Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Una lección de diálogo

18-Mayo-2007    Joan Chittister

“Un verdadero cristiano reza -escribió Karl Barth- con la Biblia en una mano y el periódico en la otra”. Nunca he podido olvidar esa imagen. Hay algo en esta idea que es verdad. Después de todo, si lo que aprendemos en las Escrituras sobre la mente de Dios y el corazón de Jesús no tiene nada que ver con nuestra forma de vida, entonces la vida espiritual es, en el mejor de los casos, un ejercicio diseñado para convertir a Dios en una devoción privada.

Sin embargo, el problema está claro: la tentación consiste en quedarse enganchado en uno de estos elementos de la vida cristiana excluyendo el otro -las Escrituras excluyendo el periódico, o el periódico excluyendo las Escrituras. Pero es obvio que si quieres conocer el estado de la cultura en la que vives -así como la tarea espiritual del momento- tienes que leer el periódico. Esta semana, por ejemplo, tres noticias del periódico me han hecho pensar.

El primer titular de la agencia de noticias Reuters recogido por el informativo ‘Catholic Media Report’ del 9 de mayo decía: “El Papa advierte a los políticos católicos que apoyan el aborto”. El segundo titular, de la misma fuente, citando la edición online del diario británico The Independent decía: “La mortalidad infantil en Irak se dispara al pagar los niños el precio de la guerra”. El tercero aparecía en el Washington Post del 9 de mayo y decía: “Para Bush la bienvenida fue menos bien venida”.

La primera noticia trata de la reciente afirmación del Papa Benedicto que los políticos que voten a favor de la legalización del aborto deben considerarse excomulgados y no podrán recibir la Eucaristía, por muy sinceros que sean en sus esfuerzos para eliminar el aborto por cualquier otro medio. La segunda noticia también trata de proteger la vida de los niños. Pero esta noticia es sobre los cientos de miles de niños que han muerto en Irak como resultado directo de las 2 Guerras del Golfo emprendidas por Estados Unidos contra ese país desde 1990. Sin embargo, esta noticia no transmite amenaza de ningún tipo de consecuencias morales, ni siquiera insinúa que se pudiera estar contemplando esta postura.

Estas dos noticias, en otras palabras, marcan la línea de división de la moral católica de si misma. Por una parte los valores morales se definen como vida sexual. Tratan de la anticoncepción, el aborto, la homosexualidad, la eutanasia, y son absolutos por donde quiera que se les mire.

Por otra parte, también preocupa el derecho a la vida, pero lo considera desde la perspectiva de un amplio espectro de cuestiones de justicia social: desde el efecto sobre toda vida de la guerra preventiva, por ejemplo, o de las armas nucleares, o la pobreza, o la inmigración, o la ecología, o los derechos civiles o la pena de muerte.

A un lado está la posición ‘firme’ que argumenta que los valores del país, los que todos dimos por supuestos antes de la presente revolución científica y todas las nuevas cuestiones sobre la vida que nos ha planteado, no se deben alterar. En realidad se deben mantener cualquiera que sea el coste para otras cuestiones.

Al otro lado están aquellos cuyas preguntas sobre la vida son más globales que personales, más públicas que privadas. Basan sus argumentos en los grandes documentos de la doctrina social católica y suponen que la justicia es la esencia de la moralidad personal.

Ambas posturas son muy, muy católicas. Una no puede excluir a la otra. Quizá esta es la razón por la que tenemos que escuchar la tercera noticia y considerar si tanto las Escrituras como la sociedad deben unirse en nuestra época.

Esta tercera noticia es sobre una pequeña universidad benedictina en Latrobe (Pennsilvania) que, gracias al hecho de que su nuevo rector fue director de la Oficina de la Casa Blanca de Bush para Iniciativas de la Comunidad y Religiosas (ver la Nota al final), consiguieron invitar al presidente de los Estados Unidos para que pronunciara el discurso en la ceremonia de graduación de los alumnos. No es ninguna tontería.

Lo hicieron, dicen, para resaltar una pequeña universidad que vive a la sombra de algunas de las grandes universidades del país: Pitt, Duquesne, Carlow, Carnegie-Mellon y otras muchas. Y salió bien. Consiguieron llamar la atención.

