Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

UN AUTOR SE CONFIESA

01-Enero-2006    Casiano Floristán
    Hace ahora poco más de un año, en la el nº 32 de la revista FRONTERA, publicaba Casiano Floristán este artículo que es un resumen de sus más de cuarenta años de creación y magisterio en teología práctica.
    A LA BÚSQUEDA DE UNA TEOLOGÍA PRÁCTICA

A partir de 1960, año de mi incorporación a la Facultad de Teología de Salamanca como profesor de Liturgia y Teología Pastoral, he intentado siempre dar sentido pastoral a mi cometido teológico y llevar a cabo el ministerio presbiteral justificado por la teología. En las cuatro décadas de magisterio ejercido he recibido tres influencias, para mí decisivas: la teología alemana de la posguerra europea, la pastoral francesa que emerge después de la segunda guerra mundial y la teología de la liberación latinoamericana, al acabar el Vaticano II. Tuve la suerte –por mí buscada– de visitar detenidamente estas tres áreas geográficas y culturales y establecer contactos con sus máximos teólogos. Por supuesto, el mayor influjo renovador me llegó del Vaticano II.

El ancho mundo de la teología práctica
Decepcionado de los estudios eclesiásticos en la Universidad Pontificia de Salamanca, de gran pobreza filosófica y teológica, me trasladé en 1954 al Canisianum, seminario internacional dirigido por jesuitas de habla alemana en Innsbruck (Austria), en cuya Universidad terminé la teología. Seguí cursos académicos con Karl Rahner y J.A. Jungmann, quienes me enriquecieron con novedosas perspectivas teológicas, pastorales y litúrgicas. Jungmann me aconsejó ir a Tubinga (Alemania) para conocer la Teología Pastoral que impartía exitosamente F.X. Arnold, quien me convenció de que hiciese una tesis doctoral.
En enero de 1959 convocó Juan XXIII el Concilio Vaticano II y en diciembre de ese año defendí en Tubinga mi tesis, titulada La vertiente pastoral de la sociología religiosa (Vitoria 1960). Antes del Concilio tuve la oportunidad de conocer, primero en Innsbruck y en Tubinga después, una teología que a la postre sería la del Vaticano II. Durante los veranos mantuve contacto en París con parroquias renovadas, traté a curas obreros y estudié la pastoral misionera, el catecumenado de adultos y la renovación litúrgica. Regresé a mi diócesis de Pamplona, donde trabajé entre 1958 y 1960 como consiliario de diversos movimientos apostólicos.
Al morir en mayo de 1960 de accidente de automóvil Casimiro Sánchez Aliseda, profesor de Teología Pastoral y Liturgia, ocupé la vacante. Mis clases en la Pontificia de Salamanca, donde había sido alumno seis años antes, provocaron tensiones con profesores anclados en una decadente escolástica y en un franquismo inadmisible. Mis cuatro primeros cursos en la Facultad de Teología coincidieron con las cuatro sesiones del Vaticano II, concilio para el que fui nombrado asesor por el episcopado español. Pude seguir la discusión de los esquemas conciliares día a día. Intervine en la reforma litúrgica conciliar como perito, en el primer coetus de penitencia, sustituido por un segundo grupo de trabajo más conservador.
El desarrollo del Vaticano II me absorbió totalmente. Con gozo y esperanza vi que en los documentos aprobados se reflejaba la teología que yo había estudiado antes en Centroeuropa, así como los logros del movimiento litúrgico, los postulados de la nueva exégesis, la teología del laicado, el espaldarazo a los movimientos apostólicos, la ratificación de un ecumenismo positivo, la reforma evangélica de la vida religiosa y las líneas de una Iglesia presente en el mundo. En una palabra, el Vaticano II era un concilio pastoral. Su estudio me condujo a profundizar ciertas cuestiones nuevas u olvidadas, en contacto con teólogos europeos y latinoamericanos: la Iglesia local, las comunidades de base, la dimensión política de la fe, la planificación pastoral, el catecumenado de adultos, el quehacer de los laicos y el ministerio compartido por todo el pueblo de Dios.
En 1963 fui nombrado director del Instituto Superior de Pastoral, fundado en 1957 por Sánchez Aliseda y dirigido por Lamberto de Echeverría de 1960 a 1963. Al morir el obispo de Salamanca y canciller de la Pontificia Fray Barbado Viejo, trasladamos Luis Maldonado y yo el Instituto de Pastoral a Madrid, con el visto bueno del cardenal Pla y Deniel, arzobispo de Toledo y presidente de los metropolitanos españoles, del arzobispo de Madrid Casimiro Morcillo y de Ángel Herrera Oria, entonces obispo de Málaga y fundador del León XIII de Madrid, en cuyos locales fuimos acogidos. Madrid ofrecía mejores perspectivas de desarrollo teológico y pastoral que Salamanca, especialmente para alumnos latinoamericanos, religiosas, misioneros y laicos.
