Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

El Evangelio de un “ateo no practicante”

15-Mayo-2007    Pepe Sala
    A Pepe Sala, autor de este artículo, le conocemos todos en ATRIO por su rojerío y su increencia, aunque también por su nietuca. Cuando me contó lo de su hijo Marco le pedí que lo contase a todos, aunque se resistía. Hoy le agradezco que lo haya hecho pues este relato sí que es un verdadero “Evangelio de Vida”, no como el que lanzan algunos obispos para hacer manifestaciones en apoyo de la derecha. AD.

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    EL EVANGELIO DE UN “ATEO NO PRACTICANTE”

    2ª Co,12, 9-10 : Por tanto, de buena gana, me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo… ; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.

    Prv, 28, 27: El que da al pobre no tendrá pobreza; más el que aparta sus ojos tendrá muchas maldiciones.

    1ª Co, 13, 7: (El AMOR) todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

Quien haya sufrido la espera a la puerta de una sala de partos, entenderá, seguramente, lo que quiero decir si afirmo que se desea estar mejor dentro de la sala, sufriendo los dolores de parto, que soportar la inquietante espera. Es “inhumano” mantener en la duda a los nerviosos padres que no dejan de preguntar “¿todo va bien?”.

Si el parto se desarrolla normalmente la inquietud no llega a anidar y los malos presagios no deberían tener lugar fuera del natural nerviosismo del momento. El problema es cuando han pasado más de 23 horas de espera y tanto los médicos como las enfermeras te siguen diciendo: “va todo normal”.

Este es el caso del nacimiento de mi segundo hijo: Marco Antonio. Cuando salió de la sala de partos después de más de 24 horas de espera, iba ensangrentado; le llevaban con unas prisas anormales en una incubadora. La pachorra de los profesionales se había convertido en alocadas carreras para intentar salvar la vida del bebé que ellos mismos habían matado con su pasotismo. Los fórceps, el arrancamiento de su bracito derecho, la chapuza de tanta espera había dado como resultado que el niño se les quedase atascado en el canal de parto y cuando consiguieron sacarlo (con un destrozo impresionante tanto a la madre como al hijo) ya le había faltado oxígeno al cerebro y había nacido clínicamente muerto.

A partir de ese momento la vida de una familia cambia de forma radical. Todos los planes de una pareja joven y dinámica se van al garete. A partir de un hecho así, todo el esfuerzo de la familia se vuelca en un solo sentido: sacar al hijo adelante intentando que los profesionales ayuden en lo posible. Una disculpa del médico no nos parecía suficiente después de lo que le había hecho a nuestro hijo.

Bien, comienza la lucha. Cuando nos entregan al bebé, éste no responde apenas a ningún estímulo: no sabe chupar, no aguanta la cabeza, no responde a los golpecitos que la madre le da en la planta de los pies para ver si reacciona. Es efectivamente, como nos dijeron al entregárnoslo, “un vegetal para toda la vida y sin posibilidad de solución”. El Doctor Prats así lo atestiguó y a ver quien era el guapo que le llevaba la contraria a semejante eminencia del ramo. Bueno, pues el AMOR sí le llevó la contraria a la eminencia y sin ayuda de los profesionales, quienes no nos hacían ni caso cuando leían los informes, tenemos el orgullo de poder decir que Marco Antonio salió adelante y hoy en día es un encantador muchacho de 30 años. Con grandes dificultades, obviamente, que seguimos superando juntos día a día, hora a hora.

Compartiré algunas fases de nuestra lucha, para que si alguien conoce algún caso similar pueda dotarse al menos de ESPERANZA. Qué necesario es tener esperanza.

La lucha, en su fase de bebé y durante toda la niñez, la lideró principalmente la madre. Yo tenía la imperiosa necesidad de traer el sustento a casa y cuando llegaba del trabajo no tenía ni ganas ni energía para ayudar demasiado. Me encontraba a la madre con el niño en brazos intentado descubrirle algún estímulo: “mira Pepe, el niño sonríe”…
Se me caía el alma al suelo y no encontraba la forma de decirle que perdiera la esperanza, que se preparase para lo inevitable… aquella especie de mueca extraña podría ser cualquier cosa menos una sonrisa.
¿Pero cómo descubren las madres la sonrisa de sus hijos? He ahí un dilema que jamás podré comprender. Al poco tiempo, incluso yo veía que la mueca bien podría ser una sonrisa. A los pocos años, Marco Antonio tenía una sonrisa que te derretía de ternura. Hoy en día, la sonrisa “milagro” que descubrió su madre es la característica más hermosa que ilumina la personalidad de nuestro hijo.

