Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Algo especial y misterioso…

22-Mayo-2007    Juan Luis Herrero del Pozo
    En los recientes debates con fondo político que se han desarrollado últimamente en ATRIO, más de uno ha pedido a Juan Luis que se aclarara. En otra ocasión le pidieron que explicara qué es el comunitarismo. Hoy o hace, con una extensión que podrá ser excesiva para Internet pero con una cleridad que muchos agradecerán.

    Algo especial y misterioso…: tensión dialéctica entre individuo y sociedad
    Mil ‘egos’ no engendran una solidaridad.
    Una solidaridad planificada por decreto destruye la persona.

Este doble aforismo pretende formular la tensión dialéctica en la articulación individuo-sociedad. Hay algo especial y misterioso en esta tensión que inclina históricamente hacia un extremo u otro impidiendo la armonía, sacrificando el individuo a la sociedad o a la inversa. Es un problema de fondo que obliga a analizarlo desde una base antropológica mínimamente ajustada para que resulte inteligible, razonable y permita después una articulación operativa satisfactoria. Parece necesario superar, al menos en principio, la oposición entre capitalismo y socialismo, porque es en el ámbito de la política socioeconómica donde parece más urgente plantear correctamente la tensión entre individuo y bien común.
A estos efectos de clarificación antropológica intentaré situar en contraste el punto de arranque de la doble opción antitética de capitalismo y socialismo a que apunta el aforismo del comienzo de estas líneas: mil ‘egos’ no generan una solidaridad y una solidaridad planificada por decreto lamina a las personas. El contraste del aforismo apunta a lo más definitorio de la derecha y de la izquierda (por usar una denominación cómoda que sólo alude a la posición geográfica en un parlamento). En un segundo momento intentaré reducir el enfrentamiento a dialéctica. Luego buscaré superar la dialéctica en una armonización ulterior, si es posible

I. Un SOCIALISMO DESVIRTUADO.

En el ideario socialista se lee algo que impresiona y atrae: “que cada uno aporte según sus posibilidades y reciba según sus necesidades”. Parecería un aforismo bíblico y, desde luego, nada tiene que ver con ese materialismo craso que se achaca al marxismo. Sin embargo, es poco operativo. Porque ¿qué instancia o sujeto realiza la asignación de lo uno y de lo otro, de las posibilidades y de las necesidades? En este punto fue, al parecer, donde el socialismo ideal inició la malformación que cuajó en el llamado “socialismo real”, antidemocrático, de la Unión de Repúblicas Soviéticas y de tantos otros regímenes. Partiendo de una situación de explotación de clases originada, sin lugar a dudas, por el sistema capitalista los regímenes socialistas entendieron que sólo poniendo las riendas de la sociedad en manos de la clase explotada, la obrera, se compensaría la balanza y se restablecería la justicia. (Hasta que se llegara a la etapa final de superación de las clases, claro está). En principio, la pretensión era democrática supuesto que el poder real era devuelto al pueblo. En la realidad, fue el Estado y, en su nombre, el Partido quien asumió plenos poderes. El pueblo queda dispensado de casi toda participación ciudadana y el Estado controla y planifica todos los ámbitos de la sociedad, en especial la propiedad y dirección de la economía. Se impone una planificación omnímoda en detrimento de la iniciativa individual que queda reducida a la nada, recortados drásticamente derechos y libertades. El Estado, en nombre del bien colectivo, desplaza a los sujetos individuales que quedan sacrificados a la colectividad gestionada en exclusiva por la burocracia del Partido. Tal deriva colectivista se carga de una tacada o reduce a mínimos la participación ciudadana real, es decir, la democracia y el aliciente del trabajo individual inherente a la iniciativa privada. Por cercenar los abusos del ego-ismo, se aherroja todo ‘ego’. La dialéctica entre colectividad e individuo se suprime en beneficio, a la postre incierto, de la primera. Todos conocemos las consecuencias. Quedan recortados por lo sano los derechos individuales más legítimos sin opción a su armonización democrática y, como desajuste inducido, la planificación total se manifiesta ineficaz al quedar cercenada la iniciativa privada. Al cabo del tiempo y de tanto sufrimiento se derrumba el coloso. Para entonces había apuntado un movimiento hacia el socialismo democrático, salvo en países como China en que ni se recupera la democracia ni se salva la esencia del socialismo al pervivir una economía capitalista de estado.

