Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

En espera del nuevo Arzobispo de Valencia

24-Junio-2007    Grup de rectors del dissabte
    Este grupo ya es conocido en ATRIO por sus pronunciamientos con libertad y sentido eclesial. Era natural que reflexionaran y hablaran en vísperas de un cambio de Arzobispo. Alfons García en Religión Digital encuadra y resume el artículo, dando los nombres de algunos de los miembros del grupo.

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    LA IGLESIA QUE QUEREMOS Y EL OBISPO QUE NECESITAMOS
    (ANTE EL NOMBRAMIENTO DEL NUEVO OBISPO DE VALÈNCIA)

El “grup de rectors del dissabte”, recogiendo el sentir de muchos sacerdotes y seglares de nuestra Diócesis, queremos hacer pública nuestra reflexión ante el nombramiento del nuevo Obispo, que presidirá en la fe y la caridad esta parcela del Pueblo de Dios que camina en València.

Puesto que la Iglesia es el Pueblo de Dios, todos sus miembros somos llamados a participar en su pleno desarrollo (cfr. LG 9 y 7). Esta verdad eclesial nos obliga a intervenir en un acontecimiento tan significativo para la vida de nuestra Iglesia local en los próximos años. Más aún, nuestra condición de presbíteros en la Iglesia de València, esto es, colaboradores inmediatos del Obispo (cfr. CD 28), nos exige contribuir, con nuestra reflexión, a que la elección del nuevo pastor se oriente a lo que más convenga para la renovación evangélica de esta Iglesia particular.

El Obispo que necesitamos y pedimos es el que nos ayude a construir la Iglesia Diocesana que queremos y que se ha de caracterizar por estas cinco notas:

  • IGLESIA MISIONERA, DIALOGANTE CON EL MUNDO Y SOLIDARIA CON NUESTROS CONTEMPORÁNEOS, ESPECIALMENTE CON LOS MÁS EMPOBRECIDOS
  • Los retos que plantean nuestro mundo y la sensibilidad de nuestros contemporáneos nos urgen a trabajar para que la Iglesia se presente como una realidad de servicio al mundo y se sienta, como Jesús, enviada a él no para condenarlo, sino para que todos tengan vida y vida en abundancia (cfr. Jn 3,17; 10.19b; 12,47b).
    Construir esta Iglesia nos exige, a todos sus miembros, un estilo en el que el diálogo sincero, el respeto hacia el otro y el acompañamiento fraternal prevalezcan por encima de todo. La Iglesia tiene que buscar, junto a otras personas (cfr. Mc 9,38-40), los mejores caminos para ayudar a los seres humanos en su plena realización. Es urgente, por tanto, recuperar el estilo y talante acogedor y servicial, abierto y dialogante, libre y liberador que el Concilio Vaticano II nos enseñó y, así, hacer real y creíble que los gozos y las esperanzas, las lágrimas y angustias de los hombres y mujeres de nuestros días (sobre todo de los pobres y de cuantos sufren), son, también, los de los discípulos de Jesús (cfr. GS,1).

    El Obispo que necesitamos ha de ser un pastor que dinamice el diálogo, la acogida y el encuentro con los hombres y mujeres de nuestro tiempo, para que vean en la Iglesia “un recinto de verdad y amor, de libertad, de justicia y de paz” (cfr. Pleg. Euc. V/b). Necesitamos un Obispo que anime a toda la Iglesia diocesana a servir de verdad al mundo, a fin de colaborar activamente en la humanización de la historia, según el proyecto liberador de Dios para todos.

  • IGLESIA QUE PROCURA Y CUIDA SU INDEPENDENCIA POLÍTICA Y EVIDENCIA SU AUTONOMÍA Y LIBERTAD PARA CUMPLIR LA MISIÓN
  • Nuestra Iglesia necesita presentarse a la sociedad como independiente de cualquier grupo político, económico y mediático, manifestando claramente que quiere ser siempre “Iglesia de Jesús” que proclama con valentía el Evangelio de las Bienaventuranzas. Su misión, como la de Jesús, es anunciar a los pobres la Buena Noticia (cfr. Lc. 4,18). Sólo cuando ellos sientan y experimenten que la palabra y la acción de la Iglesia son buena noticia para ellos, podremos decir que verdaderamente se proclama el Evangelio de Jesús y hay auténtica evangelización (cfr. Lc. 7,22).

    Para caminar por esta línea necesitamos un Obispo que en su magisterio no sea nunca correa de transmisión de ninguna opción partidista y que se sienta liberado de tantos actos protocolarios e institucionales. Su misión debe centrarse en promover una espiritualidad de la confianza y no del miedo, del compartir y de la austeridad solidaria, de la libertad de los hijos e hijas de Dios. Una espiritualidad, en definitiva, que impregne toda la vida y acción de la Iglesia diocesana.

