Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Es hora de ‘cazar las palabras’

16-Abril-2007    Joan Chittister
    Iniciamos hoy una colaboración con la monja benedictina y gran periodista Hermana Joan Chittister, cuyas columnas en National Catholic Reporter presentaremos aquí quincenalmente para los lectores de lengua española.

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    Es hora de ‘cazar las palabras’

Hay un cuarteto monástico que me fascina. Es el siguiente:

    Yo y Pangur Ban, mi gato,
    tenemos una tarea común:
    a él le gusta cazar ratones,
    yo paso la noche cazando palabras

Lo que más me intriga sobre esta pequeña rima es que la escribió un monje que vivía en Skellig Michael hacia el año 800. Lo que me sorprende no es que la escribiera, sino sus implicaciones, tanto entonces como ahora.

Skellig Michael, una pirámide de roca, puntiaguda como una aguja, sin playas ni praderas en su base, emerge unos 235 m sobre el Océano Atlántico que cubre de espuma sus costados aserrados. Se yergue pelada y prohibitiva, sin un trozo de tierra llana hasta que llegas a un saliente justo debajo de la cima. Allá arriba un grupo de monjes celtas del siglo VI fundaron lo que los historiadores dicen que fue el primer asentamiento monástico de Europa.

Con la intención de vivir en relación directa con Dios y la naturaleza, estos monjes primitivos dejaron la tierra firme para construir cinco ‘colmenas’ -pequeñas celdas cónicas de roca- en la cima de esta montaña. Se alimentaban de la pesca del océano, de unas pocas plantas pequeñas y de miles de pájaros que habitaban junto con ellos aquel lugar inhabitable. Aparentemente, estaban del todo aislados del resto del mundo que les rodeaba.

Lo más sorprendente de Skellig Michael es, quizá, que esta roca pelada está en medio del mar a más de nueve millas de la costa del Condado Kerry, en el suroeste de Irlanda. Para llegar a tierra firme se necesitaba un día de navegación, y eso si el mar estaba suficientemente en calma como para permitirles intentaralo. Para llegar a la cima los monjes cincelaron, a mano, más de 2.300 peldaños de piedra en la pared de la montaña (lo sé porque los he subido yo misma). Allí arriba, donde el fuerte viento puede tirar a una persona al frío mar que está debajo, la vida era dura, fría y remota. Muy remota. Ciertamente aislada. Definitivamente ‘fuera de este mundo’, sin ningún contacto, a contrapelo, en otra escala de tiempo.

No lo creáis.

Los monjes que habitaron este lugar olvidado de Dios, en medio del océano, durante más de 500 años -hasta mediados del siglo XII- escribieron la mayoría de la historia de aquella parte del mundo. Escribieron sobre los terremotos en la Galia, sobre las epidemias de viruela, sobre curas de enfermedades, sobre los pillajes de los vikingos y sobre las sucesivas luchas sociales que ocurrían a muchos cientos de millas de distancia. Ciertamente ‘pasaban la noche cazando palabras’. A pesar de estar físicamente lejos y totalmente separados y, en principio, sin ningún interés en el mundo que les rodeaba, sabían lo que estaba ocurriendo y decidieron alertar al resto del mundo. Contribuyeron al desarrollo de Europa desde un reducto montañoso en el Océano Atlántico.

Moraleja: todos tenemos una responsabilidad sobre el mundo que nos rodea. Nadie está desconectado a menos que decida estarlo.

Y esto nos trae al presente.

Parece que en nuestra historia contemporánea de los Estados Unidos tenemos nuestra propia versión de Skellig Michael. Se llama “La Casa Blanca”. Se yergue sobre un mar de personas que piensan que ella está ahí representando los ideales de este país y de sus habitantes, pero está desconectada y en otra escala de tiempo. Allí, separado del resto del mundo y aislado incluso del suyo propio, un grupo de consejeros que piensan que el país eligió al Rey George I en vez de al Presidente George Bush, trabajan duramente para mantener su aislamiento. Pero ahora sabemos que hay fisuras en el sistema.

Por ejemplo, innumerables políticos –Congresistas y jefes de estado, dos Secretarios de Estado y recientemente su nuevo Secretario de Defensa, Robert Gates (Véase Chanker and Sanger en New York Times, el 23 de marzo)– le han dicho a este presidente que cierre la prisión de la Bahía de Guantánamo. Denominado en lenguaje correcto ‘centro de detención e interrogación’ y mantenido como centro de tortura, sencillamente en Guantanamo todavia hay 385 prisioneros incomunicados despues de 5 años de prisión y este hecho está hacienda mas daño a este país que cualquier otro enemigo hubiera podido hacer.

Situado, en principio, fuera del territorio nacional de Estados Unidos para protegerlo, no sólo ha roto nuestras relaciones públicas con otros países sino también nuestro propio sentido de identidad. Su política de detenciones ilegales, aislamiento, abuso y tortura está haciendo más daño a la reputación, credibilidad y futuro de este país que cualquier otro hecho en la historia de EEUU. Sólo sirve para endurecer la actitud del mundo contra nosotros y para justificar el mismísimo mal que decimos combatir. Desacredita la idea de justicia estadounidense, de moralidad pública, de derechos civiles y del estado de derecho del que pensamos que es uno de los países más morales del mundo. La detención sin cargos es violar los derechos humanos más fundamental que tenemos, aquellos que los padres de la patria consiguieron con tanto esfuerzo.

Y ahora, tras el dictamen de sus propios consejeros y de la opinión pública de que se debe cerrar Guantánamo por esta razón, la Casa Blanca ya lo sabe. Lo que es difícil de entender es, pues, por qué continúan manteniendo abierto este centro.

Pero también es difícil de entender por qué nosotros como país, como poder judicial, como poder legislativo, como pueblo, permitimos que continúe. ¿Qué clase de democracia es esa que no levanta su voz? ¿Es éste el verdadero vacío espiritual que tenemos como nación mientras nos esforzamos por presentarnos como un pueblo espiritual para preservar así una pátina de rectitud moral?

Desde mis fundamentos, la historia de Skellig Michael evidencia claramente esta verdad: nadie es realmente una isla, por mucho que se empeñe en tratar de serlo. Como los monjes en mitad del océano, sencillamente no podemos mantenernos distantes sin decir nada cuando nuestro mundo está siendo sistemáticamente desmantelado en nombre de Dios, por el ejercicio del poder, sin ninguna consideración ni siquiera hacia nuestros mejores ideales. Los monjes se alejaron de la tierra firme para buscar a Dios pero descubrieron que, para ello, también tenían que aceptar su responsabilidad sobre los demás. Nos toca el turno a nosotros, aquí y ahora, de aprender otra vez esta lección y ‘pasar la noche cazando las palabras’ que lo digan con claridad y que lo hagan realidad.

    [La H. Joan Chittister, OSB, peretenece a las Hermanas Benedictinas de Erie, PA, USA. Ella es conferenciante y autora conocida internacionalmente. Directora ejecutiva de Benetvision (benetvision.org). Este artículo se publicó en ncronline.org para la revista National Catholic Reporter . Ha sido traducida por Mertxe Renobales para Atrio.org con permiso de la autora]

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