Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

¿Un “país” con alma cainita?

14-Febrero-2007    José Ignacio Calleja

Llevamos un tiempo, años ya, en que nuestra sociedad es un hervidero político. Desde que Zapatero gobierna, cada día es un diente de sierra en la batalla por el poder. Cada jornada parece que hemos tocado techo, pero no, ¡qué va!, siempre cabe otra vuelta de tuerca y alguien está interesado en darla.

Desde luego hay muchas explicaciones acerca de lo que pasa. Los medios las airean cada día en boca de uno u otro grupo de presión política, eso sí, dando por hecho que los responsables del caos son siempre sus contrarios. Los otros son quienes tienen intenciones inconfensables frente a la legitimidad de las propias. Lo normal y por todos sabido. Y, por supuesto, mientras los conflictos se sustancian como revuelo político, será decepcionante para muchos, pero siempre es, desde luego, otra cosa que la violencia terrorista como instrumento de extorsión. A cada cosa, su nombre.

Un poco más al fondo, a mí me interesa la pregunta de si el conflicto de la clase política está convirtiéndose en conflicto social, si a la quiebra política le sucede ya la quiebra social. La respuesta es que sí, a mi juicio es que sí. Se dice que la quiebra se ha instalado en la clase política, pero que la sociedad está lejos de esos maximalismos partidistas. Yo, sin embargo, no lo veo así. De forma explícita y vociferante, muchas veces, y de manera más sigilosa, otras tantas, la gente está tan enfadada como dividida, y con una división muy ideologizada, muy visceral y con un punto de desprecio hacia los adversarios. La gente dice, “éste no es mi caso”, pero, a la mínima, salta como un león contra los otros. Habría que reconocerlo así, sin remilgos. No digo que esto sea insuperable, sino que esto es lo que hay. Hoy por hoy, las referencias centrales de la vida democrática se han convertido en material de derribo de unos contra otros. Cada uno es experto en honestidad pública contra los demás.

Y, ¿por qué todo esto? Simplificando al máximo, las políticas partidistas de “o conmigo o contra mí”, o de otro modo, “al enemigo, ni agua”, han hecho mella en los grupos políticos mayoritarios, y llegan ya al espíritu de la gente de a pie. Es como si los unos, políticos y seguidores, les tuvieran ganas a los otros desde “siempre”. Hay algo cainita -se está diciendo- que renace en la manera de vivir la relación izquierdas-derechas en este país, una vez que a la gente se le pasa la prudencia de las transiciones democrática.

Esto es cierto. Pero, seguramente, también sucede algo más prosaico: chocan una ridícula concepción patrimonialista de la nación y el orden, por parte de las derechas, a mi juicio más culpables que nadie, y cierta concepción de vanguardia salvadora de las masas ingenuas, por parte de las izquierdas. Y a la sombra de estos excesos, prende una lucha sin cuartel por el poder en cuanto tal y, como medio, el empeño sin límites por el control de las instituciones políticas para conservarlo y reproducirlo a la medida de los vencedores. Se aspira al poder como quien reclama un patrimonio que se nos debe, las derechas, o que necesitamos para liberar al pueblo, las izquierdas. Su última causa, muchas y profundas; su más inmediata, quizá una comprensión de la democracia como estrategia y procedimiento entre “listos”, sin demasiadas convicciones sustantivas o de fondo y escasos hábitos personales para lograr pactos entre distintos y hasta contrarios.

Y ¿cómo se cura esto? Pues como todo en la vida, con educación para aprender, tiempo para corregir y presión democrática popular para enderezar el rumbo. La democracia sólo se cura con más democracia, eso está claro. Lo de siempre, pero sin angustia, porque “nos va la marcha” y va para largo.

José Ignacio Calleja
Profesor de Moral Social Cristiana
Vitoria-Gasteiz
www.miradasamaritana.bitacoras.com

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