Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

El mundo un pañuelo, la vida un regalo

04-Julio-2007    Celso Alcaina
    Que los sacerdotes de la diócesis de Santiago quieran celebrar sus bodas de oro reuniendo en un libro el relato de sus vidas es digno y justo. Que quieran incluso invitar a los compañeros que dejaron el sacerdocio es equitativo. Y que escojan el título “Todos irmáns, sempre irmáns” es inspirado. Pero censurar después el libro, hasta cortar primero las páginas, pegarlas después y pensar incluso hacer una nueva edición para excluir el testimonio de un hermano es una contradicción con todo lo anterior. Este es el texto, que fue censurado tras su impresión en papel y que ATRIO, tratándose de uno de nuestros colaboradores, publica en Internet. Que les convenza al menos que la censura es ya cosa de otros tiempos,

————————————-

EL MUNDO, UN PAÑUELO. LA VIDA, UN REGALO
===============================================================


    CELSO ALCAINA CANOSA
    Moraime (Muxía), 05-12-1934. Santiago 1945-54. Comillas 1954-58; 1961-62.
    Roma 1958-60; 1962-63; 1966-75. Jerusalén 1963
    Presbítero: Comillas 1958
    Teología: Licenciatura en Comillas 1958. Doctorado en Roma 1966
    Ciencias Bíblicas: Licenciatura y Doctorando en Roma 1958 y 1963
    Archivística: Diplomatura en Ciudad del Vaticano 1970
    Filosofía Pura: Licenciatura en Roma 1973
    Filosofía y Letras – Semíticas: Licenciatura y Doctorado en Barcelona 1975 y 1977
    Derecho: Licenciatura en Madrid 1978
    Abogacía Rotal: Diplomatura en Madrid y Roma 1979
    Capellán Hospital y Reformatorio Pontevedra 1960-61
    Profesor y superior del Seminario Menor 1963-66
    Oficial del Vaticano (Santo Oficio) 1966-75
    Traductor en la FAO, Roma, 1970-74
    Profesor Pont. Universidad Comillas 1978-83
    Profesor invitado Villanova University (USA) 1978-82
    Fiscal Tribunal Ecles. Brooklyn (N.Y.) 1978-82
    Abogado de la S. Rota 1978…
    Asesor de la Delegación del Gobierno en Madrid 1980-99
    Artículos publicados en: “Estudios Bíblicos”, “Revista Española de Derecho Canónico”, “Compostellanum”, “Settimana del Clero”, “Chiesa nel Mondo”, “Proyección”, “Tempos Novos”, “Religión Digital”, “atrio.org”, “elanillo.com”

    Una precisión

    El presente escrito, demasiado largo, es una síntesis de algo que, a su vez, era un resumen de mis memorias. Alguien me tachará de heterodoxo. Me fascinan los heterodoxos de todos los tiempos y en todas las disciplinas. Gracias a ellos rompemos moldes, avanzamos y no nos enrocamos en la mediocridad. Ya quisiera verme investido de un mínimo de esa heterodoxia innovadora, aunque fuera en lo referente a lo que llamamos dogma. Por lo demás, lo políticamente correcto pierde importancia cuando se ha traspasado la línea de los 70.

    I.- DEL CAMPO A LA CIUDAD

    Todavía hoy se echa de menos un estudio sociológico serio sobre el fenómeno de la avalancha de niños y adolescentes que, preferentemente provenientes del medio rural, llenaron, hasta reventar, Seminarios y Noviciados en los años de la posguerra. Tal fenómeno se generalizó en la España de Franco y alcanzó a la Europa de entonces. En mis años de profesor en Comillas-Madrid, sugerí el tema a más de un doctorando. Sin éxito. Claro, yo no enseñaba Sociología.

    La pobreza, la carencia de centros docentes asequibles, la melancólica introspección similar a la sufrida por la generación del 98, la nula expectativa de empleo en un continente destruido, la eliminación de miles de sacerdotes y religiosos/as a manos de hordas marxistas, la eficaz campaña proselitista de la jerarquía eclesiástica, el nacional-catolicismo franquista. No es más que un elenco imperfecto e incompleto de los capítulos que, queramos o no, determinaron nuestra emigración del campo a la ciudad, de la ignorancia al saber, del anonimato al liderato. Habría que analizar también: a) por qué, dos décadas después, más del 20% de las “vocaciones” han invalidado su opción; b) por qué, concretándonos a los clérigos con título universitario, más del 50% solicitaron la baja, a diferencia del clero sin titulación que lo hizo en un porcentaje muy inferior; c) por qué, a partir de la década de los 60, las “vocaciones” descendieron hasta un 95% y, en algunas zonas, desaparecieron; etc.


    II.- VOCACIÓN? NECESIDAD? AMBICIÓN? MANIPULACIÓN?

    Según las convicciones de cada cual, según el estado de ánimo, según el grado de reflexión, de su evolución y capacidad, éstos y algunos otros conceptos podrían reflejar, explicar, justificar o aplicarse al prematuro desarraigo de nuestros hogares y subsiguiente internamiento en aquel desvencijado caserón neoclásico que, ampulosamente, llamábamos Seminario Conciliar, el antiguo convento benedictino de San Martín Pinario, fundado en 899 y reconstruido en el siglo XVII. No quiero extender mis reflexiones o conclusiones a alguien que no sea yo mismo, aunque estoy convencido de que algún compañero o lector se sentirá identificado con mis apreciaciones.

    Entre los 110 “aspirantes al sacerdocio” que aquel septiembre de 1945 íbamos subiendo la escalinata del Seminario - cada uno con su colchón enrollado y su enorme baúl -, estaba yo, 10 años, una criatura, acompañado de mis padres que me empujaban “hacia arriba”, hacia horizontes por ellos no alcanzados, pero soñados para alguno de sus hijos. Mi padre lo había intentado con otro de sus 8 hijos, sin éxito. Yo era obediente y, según decían, inteligente y estudioso. En mi entorno aldeano, los ciudadanos respetados por su cultura y bienestar eran el médico, el maestro y el cura. Yo admiraba a D. José Barrientos por sus barrocos sermones en un castellano que me deslumbraba y apenas entendía. Y, sobre todo, porque era llamado “Don José”, porque le regalaban pollos y huevos, tenía un salón recibidor con dos sillones, sabía latín y, al decir de mi padre, “vive muy bien en este mundo y sabe cómo lograr la felicidad en el otro mundo”. Mi madre siempre fue contraria a mi “vocación”. Amén de oponerse a la prematura separación de su niño, no quería para mí un celibato que ella consideraba antinatural.

