Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Indiferencia religiosa y estado laico en Mexico

24-Junio-2007    Laura Campos Jiménez
    Un buen número de mexicanos y mexicanas siguen habitualmente ATRIO. Incluso se interesan por nuestra batallitas españolas. Bien está que nos acerquemos más a cómo se vive el encuentro (o desencuentro) de lo sagrado y lo profano en la sociedad mexicana. Por eso agradecemos este documentado artículo que nos envía esta historiadora mexicana.

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    El cardenal Sandoval Iñiguez, la “indiferencia religiosa” y la vigencia del Estado laico en México.

    Por Laura Campos Jiménez

Bajo el título “Crecen paganas las nuevas generaciones” (El Occidental, 12 de septiembre de 2005, p. 10ª), quedaron registradas en el anecdotario algunas declaraciones del cardenal Juan Sandoval Iñiguez en torno a la “indiferencia religiosa” que, desde su óptica, se vive actualmente en nuestro país. A casi dos años de distancia de la publicación de esta nota, transcribo algunas de las declaraciones del también arzobispo de Guadalajara: “En nuestros días, las nuevas generaciones crecen prácticamente paganas, sin ningún conocimiento o formación religiosa” (ídem).

El cardenal Sandoval, de acuerdo al texto antes citado, reconoce plenamente la existencia de un “grave problema” al interior de la Iglesia católica. El indicador eclesiástico sobre este problema, él mismo lo señala. Existe una crisis institucional (eclesiástica) y una membresía vulnerable que, en su gran mayoría, desconoce tanto su credo como los dogmas eclesiásticos en los que fundamenta sus creencias (ignorancia religiosa). En estas declaraciones, como en otros casos, el cardenal Sandoval no presenta ninguna autocrítica o análisis imparcial en donde se ofrezcan respuestas claras sobre los orígenes del “indiferentismo religioso” que, como él mismo reconoce, se vive en la actualidad, sin asumir, por otro lado, algún grado de responsabilidad ante tal situación.

El cardenal Sandoval, en este contexto, es reiterativo: “Comenzamos con una constatación: La ignorancia religiosa del pueblo católico. Entre nosotros es enorme, grave y extrema la ignorancia de nuestra propia religión. Generalmente se vive una fe que han transmitido nuestros mayores y que es, por lo tanto, una fe de tradición; una fe apoyada en celebraciones multitudinarias, en manifestaciones de religiosidad popular, en peregrinaciones, etcétera, mas no es una fe que se haya asumido con convencimiento personal porque no se conoce; no se conocen a fondo sus dogmas, la enseñanza de la Iglesia y demás” (Semanario, edición 441, 17 de julio de 2005, p.3).

Si se agregan a los anteriores señalamientos las conclusiones del IV Plan Diocesano de Pastoral 2001-2004 (de la arquidiócesis de Guadalajara), el panorama es menos alentador: “Algunos tienen para con la Iglesia un sentido de desapego o extrañeza, de pertenencia de bajo nivel: lo mínimo indispensable o sólo lo que se antoja y cuando se antoja” (parágrafo 106). Ante estos datos, queda claro que el fenómeno del “indiferentismo religioso” no es un hecho reciente ni tampoco es un caso aislado, como lo plantea el cardenal Sandoval. En su momento, el obispo auxiliar de Guadalajara, monseñor Antonio Sahagún López, señaló que el feligrés católico lo es sólo por “costumbre”, y que no llega al nivel de practicante: “En México, no llega ni al uno por ciento el número de quienes viven el cristianismo; son católicos, nada mas de nombre” (Excélsior, 30 de enero de 1979, p. 1ª).