La fase de rehabilitación cuando vimos que el niño comenzaba a responder, también le correspondió a la madre principalmente, por los mismos motivos laborales.
Visto que los profesionales no nos ayudaban porque no veían provechoso ningún remedio, amparándose en los informes de doctor Prats que decía bien claro que no había solución, el destino puso en nuestro camino a otra madre. Era fisioterapeuta y tenía un problema similar al nuestro. Nos aconsejó unas tablas de ejercicios que debíamos hacerle diariamente durante dos horas al menos. Preparé una habitación de la casa y aquello parecía la sala de un hospital de rehabilitación. Cuando llegaba del trabajo le hacía la segunda hora de ejercicios, puesto que la madre ya le había hecho la primera. El niño avanzaba… parsimoniosamente, desoladoramente lento; pero avanzaba. Ya comía como un “animal”, en vez de vegetar; del que come bien siempre se puede sacar algo.

A los 6 años comienza a dar los primeros pasos. El estímulo de ver al otro hermano más pequeño que corría como “Speedy González” le tocaba en su orgullo y comenzó a ponerse de pie. Duraba muy poco en posición vertical; pero una chichonera le daba una cierta protección contra los mamporrazos que se daba en su ¿terquedad?
La situación era complicada; si le dejábamos intentar caminar acabaría con la cabeza como un bombo, siempre se golpeaba en el mismo sitio y ya tenía un enorme chichón que nunca se acababa de curar. Había que buscar una solución.
La solución llegó también por el destino. Un parón en la construcción me proporcionó una temporada en el paro obrero. La economía familiar se deterioró bastante (nunca había sido boyante) pero aprovechamos muy bien el tiempo.
Nos fuimos al lado de una playa y montamos una tienda de campaña. Limpié y allané el entorno y allí, Marco Antonio, comenzó a “afianzarse” en la verticalidad y consiguió dar más de 10 pasos sin caerse. Tragó arena como para hacer un chalet; pero al menos ya no se machacaba la cabeza. El agua del mar le fortaleció bastante las piernas y cuando salimos del “camping” improvisado, ya podíamos decir que nuestro hijo caminaría en un futuro. Así ha sido… aunque lo de caminar sea también un poco optimista, él, entre trompicones y balanceos, que hacen echarle mano a quien no lo conoce, sigue haciendo sus cosas sin la compañía del “pelmazo padre” que no le dejaba ni respirar hace unos años, como luego veremos.

Hubo una época en que intentamos darle una solución “espiritual” a nuestro agobiante problema. Comenzamos a acudir a una Iglesia y Marco se dejó imbuir fácilmente del chollo que suponía tener a alguien que resolviera los problemas que le agobiaban. Tenía 16 años y la pubertad había hecho su aparición con todos y cada uno de los problemas característicos de esa edad. En las circunstancias de Marco, es fácil comprender que los problemas fuesen más acentuados. Nos vimos tan superados que acabamos rindiéndonos a la evidencia y volvimos a los profesionales para que nos echaran una mano. Ya estábamos al límite.

Los profesionales le recetaron medicinas, claro. Llevaba una temporada que le daban una especie de ataques que ellos decían epilépticos. Le atiborraron de calmantes y de ¿luminaletas? que le mantenían día y noche como un zombi. Engordó como un cerdo y se retrasó mucho en su psicomotricidad. Nuevamente se nos impuso una gran responsabilidad al tener que tomar una drástica determinación. En casa hubo reunión importante y entre todos decidimos sobre la conveniencia de dejar de medicar a Marco Antonio. La decisión era verdaderamente dramática; si al muchacho le pasaba algo (incluso pensamos en que se podría morir) nuestra conciencia estaría destrozada para toda la vida. Peor de lo que lo estábamos pasando no podría ser. Adelante…

Aprovechamos su FE en Jesucristo y le convencimos de que si era capaz de dejar las pastillas en SU nombre y lo hacía con verdadera fe, no le pasaría nada. Debo confesar que convencí a casi toda la familia de ello… los hermanos no se convencían demasiado; pero la madre lo necesitaba tanto que puso en ello tanta FE como el propio Marco Antonio.

Así pues, un día cualquiera hubo una extraña ceremonia en casa del fontanero. Marco es bastante ceremonioso y como era el “actor principal” le dejamos decidir a él la forma de hacerlo.
Nos reunió a todos alrededor del cubo de la basura. Oró a su manera, con sus propias palabras, no con padrenuestros ni avemarías, y finalizó con gran énfasis: “Señor, en el nombre de tu hijo Jesucristo tiro esta medicina y te pido que no la vuelva a necesitar”.
Con energía tiró dentro del cubo las cajas de pastillas y todos respondimos el preceptivo AMEN.
Han pasado 14 años y no ha vuelto a tomar nada fuera de las inevitables aspirinas para mitigar algún esporádico dolor de cabeza.
Ni que decir tiene que en cuanto se despistó un poco recogimos las pastillas por si las moscas; pero nunca más le han vuelto a hacer falta y nunca le han vuelto a dar los ataques famosos.