    El nivel económico de las familias no pasaba de poder abonar una pequeña parte del coste de un internado. El resto se cubría con colectas diocesanas, aportaciones de ricos benefactores, becas, limosnas.

    Manolo Espiña fue mi primer contacto. Sus padres y los míos conversaron. Me llevaron a la calle San Francisco nº 28 para que una beata refunfuñona y antipática fuera también mi lavandera y encargada en la ciudad. Después, vino la acogida de D. José Pérez Rajoán quien siempre logró un orden y disciplina admirables en el Centro, a pesar de que éramos legión, más de 500 niños y adolescentes, bajo su responsabilidad. Años después, siendo yo educador en Belvís, reconocí tardíamente la labor ingente de aquel “director de disciplina” y experto director del coro, quien suplía a nuestros padres, cuidando de nosotros y enseñándonos de todo un poco: urbanidad, modales, piedad, expresión, canto. Desde aquí mi emocionado recuerdo para el Sr. Rajoán!

    Según íbamos entrando y registrándonos, se nos asignaba el dormitorio. Los más pequeños, a la “Rectoral”, una sala decorada con preciosos frescos, cedida por el entonces Rector, el animoso D. Manuel Capón Fernández, para aprovechar la gran cosecha de “vocaciones”. Allí pasé el primer curso. También el segundo porque, al inaugurase San Roque, seguíamos siendo los más pequeños de la casa. En total, 25 compañeros de mi edad, todos niños de 10 y 11 años. El más joven, 9 años, Maximino Pérez Ortoño. Camas corridas, sin separación ni intimidad, casi pegadas unas a otras. Nuestro inspector, D. Marcelino Liste Buján, estudiante de Teología, dormía y estudiaba en una esquina de la misma sala, con un biombo de separación.

    Entonces nos entusiasmaba vestir sotana. En las fiestas, también el resto del uniforme: fajín azul, esclavina, bonete con borla azul. Sólo pude lucirlo a partir de las Navidades porque Sastrería Porto no daba abasto.

    III.- DE INOCENTE A CULPABLE.- En busca de mi pecado.

    Dos días después de mi entrada en el Seminario, los ejercicios espirituales ignacianos comenzaron. Los dirigió D. Severino Souto Bugallo, como en años sucesivos. Me estremezco al recordar aquellos fatídicos cuatro días de silencio y meditación, de varios rollos al día, de imaginarias agonías y muertes, de llamas del infierno, de mesiánicas arengas a los allí escogidos por Dios para conquistar la humanidad para Cristo. Todo lo absorbía mi tierno-frágil-maleable-impoluto cerebro. Nunca había imaginado tanto horror. No sabía que existiera el pecado ni había imaginado su alcance. Hasta esos “ejercicios”, yo no me consideraba pecador. Ignoraba que existiera un ser que, después de crearme, pudiera condenarme por toda la eternidad. Ese nunca acabar de la hormiguita que gira y gira alrededor de un globo terráqueo de acero hasta partirlo en dos y que luego vuelve a empezar mil y mil veces. Confesión general. Confesé mis enormes pecados mortales, acciones que había considerado inocentes, pero que a partir de ahora ya habían roto mi alma. Ya me consideraba asqueroso por haber visto (mirado?) desnudas a una vecinita y a mi hermana adolescente, por haber tocado mi pene, por haber faltado a misa dos domingos, por haber comido carne un viernes de Cuaresma cuando ya había superado la edad de siete años…. Me odiaba. Yo, a los 10 años, de inocente a culpable. Sólo podía esperar la redención por la “gracia” de Dios y a base de mucha oración, mortificación, humildad…El trauma de culpabilidad, alimentado por confesiones semanales obligatorias, por frecuentes cuentas de conciencia y por sucesivos “ejercicios ignacianos” anuales (de 8 días a partir del 4º curso), me acompañó durante decenios y aún hoy coletea. Un regalo envenenado envuelto en papel acrisolado.

    IV.- EL “REFECTORIO”

    Resultaba curioso nominar “refectorio” a la sala comedor. Había dos espléndidas salas renacentistas con mesas interminables corridas, cubiertas de grueso cristal, roto por todas partes, con porquería incrustada cual reliquia monacal. Un refectorio para “pequeños”, otro para “mayores”. Cada uno, con capacidad para unos 500 comensales. Evidentemente, en la Baja Edad Media, había tal “riqueza” de “bocaciones” (con B) monacales como para llenar los dos refectorios. Las comidas me produjeron una gastritis a las dos semanas. Un mes en la enfermería. El Sr. Manolo me trató como un hijo. Comidas blandas que me curaron. Quedé inmunizado, porque nunca más tuve problemas estomacales en el Seminario. Los tenía, en cambio, siempre que llegaban las vacaciones: mi estómago, acostumbrado a berzas y patatas, no resistía los guisos de mamá.

    Ni D. Manuel González Vázquez, con rimbombante título de “mayordomo”, ni la experta cocinera Sra. María, lograban, pese a su buena voluntad, saciar el hambre de mil alumnos en edad de devorar. El defectuoso trigo argentino de Perón y la escasa pescadilla decomisada en Vigo sólo eran un aperitivo. Carne? Por San Martín y en la anual visita del Arzobispo.

    V.- “INITIUM SAPIENTIAE TIMOR DOMINI”

    Era la inscripción sobre el dintel del aula de primer curso de Latinidad. Los profesores, encantadores. Yo ya conocía las declinaciones latinas, el verbo sum y las dos primeras conjugaciones.

    Bien pronto hice amigos entre mis condiscípulos. Allo, Cabeza, Nemiña, Cambón, Lado, Lens, Cancela, Mouríz, Ricardo Rodríguez…. Recuerdo la solemnidad y el nerviosismo de aquellos actos en que el Sr. Rajoán leía públicamente las notas de conducta (piedad, disciplina, urbanidad, aplicación) y también las notas académicas. Mientras unos nos complacíamos con los éxitos, otros se consideraban injustamente humillados. Ni la vida del internado ni los estudios me supusieron un peso excesivo. Sólo en el 5º curso, mis calificaciones descendieron a nivel de simple aprobado. Era el paso a la pubertad: 14-15 años. Sufrí la crisis sin ayuda. Llegados a aquella edad, muchos compañeros la “colgaban”. De 120 que éramos en 2º curso, nos quedamos unos 80 en 5º. Luego, el número fue descendiendo hasta 50 al final de Teología. Una proporción considerable, hoy impensable. El bache del 5º curso me estimuló para superarme. En Filosofía, ascendí peldaños en el ranking del curso. A ello contribuyó, amén de la espantada del superdotado Luis Eirís Cabeza, el éxodo de algunos distinguidos compañeros – mejores que yo - a Universidades Pontificias: Pérez Alonso, Espiña, Silva, Seage. Al finalizar los cursos de Filosofía, decidí seguir sus pasos. D. Manuel Rey Martínez me animó y el Padre Benjamín Alonso S.J. me orientó hacia Comillas. Por la resistencia de mi padre, hube de retrasar el cambio y todavía estudiar el 1º de Teología en Santiago, curso que repetí luego en Comillas.

