás, centrarse en el tema y, en todo caso, aceptar las decisiones del moderador