Como ya he dicho, la medicina le retrasó enormemente en su motricidad. Se había quedado casi trabado de las piernas y se imponía hacerle ejercicio físico.
El destino, nuevamente, trajo la solución.
Marco ya había finalizado su época de estudios primarios (con apoyo y con enormes controversias en relación a la Comunidad educativa; pero eso sería demasiado largo para contar.) El Instituto que le correspondía por sus especiales características le quedaba a 40 kilómetros de casa. Marco no podía viajar sólo y la madre tenía que atender a los otros hijos. La solución nuevamente se plantea drástica, pero algo sucede que nos ayuda:
AFORTUNADAMENTE sufro un accidente laboral mientras instalo una tubería de gas a unos 8 metros de altura. El accidente es bastante grave y se resolvió con una incapacidad para el desarrollo de mis profesiones: fontanería, calefacción y gas. El proceso duró más de 5 años que aproveché al máximo para atender a mi hijo. Mi esposa tomó el relevo en el mercado laboral y comenzó a ejercer su profesión de cocinera. Le llegó el relevo, tan merecido.

Los tres años que duró el Instituto -primero en Santoña y luego en Santander- le llevaba en mi coche y le esperaba hasta su salida. Aproveché para leer todo lo que caía en mis manos (incluida la Biblia.) Hacía trabajos a escondidas para ayudar a la economía familiar; pero mi principal cometido consistía en acompañar a Marco por las mañanas al Instituto y hacerle caminar por la playa todas las tardes. Lloviera, tronara, nevara o hiciera sol, Marco Antonio y su padre caminaban unos kilómetros por la playa. Comenzamos por poco; pero viendo los grandes resultados que se obtenían para ambos cada vez nos animábamos más y puedo asegurar que al año hacíamos más de 12 kilómetros diarios a un buen ritmo.
Al principio se caía mucho; pero poco importaba. Yo también estaba muy torpe pues me estaba rehabilitando del accidente y casi agradecía que me diera el respiro mientras se levantaba. Él sólo, nunca le ayudaba a levantarse.
Luego comenzó a trompicarse; pero ya no se caía. Salía corriendo de una forma estrambótica pero conseguía mantenerse en pie. La enseñanza de esta circunstancia era algo que le hacía reír mucho: “Venga, Marco, que tropezar y no caer es adelantar terreno”.
Pasado algún tiempo y ya bastante afianzados los dos, le pregunte un día mientras caminábamos, pues a veces se solía poner pesado con el agradecimiento por acompañarle: “Vamos a ver, Marco, ¿Quién está ayudando a quién? ¿Tú crees que si yo no viniese contigo me hubiera curado la pierna como lo he hecho? Déjate de dar gracias, que tanto me has ayudado tú a mí como yo a ti.”
Seguramente quedó convencido, puesto que ya no me dio más el coñazo con las gracias. Me dejaba desarmado y me ponía en un aprieto.

Hay tantas anécdotas en nuestra experiencia con Marco que llenaría un tomo bien gordo; pero tampoco es cuestión de saturar al personal con asuntos privados que si los publico en esta ocasión es por el mero hecho de poderle ser útil a alguien que se vea un tan dramática situación. De las peores situaciones se puede (y se debe por sanidad mental) sacar algo positivo.

Lo positivo de nuestra experiencia es que Marco Antonio es un muchacho encantador que trata de llevar su vida con la mayor independencia que le es posible y que es un ejemplo de TESÓN para todos los que le rodeamos. Positivo es también que si alguien se siente necesitado de ayuda podamos entregarle todo lo que esté en nuestras manos; puesto que ello redundará en nuestro beneficio. Positivo es darse cuanta de que un barco puede navegar perfectamente con un mástil torcido, pero firme y resistente donde los demás marineros podamos amarrar nuestra velas cuando azota el huracán. Y paradójicamente, lo mismo que cuando caminábamos por la playa no sabíamos bien quién ayudaba a quién, hoy en día tampoco tenemos claro de si somos nosotros quienes ayudamos a Marco en su vida diaria o es él el que nos ayuda a mantener el rumbo.
Prueben a responder a este dilema quienes tienen una vida dedicada a ayudar a los demás.
Jomis.

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