    Me acuerdo del “esquemático” latinista D. Modesto Anido, del genial Guerra Campos, del estrambótico D. Juan Pérez Millán, del jurista D. Antonio Rodríguz Villasante, del enciclopédico D. Robustiano Sandez y del citado biblista Rey Martínez. De ellos aprendí mucho y creo que no fueron superados por otros profesores en las varias Universidades por mí frecuentadas. Claro que tampoco olvido al incompetente Silva Ferreiro ¿Quién le habrá puesto a enseñar Filosofía?

    Hoy sonreímos o rabiamos cuando recordamos la imposición del castellano y la brutal represión de nuestra lengua materna. Si hablabas gallego podrías ver rebajada tu nota de conducta. También, ser castigado con el aprendizaje y declamación de poemas castellanos y exponerte a perder las vacaciones de Navidad.

    VI.- LA “SCHOLA CANTORUM”.- Artistas privilegiados.

    D. José Pérez Rajoán, licenciado en el prestigioso Pontificio Instituto de Música Sacra de Roma, fue encargado por el Arzobispo Don Tomás Muniz de constituir y dirigir una “Schola Catorum” que solemnizara la liturgia en la Catedral. A este cometido, además de la comentada misión de educador, el maestro Rajoán dedicaba todas sus fuerzas. Como a otros novatos, me examinó en voz y oído musical. Me agregó a la cuerda de tiples primeros. Pertenecí a la Schola durante 9 años, pasando a tenor en mi adolescencia.

    El Sr. Rajoán mostraba predilección por sus cantores y, en los períodos de actividad coral, nos proporcionaba desayunos copiosos, incluso con jamón, lo que mejoraba nuestro rendimiento. Para más, los numerosos ensayos en vísperas de Semana Santa nos eximían de horas de estudio vigilado y de otras actividades odiosas.

    Quiero mencionar a los condiscípulos Paco Rey Millán y Manolo Nemiña, destacados miembros de la Schola. Interpretábamos preferentemente música sacra en la Catedral; pero no sólo en la Catedral ni exclusivamente sacra. Compositores como Tomás Luis de Victoria, Georg Haendel, Franz Schubert, Lorenzo Perosi, Nemesio Otaño, eran la fuente de nuestro repertorio. También anónimas cantigas medievales o folklore gallego.

    VII.- LOS DEPORTES.- Futbol, ping-pong, billar, juegos de mesa

    Todavía tengo en mi retina el espectáculo. Cientos de niños y adolescentes jugábamos en el mismo claustro de piedra. Docenas de partidos se simultaneaban formados por equipos aleatorios. Todos con idéntico espacio, con idénticas porterías. Y en medio, un monumento fuente al que iban a chocar los balones y que impedía ver la delantera. Las pelotas rebotaban caprichosamente en columnas circulares o en sillares rectangulares. Un hormiguero. Y, como llovía casi siempre en Santiago – no sé ahora -, frecuentemente nos concentrábamos en las cuatro naves cubiertas del claustro. Conocíamos nuestra pelota, conocíamos nuestros “colores” y nuestros adversarios. Luego, discutíamos sobre los goles. No había fueras de juego, ni corners, ni saques de puerta o de banda. No había tarjetas rojas o amarillas. Pero nosotros, y también algunos profesores, éramos inchas del Celta o del Deportivo, entonces con su portero capitán Acuña. Los lunes, sobre todo después de un derby gallego, algún profesor exteriorizaba sus emociones según los resultados: preguntaba la lección si perdía “su” equipo, comentaba el partido si había ganado.

    Además del granítico claustro, teníamos la “huerta”. Preferentemente iban – íbamos - allí los “mayores” a jugar en uno de los cinco niveles de la amplia parcela en la que antaño los monjes cultivaron hortalizas. Un pino centenario, situado cerca del ángulo inferior más cercano al edificio, constituía una reliquia y era también un obstáculo para el juego. En otros tiempos – dicen - existían muchos pinos en la “huerta”; de ahí el mote de “pinario” al “San Martín”. A final de los 40 y en la década de los 50, el equipo del Seminario competía allí contra otros Colegios de Santiago. Teníamos buenos futbolistas. Algunos llegaron a ser profesionales, incluso en primera división nacional. El Rector se oponía a talar el famoso pino piñonero. Hacia 1950, cedió. Ahora es más difícil explicar el nominativo de “pinario” e interpretar los numerosos escudos cincelados en los dinteles de edificios y casas de la ciudad.

    Nuestros juegos no eran sólo de balompié. En salas interiores, al resguardo de la pertinaz lluvia, había un par de mesas de ping-pong, un par de mesas de billar, juegos de oca, de parchís, de damas, de ajedrez…. Aunque sin calefacción – entonces impensable – no sentíamos o soportábamos el húmedo frío gallego. El calor humano, física y socialmente, nos reconfortaba. Yo, como algún otro compañero, sufría de sabañones. Me untaba los dedos con yodo. Vida espartana. Posible incluso hoy, pero indeseable.

    VIII.- HIGIENE.- Agua, duchas, WC, vestimenta, camas

    Un tema tan penoso como el de la alimentación, aunque no tan triste como el de la perversa culpabilización a la que aludía en el nº III.

    Sin agua en los dormitorios, la acarreábamos en jarras desde la lejanía. Los WC eran insuficientes. Ocho inodoros y diez urinarios para 500 personas. En los recreos y después de las comidas, se formaban colas o carreras ante los servicios. Da escalofrío pensar en cómo solventábamos nuestras necesidades fisiológicas nocturnas.

    Al Arzobispo Fernando Quiroga se debe que, desde 1950, pudiéramos lavarnos los pies o ducharnos, alternativamente, cada 15 días, y ello en agua caliente. Los sábados, desde el salón de estudio, el inspector de turno enviaba a duchas o lavapiés a un determinado grupo cada cuarto de hora. Fue un importante avance.

    Semanalmente debíamos cambiarnos de ropa interior y de calcetines. Así lo hacíamos. Siete días con la misma ropa interior y la misma camisa. Un chico que corre, que juega, que no se ducha, y que, en la pubertad, produce más hormonas que las personas mayores.