La cuestión de si el Presidente Bush representaba -o no- los ideales católicos de la universidad y debía, por tanto, ser el conferenciante de la graduación empezó a eclipsar la graduación misma. La enorme división que esta cuestión originó podría haber debilitado a otras muchas instituciones. En cambio, hemos recibido una lección sobre cómo tratar la disensión en un momento en el que la disensión y la división son la esencia de nuestro tiempo.
En este caso, la comunidad benedictina de la Archiabadía de San Vicente, en lugar de cancelar la invitación al conferenciante o reprimir a los que disentían, mantuvo un intercambio de opiniones sobre las implicaciones del suceso. Celebraron reuniones de profesores, foros de alumnos y debates públicos. Grupos de pacificistas -incluyendo otras comunidades religiosas y las mismas hermanas benedictinas- organizaron vigilias y manifestaciones en la universidad para recordar a la comunidad universitaria y al país todos esos otros valores católicos que, como argumentan, no se están teniendo en cuenta o están siendo perjudicados por las políticas del Gobierno de Bush. Y entonces los profesores funcionarios, tanto religiosos como laicos, que no estaban de acuerdo con al invitación escribieron una carta abierta al Presidente Bush -el tema de la tercera noticia- exponiendo sus reservas sobre la oportunidad de haberle elegido como conferenciante para la graduación.
Es en esta carta en la que el resto del mundo percibe un claro esquema de cómo tratar las diferencias en un momento de confusión social y posturas equiparables encontradas sobre cuestiones cruciales. Dejaron muy claros estos tres puntos:

Primero, “en el espíritu de la hospitalidad benedictina,” le daban la bienvenida con la esperanza de que su visita fuera “calurosa, interesante y esclarecedora“, añadiendo, “de la misma manera que le damos la bienvenida, tenemos la oportunidad de dársela a aquellos que protestan por su visita”.

Segundo: indicaron que esta “visita nos brinda a nosotros mismos la oportunidad y la obligación de ser testigos”. A continuación, citando principios de la enseñanza social católica, expresaban su desacuerdo con la guerra preventiva en Irak, las políticas medioambientales que amenazan el bienestar del planeta, las políticas económicas que favorecen “a los ricos y poderosos” en perjuicio de los pobres, y el cultivo del miedo que envenena las discusiones públicas en los Estados Unidos.

Finalmente, terminaban la carta con el mismo espíritu de bienvenida y honradez del comienzo. Escribían, siguiendo el compromiso benedictino de conversión, “de la misma manera que [en esta universidad] se han graduado generaciones de hombres y mujeres comprometidos con la paz, la preocupación [social], la comunidad, el cuidado del medioambiente y la hospitalidad, rezamos para que su visita con esta promoción de alumnos vuelva su corazón hacia estos mismos valores”. Convirtieron este incidente en una demostración de interés y preocupación en vez de ser sencillamente un ejemplo más de represión.

Desde mi punto de vista, en un momento en el que cada vez es más frecuente que la iglesia aparte a algunos conferenciantes de los escenarios siguiendo una política de fijarse sólo en una cuestión en lugar de debatir esa cuestión, todos debiéramos aprender de la manera en que esta comunidad ha resuelto esta situación. Y sabremos si realmente lo han tomado en serio si el año que viene invitan a John Kerry, o mejor aún a Hillary Clinton, a pronunciar la conferencia del acto de graduación.

*NOTA:
Según la descripción de la Wikipedia, la Oficina de la Casa Blanca para Iniciativas de la Comunidad y Basadas en la Fe (término que se traduciría al castellano como ‘religiosas’ pero en EE UU este adjetivo sería políticamente incorrecto ya que la separación entre la(s) iglesia(s) y el estado está garantizada por la Constitución) fue creada por el Presidente George W. Bush en 2001 y representa una de las políticas domésticas claves de la promesa de su campaña electoral sobre ‘conservadurismo compasivo’, término que se refiere a la utilización de procedimientos conservadores para mejorar las prestaciones sociales. Esta oficina reparte fondos a organizaciones ‘basadas en la fe’ (es decir, ‘religiosas’). Los fondos no se pueden utilizar para nada relacionado con el culto, la oración, servicios religiosos de ningún tipo, o actividades de instrucción en la fe correspondiente. La controversia está servida. La página web de esta Oficina es http://www.whitehouse.gov/government/fbci/

    [La H. Joan Chittister, OSB, pertenece a las Hermanas Benedictinas de Erie, PA, USA. Ella es conferenciante y autora conocida internacionalmente. Directora ejecutiva de Benetvision (benetvision.org). Este artículo se publicó en ncronline.org para la revista National Catholic Reporter . Ha sido traducida por MR para Atrio.org con permiso de la autora]

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