Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

¿Fidelidad a la Iglesia?

24-Abril-2007    Gonzalo Haya Prats
    Este texto que ha distribuido Eclesalia merece ser conocido y comentado por los lectores de ATRIO. Y como siempre hay quien cree que estos cristianos “progres” son unos ignorantes tengo que decir que Gonzalo Haya es autor del libro L’Esprit, force de l’Église. Sa nature et son activité d’après les Actes des Apôtres, publicado por la editorial Du Cerf (Paris 1975), en la colección “Lectio divina” donde publicaron obras los más prestigiosos exegetas y teólogos: Congar, Cerfaux, Spicq, Jeremias, Dubarle, Dodd, Alonso Schökel…

El cierre de la parroquia de san Carlos Borromeo en Madrid está sacando a la luz dos posiciones: unos apelan a la estructura sacramental y jerárquica de la iglesia: “no hay fe verdadera en Cristo si se prescinde de la iglesia”. Otros apelan, como lo verdaderamente importante, al mensaje de Jesús, “anunciar la buena nueva a los pobres”, y consideran secundario el ritual de los sacramentos y el sometimiento a las decisiones de la jerarquía.

La parroquia de san Carlos Borromeo es la “anécdota” que nos hace reflexionar sobre una situación más extendida y más profunda: ¿Fidelidad a la iglesia? ¿a qué iglesia? Sobre esto quiero reflexionar como cristiano que desea comprender honestamente sus creencias, aunque no tenga toda la erudición de un profesional de la teología o de la exégesis, y lamentablemente tampoco la experiencia de un místico.

Fidelidad ¿a qué iglesia? ¿al pueblo de Dios? ¿a la jerarquía? ¿a la tradición apostólica?

¿Fidelidad a la tradición apostólica?

El mensaje de los apóstoles fue distinto al mensaje de Jesús. Él anunció la llegada del reinado de Dios, la buena nueva a los desprotegidos. Los apóstoles predicaron a Jesús como Mesías y Señor, el Cristo de la fe.

La teología se ha basado más en la tradición apostólica, que en el mensaje de Jesús. Mejor dicho, se ha basado en una parte de la tradición apostólica, no en toda, porque la tradición de Pedro, la de Pablo, la de Santiago y la de Juan, tienen discrepancias importantes.

Más aún, la teología se ha basado en la selección de determinados elementos de cada tradición apostólica –olvidando por ejemplo la escatología inminente- y en la interpretación de esa selección mediante conceptos filosóficos griegos, ajenos a la mentalidad semita de Jesús. ¿Hubiera aceptado el Concilio de Jerusalén que Jesús es de la misma naturaleza que Jahvé, y que en Dios se distinguen tres personas?

Si fuéramos fieles a la tradición de Esteban y de Juan rechazaríamos los templos y propondríamos el culto en espíritu y en verdad.

¿En qué queda la fidelidad a la tradición apostólica?

Fidelidad a Jesús de Nazareth

La teología, y más aún la sensibilidad cristiana, ha vuelto al Jesús histórico. Jon Sobrino es el último exponente de esta tendencia que ha sido amonestado por el Vaticano por no resaltar suficientemente el Cristo postpascual, el Cristo de la fe.

Fidelidad al Jesús histórico. Es difícil saber qué dijo exactamente Jesús porque los relatos de los evangelios están impregnados de la interpretación de sus autores y de las tradiciones e intereses de las comunidades – o iglesias- a las que se dirigían. Por eso no podemos basarnos en una sola frase transmitida por un evangelista, y menos aún si no encaja en el conjunto del mensaje de Jesús. Sin embargo los analistas consideran bastante seguras algunas palabras y relatos transmitidos unánimemente por los tres evangelios sinópticos.

Ahora bien, ser fieles a la actitud de Jesús, exacta y literalmente, significaría mantenernos como él dentro de su religión judía, aunque interpretando en conciencia la centralidad del templo de Jerusalén, las prohibiciones sobre el sábado, sobre los alimentos impuros y otras semejantes. Quizás tendríamos que seguir a los ebionitas de los primeros siglos.