II El PERVERSO CAPITALISMO.

En el extremo opuesto recordemos el aforismo, ‘mil ‘egos’ no alumbran justicia y solidaridad. Hace 250 años se dijo: que cada uno persiga su interés personal porque ello dará lugar al bien general. Éste sería, matemáticamente hablando, la suma total de los parciales. Demasiado ingenuo, conocida la condición humana proclive al lucro sin medida. El propio A. Smith reconoció la necesidad de un arbitraje corrector que atribuyó a la capacidad moderadora de la ‘mano invisible’ del mercado, conforme a su mecanismo básico de oferta y demanda regulándose mutuamente. La ‘mano invisible’, sin embargo, suena a magia y el librecambio acaba siendo idolatría. Porque la libertad total de mercado –que además se acomoda a los intereses de los poderosos- lejos de aportar equilibrio deja rienda suelta a la ambición incontrolada, al más desenfrenado individualismo, a la ley de la jungla que es dominio del más fuerte. La experiencia histórica lo ha evidenciado. El afán de lucro ha propiciado la iniciativa privada, ha favorecido la producción de bienes –y esto es excelente- aunque sea creando necesidades ficticias –que no lo es tanto- induciendo a un consumo insostenible y, en cualquier caso, ha viciado radicalmente la distribución. El capitalismo adquirió rostro más humano en la fórmula keynesiana que reconocía la necesidad de la intervención estatal para asegurar los servicios públicos y equilibrar el conjunto. Al final, sin resolver el problema más clamoroso (los países del Sur seguían explotados), resultó efímera porque los más poderosos, las transnacionales, retomaron las riendas del mundo y rebrotó el capitalismo más salvaje, el neoliberalismo actual, enemigo de cualquier traba y de toda intervención y control del estado: ‘cuanto menos estado…mejor”. Salvo en la salvaguarda de sus intereses, “seguridad nacional”, orden público e intervencionismo armado.
Parece como si la opulencia de unas minorías se asentase en desigualdades crecientes hasta la configuración de una sociedad cada día más injusta y cruel: la codicia de unos pocos privilegiados necesita y provoca la pobreza de la mayoría. Un libre mercado en manos de los grandes poderes económicos no genera por sí sólo solidaridad. El individualismo, la libertad omnímoda del ‘ego’ cierran la posibilidad de alcanzar el bien común. La dialéctica entre el ‘yo’ y el ‘nosotros’ se rompe en perjuicio de ambos polos. El bien de unos pocos pervierte el bien de la totalidad pero, en el extremo opuesto, la colectividad no respetuosa del individuo lo anula (el socialismo totalitario). Alguna clave importante falla en la preservación de la dialéctica individuo-sociedad. Y como el malentendido se mantiene, los mejores se desconciertan y consideran inevitable el libre juego de la ‘competitividad’: no se ha encontrado nada mejor, el resto es utopía.

