Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

¿Dogmas o mitología?

09-Junio-2007    Juan Luis Herrero del Pozo
    Aclaraciones a Gabriel Letelier sobre ‘otro’ paradigma teológico, a propósito de nuestro debate en Atrio sobre el artículo de Leonardo Boff “Cambio de rumbo” publicado el 29 mayo

Antes de entrar en materia te adelanto, Gabriel, que estoy de acuerdo con la teología escatológica de Moltmann propiamente tal, no, sin embargo, con sus bases teológicas tradicionales (el viejo paradigma).

Para evitar malentendidos adelanto el marco de mi opción cristiana:

    Intento ser seguidor de Jesús, y no a la carta sino con todas sus consecuencias: fiel a la integridad de su mensaje, a su estilo de vida y en comunión con los miembros de mi comunidad cristiana (iglesia particular). Si este concreto modo de seguimiento pareciera a algunos en virtud de razones debidamente contrastadas no coincidente con lo que ellos entienden por ser católico o, incluso, cristiano pueden denominarme “jesuánico” o simplemente discípulo de Jesús.

No voy a desarrollar nada exhaustivo, sólo apuntar unos parámetros clave de mi pensamiento dentro de los cuales ubicar mi “Religión sin magia. Testimonio y reflexiones de un cristiano libre”, así como otros escritos de los cinco últimos años y, más en particular, las abundantes reflexiones vertidas en el portal ATRIO que, a falta de contexto, no han sido entendidas debidamente. Me sirven de acicate inmediato los debates recurrentes sobre la revelación cristiana cuyo último episodio es el cruce de notas en ATRIO con Gabriel Letelier el 29 de mayo con ocasión del post “cambio de rumbo”.

En varias ocasiones intenté plantearle el punto de arranque de los dogmas católicos tradicionales, la doctrina de fe revelada: su carácter divino revelado. Revelación que, culminante en Cristo, representa un ejemplo único de “intervención” divina sobrenatural en el todo el devenir cósmico y hace de la Iglesia la única religión verdadera. Es, a mi entender, uno de los casos paradigmáticos del “intervencionismo” divino directamente derivado del pensamiento mágico. Y así, en varias ocasiones, he formulado una hipótesis decisiva: Si Dios ha hablado y nos ha revelado algo, lo acogemos con un ¡AMÉN! Agradecido e incondicional: LE creo y Lo creo. Ahora bien, a esta aceptación de fe debe preceder para que no sea fideísmo una garantía, la certeza del hecho revelatorio. Ha sido la lógica permanente de la teología cristiana más antigua y universal, la que se llamaba Apologética o Teología fundamental, cuya misión era establecer fehacientemente el HECHO mismo de la revelación. La teología más razonable entendía que sin este preliminar (pre-limen, lo anterior a la entrada) el pensamiento caía en un círculo vicioso: creo porque Dios ha revelado (el HECHO) pero esto, a su vez, lo creo por fe. Es decir, CREO PORQUE CREO. Para asentar el hecho de la revelación la teología aducía como pruebas las profecías del A.T., los milagros y el valor intrínseco del mensaje. Pero en tiempos recientes parece que la apologética clásica acusa debilidad, vergüenza y sospecha sobre la validez de sus razones. Otros muchos textos de otras religiones se benefician de una innegable calidad interna. En cuanto a profecías y milagros la sospecha es ya casi general. ¡Demasiado precarios los cimientos de la razonabilidad de la fe! Los teólogos tradicionales pero abiertos pasan, así pues, como gato por ascuas sobre el tratado de apologética. ¿Por innecesario? ¿Por ineficiente? Intuyo que algo de esto le ha llevado a mi interlocutor a orillar en varias ocasiones mi pregunta directa y a presentar como cimientos racionales, o simplemente razonables, del HECHO OBJETIVO de la revelación el HECHO SUBJETIVO del estado de conciencia individual identificado como la ‘experiencia espiritual’ de fe: su experiencia concreta frente a Jesús en la línea de la de los discípulos de Emaús. Y cualquier cristiano añadiría, además de la suya propia, la del camino de Damasco, la de Tomás, la de Pedro, etc. (Alguien podría preguntar ¿por qué no la de Sta. Margarita María de Alacoque o la de Bernardita de Lourdes? El experto replica: porque son revelaciones particulares. Y el crítico insiste ¿por qué no lo son todas?) . El cuestionamiento de las llamadas ‘revelaciones públicas’ no es porque sean inanes ni menos una escapatoria, ni un círculo vicioso, ni un fraude religioso, sino porque de ellas se cuelga toda una dogmática que es lo que da origen al círculo vicioso arriba mencionado: creo los dogmas porque creo el dogma de la revelación. Sin embargo, insisto, tales revelaciones, siempre ‘experiencias religiosas particulares’ (la de Emaús, la de Tomás, la de Pablo, la de Letelier…o ‘mi conversión del 85’) son lo único con que podemos contar en la vida religiosa, son las únicas ‘revelaciones’ posibles pero de ninguna de ellas, ni siquiera de la de Jesús, tenemos derecho a colgar unas verdades de fe universalizables. No es la Revelación tal como la entiende la teología católica tradicional.