Podríamos pensar que Jesús resucitado descubrió a los apóstoles un nuevo camino, una religión diferente a la judía, con nuevas creencias, ritos y mandamientos: sería el camino de la iglesia, que algunos denominaron cristianismo. Si Jesús hubiera hecho esto, no se explica la divergencia entre Santiago, Pedro y Pablo, por citar solamente las más significativas.

Fidelidad por tanto a Jesús de Nazareth pero fidelidad en espíritu, porque la letra mata.

Fidelidad a Dios

La gran característica de Jesús fue su fidelidad a Dios; a Dios como padre. En la cruz experimenta el fracaso de su vida, se siente como abandonado por Dios, pero continúa religado a Él mediante el acatamiento y el amor.

Felizmente esta fidelidad a Dios es patrimonio común con todas las religiones. El Espíritu sopla donde quiere, y no sabemos adónde va ni de dónde viene.

Nuestra fidelidad a Jesús de Nazareth no se limita a la confianza en el Padre. Su mensaje nos descubre caminos más concretos, especialmente el anuncio de la buena nueva, la predilección por los marginados, la salvación o liberación de los que sufren… Este mensaje no es exclusivo de Jesús, pero presenta características muy concretas.

Fidelidad a la propia conciencia

La fidelidad a Dios que encontramos en Jesús se enraíza profundamente en su conciencia humana, en su experiencia religiosa, en la que siente a Dios como Padre, más allá de la tónica general de los libros sagrados de su religión israelita.

Al leer la Ley y los profetas, la conciencia de Jesús no retiene la insistencia en la cólera del Señor, en los castigos al pueblo infiel, o más aún a los pueblos idólatras que lo rodean. ¡Qué sentiría Jesús al leer que el Señor ordenó acuchillar a los ancianos y a los niños de pecho de los cananeos! Su conciencia no lo ve como el Señor de los ejércitos, ni como la Gloria cegadora del Señor, sino como el padre del hijo pródigo o como el buen pastor.

La fidelidad de Jesús a Dios pasa por su conciencia más aún que por la doctrina o los ritos de su religión judía. Su religión le sirve como materia prima para que su conciencia humana –¡bienaventurados los limpios de corazón!- descubra a Dios como Padre.

Ser fiel a Jesús -fiel en espíritu- significa ser fiel a la propia conciencia, aconsejados, pero no sometidos, por la letra o los ritos de nuestra propia religión.

La conciencia no es una facultad meramente humana. La conciencia es el punto de encuentro, el cordón umbilical que nos une a Dios. La conciencia es sagrada porque Dios se manifiesta en ella, en lo más íntimo del hombre, para no alterar desde fuera la autonomía humana.

La conciencia también es engañosa porque alberga los egoísmos humanos; siempre tergiversa en mayor o menor medida la voz de Dios. Por eso no basta la conciencia; debe limpiarse con un corazón honesto. La conciencia de un cristiano se purifica y se clarifica con los ejemplos y con los libros sagrados de todas las religiones y de todos los hombres de buena voluntad.

La fidelidad a la propia conciencia es el punto de encuentro fraterno también con los agnósticos o ateos de corazón honesto.

¿Reduccionismo?

Con este razonamiento hemos ampliado la comunidad de los hijos de Dios, hemos vuelto al Génesis, a la creación; pero ¿hemos reducido el contenido de esa fidelidad?

Ciertamente hemos variado el contenido, pero no lo hemos reducido. La conciencia es más exigente y más generosa que la ley. Las leyes nos proporcionan una excusa para no ir más allá en la generosidad, una excusa para no estar atentos a la voz de Dios en la conciencia, porque ya sabemos lo que Dios ha dicho. ¿Acaso nos sentimos pecadores porque cada día mueren 4.500 niños por carecer de agua no contaminada? Claro, la ley no nos obliga a hacer nada para remediarlo.

Fidelidad sí a nuestra conciencia, fidelidad a la voz de Dios en Jesús de Nazareth, en las tradiciones cristianas, y en los ejemplos de otras religiones y de los incrédulos de buena voluntad. Esto es lo que honestamente pienso, aunque sé que todo razonamiento es parcial y sesgado.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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