En el verano de 1963 fui por primera vez a América Latina, donde descubrí una pobreza escandalosa, resultado de estructuras sociales y políticas injustas; una religiosidad popular profunda –que rozaba lo mágico– y ciertos sectores de la Iglesia con un grado elevado de conciencia social. Invitado por el Instituto Pastoral Latinoamericano itinerante, tuve la oportunidad de impartir cursos sobre temas conciliares y pastorales entre 1963 y 1970, en varios países de América Latina.
A partir de 1973 he impartido cursos de pastoral durante los veranos en Estados Unidos. Fui miembro del consejo de dirección de la revista Concilium de 1973 a 1992, y presidí la Asociación Española de Teólogas y Teólogos Juan XXIII de 1980 a 1988. Desde octubre de 1997 soy catedrático emérito de Teología Práctica de la Universidad Pontificia de Salamanca.
Con la colaboración inolvidable de Manuel Useros publicamos Teología de la acción pastoral (Madrid 1968), fruto de nuestras enseñanzas en el Instituto Superior de Pastoral. Entendíamos la teología pastoral como eclesiología dinámica. Me di cuenta de que era necesaria una síntesis entre la teología progresista europea y la teología de la liberación latinoamericana.
Entre 1973 y 1980 me trasladé con dos amigos desde el recinto universitario de Argüelles al barrio de Palomeras, en Vallecas, para vivir de cerca la realidad popular en la Vicaría IV, donde acababa de ser nombrado obispo auxiliar Alberto Iniesta. Fue para mí una nueva toma de contacto con el mundo político, la Iglesia de las bases y la marginalidad social. Experimenté los avatares del Sínodo de Vallecas, en el que participé activamente.
Al comienzo de la década de los noventa publiqué Teología práctica. Teoría y praxis de la acción pastoral (Salamanca 1991), en la perspectiva de la edificación del reino de Dios a la luz neotestamentaria de la praxis de Jesús, en sintonía con la teología de la liberación. Con el apelativo de teología práctica –acuñado por los protestantes desde F. Schleiermacher– pretendí evitar el sello primordialmente clerical que tenía la teología pastoral, ensanchar el campo de su reflexión a la misión de la Iglesia en el mundo, y recoger tanto el halo adquirido por lo práctico como la fascinación que sugería el término praxis. A finales de la década de los noventa di a luz, como complemento a mi teología práctica, La Iglesia. comunidad de creyentes (Salamanca 1999). Recientemente he recogido en Pastoral en devenir. Una mirada desde el Concilio Vaticano II (Madrid 2004) quince artículos míos publicados sobre temas pastorales y litúrgicos en estos últimos cinco años.
Gracias a la decisión conciliar de entender la Iglesia como pueblo de Dios en estado de comunidad, al servicio del mundo, en aras del reino, la teología práctica cobró una nueva dimensión. La relación de la Iglesia con el mundo, sobre todo con el Tercero –el marginado y pobre–, es esencial en la comprensión de la teología práctica, entendida como teología crítica y reflexiva de la praxis liberadora y salvadora de la Iglesia y de los cristianos en el mundo.
La mediación de la teología práctica no es la razón teórica sino la razón práctica. Dicho de otro modo, la teología práctica tiene una finalidad inmediata pastoral, a diferencia de la teología dogmática, cuya finalidad pastoral es remota. La teología práctica es, pues, teología de la praxis (“theologia praxeos”), entendiendo por praxis la acción radical transformadora, liberadora y salvadora, tanto personal como social.
El método de esta Teología Pastoral, basado en la operación ver/juzgar/actuar, es inductivo y genético. De ahí su interdisciplinaridad con algunas ciencias humanas como la sociología, la psicología y la antropología. La teología a secas es teología hacia la praxis (“theologia ad praxis”). Efectivamente, hoy en teología, sobre todo en la teología práctica, se da un mayor peso a la acción o, si se prefiere, al compromiso transformador.
Como conclusión sostengo que teología práctica –que he tratado de perfilar– es reflexión teológica de la acción eclesial, entendida como actualización de la praxis de Jesús por la Iglesia, en la implantación del reino de Dios en la sociedad, mediante la construcción del pueblo de Dios en estado de comunidad cristiana. Dicho de otro modo, es el esfuerzo reflexivo o teórico que hace la Iglesia a través de sus comunidades, con la ayuda de los teólogos, para entender y promover la vida comunitaria cristiana en un mundo más humano, más justo y más solidario.