Los teólogos que ya no insisten –¿también el caso de Letelier?- en profecías-milagros-sublimidad del texto como basamento principal de la razonabilidad de la fe acuden, pues, a la misma experiencia subjetiva del acto creyente. Y así su fe subjetiva es garantía de sí misma.

A mi entender, estas experiencias espirituales interiores se han dado en todos los auténticos creyentes (los no meramente sociológicos), los hombres de Dios de todas las religiones (Buda, Lao Tsé, Jesús, Mahoma, Lutero, etc.). Estas experiencias subjetivas son, no obstante, de difícil discernimiento. Pueden ser ilusión, simple juego de las sinapsis neuronales y, por ello mismo, es preciso tomarlas con la debida reserva. El mismo evangelio, con gran sentido común, aporta una piedra de toque definitiva: “por sus frutos los conoceréis”. Con lo cual se devuelve la primacía del ‘logos’ al ‘ethos’. Si una experiencia interior, llámese o no conversión, impregna en adelante de sentido y honestidad la vida entera se la puede dar por válida y legítima aunque sin evitación de que los contenidos ideológicos, psicológicos, doctrinales o dogmáticos que la acompañan puedan ser erróneos o viciados. Tales ‘experiencias espirituales’ son válidas, pues, sólo en la medida (es la piedra de toque) en que su aparente o real apertura a la Trascendencia (fe) se traduce como fruto insoslayable –porque se identifican- con el ethos del amor. La apertura a la Trascendencia o Fe se identifica al menos con el núcleo de toda opción de vida honesta como es la apertura al otro, el amor político (samaritano). Dicho así tan escueto resulta denso y pide reflexión detenida que no cabe aquí. Me limito a llamar la atención sobre algo que muchos ya consideran esencial: el máximo ‘logos’ es el ‘ethos’, en la ‘acción’ está incluida la ‘noción’ (Blondel), Dios está afirmado en el hermano aunque se niegue o prescinda del concepto Dios. Creo que ésta es la piedra angular del gran ecumenismo: los conceptos y sistematizaciones dogmáticas sobre Dios son importantes pero secundarios y su absolutización enfrenta a las culturas y a los seres humanos (fundamentalismos, anatemas, luchas religiosas). Sólo la persona, el otro, es el icono de Dios, el logos encarnado. Con un ateo honesto me descubro hermano, con un cristiano conservador me hallo extrañamente distante y apenas acierto a hablar, aunque, sin dudar, le socorrería en el borde del camino.