III. TENSION DIALÉCTICA INDIVIDUO/SOCIEDAD.

En múltiples ámbitos la realidad es tan rica en aspectos y contrastes que parecen anularse unos a otros. Por eso se puede decir que la realidad profunda, por ejemplo la realidad humana, es misteriosa y a nuestra inteligencia le es difícil tener sobre ella una visión abarcante y equilibrada. La consecuencia es que la forma de respetar ese carácter tan denso y misterioso de lo real -muy especialmente en el ámbito de lo humano, sobre todo lo religioso- se logra mediante enunciados dialécticos que consisten en mantener simultáneamente aspectos contrarios en apariencia: Dios distinto pero no distante, máximo presente y gran ausente, gracia y libertad, monismo y dualismo, Uno y Múltiple… La dialéctica es la expresión de lo misterioso y lo misterioso no sólo es lo numinoso sino también el ser humano en sí mismo y para los demás. Por eso mismo no tiene nada de extraño que presente dificultad la articulación del ‘yo’ y del ‘nosotros’, el ‘ego’ y el ‘alter’, el individuo y el grupo, los derechos individuales y el bien general. La tensión dialéctica busca no eliminar ninguno de los extremos sino más bien afirmarlos siempre por muy laboriosa que resulte su articulación. No aparece a primera vista su armonía pero no se renuncia a conciliarlos o reconciliarlos. (De la pareja humana se ha dicho bellamente “aceptarse diferentes para encontrarse complementarios”). En lo concreto serán inevitables los tanteos, las aproximaciones. No quedan siquiera excluidos exageraciones o desaciertos. Pero siempre se impondrá corregir el rumbo en busca del equilibrio. En este planteamiento es clara la necesidad de partir de alguna clave armonizadora, de algún buen principio como punto de arranque. Sin ello, en lo concreto operativo, la oposición y lucha están cantadas de antemano con la consiguiente eliminación de alguno de los elementos en liza. Evitar un vicio de principio es la mejor praxis.
En nuestro tema, se intuye la especialísima (sagrada) dignidad de la persona en virtud de la cual nunca podrá quedar rebajada a simple número o mera unidad en la suma, ni prestarse a ser manipulada como ‘medio’ para construir la totalidad. La dignidad de la persona individual reviste un innegable carácter de absoluto que obliga a ser preservado en cualquier articulación con el bien común. Durante siglos el pensamiento occidental, desde Boecio, pensó la persona como ‘natura individualis TOTA IN SE” (individualidad perfecta y acabada EN SÍ misma). Me temo que la influencia de este pensamiento contaminó ‘in nuce’ toda reflexión posterior sobre los ámbitos de realización de lo personal. La radicalidad del EN SI más que definir lo específico personal lo limitaba y cerraba sobre sí mismo. Ni siquiera sugería una fisura y aún menos un punto de apoyo para la apertura a LOS DEMÁS. Pero dado que la compañía y convivencia entre humanos es un dato tan radical e inevitable como el ‘en sí’ de la persona, queda desbordada la categoría de dato para alcanzar la de principio constitutivo: es ininteligible la existencia cósmica de un ser personal único y solo. Por eso mismo mientras se entienda la persona como un ‘en sí’ en medio de otros, se obtendrá una MULTITUD, no una COMUNIDAD y lo máximo alcanzable en las relaciones mutuas será un ‘pacto de no agresión’ para evitar despedazarse como en la jungla –que es lo que está ocurriendo en el planeta. No se podrá hablar de reconocimiento de una armonía, de una COMUNIÓN al menos como horizonte utópico. El ‘pacto de no agresión’ –lo máximo que alcanzan los presupuestos arriba indicados- buscará ser completado, como aceite en los rudos engranajes- mediante algún pegote ‘sobrenaturalista’… La Iglesia apelará a la caridad mientras que el Estado dirá que el gasto social es asunto de las ONG. Sobre el basamento inconsciente de la persona cerrada ‘IN SE’ no hay pie para otra ordenación estructural. Por eso es imprescindible –conceptualmente hablando- subsanar el punto de partida para evitar deslizarse por el callejón sin salida que consiste en que todo lo que concedemos al ‘yo’ parece ir en menoscabo de lo común y cuanto más potenciamos lo colectivo más perjudicamos lo individual.