    Cada alumno debía hacer su cama. Salvo la “Rectoral”, los dormitorios tenían nombres de santos: San Luis, San Agustín, San Canuto, San Juan, San Rafael, etc. Los inspectores – escogidos alumnos de Teología - vigilaban las camas. Su cuidado y el aseo personal eran tenidos en cuenta para la nota de urbanidad. Cada 15 días mandábamos las sábanas a lavar.

    IX.- COMILLAS. Amplio panorama, puertas abiertas, nivel de la excelencia

    Mis expectativas se habían cumplido. Desde el primer día en la “Cardosa” (así se llama el monte donde estaba edificada la Universidad), el panorama era más y más amplio. Lo era sociologicamente, pero también mental, y culturalmente. Los 600 universitarios procedíamos de todas las diócesis españolas y de cinco países latinoamericanos. La Pontificia Universidad, desde su creación en 1898 por León XIII, seleccionaba con rigor a sus alumnos. El alto nivel estaba asegurado. Por lo demás, nadie intentaba entrar allí si no se creía capacitado. Al menos al principio, me resultaba fascinante encontrarme y hablar con vascos y catalanes que mencionaban a Franco con desdén, se comunicaban en su propia lengua y ponían cara de incredulidad cuando les contaba que en Santiago nos obligaban a hablar castellano. El roce con unos y otros, con españoles y americanos, determinó el abandono de mi provincianismo.

    No me defraudaban los profesores, ni la biblioteca, ni el régimen académico, ni las facilidades de estudio e investigación. Todos trabajábamos y procurábamos no dormirnos ni creernos mejores, porque todos éramos “mejores”. En cada clase y materia, sólo uno sacaba un 10. En la mía siempre era Jesús Larriba, de Sigüenza. Los demás luchábamos por acercarnos. De todos mis numerosos estudios y exámenes, ninguno me resultó tan fuerte y extenuante como el de Licenciatura en Teología.

    Entre todos los buenos profesores, había uno que determinó y condicionó mi futuro. José Alonso, licenciado en Ciencias Bíblicas y profesor de Antiguo Testamento. Gracias al Padre Alonso (muerto a los 91 años en 2005 pocos días después de visitarme en mi piso de Madrid), fui dejando atrás la etapa pueril de simple aceptación para adentrarme en el razonamiento crítico. Además de la hermenéutica de los géneros literarios, nos inició en el estudio de las formas, en las críticas textual y literaria, en el estudio comparado de las religiones, en el conocimiento de las literaturas paralelas de Oriente Medio.

    Otros aspectos de Comillas eran igualmente encomiables. La Coral polifónica dirigida por el maestro Ignacio Prieto (sucesor de Otaño), las conferencias de eminentes catedráticos, científicos y personajes políticos (ya entonces intervino un joven político llamado Fraga Iribarne). La presencia entre nuestros profesores de autores de publicaciones conocidas y comentadas en toda Europa y América, tales como Eduardo Regatillo y Joaquín Salaverri. La excelente ubicación del edificio, en un entorno paradisíaco, con vistas a los Picos de Europa, con playa en la misma finca, que permitía adormecerse con el ruido de las olas. (Ah, yo fui náufrago, salvado penosamente de las fauces de la muerte!). La comida muy mejorada con respecto a cuanto había dejado en Santiago. La independencia y confort de las habitaciones que, sin embargo, no tenían calefacción, pero sí lavabo y con baño cercano.

    No puedo dejar de mencionar el aspecto religioso de la Universidad que era también internado. Durante mis cinco años en dos períodos de permanencia en Comillas, el Padre García Nieto dirigía espiritualmente a los alumnos de Teología y Derecho. Al Padre Reino Solaño se le había confiado el Filosofado. No obstante la aureola de santidad de que disfrutaba ya el Padre Nieto y de que ahora está introducida la causa de su beatificación, tengo un concepto negativo de su vida y proceder. Siempre me pareció trasnochado, ignorante y objetivamente fanático. Carecía de cama, dormitaba tres horas cada noche sentado en una silla sin brazos, se disciplinaba ostensiblemente, fomentaba el uso de cilicios y disciplinas, alentaba a cambiar actos culturales o deportivos voluntarios por la oración ante el Sagrario, con frecuencia no se enteraba cuando oía las confesiones y, si alguien le exponía dudas sobre su vocación, él sólo veía en ellas una tentación diabólica a vencer…. Según él, la muerte era más importante que la vida y ésta tenía sentido sólo en función de aquella. Siento dejar constancia de ello en este escrito. Es mi convicción personalísima. En el proceso diocesano, ya concluido en Salamanca y depositado en Roma, nadie hubiera podido emitir un testimonio en este sentido. En tales procesos sólo tienen cabida los testimonios positivos. A pesar de cuanto dicho, se respiraba una sana espiritualidad, probablemente debido al alto nivel intelectual y humano del alumnado.

    X.- ROMA.- El Palazzo Altemps.

    Ya presbítero y licenciado, me propuse seriamente continuar estudios en Roma. Me gustaba la lengua hebrea y sentía una enorme curiosidad por la crítica bíblica. En concurso de méritos (expediente académico y proyecto), logré una beca del Ministerio de Exteriores para posgraduados. Eran becas completísimas, para los años que quisiera y en donde me apeteciera. El Instituto Bíblico era el único Centro universitario que exigía una previa Licenciatura, amén del conocimiento de hebreo, griego, francés e inglés (o/y alemán), lo que se acreditaba con examen de ingreso. Los alumnos de otras Universidades o Facultades nos miraban con respeto y envidia. El déficit de mis conocimientos en lenguas modernas motivó que, a partir de 1958, multiplicase mis viajes y estancias en Gran Bretaña, Francia, Alemania, U.S.A.

    El 14 de octubre de 1958, en tren, pasando por Madrid, Barcelona, Gerona, con otros 50 alumnos del Colegio Español, recorrí la costa azul, para llegar a Roma el mismo día, por la noche, en que Pio XII había sido enterrado.

    El Palazzo Altemps, edificado en el siglo XV para el rico Cardenal Altemps, propiedad del Vaticano, fue cedido a España en 1887 para su Pontificio Colegio hasta tanto no adquiriera o construyera uno propio, lo que estaba proyectado en la Vía Aurelia. Su emplazamiento era fantástico. En Piazza Sant’Apollinare, tocando a Piazza Navona, en el cogollo monumental de la Roma antigua y renacentista. Se podía ir a pié, en pocos minutos, a las Universidades, a los Foros, al Panteón, a Piazza Venezia, al Tíber, al Vaticano, etc.