Resumiendo: cuando la “experiencia espiritual interior” de que hablamos reviste estas características de opción vital con su insoslayable proyección hacia los hermanos no hay que sospechar de fraude o de ilusión simplemente neuronal y es auténtica fe salvadora, al alcance de todos los seres humanos de todos los tiempos y creencias. No dudo que esta experiencia espiritual más o menos acusada en una biografía, más o menos emocional o más o menos árida y racional, es base suficiente para la religiosidad personal. Su vivencia fuerte y coherente desencadena otras semejantes. En este sentido es contagiosa y discretamente evangelizadora. Pero insisto, no es revelación de Dios como aporte divino de contenidos doctrinales de otro modo inasequibles a la conciencia.

Bien analizado lo expuesto hasta aquí se puede observar que no hay nada específicamente (diferencialmente) cristiano ni menos sobrenatural. Lo que no empece que las palabras y estilo de vida de Jesús revistan especiales características de vigoroso humanismo y radicalidad. Es una espiritualidad que se inscribe en la estricta honestidad de conciencia. Cada persona espiritual la vive a su manera y se enriquece con la de los demás. Sustancialmente es la misma en todas las religiones. Pero, insisto, esta experiencia espiritual genera vivencias, no dogmas que haya que creer. Por inconmensurable que sea la experiencia espiritual de Jesús y estén cargados de ella los evangelios, ello no da lugar a una nueva religión; ésa es toda la religión y el culto ‘en espíritu y en verdad’. La “experiencia espiritual” de los hombres de Dios no transmiten de parte de éste nuevas verdades. Sólo una lectura fundamentalista de los textos bíblicos es capaz de erigir las metáforas en metafísica y la expresión mitológica en dogmática. (Obsérvese, por ejemplo, cómo las metáforas ‘el logos se hizo carne’ o la kenosis divina del himno de Filipenses 2 se transformaron, vía conceptos helénicos de sustancia y persona, en ontología de encarnación y redención). El deslizamiento tramposo tuvo lugar: inevitable en una cultura mágica y mitológica eso es lo que comenzaron a realizar los propios discípulos de Jesús. El proceso siguió. La matriz semita de los evangelios enseguida fue desplazada por el pensamiento helenista. Y el ‘en espíritu y en verdad’ pasó a ser la Verdad revelada confiada a las nuevas jerarquías. La traición estaba en marcha. Desmenuzar todo esto nos llevaría lejos. Otros lo han hecho (J. Hick, P. Knitter, J.J. Tamayo, J.M. Vigil entre otros). Lo que ahora me interesa en honor a nuestro buen amigo Gabriel es más simple: desmontar lo sobrenatural añadido a lo natural o, en otras palabras, cuestionar la cadencia creación- pecado original- encarnación (de Yahvé en Jesús)- redención por éste del pecado- instauración escatológica del Reino. Esta “historia de salvación” es un constructo mitológico vaciado primero en molde hebreo después en el del pensamiento helénico. Constructo mitológico que algo quiere decir, que tiene unos significados y un sentido y que intenta una interpretación de la realidad. Pero el virus inherente al pensamiento de todas las religiones y culturas que he llamado ‘pensamiento mágico’ nos ha jugado una mala pasada y ha transformado a Yavhé en mago de la historia. Sin entrar en el análisis del ’pensamiento mágico’ (ver mi “Religión sin magia”, El Almendro, Córdoba 2006) apuntaré una reflexión sobre la sustancial continuidad de la evolución cósmica, incluido -¡sobre todo!- el ser humano: La omega escatológica está “proyectada” por el Creador en el Alfa inicial, pero no “predeterminada”, por estar confiada a la libertad creatural. La Plenificación escatológica no desborda las potencialidades de la Naturaleza sino que las hace fructificar. El Espíritu de Yahvé que ‘aletea sobre las aguas’ originarias conduce toda la Naturaleza hacia su Plenificación. La escatología es la culminación de la protología, no una “nueva creación” (creatio ex nihilo). En el acto creador continuo que suscita y fundamenta toda la evolución cósmica Dios subyace como Don total sólo a expensas de la acogida libre. No ha existido ningún ‘pecado original’ (el de Adán y Eva) que por ser ofensa infinita exija redención igualmente infinita o que sea para Dios ocasión (o felix culpa) de intervenir para elevar el orden natural a un proyecto sobrenatural de vida eterna, de resurrección de los cuerpos y de visión beatífica en el cielo. Todo ello se inscribe -¡incluida la resurrección, sí!- en el despliegue de la naturaleza tal como Dios la ha creado. Mi tesis sostiene que no existe una cesura en la evolución cósmica natural. La naturaleza creada es pasión de Infinito. (El propio acto libre es estructuralmente tensión hacia lo Infinito. Sto. Tomas decía que no perseguiríamos un bien concreto cualquiera si no es por la atracción del Bien total. Sólo la atracción del ‘Otro’ en el amor de ‘otro’ nos permite romper el solipsismo. Sólo la trascendencia revista a la pareja de dignidad merecedora de apuesta permanente, cuando se apaga el instinto). Lo natural, cuanto más auténticamente natural…más divino. La correcta y suficiente interpretación de los textos bíblicos no exige ni plantea dos niveles de realidad, uno inicial o protológico de orden natural y otro sobrenatural escatológico. El mensaje bíblico sólo subraya la dialéctica y contrastes de una realidad siempre precaria pero desde siempre salvada. En este sentido se entiende aquello de “no vine a abolir la Ley sino a llevarla a su cumplimiento”, lo que no impide mantener el contraste entre la Ley y el Espíritu, entre el”hombre viejo” y el “hombre nuevo”, entre la libertad humana cuando se cierra o cuando se abre a la trascendencia…

