Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

LA ÉTICA DEL ATEO Y DEL CREYENTE

20-Enero-2006    Basilio Pozo Durán

El autor, un joven estudiante de 21 años, se pregunta con autencticidad sobre la diemensión ética de la fe y del ateísmo y, desde sus preguntas, nos ofrece una selección de textos que él ha rastreado buscando respuesta. Es una manera de invitar a los que concurren en este atrio de personas en búsqueda a plantearse con más autenticidad las cuestiones de sentido.

Más preguntas que respuestas.
La existencia del mal y la existencia de un Dios creador “todo-bondad” es una de las parejas que más difícilmente logran explicar todas las religiones. Yo creo que el cristianismo explica la existencia del mal como fruto del mal uso que los hombres hacen de su libertad (y aquí está otro problema: si estamos hechos a “su imagen y semejanza” pero libres, ¿por qué concuerda tan poco esa imagen y semejanza?, ¿no deberíamos entonces ser “todo-bondad” como Dios?). Y una vez explicada la existencia del mal, viene la pregunta: si Dios todo lo puede, ¿por qué permite el mal? Y entre otras cosas creo que se nos dice que Dios es tan todopoderoso que hasta del peor mal (como es la crucifixión de su Unigénito) puede sacar un bien (la reconciliación de la humanidad con Dios). Pero entonces yo me pregunto: si ese mal (la crucifixión de Jesucristo) sirvió (”benefició”) a todos, ¿cuál es el “beneficio” de la muerte y el sufrimiento de tantos inocentes? También las está permitiendo porque de ahí va a sacar un bien? Y si es así, ¿cuál es ese bien, en qué consiste?
Éstas son preguntas que yo me hago personalmente y que alguien puede compartir. Desde el respeto buscan despertar respuestas, análisis profundos. Hay veces que mil preguntas sin respuesta enseñan más que una rápida “respuesta hecha y consoladora”

En mí búsqueda, además de los tratados más conocidos, he encontrado algunos textos que me ayudan, al menos, a un correcto planteamiento de la cuestión principal; ¿creer o no creer en Dios?. Ofrezco hoy tres referencias que quisiera compartir con los lectores:

1. ¿Cómo puede ser moral un ateo? por Dan Barker
Alfredo J. Porto tradujo y publicó en la página sindioses un texto de Dan Barker, un expastor protestante y fundador de la Fundación FFrF, que se plantea la ética del ateo a partir de este texto de Thomas Jefferson:

    Si hacemos una buena acción simplemente por amor a Dios y el convencimiento de que ello Le complace, ¿de donde proviene la moralidad del Ateo?…Su virtud, pues, debe haber tenido otro fundamento que el amor de Dios.

Vale la pena seguir su razonamiento.

2. ¿Sigue siendo útil la fe cristiana? por Lluis Oviedo Torró
En la Revista RAZÓN Y FE, de los jesuítas españoles, he encontrado un artículo que he resumido para ATRIO con el título La utilidad de la fe cristiana .

3. La filosofía como cauce de vida por María Zambrano

Y, finalmente, como testimonio de una mujer, María Zambrano (1904-1991) que vivió la experiencia de buscar siempre el sentido último desde la filosofía, en una sociedad laica que se veía sometida al dominio clerical, sobre todo en materia de espíritu y moral, he seleccionado algunos textos de su libro Hacia un saber sobre el alma, editado en Alianza Editorial.

- Advertencia.

Después, en la soledad, teniendo que afrontar por cuenta propia los riesgos de la vida y de la muerte, el temor se ha ido desvaneciendo; porque tenemos temor cuando nos rodea la seguridad y temblamos ante la idea de desmerecer de aquello que admiramos. Mas, cuando nada hay sino el riesgo, nada podemos temer, y entonces aquello que se quiere vuelve a presentarse, y en ese instante advertimos que llega ahora con toda pureza y con toda legitimidad. Porque sólo lo que no se ha podido dejar de querer, ni aun queriendo, nos pertenece.

Y es que parece ser condición de la vida humana el tener que renacer, el haber de morir y resucitar sin salir de este mundo. Y una vocación es la esencia misma de la vida, lo que la hace ser vida de “alguien”, ser además de vida, una vida.

- Hacia un saber sobre el alma.

Cada época se justifica ante la historia por el encuentro de una verdad que alcanza claridad en ella. ¿Cuál será nuestra verdad? ¿Cuál nuestra manifestación? Las verdades tienen sus precursores que han pagado en alguna cárcel de olvido el delito de haber visto desde lejos.

Pero los precursores se reconocen solamente desde la verdad plena de la que fueron adelantados; sólo desde la posesión de esta verdad se entiende el sentido de sus enigmáticas palabras. Únicamente en la verdad esclarecida reconocemos a la verdad semivelada.

La revelación a que sentimos estar asistiendo en los tiempos que corren, es la del hombre en su vida, revelación que sale de la Filosofía, con lo cual la Filosofía misma se nos revela. Desde la Filosofía que emplea sus racionales instrumentos en arrojar luz sobre la Ciencia, “ciencia de las ciencias”, se ha vuelto, sin desperdiciar su herencia, a eso escalofriante de puro maravilloso que es que la Filosofía, el pensamiento en su mayor pureza, se arroje con el ímpetu de la pasión, no para devorarse a sí misma, como la pasión sola hace, sino para detenerse a tiempo, antes de que la caza huya y traérnosla intacta.

La pasión sola ahuyenta a la verdad, que es susceptible y ágil para evadirse de sus zarpas. La sola razón no acierta a sorprender la caza. Pero pasión y razón unidas, la razón disparándose con ímpetu apasionado para frenar en el punto justo, puede recoger sin menoscabo a la verdad desnuda.

Entonces es la Filosofía, como decía Platón hablando de Pitágoras, “camino de vida”. La verdad es el alimento de la vida, que sin embargo no la devora, sino que la sostiene en alto y la deja al fin clavada sobre el tiempo, pues “el tiempo pasa y la palabra del Señor permanece”.

Y así al tener conciencia de que en estos tiempos que vivimos se saca a luz de razón una verdad, nos conforta y ayuda a soportar la angustia de pasar con él “Todo se pasa” sería el gran consuelo quietista si nosotros no pasáramos igualmente, si con el tiempo que pasa no pasara también nuestra propia vida. Agarrándonos a la verdad, a la verdad nuestra, asociándonos a su descubrimiento por haberla acogido en nuestro interior, por haber conformado nuestra vida a ella, arraigándola en nuestro ser, sentimos que nuestro tiempo no pasa, al menos, en balde. Algo de su pasar queda, como en el fluir del agua en el río, que pasa y queda. “Todo pasa”, corre el agua del río pero el cauce y el río mismo permanecen. Mas, es menester que haya cauce, y el cauce de la vida, es la verdad.

Y el cauce es tan necesario al río, que sin él no habría río, sino pantano. Las aguas al evadirse tendrían un instante de ilusión de haber alcanzado libertad, de haber recobrado la integridad de su potencia. Mas, la potencia se iría agotando ante la falta de límites, aun sin más obstáculos que la extensión ilimitada, la furia del agua encauzada descendería vencida sobre el plano ilimitado. El cauce hace al río tanto como la furia de la corriente del agua que por él pasa. Y bien está que la vida se nos precipite corriendo, la huida del simple permanecer físico cayendo en los senos del tiempo, la angustia de pasar se transforma en gozo de caminante.

Descubrirnos este cauce es lo que hace la Filosofía cuando es fiel a sí misma, y es entonces camino, cauce de vida.

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