    La vida en el Altemps era la propia de un Colegio Mayor. Dos secciones: seminaristas y sacerdotes. Cada cual se desplazaba a la correspondiente Facultad. Algunos pocos iban al Laterano, al Angelicum o a otra Universidad o Instituto Superior. Todos los seminaristas y la mayor parte de los sacerdotes iban a la Universidad Gregoriana. Al lado de ésta, en la Piazza della Pilotta, estaba – está – el Pontificio Instituto Bíblico. No sólo en el Bíblico, también en otras Universidades, el latín era la única lengua usada en las clases. Cada tarde, yo celebraba Misa en la Chiesa del Gesù.

    XI.- ROMA.- El Pontificio Instituto Bíblico

    Filial, pero autónomo, de la Gregoriana, el Instituto Bíblico había sido fundado por Pio X para contrarrestar, desde bases científicas y no sólo apologéticas, el racionalismo y el modernismo anticatólico decimonónico. Sólo a partir de la Encíclica “Divino Afflante Spiritu” de Pio XII, los estudiosos y profesores de la Biblia tenían pocas cortapisas en la interpretación de los textos sagrados. La enseñanza y los criterios de investigación en el Pontificio Instituto Bíblico no diferían de los de cualquier Universidad protestante. Los textos bíblicos, cada uno según su género literario, eran estudiados, como otros escritos antiguos, a la luz de la historia, de la cultura, de la filología, de la arqueología…. Los estudiosos protestantes habían dado muchos pasos en esa dirección, una vez que se desembarazaron de la autoridad doctrinal de Roma en el Renacimiento. Lo mismo que hiciera algún otro papa en otros campos, Pío XII reconoció los aciertos de la Reforma protestante en materia bíblica y encargó al biblista jesuita alemán Agustín Bea (profesor mío en el Bíblico y luego, ya anciano, creado Cardenal por Juan XXIII) que redactara la Encíclica “Divino Afflante Spiritu” que fue publicada en 1943. La encíclica recalca la necesidad de acometer los estudios bíblicos con todos los recursos de la ciencia moderna. Con ello, los biblistas católicos gozarían de una libertad de investigación similar a la de los protestantes.

    El siglo XX nos traía increíbles hallazgos que revolucionaban, incluso neutralizaban, la interpretación bíblica tradicional que había servido de fundamento a tantas enseñanzas católicas, algunas de ellas erigidas en dogmas de fe. Piénsese en los manuscritos de Qumran, en el Código de Hammurabi, en los tesoros bibliográficos trilingües de Ugarit, en las ingentes bibliotecas mesopotámicas con cientos de miles de tablillas repletas de escritos cuneiformes, en el desciframiento de la escritura jeroglífica egipcia y, resumiendo, en los progresos contemporáneos en materia arqueológica y filológica comparada de los pueblos del Medio Oriente.
    El Pontificio Instituto Bíblico era un foco de ciencia medianamente libre, donde se diseccionaba cada libro, cada página y cada vocablo de la Biblia, con la misma técnica hermenéutica que se hubiera adoptado para los textos de Tito Livio, del Cantar del Mío Cid o de la obra de Cervantes. Este nivel de libertad de investigación y cátedra fue “in crescendo” a partir de 1943. En los tres años de mis estudios bíblicos académicos, el nivel de libertad científica estaba muy alto, gracias, sobre todo, a los profesores alemanes y a los procedentes del mundo anglosajón, sin olvidar otros como el francés Lyonnet o el español Alonso-Schökel. Por poner un ejemplo, mi profesor de Antiguo Testamento, el jesuita norteamericano Morán (ahora al margen de la Iglesia y profesor en la Universidad de Chicago), con un bagaje lingüístico e histórico formidable, concluía que nada en la Biblia era original (léase revelado), ni siquiera el Decálogo, presuntamente dictado por Yahvé a Moisés. El único mandamiento con visos de originalidad sería el que precisamente había sido borrado del Decálogo por el Cristianismo: el de la prohibición absoluta de imágenes de Dios. Tampoco era original el dios YAHWE, o ELOHIM (plural de EL o ELOAH, en árabe ALAH).

    La cultura ugarítica es anterior o simultánea al período patriarcal. En sus escritos, muy anteriores a los más antiguos de la Biblia, su dios se llamaba curiosamente lo mismo, pero en singular: EL. Ese dios, al igual que el yahwé de la Biblia, era un dios antropomórfico, nada recomendable: un dios voluble, guerrero, cruel, vengativo, a veces paternalista, tolerante o misericordioso. En suma, con todos los defectos y virtudes de un hombre. Con anterioridad a los orígenes del pueblo hebreo y a su literatura (biblia), existían análogos relatos, similares doctrinas, iguales pautas de comportamiento y de rito. Y, si atendemos a los numerosos pueblos de Oriente Medio, constatamos que todos ellos tenían análoga literatura, análogos comportamientos, incluso similares dioses que, eso sí, competían entre ellos en las batallas, sedientos de sangre y de honores.

    No era menor el criticismo en torno al Nuevo Testamento, principal fundamento de la Iglesia Católica. El análisis filológico, tanto textual como literario, la historia de las formas, el estudio comparado de las literaturas y filosofías de los siglos primero y segundo de nuestra era, predominaban sobre la ingenua credibilidad. Lo más probable, concluíamos, es que ni una sola frase puesta en boca de Jesús fuera auténtica. La moderna crítica literaria había detectado contradicciones en los 27 libros del Nuevo Testamento, sin excluir los tres evangelios sinópticos entre sí. La primitiva forzada institucionalización de lo que fue el movimiento profético de Jesús, la mitificación de Jesús hasta su dogmática divinización en el siglo IV, la interesada atribución de poderes hegemónicos a Pedro y sus supuestos sucesores, la idealización de María al socaire de concepciones maniqueas, incluso declarándola “virgen” en contra de evidentes relatos evangélicos (Mc 6,1-4 y Mt 12,46-50) que le atribuyen cinco hijos varones y más de una hija.

    Lo que más me inquietaba era la formación del elenco cerrado de los libros que compondrían la “Biblia” o “palabra de Dios”. La Iglesia institucional formó este “canon” a partir del siglo IV (acaso s. III) y lo cerró en el siglo XVI; pero, a la vez, la Iglesia se fundamentaba en la Biblia. Sabemos que muchos evangelios – y algo parecido puede decirse de otros libros del Antiguo o del Nuevo Testamento considerados sagrados por muchos y durante siglos - no fueron admitidos en el “canon” porque sus contenidos no agradaban a la Iglesia institucional o no encajaban en su doctrina. La “petición de principio” es evidente: la Iglesia se fundamenta en la Biblia, al tiempo que la Biblia se fundamenta en la Iglesia.