En mi reflexión personal a lo largo de la vida consideré precioso hallazgo el pensamiento denominado PERSONALISMO. No porque descubriera alguna varita mágica para soslayar los conflictos que nos ocupan sino porque permitía plantear en forma dialéctica la ‘conciliatio oppositorum’ para que no nazca teóricamente viciada la labor política, que hartos escollos encontrará su operativización práctica.
La praxis psicológica en su condición de antropología aplicada, ratifica el pensamiento personalista. Para la psicología la persona que falla en sus relaciones con los demás se deteriora en sí misma, hasta la alienación (dejar se ser uno mismo). Y si no ha existido una mínima convivencia interpersonal desde el comienzo, tal como se descubrió en el niño lobo del bosque de Versalles (y en varios otros como el que narra, como conocido personalmente, mi amigo X. Pikaza en Galicia) el ser humano afectado no se despliega como persona.
Por tanto parece un dato antropológico indiscutible que lo más denso y consistente del EN SÍ de la naturaleza humana individual (natura individualis tota in se) implica intrínsecamente la ‘relación sustancial a LOS OTROS (‘ad alios’)’. La ‘yoidad’ implica la ‘alteridad’, ‘ego’/’alter ego’. La persona es esencialmente RELACIONAL y, consiguientemente, sólo se construye a sí misma en la apertura relacional sana con las otras personas. La praxis operativa no será fácil: dentro de la propia persona existirá la tensión entre el ‘ego’ que tiende a cerrarse en ego-ísmo y un correcto ego-centrismo (todo ser humano es un centro de dignidad, no un medio para un fin colectivo). Es más, como se percibe de inmediato, ninguna sociedad se construye como simple adición, ni menos lucha, de individuos sino como RED PERSONALIZANTE de seres complementarios.
Esta reflexión indica dónde se asienta la necesidad del ‘ego’, de la privacidad, de la iniciativa y del aliciente personal con los que cualquier socialismo democrático habrá de contar salvo perversión y fracaso. Pero con igual perentoriedad se evidencia que todo individuo necesita consentir, por su propio bien auténtico, el condicionamiento, incluso control de su libertad por los demás. LOS DERECHOS INDIVIDUALES –dije en otro texto- no son tales CON ANTERIORIDAD O INDEPENDENCIA DEL BIEN COLECTIVO. En principio son complementarios, sólo el egoísmo individual o el desprecio de la dignidad humana los transforma en antagónicos. Nadie me hará decir que su articulación concreta será proyecto fácil (la vejez se presta mal a la ingenuidad). Igualmente nadie me podrá convencer de que los mecanismos puestos en marcha para tal articulación, es decir, las leyes económico-sociales, haya de ser a semejanza de las leyes naturales, ni independientes de un proyecto político ético. Un ministro de economía además de buen técnico precisa ser… permítanseme los conceptos, filósofo ético y artista. Y si articula mal las leyes económicas seguirá siendo un neoliberal aunque por tradición de partido o por conciencia personal preserve unos mínimos en los derechos de los marginales de la sociedad. Como mucho un socialista neoliberal me parecerá ‘mal menor’ en comparación del ‘mal mayor’ del neoliberalismo o capitalismo salvaje, promovido o simplemente consentido.
No me desdigo, pues, de viejas convicciones –que considero argumentadas-: el capitalismo es, no ya en su realidad histórica, sino en sus fundamentos ideológicos, es decir, en su esencia en virtud de su concepción egoísta, mercantilista y meramente competitiva del bien particular (la ‘mano invisible’ del libre mercado como clave de bóveda), el capitalismo es, digo, intrínsecamente perverso, mientras que el socialismo originado en la ilustración es, por esencia, democrático, con raíces en la revolución jesuánica y, por ello, es por lo menos ‘bautizable’. Con lo cual no está todo dicho: el aporte de la mejor tradición cristiana (la peor ha sido la prevalente en la historia de las colonizaciones de todo signo y del maridaje trono-altar y jerarquía-derecha) tiene, a mi entender algo más que explicitar adecuadamente. Vaya mi modesta contribución.

