Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

El celibato de los sacerdotes

25-Noviembre-2006    José Mª Castillo
    Para sintonizar con el problema no se pierdan el testimonio de Toni enviado ayer día 24 en el post “Un grito de libertad” publicado el jueves 23. Y para tener información teológica de primera mano nada mejor que este artículo de un gran teólogo.

Según cuentan los evangelios, Jesús no impuso a ninguno de sus apóstoles la obligación de vivir soltero. San Pablo dice que aquellos apóstoles vivían con una mujer cristiana y añade que tenían derecho a eso (1 Cor 9, 5). En las cartas a Timoteo (1 Tim 3, 2-5) y a Tito (Tit 1, 6), al explicar las cualidades que debía tener un obispo, se dice que debía ser fiel a su mujer y saber gobernar bien su casa y a sus hijos. Porque “uno que no sabe gobernar su casa, ¿cómo va a cuidar de la Iglesia de Dios?” (1 Tim 3, 5). Así estuvieron las cosas hasta el s. IV. Se sabe que en el concilio de Nicea (año 325) algunos obispos quisieron “introducir una nueva ley” para que los “ordenados” (obispos, presbíteros, diáconos) “no durmiesen con sus esposas”. Ante esta petición, el obispo Pafnucio “gritó bien alto que no se debía imponer a los hombres consagrados ese yugo pesado, diciendo también que es digno de honor el acto matrimonial e inmaculado el mismo matrimonio” (Sócrates, Hist. Ecl. I, 9). Y el concilio de Gangres (año 345) condenó a los que decían que no se debía comulgar de manos de un presbítero casado.

Sin embargo, a principios del s. IV, precisamente aquí en Granada, en el concilio de Elvira, se impuso a los clérigos, no la ley de celibato, sino la ley de la continencia, es decir, no podían usar del matrimonio a partir del momento de su ordenación. Esta disciplina se mantuvo así durante siglos. Lo que fue motivo de serias complicaciones. Por ejemplo, el concilio de Toledo I (año 397-400) dispuso que las mujeres de clérigos, que pecaren con alguno, debían ser castigadas severamente por sus maridos con tal de no causarles la muerte. Y el concilio de Toledo III (año 589) decidió que las mujeres de los clérigos que pecaban con otro debían ser vendidas como esclavas y que el precio se diera a los pobres. En el Oriente cristiano la disciplina fue distinta: el concilio Trullano (año 692) fijó la ley que sigue vigente en aquellas iglesias y que permite a los clérigos casarse. “Las nupcias son honorables y el matrimonio inmaculado”. Por eso no es cierto que la ley del celibato sea una ley de la Iglesia universal. Es una ley de la Iglesia latina.

¿Desde cuándo se puede decir que existe la ley del celibato? Fue el papa Inocencio II quien en el concilio II de Letrán (año 1139) declaró oficialmente que el matrimonio de los sacerdotes estaba no solamente prohibido, sino que además era inválido. A partir de entonces, los sacerdotes (en la Iglesia latina) quedaron incapacitados para contraer matrimonio. ¿Por qué se llegó a esta decisión? En el caso de los obispos fue decisivo el criterio económico: había el peligro de que un obispo casado dejara en herencia a sus hijos los bienes de la Iglesia. Pero el criterio determinante fue el principio de la “pureza ritual”. Así lo demostró el mejor estudio histórico que se ha hecho sobre este punto concreto (R. Gryson, “Les origines du célibat ecclésiastique”, Duculot, Gembloux, 1970). Según este principio, “sólo los que son puros pueden tener acceso a la esfera de lo sagrado”. Pero desde tiempos inmemoriales se tuvo el convencimiento de que las relaciones sexuales contaminan y manchan. Así lo enseñaron los griegos (Pitágoras, Empédocles) antes del cristianismo. Y así lo vivieron los sacerdotes judíos, que estaban casados, pero cuando debían servir en el Templo tenían que permanecer en el Templo, sin relación con sus mujeres. Un argumento que se utilizó en Roma cuando, en el s. IV, se impuso la celebración diaria de la eucaristía. Por eso en ese tiempo también se impuso la obligación de la continencia a los clérigos.

Esta manera de entender la sexualidad, como algo que impurifica, no resulta aceptable en la cultura actual. Por eso se suele echar mano de otros argumentos para justificar el mantenimiento de la ley del celibato. Argumentos que deben ser matizados. Porque si se dice que quien no se casa, por eso ama más a Dios, en realidad lo que se está diciendo es que Dios puede ser el celoso rival de un amor humano. Pero Dios no es (ni puede ser) así. Lo que Dios más quiere es que el amor entre los humanos sea lo más intenso y lo más auténtico posible. Otra razón, que se suele aducir, es que quien no se casa se puede dedicar más plenamente al apostolado. Lo cual es verdad en algunos casos. Pero no es cierto que los sacerdotes le dediquemos más tiempo y más ilusión a nuestra tarea que el tiempo y la ilusión que ponen en su trabajo muchos profesionales, empresarios o artistas, por ejemplo. Entonces, ¿por qué se mantiene esta ley eclesiástica? La experiencia nos enseña, y los psicólogos lo avalan, que quien controla la vida afectiva y sexual de una persona, tiene asegurada la obediencia de esa persona. Probablemente esta razón, aunque muchos no se den cuenta de ello, es más fuerte de lo que imaginamos.

Por lo demás, yo no creo que, si la Iglesia permitiese el matrimonio de los curas, por eso iba a entrar más gente en los seminarios y noviciados. La crisis de vocaciones tiene raíces más profundas que no es éste el momento de explicar. No pocas iglesias protestantes tienen la misma crisis de pastores. Y sabemos que los pastores protestantes pueden casarse. Más bien habría que recordar que el instinto sexual no tiene más que tres posibles salidas: o se realiza o se reprime o se sublima. Pero ocurre que la represión acarrea problemas muy serios a quien se ve forzado a vivir así. Y la sublimación por motivos religiosos es, por supuesto, un don admirable. Pero no resulta fácil de entender que una experiencia tan sublime pueda ser vivida por tantos cientos de miles de personas como en la Iglesia la tienen que vivir quienes desean dedicarse a un ministerio apostólico. De ahí las “dobles vidas”, los escándalos… Por eso yo pienso que sería mejor suprimir un ley que cada día resulta más difícil mantener.

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