    Aunque en 1960 conseguí la Licenciatura en Ciencias Bíblicas, regresaría al Bíblico en 1962-63 para el curso de doctorado y en 1966 para la defensa de la tesis. Fue en julio de 1963, precisamente dos días después de la elección de Montini a Papa, cuando inicié en Nápoles mi viaje bíblico. En el Altemps me había despe¹|do del Cardenal Quiroga. Tanto ese viaje como la ampliación de mis estudios a partir de la Licenciatura bíblica fueron patrocinados por la Fundación Oriol-Urquijo. Estoy seguro de que los lectores agradecerán que no describa mis vivencias de tres meses en Israel, Jordania, Egipto y otros cuatro países de Oriente Medio. Los santos lugares? Un escándalo. Una constatación de la desunión y recíproco odio entre cristianos.

    XII.- CAPELLÁN, PROFESOR, EDUCADOR

    Sólo nueve meses de pastoral directa. Inmediatamente después de mi Licenciatura bíblica, en 1960 y después de un verano en Alemania, fui destinado a Pontevedra: la capellanía del Hospital y la dirección espiritual del Reformatorio. Como he apuntado, esta actividad pastoral fue interrumpida por motivos de ampliación de estudios: a Comillas en 1961-62 y a Roma (Casa de Montserrat) en 1962-63.

    Al regresar de mi viaje por Oriente Medio, el Cardenal Quiroga me nombró prefecto y profesor en el Seminario de Belvís. Durante tres años formé parte de un espléndido equipo capitaneado por D. José Cerviño. Todos éramos maravillosos, ¿verdad Antonino y Pérez Lado? Enseñé Religión, Música, Matemáticas, Francés, Inglés, Griego…Sobre todo, enseñé a los niños a hacerse adolescentes; a los adolescentes a hacerse adultos. Lamentablemente, tuve que votar expulsiones por poemas o cartas de amor. Espiña no podía votar porque era director espiritual.

    XIII.- LA TESIS BÍBLICA.- Encrucijadas y zozobras

    “La memoria de Eliseo en sus discípulos. Una interpretación de los más arcaicos relatos de los nebiím acerca del Profeta”. Puede parecer abstruso, pero no lo es tanto. El análisis de la vida social y de los primitivos escritos de un pueblo, el israelita, que nos legó el peculiar concepto de “su” dios, es esencial para entender el Cristianismo. Cuatro meses agotadores. Mi previsión era de poder finalizar la redacción de la tesis de 300 páginas en un semestre. De hecho, en el 2º semestre del curso 1966-67 debería dar clases de hebreo y griego bíblico en el Seminario Mayor. Lo había publicado el Boletín Oficial del Arzobispado. Sólo el 3 de febrero 1967 fue posible la defensa de mi tesis. El tribunal de cinco miembros me calificó mejor de cuanto podría esperar. Entre los compañeros asistentes estaban Andrés Torres Queiruga y Uxío Romero Pose.

    En los dos meses anteriores a esta defensa, tuve que enfrentarme a dos preocupantes propuestas. Mahamud, el Rector del Seminario de Misiones Extrajeras, me tentó para que enseñara Exégesis Bíblica a los alumnos de Teología en Burgos. Yo supedité mi aceptación al permiso del Cardenal Quiroga que Mahamud debería obtener. Y, en eso estaba cuando, por medio del Rector del Colegio Español, el Arzobispo Monseñor Parente, Secretario del Santo Oficio, me convocó al Palazzo y pidió mi aceptación para ser nombrado “aiutante di studio” en su Dicasterio. Pedí tiempo para pensármelo. Pocos días después, una vez defendida la tesis doctoral, me presenté para dar mi consentimiento, esta vez también al Cardenal Ottaviani. Ya se habían adelantado a obtener el visto bueno del Cardenal Quiroga. El Papa había firmado mi nombramiento.

    XIV.- VATICANO.- Honores, trabajos y conflictos

    Dentro del escalafón de funcionarios del Vaticano, el puesto de “minutante”, o su equivalente “aiutante di studio”, es el más alto del cuerpo técnico sin mando. Se exigía el Doctorado en alguna Facultad. Por debajo estaban los “addetti” y los scrittori”. Mi nombramiento pontificio suponía un gran honor. Por eso lo acepté, no obstante cuanto diré. Me daba, además, una seguridad económica y una futura carrera dentro de la institución eclesiástica.

    Mi situación ideológica de entonces era todo menos pacífica. Hasta entonces, 32 años, había aprendido y repetido cuanto mis profesores y mis libros me enseñaban. Comenzaba a pensar por mi mismo, a elaborar, sintetizar, asimilar. No valían ya los razonamientos de otros, por sabios que fueran considerados. Pienso que cualquier ser humano debería llegar a ese estado ideológico. Yo había recibido una formación específica para ser crítico e interiormente creativo.

    Se me agolpaban las docenas de dogmas cristianos fundados en caducas filosofías; dogmas y doctrinas fruto de la ignorancia de leyes y fuerzas de la Naturaleza; imposiciones doctrinales y disciplinares con fines de dominio o surgidas del rencor. Pautas discutibles propuestas como inapelables. Algo de todo esto fue apuntado más arriba en el capítulo del Instituto Bíblico. No veía cómo la fe ciega – a veces contradictoria – podía coexistir con la evidencia adquirida. Aún así, era preferible ser prudente. Mi experiencia en el mismo corazón de la Curia podría resultar interesante y sorprendente.