Ante tal situación, la del “indiferentismo religioso”, se debe añadir otro ingrediente que suele ser complementario: la “desbandada religiosa”. En América Latina, de acuerdo a cifras que ha publicado la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), alrededor de 12 mil personas abandonan cada día las filas la iglesia católica; De 1970 a 1990, 40 millones de latinoamericanos dejaron de ser católicos (Proceso, 6 de mayo de 1996 , P. 27). De acuerdo con un estudio de la doctora Patricia Fortuny, “cada día que pasa, cientos de mexicanos abandonan el catolicismo tradicional y oficial y otros más abandonan totalmente las creencias religiosas.” (Patricia Fortuny, Creyentes y creencias en Guadalajara, p. 26).

A pesar de que el mayor número de católicos en América se concentra en México y Brasil, datos recientes señalan que la población católica sigue disminuyendo en estos países. México es cada vez menos católico y así lo demuestran diversos estudios estadísticos. En 1950, el 98.21 % de las personas mayores de cinco años declaró ser católico, mientras que en el año 2,000 el 88.73 % dijo profesar el catolicismo (cf. INEGI), aunque cifras extraoficiales señalan que cerca de 20 millones de mexicanos han dejado de profesar el catolicismo y han seleccionado otra opción religiosa o han dejado de ser creyentes. A este respecto, y siendo menos conservador, el cardenal Sandoval afirmaba años atrás que “para el año 2,000 podría haber 30% de mexicanos no católicos” (El Occidental, 13 de octubre de 1997, p. 16ª).

En Guadalajara, por su parte, entre 1980 y 1990, un total de 189,381 personas dejaron de profesar la religión católica, de manera oficial (cf. INEGI). A nivel nacional, la CEM ha reconocido que tan solo 7 de los 89 millones de mexicanos que dicen ser católicos, son practicantes (el 6.7% de la población), de acuerdo a un reciente estudio del Instituto Mexicano de Doctrina Social.

No obstante que la grey católica decrece porcentualmente, es un hecho que la jerarquía católica en México está imposibilitada para atenderla personalmente. En primer lugar, porque la mayor parte de la citada feligresía, tiene escaso o ningún interés en acercarse a los clérigos para ser formada en la fe que dice tener. Por otra parte, quienes sí tienen ese interés (el 6.7% de la población), no alcanzan a ser atendidos dado el insuficiente número de sacerdotes (13 mil 380 en México), cuestión, por otro lado, que no parece tener solución porque las vocaciones sacerdotales no crecen a la par de la supuesta demanda del pueblo católico.
Los insuficientes sacerdotes en activo son de edad avanzada (57. 3 años en promedio) y su pronto retiro agravará aún más el mencionado déficit. No es, entonces, la “indiferencia religiosa”, el único elemento responsable de socavar los cimientos de una estructura eclesiástica erosionada, que sigue viendo, de manera inevitable, el éxodo de fieles a otras alternativas religiosas.

El panorama antes planteado es más complejo y es necesario analizarlo con la objetividad requerida. Poco a poco la iglesia católica está perdiendo terreno en el mundo, y sobre todo en sus antiguos feudos en el viejo continente; Los jóvenes se alejan cada vez más de la iglesia católica, y los católicos en general dejan de ser practicantes; A nivel mundial, las órdenes religiosas van disminuyendo; Las encíclicas del Papa o muchos de sus llamados, son prácticamente ignorados por los feligreses; La feligresía católica sigue otras pautas de conducta y de moral, que son ajenas a los dictados de su jerarquía. El jesuita Salvador Freixedo, en la década de los setenta, ya refería el siguiente dato estadístico: “La realidad es que en muchísimas parroquias del mundo, el 80 por 100 de los católicos no acude al templo, ni se interesan por la llamada ‘vida parroquial’” (Salvador Freixedo, Mi Iglesia Duerme, p. 18).

Por otro lado, en la actualidad, la mayor parte de los creyentes católicos no considera que los obispos representen sus intereses e incluso llegan a estar en desacuerdo con ellos (el caso más reciente es el de la aprobada ley sobre la despenalización del aborto en la Ciudad de México); la jerarquía clerical ha perdido su capacidad de influir sobre la conciencia de los fieles católicos, aunque mantengan una presencia pública y se les invite a actos oficiales; La intolerancia que la jerarquía católica dirige hacia las asociaciones religiosas no católicas es una constante que es reprobada y no bien vista en una sociedad democrática, laica, diversa y pluralista.