  • IGLESIA ENCARNADA EN NUESTRO PUEBLO Y QUE PONGA DE MANIFIESTO QUE ES UNA AUTÉNTICA IGLESIA PARTICULAR
  • La Iglesia Universal subsiste y se encarna en las Iglesias locales. No hay Iglesia sin lugar concreto donde encarnarse, ni Obispo que no lo sea de una Iglesia particular (cfr. CD 11). Es imprescindible y urgente, pues, para ejercer bien su misión y vivir su esencia, que nuestra Iglesia de València asuma la cultura y la lengua propias de nuestro Pueblo Valenciano. Eso supone que en la liturgia, la catequesis y toda la vida organizativa de la Iglesia, se DEBE tener muy en cuenta, tanto en la escritura como en el habla, el valenciano. Hemos de concienciarnos todos de la necesidad de asumir eficazmente este compromiso de ser verdaderamente Iglesia local, encarnada en nuestro Pueblo.

    El Obispo que necesitamos ha de acompañar a nuestro Pueblo en su propia y específica identidad cultural y lingüística, por lo que será necesario que conozca el valenciano, para hablarlo y escribirlo correctamente. Así mismo, tendrá que animar a toda la Diócesis en esta urgente tarea y promover definitivamente la edición de los textos litúrgicos oficiales en valenciano, de acuerdo con la normativa vigente.

  • IGLESIA QUE RESPETA Y CUIDA EL PLURALISMO ECLESIAL, PROMUEVE EL PROTAGONISMO DE LOS SEGLARES Y FORTALECE LA UNIDAD DIOCESANA
  • Nuestra Iglesia diocesana necesita fortalecer su conciencia de diocesanidad. Es necesario que todos los miembros de esta Iglesia nos sintamos implicados en la gran tarea comunitaria de trabajar unidos en un proyecto diocesano. Eso significa aceptar y dinamizar la gran riqueza que representa el pluralismo eclesial existente y definir una línea que integre las diversas y legítimas opciones cristianas, permitiéndoles crecer en libertad y responsabilidad, respetando su peculiar estilo y dinamismo.

    Esta opción eclesial supone favorecer de un modo prioritario el protagonismo de los seglares, reconociéndoles verdadera y prácticamente su capacidad y derecho, como bautizados, de organizarse para potenciar la fe, el compromiso temporal y el ejercicio de la corresponsabilidad (cfr. LG 37).

    El Obispo que necesitamos debe impulsar una organización diocesana que sea lo más colegial posible y asegure la real participación de todos en un proyecto común. El Pastor diocesano deberá trabajar para que a los seglares se les reconozca su mayoría de edad, desechando la concepción de que son simples servidores o brazo alargado del clero o jerarquía. Será necesario, pues, promover una adecuada formación, orientada al compromiso por la justicia, la solidaridad y la fraternidad.

  • IGLESIA QUE MOTIVA A SUS PRESBÍTEROS EN EL SERVICIO A LAS COMUNIDADES, POTENCIA SU ESPECÍFICA ESPIRITUALIDAD DE CLERO SECULAR Y DINAMIZA LA ECLESIALIDAD DIOCESANA
  • Nuestra Iglesia diocesana necesita una animación intensa de sus presbíteros para que se renueve con alegría la espiritualidad específica de clero secular. En todo el presbiterio diocesano hay que cuidar con esmero y entusiasmo la vivencia profunda de la colegialidad presbiteral, que nos haga sentirnos verdaderos colaboradores directos del Obispo y hermanos implicados en un proyecto diocesano, en el que tengan un espacio, para su específica tarea pastoral, las comunidades religiosas y movimientos apostólicos.

    El Obispo que necesitamos tiene que ser un verdadero amigo de los sacerdotes: cercano y próximo, que escuche y acoja y que, desde una actitud de sinceridad y lealtad, genere una profunda confianza y libertad. El acompañamiento fraternal del hermano mayor, al estilo del Buen Pastor, y la animación evangélica del presbiterio deben ser tareas prioritarias para él.

    A esta Iglesia, con las características señaladas, es a la que queremos servir. Con este modelo eclesial, evangélico, libre y servicial para la salvación-liberación del mundo hacia el Reino de Dios, queremos comprometernos. Lo que deseamos, con toda el alma, es que la Iglesia se presente siempre al mundo como signo claro del amor infinito y liberador de Dios a todas y a cada una de las personas, especialmente a las más empobrecidas, hijas predilectas de Dios y, sea así, signo de fraternidad universal (cfr. LG 1). En este quehacer, el nuevo Pastor encontrará todo nuestro apoyo y colaboración.

    Valencia, junio 2007.

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