    Me encontraba dentro del horno donde se cuecen los dogmas, donde se aplica el bisturí a los heterodoxos. Desde el siglo XVI hasta Pio X se había llamado Supremo Tribunal de la Santa Inquisición. Una larga negra historia la de la Inquisición. El Vaticano II quiso dulcificar el nombre de Santo Oficio por el de “Sagrada Congregación para la Doctrina de Fe”. El Cardenal Ottaviani, ya ciego, estaba al frente. Colaboré con él un año. Excelente persona y jefe ideal. Ideológicamente, un cuadriculado jurista, no teólogo, con una concepción demasiado piramidal de la Iglesia. Le había disputado la tiara a Roncalli. El Vaticano II (y Juan XXIII) lo había marginado. Sus voluminosas ponencias, prontas para ser “definidas” al estilo del Tridentino, se amontonaban, polvorientas, en los trasteros del Palazzo. Sabido es que el Vaticano II, escarmentado por las meteduras de pata de otros Concilios, eludió las definiciones. Quiérase o no, se impuso un inconfeso relativismo doctrinal.
    Mi nombramiento obedecía a la decisión papal de universalizar la Curia. Nunca había habido allí un funcionario de lengua española. Entraron también otros cinco jóvenes funcionarios procedentes de diversas zonas geográficas: americano, alemán, checo, francés, brasileño. Después de un año, el Papa atacó a las cabezas. Ottaviani fue sustituido por el croata Séper. Algo parecido sucedió en otros dicasterios.
    Ocho años en el Santo Oficio proporcionan mucha experiencia. Mi principal cometido era el análisis de libros y otras publicaciones supuestamente heterodoxas. También, la preparación de dossiers doctrinales destinados al estudio de los “consultores” y a la decisión de los Cardenales. Por mis manos pasaron escritos de importantes autores que, luego, al ser censurados por Roma, se hicieron más famosos: Rahner, Haering, Hans Küng, Severino, … También, temas como la despenalización de la masonería, el cambio de materia de los sacramentos, la disciplina celibataria, el sacerdocio femenino, las rehabilitaciones de Martín Lutero, de Galileo Galilei, de Rosmini, algunas supuestas apariciones como las de Garabandal, etc. El Cardenal Ottavini me confiaba la misión de otorgar o negar el “nihil obstat” al nombramiento de obispos para España. Participé en procesos lamentables sobre obispos, sacerdotes, frailes, escritores. Tuve que ocuparme del desconcertante Padre Pío de Pietrelcina y sus estigmas. También de una monja napolitana a la que repetidamente se le extraían del estómago clavos enormes. Fenómenos paranormales que, según su apariencia, se atribuían a Dios o al demonio. Tres procedimientos inquisitoriales – los tres de Mexico - me dejaron la evidencia de que la “institución” mata la verdad y el amor. Me refiero al benedictino Lemercier, al obispo Méndez Arceo y al docto sacerdote Ivan Illich. Pablo VI, aunque tarde y forzado por la prensa, corrigió los desmanes del Santo Oficio con respecto a los dos últimos eclesiásticos. Lemercier no tuvo la paciencia de esperar y abandonó la Iglesia. Otros procesos en los que intervine, doctrinales o disciplinares, fueron igualmente frustrantes. Los doctrinales, porque resulta imposible atinar con la verdad desde la imposición y el dominio. Los disciplinares, porque, en una institución dictatorial o autocrática, siempre pierde el más débil. Se le daba la razón al ministro sobre el obispo, al obispo sobre el párroco, al rector sobre el profesor…

    Además, durante cuatro años, fui defensor del vínculo en casos matrimoniales de “privilegio petrino”. Procedían de Estados Unidos. Se trata de un sofisticado “divorcio” en favor del cónyuge católico, una ampliación papal del discutible y proselitista “privilegio paulino”(Cor 7,12-14). El privilegio petrino data de la colonización de América (Paulo III, Pio V, Gregorio XIII). Hoy se concede incluso a favor de un tercero y se prescinde de las “interpelaciones” paulinas. Simultáneamente, fui “comisario juez” para las llamadas “reducciones al estado laical”. De 1967 al 1975, las peticiones de ese tipo se incrementaron considerablemente, de 200 anuales a 5.000. Debido a la presión de los obispos, Pablo VI simplificó y abrevió la tramitación de las secularizaciones. Juan Pablo II estrecharía esa puerta.

    A este respecto, creo interesante dejar constancia de algo típicamente español y típicamente romano. Varios sacerdotes españoles habían abandonado el Catolicismo para hacerse pastores evangélicos. Habían contraído matrimonio en su Iglesia o civilmente en el extranjero. Según el vigente Código civil español, no podían validar su matrimonio. A diferencia de los simples fieles, les estaba vetado abjurar de la fe católica. La Ley les consideraba incapaces para casarse, lo mismo que los menores, los locos, los profesos solemnes… Un rescripto del Papa hubiera sido suficiente para solucionar el problema, pero el Vaticano no atendía sus peticiones porque ya no eran súbditos de la Iglesia católica. Un problema cuya solución tengo el honor de haber propiciado. Fue el entonces obispo de Málaga, D. Ángel Suquía, quien me animó a realizar un estudio y presentarlo a la consideración de los cardenales y del Papa. Entre tanto, Suquía hablaba con el mismísimo Pablo VI. En pocos meses, el Papa resolvía las reducciones al estado laical de los sacerdotes “apóstatas”. Lo hacía no “pro gratia”, sino “in “poenam”. Finalmente, sus matrimonios y sus hijos fueron legalizados en España. Lo contrario sucedió con respecto a unos doce obispos que solicitaron la reducción al estado laical para casarse. Al principio, Pablo VI estudió sus peticiones y accedió a dar el correspondiente rescripto. Luego, a partir de 1970, al ver que menudeaban tales peticiones, se daban por no recibidas.

    XV.- DE ROMA A MADRID.- Estudios y títulos por evasión

    Licenciatura en Filosofía Pura en la Universidad Lateranense. Diplomatura en la Escuela de Arhivística del Vaticano. Licenciatura en Filosofía y Letras en la Universidad de Barcelona. Fueron mis estudios y títulos durante mi permanencia en el Vaticano. Necesitaba evadirme. Mi actividad de funcionario no me resultaba gratificante. Tenía tiempo y ganas de estudiar. Los profesores de Barcelona fueron muy condescendientes. Apenas asistí a las clases. Las sustituí con trabajos de investigación a distancia. Al final de cada curso, me desplazaba para los exámenes. El Doctorado en Semíticas lo cursé y obtuve cuando ya residía en Madrid, con beca ampliada de Oriol-Urquijo. También la Licenciatura de Derecho en la Universidad Comillas-Madrid.
    Necesitaba cambiar de escenario. Durante los dos últimos años en el Vaticano me hice psicoanalizar bajo la dirección de un experto. Como conclusión, presenté mi dimisión al Cardenal Séper y se lo comuniqué a D. Ángel Suquía, reciente arzobispo de Santiago. Éste me ofreció un cargo muy importante que no acepté. También el arzobispo Elías Yanes quiso llevarme a Zaragoza y me susurró ascensos que me resbalaban. No me consideraba un líder en una institución sobre la que abrigaba muchas reticencias. Preferí orientar mi futura actividad por la anónima abogacía y el profesorado. Saqué la especialización de “abogado de la Rota” y bien pronto mi despacho tenía muchos clientes. Llevé casos en Madrid, en Roma, en Santander, en Valencia, etc. También en Brooklyn, N.Y., donde ejercí de fiscal durante cuatro veranos consecutivos. El acercamiento compasivo – y no sólo profesional - a tantas vidas en el trance sangrante de separación conyugal me resultó enriquecedor. Tengo cantidad de anécdotas. Algunas son de película.