Esto simplemente apuntado ¿cómo se puede entender racionalmente –no racionalístamente- esa maravillosa opción libre por la que el ser humano toma en sus manos su vida y mediante la apuesta por el ‘otro’ la abre al Trascendente (vital si no conceptualmente: ¡de nuevo Mateo 25!)? ¿Cómo dar razón de cualquier experiencia espiritual auténtica? ¿Cuál es la espiritualidad en la que todos los humanos de buena voluntad pueden coincidir (el gran ecumenismo)? ¿Cómo tal experiencia espiritual es la única Revelación o –para escapar a los equívocos religiosos que tienen lastradas las palabras– Desvelamiento de Dios, sin necesidad de recurrir a un ‘depósito’ de verdades venidas del cielo –y ¡sólo entregadas a la custodia de la única religión verdadera!–?

No me detendré en mayores explicaciones. Sólo recordaré cómo para grandes teólogos la mente humana por su propia y natural estructura y no por nueva intervención histórica de Dios (‘añadido’ sobrenatural), está abierta al Infinito, está creada para la trascendencia. “Hiciste, Señor, nuestro corazón para ti y no encontrará descanso si no es en ti”, que decía Agustín de Hipona. El ser humano, por muy precaria que sea por naturaleza su condición limitada (ésa es la realidad de indigencia básica que el mito del pecado original pretendía transmitir) es una conciencia con ansias de Infinito. Se podría discutir si Dios podía haber creado un ser inteligente con un horizonte limitado de apetencia. No parece ser el caso y el instinto de supervivencia ha hecho soñar siempre a todas las culturas con alguna inmortalidad.

En resumidas cuentas, La Creación es Encarnación de Dios y su misma Salvación (término que no se presta al equívoco tenaz de la anselmiana redención). Dios siempre como sentido último y sustento ontológico, incluye en el acto de la Creación el mismísimo ésjaton de la Plenificación final, sólo supeditado a la libre maduración de la persona que con ella se construye y en la misma maduración se salva, incluso con el sufrimiento y el mal. Como la rosa en la cruz, ya entiendes, Gabriel, a lo que aludo.

Logroño 8 junio 07
Juan Luis Herrero el Pozo

Haz hoy mismo tu APORTACIÓN (Pinchar aquí)

Escriba su comentario

Identificarse preferentemente con nombre y apellido(s). Se acepta un nick pero con dirección de e-mail válida.

Emplear un lenguaje correcto, respetar a los demás, centrarse en el tema y, en todo caso, aceptar las decisiones del moderador