Otro de los problemas adyacentes al llamado “secularismo” e “indiferentismo religioso”, es la existencia en el país de cerca de dos mil sacerdotes católicos casados, y el hecho de que la CEM no sabe que hacer con ellos y con el problema colateral que este hecho representa; Hoy, alrededor de 90% de las mujeres que abortan y toman la píldora anticonceptiva, son católicas; La escasez de curas, el colapso del sacerdocio en muchos países y los escándalos sexuales suscitados en el interior del clero (principalmente durante la presente década), han causado desencanto en grandes sectores de la sociedad. Se podría enumerar aquí una larga lista de “causas y efectos” que la jerarquía católica se ha negado a reconocer, pese a que ésta persista en el afán de encontrar, sin éxito, a los “responsables” de sus desaciertos y fracasos.

En el contexto anterior, sin embargo, la jerarquía católica mexicana sigue interviniendo abiertamente en política, aunque un amplio sector de la sociedad se pronuncie en desacuerdo con esta injerencia y perciba que la actual estrategia episcopal (apoyada en el Gobierno Federal y en los medios de comunicación que tradicionalmente están a su servicio), sea un continuo y sistemático ataque al Estado laico, con lo cual estaría buscando la forma de recuperar los privilegios que la élite jerárquica disfrutó sin contrapesos hasta la época de la Reforma en el siglo XIX. Es, en los hechos, una forma de reivindicación que la jerarquía católica pretende llevar a cabo bajo la coyuntura de un gobierno emanado de la derecha.

La jerarquía católica, en este sentido, está enfocando todas sus baterías (cabildeos, negociaciones, periodismo pro católico, búsqueda de aliados afines, excomuniones, etcétera), para lograr, a través de diferentes presiones y amenazas, que el artículo 24 constitucional sea modificado. La modificación que la jerarquía pretende, se encuentra en el apartado que habla sobre la “libertad de creencia y culto”, concepto que sería suplido por el de “libertad religiosa”, para, desde esta óptica, poder exigir al Estado las siguientes pretensiones: Introducción de educación religiosa (católica) en las escuelas públicas; Subvención estatal para los ministros de culto y para sus actividades litúrgicas; La operación de capellanías militares en las instalaciones castrenses; El control directo de medios de comunicación electrónicos, entre otros pliegos petitorios. Lo anterior, conllevaría a quebrantar el Estado laico, al querer implantar una moral religiosa a la sociedad, cuando nuestro país es plural y no quiere el regreso a un Estado confesional o a etapas oscurantistas ya superadas en nuestro país.

En otras palabras, la jerarquía católica pretende trasladar el culto, la instrucción religiosa y el confesionario, a las escuelas públicas, ante su evidente fracaso en el terreno de la catequesis parroquial en nuestro país y la consiguiente desbandada religiosa, como atinadamente lo reconocen el cardenal Sandoval y los obispos católicos mexicanos en su conjunto. Paradójicamente, las declaraciones aquí señaladas, se presentan en un país que se autoproclama como el principal “bastión del catolicismo” para el Estado Vaticano.

Buscar los orígenes de la desbandada, indiferencia e ignorancia religiosas en nuestro país, no es difícil. Los elementos aquí comentados nos pueden dar una pauta para entender la debacle moral, pastoral y catequética (confesa), que experimenta la Iglesia católica en este incipiente siglo XXI. Lo nefasto y reprobable es que, ante el fracaso moral en comento, los pastores de la grey católica encabecen una fanática cruzada contra el Estado laico y sus valores libertarios, los cuales son ejes rectores en una sociedad pluralista que, hoy día, se precia de ser democrática.

    Laura Campos Jiménez es historiadora egresada de la Universidad de Guadalajara y autora del libro “Los nuevos beatos cristeros, Crónica de una guerra santa en México”.

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