Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

¿Jesús resucitó? ¡Claro, como todos!

08-Abril-2007    Juan Luis Herrero del Pozo

Así reza uno de los epígrafes de “Religión sin magia”. Tema delicado donde los haya porque la formulación bíblica de aquella experiencia espiritual pascual de sus discípulas/os de la que arranca el cristianismo (y, por consiguiente, también mi espiritualidad personal), exige ser repensada (¿algo extraño en una cultura tan distinta a aquella?). Lo que intento explicar es, en buena parte, algo ya adquirido en muchas teologías actuales, pero también constituye, creo con toda la cautela de una hipótesis de trabajo, un paso sugestivo adelante. Es Domingo de Pascua y quiero meditar en voz alta el sustrato sistemático de lo que anoche celebré. Y, dada mi parquedad emocional la computadora no es para mí un lugar de efusiones sino de reflexión.

1. En primer lugar, más que la repetición de lo trillado me preocupa que los agnósticos y ateos no se estrellen, una vez más, contra un muro dogmático y su Dios “milagrero” que realizó en Jesús aquel portento de pura sobrenaturalidad sin anclaje en “lo natural”. Para mí -y no es el momento de extenderme en ello- desde el “mito” preñado de sentido de la “creación” todo es natural y humano y “sólo cuanto más humano es más divino”. Lo que no quiere decir que sólo lo empíricamente verificable sea real. Salvo para los materialistas, claro.

2. La realidad de la resurrección de Jesús es real, sin que sea un hecho histórico empíricamente verificable aunque sí espiritualmente posible. Los “testigos” lo formularon - no tenían más remedio en su cultura- bajo el ropaje literario de ‘apariciones’ o visiones físicas. Como experiencia espiritual subjetiva de aquellos seguidores el filósofo J.A. Marina diría que no es universalizable, es decir, no es demostrable, del mismo modo que no lo son las apariciones de Lourdes (¡ni a golpe de milagros, por descontado!). Puede ser plausible y de gran carga vital (’por sus hechos los conoceréis’) pero no fuerzan el asentimiento que siempre se puede suspender.

3. La representación clásica de Jesús resucitado ‘esperando’ a que, al final de los tiempos, todos resucitemos con él tampoco forma parte del núcleo de nuestra apuesta creyente sino de su revestimiento mítico ¿Qué sentido inteligible tendría afirmar que después de la muerte, cuando ha concluído para cada uno el tiempo y se abre la eternidad, todos salvo Jesús habrán de esperar al final de los tiempos, hasta el valle de Josafat? Quien muere ya está en el final de los tiempos. De ahí que la resurreción de cada uno se solapa con su propia muerte: nuestra cotidianeidad ¡está poblada ya de nuestros seres queridos resucitados!

4. Es acrítico y pueril identificar resurrección con revivificación de un cadáver. Nuestros despojos mortales en su materialidad celular pueden pudrirse, ser quemados o acabar en la panza de un pez y éste en el de otro. Todas nuestras células se transforman, es decir, dejan de existir como tales irreversiblemente: ni Dios las puede devolver a la vida que fueron (no hace falta exigir a la fe que el círculo devenga un cuadrado).

5. Por consiguiente, lo de menos es lo del “sepulcro vacío” y que no se podrán encontrar jamás los restos mortales de Jesús. De haber sido sometido al proceso de momificación como un faraón podría en teoría ser encontrado y nuestra creencia cristiana no tendría porqué sufriría menoscabo ¿Qué diablos me importa lo que se dice estos días sobre la tumba del Maestro? ¡Y menos aún si se casó con la Magdalena y tuvieron un vástago!

6. Que Jesús haya resucitado no sería un acontecimiento insólito. Casi todas las culturas han contado con su eventualidad. De ahí no puede depender nuestra fe. Incluso, si se reflexiona sobre la hipótesis que propugno lo de Jesús no tiene porqué ser una excepción milagrosa.

7. No es que resucitemos todos porque Jesús resucitó. Otra cosa es que la experiencia de su resurrección dé SENTIDO Y HONDURA a su muerte y a la nuestra.

8. La hipótesis que manejo en mi libro -por supuesto no empíricamente sino filosóficamente como mejor comprensión de la muerte y del ” más allá”- afirma que la corporeidad, no en su sustrato celular que desaparecerá sin remedio, sino como constitutivo del ser humano- se va ‘trasvasando’ e integrando nuestra dimensión espiritual y es la sustancia de nuestra construcción como persona. Es decir, el cuerpo se va haciendo cada vez más “cuerpo espiritual”, “pneumatikós” (y no precísamente en la comprensión espiritualista tradicional de Pablo de Tarso, si es que fué la suya). La barrera de inteligibilidad de esta hipótesis no es superior al intento de explicación dualista neuronas-mente inteligente, cuerpo-alma, incluso permite reducir lo dual a lo uno (sin entrar en la dialéctica de lo Uno y lo Múltiple que es otro tema ya mencionado en este foro).

9. Sin extenderme más, esta hipótesis me consuela y me aclara la tensa contradicción de la vejez: progresivo e inexorable deterioro físico acompañado (aunque libremente) de un crecimiento como persona. ¿A que más de un viejete lo comparte? Pues eso, la hipótesis es plausible porque da sentido.

En estos momentos ¡están resucitando los pobres que se están muriendo ‘crucificados’!
La muerte no es la ‘última’ palabra. Los verdugos no la tendrán sobre las víctimas por mucho que todos seamos respondables de la ‘penúltima’.

Juan Luis Herrero del Pozo. Domingo de la Pan-Resurrección.

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