Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

LOS “DEMONIOS” DEL PURITANISMO

18-Enero-2006    José Mª Castillo

El puritanismo es una actitud ante la vida que antepone la “pureza” a las “relaciones humanas”. Es decir, el puritanismo supone una escala de valores en la que el primer puesto lo ocupa la pureza, por más que el puritano piense que lo primero es Dios, la caridad o lo que sea. Por eso, para un buen puritano, lo primero es la vida intachable en cuestiones de sexo y, sobre todo, la imagen pública que se tiene ante la gente en este orden de cosas. En todo esto ve el puritano “el medio cardinal de la salvación”.

El puritanismo es un hecho social profundamente arraigado en la cultura de Occidente. De ahí que el puritanismo es, para mucha gente, un constitutivo de la propia identidad. Por tanto, es algo que se cuida celosamente y con esmero. Porque un puritanismo, bien cultivado, da lustre a una persona, a una familia, a un apellido o a una institución. Un buen puritano puede ir por la vida con la cabeza muy alta. El puritano se ve a sí mismo como una persona intachable y ejemplar. Por eso el puritanismo sigue vivo, tan campante, incluso en los tiempos que corren, con todas las libertades sexuales que han salido de la alcoba a la calle. Si las paredes de las consultas de los psicoterapeutas hablaran, nos quedaríamos pasmados. Como cualquiera se queda asombrado escuchando lo que se dice en algunas misas de domingo o en determinadas intervenciones de los profesionales de la religión.

Pero ocurre que el puritanismo, por más gratificante que sea, tiene sus costos. Son los “demonios” del puritanismo. Porque esta actitud ante la vida entraña unos “presupuestos” y desencadena unas “consecuencias” que dan mucho que pensar.

Los presupuestos del puritanismo son tres: 1) La separación del alma y el cuerpo. Esto quiere decir que en nosotros existe un “yo” profundo y espiritual, que puede subsistir separado de nuestra corporalidad. Esta manera de pensar no existe en el Antigo Testamento. Ni en la Grecia de Homero o de Sófocles, de manea que cuando Edipo habla de mi “psikhe” o de mi “soma” podría haber dicho igualmente mi “yo” (E. R. Dodds). La separación del alma y el cuerpo y la idea de un “yo”, que puede existir separado del cuerpo, aparece a partir de Platón. Luego se generaliza a través de los estoicos y pasa a los autores cristianos. 2) La confrontación del alma y el cuerpo. El alma se ve como “prisionera del cuerpo”, encarcelada en él. Desde entonces, el ser humano se vio fracturado, roto por dentro y enfrentado en su intimidad más secreta. 3) El horror al cuerpo y el desprecio por los sentidos. Por eso se explica la necesidad de auto-castigo que el puritanismo satisface. El paso siguiente e inevitable es la condena del “placer”, punto capital de la moral que mucha gente vive con angustia.

De estos presupuestos, se siguen tres consecuencias: 1) El puritano se centra en sí mismo, en su lucha interior y en su anhelo de purificación, para conseguir la paz que proporciona la pureza inmaculada del alma que no se deja contaminar por lo sensual. 2) El puritano antepone la pureza a las relaciones con los demás. De forma que, si para asegurar su fidelidad a las costumbres puras, es necesario denunciar, humillar o hundir a un semejante, el buen puritano no duda en hacerlo. 3) El puritanismo desarrolla enormemente todo lo que se relaciona con la castidad, al tiempo que inhibe la preocupación por la justicia y el sufrimiento en el mundo. Es lo más destructivo que produce el puritanismo. El puritano no se suele dar cuenta de que es esto lo que le pasa. El buen puritano dirá siempre que lo más importante es el amor a los demás. Pero cuando venimos a las situaciones concretas, el puritano sale a la calle para protestar contra los matrimonios homosexuales, pero nunca lo verás en una manifestación contra la guerra, contra la pena de muerte, contra el hambre en el mundo o contra la discriminación de la mujer.

El fondo de la cuestión está en que lo decisivo en la vida no es la “pureza”, sino la “relación pura”, es decir, la relación de amor, que es amor y no otra cosa, ni otro interés, sino “comunicación emocional” (A. Giddens), bondad, respeto y transparencia en la relación. Con el derroche de generosidad que hay que hacer para comprender siempre el punto de vista del otro. Pero ocurre que el puritano de pura cepa no está dispuesto a aceptar y vivir todo eso, por más que diga lo contrario. Porque, en el fondo, el puritano es un ser acosado por el miedo. El miedo que brota de la falta de libertad. Me refiero a la libertad para jugarse el propio nombre, el propio prestigio, la propia respetabilidad, cuando la vida nos pone en circunstancias que exigen de uno mantener una “relación pura”, no basada en otros intereses que no sean el verdadero amor a la persona o personas a quienes tenemos que amar sin disimulo ni doble juego.

Pero hay más. Un individuo que, por su puritanismo, está incapacitado para vivir de verdad lo que he llamado la “relación pura”, sin miedos, sin tabúes, sin represiones, y con el más exquisito respeto por los otros (sean quienes sean, vivan como vivan y piensen como piensen), ese individuo difícilmente podrá ser una “buena persona”. Esto es lo peor que entraña el puritanismo. Porque la realización suprema de “lo humano” no está en la “pureza”, sino en la “bondad”. Sin embargo, el buen puritano no duda en destrozar a una persona por “hacerle el bien”. Para un puritano, sólo hay “bien” donde hay “pureza”, aunque para alcanzar eso sea necesario que todas las sonrisas se queden heladas.

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