    Luis Vela, S.J., decano de Derecho en la Universidad Comillas, me pidió que diera clases de Procesal e Historia de la Curia romana, lo que hice durante varios años con fruición. Como profesor invitado, durante cuatro años, impartí clases bíblicas en la Universidad “Villanova” de Pensilvania (USA).

    En 1980 superé unas oposiciones a la Administración Pública. Del Ministerio del Interior pasé al de Administraciones Públicas. Fui asesor jurídico de la Delegación del Gobierno en Madrid, sección de política local. Ello me proporcionó un acercamiento a los problemas de los 179 municipios de la Comunidad de Madrid. También, un buen sueldo de funcionario y ahora una sustanciosa pensión de jubilación.

    XVI.- EL HECHO RELIGIOSO. – Razón y fe

    Sobre el hecho religioso es reconocido especialista nuestro Torres Queiruga. Estoy lejos de poseer la amplitud de sus conocimientos y la profundidad de sus criterios. Lean sus escritos quienes deseen saber del tema. A mí se me ocurren unas pinceladas.

    Cuando el entonces Cardenal Ratzinger, en puertas del último Cónclave, arremetía contra el reinante relativismo doctrinal, estaba poniendo el dedo en la llaga del hecho religioso. Estoy convencido de que Ratzinger, gran pensador, más que atacar al relativismo, lo temía como algo consustancial a nuestra finita naturaleza. Incluso me atrevo a pensar que interiormente lo acepta y constituye su tormento ante la fe que, como máximo jerarca, ha de predicar.

    Se ha escrito mucho sobre la condición hamlética de Pablo VI. Tuve ocasión de ver muchos de los dossiers que semanalmente el Santo Oficio le enviaba y que él devolvía plagados de signos de interrogación. Montini, sabio, dudaba de todo y sufría horrores como Papa. Benelli aliviaba sus zozobras.

    No es para menos. Un desapasionado análisis’•e la historia de la Iglesia, de sus dogmas, de sus doctrinas y de su proceder, demuestra que ha acertado en dos campos bien delimitados: allí donde coincide con la ética y allí donde coincide con la ciencia empírica. Hay otros campos misteriosos, opacos, no contrastables. Sobre ellos sólo podemos fantasear. Si en Dios hay una naturaleza y tres personas; si una de esas personas divinas se materializó en un feto; si el pecado original existe y se trasmite por generación; si nos espera un purgatorio y un infierno; etc. etc. Son elucubraciones semejantes a los festines de ultratumba de los mahometanos o a las transmigraciones de los hinduistas y budistas. Numerosas definiciones y condenas históricas son hoy consideradas infundadas. Más aún, falsas. Tuve la impresión de que, en el ambiente pensante del Santo Oficio, los dogmas marianos, las definiciones del Vaticano I, los “anatema sit” del Tridentino, eran patatas calientes que hubiéramos deseado arrojar lejos. ¿Comprendemos ahora por qué el Vaticano II evitó toda definición dogmática?

    Poco después de mi llegada al Vaticano, reciente el Concilio, el entonces arzobispo de Barcelona D. Marcelo González me visitó. Estaba atormentado porque, confesaba, “sólo puedo decir a mis fieles que sean buenos”.
    Todas las religiones se remiten a revelaciones divinas y a libros sagrados. Cada una de ellas, presuntuosamente, se cree depositaria exclusiva de la verdad. Huelga traer a colación las divisiones, las guerras, los odios que las religiones de todos los tiempos han proporcionado – y lo siguen haciendo - a la humanidad. El fanatismo está asegurado cuando te sientas sobre “la verdad y el bien” y ves al otro como infiel, pagano, ajeno, ignorante o réprobo. “Extra Ecclesiam nulla salus”, un axioma dogma que desapareció o se silencia desde el Vaticano II, no obstante estar definido en los Concilios Florentino y Tridentino y haber sido eje doctrinal de nuestra Iglesia, sobre todo en el famoso y malhadado Syllabus de Pio IX.
    Pero está claro que, al margen de la generalizada inercia y anestesia mental, muchos necesitamos y buscamos algo que satisfaga nuestros deseos, que colme nuestras limitaciones, y que alguien – preferible con aparente autoridad – nos proporcione respuestas. Preferimos obtener respuestas infundadas a carecer de respuestas. Un lenitivo que ayuda a vivir y morir. Karl Marx lo llamaba opio. Y el último premio Planeta, Álvaro Pombo, en su Matilda Turpin (cap. XXV), apostilla: “no es ni verdadero ni falso, se llama Teología… es especulación; nada de ello puede probarse o lo contrario; es teología-ficción; es ficción, pero… es consolador”.

    XVII.- LA VIDA SIGUE.- La alegría de consumirla en paz y haciendo el bien

    Detrás de mi torre está la parroquia Ntra. Sra. del Espino, regentada por claretianos. Son modernos y esforzados pastores. Como tantos otros párrocos, se preocupan más de lo asistencial que de lo ritual. Les echo una mano. Sólo lo hago libremente, como actividad residual. Me siento a gusto con ellos.
    En mi despacho, mantengo vivos unos pocos asuntos legales. Busco estar libre para viajar (todos los años salgo de España alguna vez), para navegar por Internet, para leer de todo y para escribir mis memorias y artículos (alguno está ahora en prensa). En Madrid, no faltan actos culturales y espectáculos de toda índole. Colaboro con INTERMÓN. También con UNICEF cuya sede está a un tiro de piedra, cerca de la Estación de Chamartín. Mis inmediatos proyectos pasan por integrarme en “Amnistía Internacional” para luchar por sus fines en algún país, que no puede ser España ya que sus normas así lo determinan. Denunciar la pena de muerte, la tortura, el saqueo y el abuso de poder de gobernantes corruptos, defender los derechos de los refugiados…. Es mi Doctorado pendiente.

    Madrid, 17 de enero de 2007.

Haz hoy mismo tu APORTACIÓN (Pinchar aquí)

Escriba su comentario

Identificarse preferentemente con nombre y apellido(s). Se acepta un nick pero con dirección de e-mail válida.

Emplear un lenguaje correcto, respetar a los demás, centrarse en el tema y, en todo caso, aceptar las decisiones del moderador