IV LA DENSIDAD TRASCENDENTE DE TODA PERSONA

La persona no se construye como realidad ‘EN SI’ sino es en la ‘RELACIÓN A LOS OTROS’, hemos visto como principio antropológico validado en la psicología clínica. El ego-centrismo se modula en la alteridad. ¿Se puede dar un paso más? ¿dónde se fundamentaría este principio? ¿Cuál es el punto de apoyo para la construcción justa y solidaria de la persona? ¿Dónde encuentra el solipsismo del ‘ego’ una clave de apertura a la alteridad y a la comunión? ¿Por qué Jesús, en la línea de los grandes profetas de Israel y superando los límites de la Ley, lee la historia y busca construir comunidad humana desde los de abajo, los marginales por la Ley y por el Dinero, los pobres? ¿Por qué para Jesús la presencia del Reino se manifiesta en que ‘a los pobres es anunciada la Buena Noticia (evangelio) de su liberación’? ¿Cómo es espuria una fe en el Dios que no vemos si no lo descubrimos en el prójimo que vemos (san Juan)? ¿Cómo Francisco de Asís fue ayer postergado y corregido y hoy lo es la Teología de la Liberación por quienes distinguen separando evangelización y promoción humana, Reino y ‘otro mundo posible’? ¿Por qué La Aparecida está a punto de borrar y anular Medellín? ¿Por qué el conservadurismo católico simpatiza con Ratzinger y Busch mientras sospecha de los obispos Romero, Angelelli, Casaldáliga y de los teólogos Sobrino y Castillo? Las preguntas se matizan unas a otras pero resultan sospechosamente complementarias. Vuelvo a la pregunta inicial: ¿Cómo el solipsismo del ‘ego’ se abre a la alteridad justa y solidaria más allá de pegotes caritativos que ni siquiera son Caridad?
La respuesta me parece ser la siguiente: la apertura al otro, al hermano, es el ÚNICO SALTO A LA TRASCENDENCIA (la fe jesuánica, no la fe en una imposible y superflua revelación) y lo es porque no parece inteligible la superación del solipsismo egocentrado si no es el propio Trascendente quien nos atrae desde ‘el otro’, no conceptual y explícitamente sino por la fuerza de la realidad vivida. Creo que ésta es la base de la ética universal fundada en la regla de oro del amor. La presencia del Trascendente en la apertura al hermano no es conceptualmente manifiesta pero lo es vitalmente.
El ‘yo’ es percibido por cada uno como un cierto absoluto inevitable: no podemos impedir el referir todo a él. Obsérvese cada uno cómo en cualquier conversación cada cual se vive como el centro y se precisa de bastante sentido común y cortesía para no caer en el ridículo de un egocentrismo ingenuo. El propio santo Tomás así lo consideraba al decir que no amaríamos a Dios si no fuese NUESTRO bien. No hay nada de extraño en ello, es simplemente la conciencia vivida de la propia identidad. La realidad de la DIGNIDAD de toda persona por la que nadie puede ser tratado como medio o instrumento es la traducción vital –no conceptual- de una radicalidad: el enraizamiento de su sentido e íntima consistencia en el mismísimo Absoluto trascendente. Sólo, pues, la llamada secreta del mismo Trascendente que habita igualmente en ‘el otro’, en el que llamamos prójimo o, con más justeza aún, hermano explica el rebasamiento del solipsismo para interesarnos por él como por otro yo. Algo así intuyeron los seguidores de Jesús cuando afirmaron que el pan que dábamos al hermano se lo dábamos a él por la secreta identidad de ambos: no, pues, en el sentido débil de que ello era COMO SI se lo diéramos a él. Por eso esta solidaridad (de ‘solidum’) profunda es lo más SÓLIDO por lo que nos definiremos ética y vitalmente en aquel fresco grandioso del llamado ‘juicio de las naciones’ (Mateo 25). Si esto, por hipótesis, va a suceder así, el agnóstico o el ateo tendría motivos para extrañarse (“¿cuándo te vimos tener hambre…?) mas no se sentiría colonizado espiritualmente sino que caería sencillamente en la cuenta de su profunda dignidad, la de estar habitado por el Trascendente sin saberlo.
En el peor de los casos, el de una caída en la nada por la muerte, el ‘error’ creyente no habrá constituido un estorbo ni una superstición porque nos habrá ayudado a vivir con sentido la entrega a los demás. Tal vez habremos vivido una inutilidad misteriosa. Pero entre el misterio y la nada –según la alternativa de Pascal- algunos habríamos apostado por el misterio; no por el misterio vacuo del opio o la huída sino por el de la densificación y sentido máximos de la historia mediante la identificación del Trascendente con los que menos cuentan. Y si no nos hemos equivocado no será menor nuestro gozo en el encuentro con quienes más modestamente simplemente habrán actuado justa y solidariamente en fidelidad al absoluto de su conciencia.
En resumen: ¿hay algo tan potente como para no encerrarnos en el apego instintivo del ‘ego’? Sí, la llamada secreta de la Trascendencia encarnada en todo ser humano.

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Mi planteamiento ha sido teórico o, más bien, desde los principios porque entiendo que la mejor práctica es un buen principio y que mantener viva la utopía es, cuando menos, una brújula en el camino. Los principios no dan soluciones operativas –para eso está la política práctica- pero previenen y juzgan los falsos planteamientos que, según la evidencia histórica del des-orden económico actual desembocan en el desastre humano y ecológico. Sin pretender convencer a nadie, tal vez haya clarificado a alguno. Herrero.pozo@telefonica.net Logroño 21 mayo 07

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