Campos de reflexión
Básicamente he escrito artículos y libros en torno a cinco campos de reflexión, sobre los que he meditado a menudo. Recientemente publiqué Convicciones y recuerdos (Madrid 2003), donde plasmo mi itinerario humano, pastoral y teológico en medio de tres transiciones por mí vividas: la política, la eclesial y la teológica.
Mi primer campo de reflexión ha sido la parroquia, célula pastoral de vital importancia eclesial, sobre el que reflexioné en 1959, ayudado por las contribuciones de K. Rahner, F.-X. Arnold e Y. Congar. Cuando escribí La parroquia, comunidad eucarística (Madrid 1961) me di cuenta de que los teólogos alemanes y franceses desconocían lo que se había publicado sobre este tema en el otro idioma. Todavía existían las barreras de la posguerra. Pero los teólogos alemanes desde la liturgia y los franceses desde la misión habían llegado a conclusiones semejantes. En 1994 volví sobre el tema en mi libro Para comprender la parroquia (Estella 1994).
El segundo campo ha sido el año litúrgico, guía conductora de los logros del movimiento litúrgico aplicados al pueblo. Precisamente en Austria y Alemania percibí directamente los frutos pastorales del movimiento litúrgico en monasterios, movimientos de juventud y parroquias. Publiqué El año litúrgico (Barcelona 1962), sobre el cual he reflexionado recientemente en tres escritos: El año litúrgico como itinerario pastoral (2000), Las navidades (2001) y La semana santa (2002). Sitúo en este campo tres libros relacionados con el año litúrgico: De domingo a domingo (Santander 1993), Celebraciones de la comunidad (Santander 1996) y Oraciones de acción de gracias (Madrid 1995), este último en colaboración con Luis Maldonado.
Un tercer campo ha sido el catecumenado como proceso de educación de la fe de los adultos, tema que me ayudó a descubrir el profesor J.A. Jungmann. Vi plasmada la iniciación en las experiencias francesas del bautismo de adultos. En dos ocasiones me acerqué a París para conocer de cerca el proceso de iniciación cristiana de adultos convertidos, que se preparaban a su bautismo. Describí este tema en El catecumenado (Madrid 1972) y volví sobre el mismo en Para comprender el catecumenado (Estella 1989).
El cuarto campo es la misión, clave de toda acción pastoral, cuya importancia intuí a la vista de las experiencias francesas de los curas obreros, religiosas en barriadas, conversiones de adultos y parroquias misioneras en los barrios periféricos parisinos, experiencias que conocí a partir de 1955. Decididamente, lo que necesitaba para ser párroco o, en su defecto, consiliario, era una sólida formación pastoral. Plasmé primero la misión en La evangelización, tarea del cristiano (Madrid 1978) y posteriormente en Para comprender la evangelización (Estella 1993).
El quinto campo se relaciona con el mundo de los diccionarios. El primer diccionario de pastoral que apareció en España lo dirigimos Juan José Tamayo y yo, titulado Conceptos fundamentales de pastoral (Madrid 1983), cuyo contenido básico se reeditó con el nombre de Conceptos fundamentales del cristianismo (Madrid 1993). Asimismo dirigí con Tamayo Diccionario abreviado de pastoral (Estella 1988). En los tres casos intervinieron varias docenas de teólogos españoles e hispanoamericanos. Dado el éxito que han tenido los diccionarios, publiqué Diccionario abreviado de liturgia (Estella 2001), y con otros sesenta colegas Nuevo diccionario de pastoral (Madrid 2002).
El curso 1996-1997 fue el último como profesor ordinario de Teología Pastoral o Práctica. Desde octubre de 1997 soy profesor emérito. A lo largo de treinta y siete años de docencia teológica he dirigido unas cuarenta tesis doctorales en torno al mundo de la acción y reflexión pastoral. Es una satisfacción personal ayudar a que nuevos teólogos tomen el relevo, en España o en América Latina, en la Iglesia Católica o en las Iglesias Protestantes, en el Instituto de Pastoral o en otros centros teológicos. Me he propuesto estar al servicio de una teología pastoral como profesor universitario porque he intentado responder a la vocación ministerial que Dios me regaló.

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