Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Savater nos ha cuestionado

23-Mayo-2007    José Ignacio Calleja

Por qué reaccionamos o no contra una ideología totalitaria, me lo he preguntado muchas veces. Yo tenía 18 años cuando sentí a mi alrededor las primeras críticas, las de verdad, sobre el régimen franquista. Era 1970. ¿De qué depende una u otra reacción? Pienso que es muy importante la valía intelectual y moral de los maestros que te muestran la barbarie. Los necesitamos.

Viene a mi memoria todo esto, con ocasión del artículo-denuncia de Fernando Savater, “La casa tomada”, en El Correo (20 de Mayo de 2007), cuya publicación, al parecer, desestimó el diario El País. Y viene porque considero que Savater nos pone a los vascos, sobre todo a los vascos, frente a la pregunta de si hemos callado y vamos a callar ante el “nacionalismo obligatorio” que “ETA y adláteres” nos imponen. Adelanto ya que lo de “adláteres” es demasiado impreciso en cuanto al sujeto moral del que hablamos y al que acusamos de inmoralidad absoluta. No se puede ser impreciso cuando se denuncia una inmoralidad absoluta de alguien. Muchos, pocos o todos, pero hay que precisarlo más. Ya sé que es un artículo de opinión, pero la denuncia que contiene no es leve o ingenua. Por eso debió precisar más. En caso contrario, debo pensar que el sujeto del “nacionalismo obligatorio” es todo el mundo vasco nacionalista.
Comparto con Savater que el nacionalismo vasco de todos los colores trabaja con el propósito de ser “lo normal” en el País Vasco, “normal” en cuanto “universal”, pero me diferencio de él en detalles importantes: los nacionalismos pretenden lo mismo en todos los lugares; los nacionalismos se diferencian en si concitan o no el respaldo total de una población y, principalmente, en cómo persiguen este propósito o lo mantienen; los nacionalismos que recurren a la violencia para extenderse e imponerse son absolutamente inmorales; los nacionalismos que recurren a estrategias no democráticas, incluso sean éstas las de aprovecharse de las nueces del árbol de la violencia terrorista, son absolutamente inmorales en cuanto a esas estrategias. Esto lo han hecho los nacionalistas vascos democráticos, y tampoco se libran los partidos políticos españoles. Hablo en ambos casos de los hechos, no de las intenciones. Alguno me dirá que existen los no nacionalistas. Yo también lo digo y me tengo por tal, pero algunos, pocos seguramente, pueden no ser nacionalistas de ningún lado; la mayoría, hoy por hoy, es con derecho nacionalista de algún lado y modo. Así que mejor hablemos de cómo.

La conclusión de Savater es lógica en su visión de las cosas, y dado que está gravemente amenazado, habría que darle la razón en su exigencia: no queremos solidaridad “humana” - dice - sino política. A mi juicio, tiene razón, pero no por la razón que él pretende. Él piensa que le debemos solidaridad política porque su posición moral y política es la más correcta de las que se dan el País Vasco; en realidad, piensa que es la única correcta. Viene a decir algo así. Si existe el terror de ETA, el cual es consecuencia necesaria del nacionalismo vasco en cuanto tal, cualquier posición nacionalista es sin remedio y siempre inmoral. No estoy de acuerdo. Y cualquier proceso de diálogo con los terroristas y sus “adláteres” que tenga contenido político, es indigno de un Estado y Pueblo democráticos. Tiene razón.
Pero nótese que hablamos de dos condiciones del problema moral, inseparables: mientras exista el terror contra una parte de la sociedad vasca, negociar objetivos nacionalistas es inmoral y políticamente inaceptable. Esa condición, “mientras exista el terror o ETA”, es la que da sentido a este juicio, y nunca debería desaparecer de la frase. En caso contrario, cualquier nacionalista habría de entender que su posición personal es inmoral para siempre, y esto no lo va a aceptar nadie en una democracia. Ese equívoco proyecta su sombra sobre la solidaridad política que Savater nos reclama a los vascos, pues deja sin futuro político a muchos de ellos. Sin ese matiz, la “solución a nuestros males” que reclama Savater, no van a compartirla muchos vascos de ningún modo, porque si la solución es que la nación vasca no puede “ser”, entonces no verán motivos para afirmar desde el fondo esa democracia que Savater exige. Éste es un aspecto que Savater no percibe, o que no siempre lo dice. El lector no sabe si su posición política se refiere a que no es el momento de plantear más cosas, “mientras ETA y el terror, y sus adláteres subsistan”, o que no lo es nunca, si las pretensiones proceden del nacionalismo en cuanto tal.

De aceptarse como más correcta mi hipótesis, cuando Savater concluye, que “si (los ciudadanos vascos) refrendan electoralmente lo que hasta ahora se viene haciendo, sólo nos queda salir a la intemperie y buscar refugio donde sea”, no va a ser entendido por muchos; no van a sentirse culpables de verdad. La razón es clara. Si la posición política de Savater sobre el nacionalismo vasco, si su negativa democrática es definitiva, cualquiera que sea el futuro que venga, mucha gente pensará que se ha ido o lo ha dejado “porque lo suyo no sale adelante”. Y es un desastre moral y político que una posición intelectual, moral y políticamente bien digna, se pierda por no haber guardado en cada ocasión la diferencia entre “nunca es posible algo” y “ahora y así no es posible”; más adelante, si las condiciones son verdaderamente de libertad democrática, hablamos con libertad. Savater ha dicho esto algunas veces, pero lo olvida otras. Ésta por ejemplo. Y cómo no quiere ninguna solidaridad que no sea política, y esta política la tiene que definir él, no los pone casi imposible. Pero yo con estas diferencias, lo defiendo política y humanamente.

José Ignacio Calleja
Profesor de Moral Social Cristiana
Vitoria-Gasteiz

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