Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Francia y el cisma tradicionalista

11-Julio-2007    Atrio
    Que la actual contrarreforma litúrgica -sobre la que habrá que volver- tenga mucho que ver con la crisis modernista -de la que hemos escrito mucho- que se inició por presión de los tradicionalistas franceses, muchos lo suponíamos. Lo expresa claramente Henri Tincq en este artículo publicado el sábado pasado en Le Monde.

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    FRANCIA Y EL CISMA TRADICIONALISTA

    Por Henri Tincq

    LE MONDE | 07.07.07

Que Francia sea la tierra bendita de los católicos tradicionalistas no deja de asombrar más allá de las fronteras del Hexágono. Con la publicación, el sábado 7 de julio, del motu proprio (decreto) de Benedicto XVI restaurando bajo condiciones el antiguo rito de la Iglesia, los grupos a favor o en contra de la misa en latín –¡más de cuarenta años después del concilio Vaticano II!- corren el riesgo de rehacerse en Francia. Se haría mal en sonreír ante esta cuestión, aparentemente propia de un tiempo ya pasado. Un rito determina siempre una visión de la religión y del mundo. “De la misa en latín, van a hacer una bandera”, ya temían los consejeros del papa Pablo VI (1963-1978) hablando de los tradicionalistas.

Fue en Francia donde las batallas posteriores al concilio, en los años 1960-1970, fueron las más duras, las innovaciones litúrgicas las más inesperadas, las resistencias más fuertes. Fue en Francia donde se alzó el obispo disidente, Marcel Lefebvre (1905-1991), hombre del norte de carácter recio, portavoz de la minoría del concilio hostil a toda reforma, combatiendo, hasta la excomunión y el cisma (1988), contra una “Roma de tendencia neoprotestante y néomodernista” y contra los papas Pablo VI y Juan Pablo II a quienes consideraba sepultureros de la tradición católica. También es en Francia donde está más implantada la Fraternidad de San Pío X, fundada para agrupar a los sacerdotes rebeldes.
¿Por qué Francia? Porque en ella nunca acaban de dirimirse unas querellas que se remontan a lo lejos de su historia singular. La corriente tradicionalista agrupa nostálgicos del rito antiguo, que consideran como la vía más segura a lo sagrado, al misterio, la emoción, la belleza que dicen ya no encontrar en los oficios modernos. Pero son sobre todo los herederos de todas las resistencias de los últimos siglos contra la Reforma protestante del XVI, contra la Revolución, contra el “modernismo” teológico que sobre todo afectó a Francia.

La Contrarreforma continúa desde hace cuatro siglos para los tradicionalistas que no quieren reconocer otro rito que el tridentino, el del Concilio de Trento (1545-1563), instaurado por la Iglesia de Roma tras la secesión de Lutero y Calvino. Nunca han admitido la apertura de un diálogo con los protestantes, mantenidos como herejes. Para ellos, la Iglesia actual se ha “protestantizado” incluso, por su rito, su manera liberal de pensar y de reformarse, de primar la conciencia sobre la autoridad y los derechos del individuo sobre las normas impuestas por Dios.

Contra la Revolución francesa y el modernismo, nunca se han desviado de la enseñanza de los papas “intransigentes” del siglo XIX, que condenaban las “ideas del 89″, defendían la Revelación contra la Revolución y los deberes del hombre hacia Dios más bien que sus derechos. Su referencia doctrinal sigue siendo el Syllabus de Pío IX, en 1864, contra “el catálogo de todos los errores del mundo moderno”: libertad de pensamiento, prensa, la razón, la ciencia y el progreso, el derecho para cada uno de abrazar la religión de su elección. También la encíclica Pascendi del papa Pío X que, en 1907, condenó el “modernismo”, esta “cita de todas las herejías”, y que garantizó toda delación e intimidación contra los exegetas, biblistas, historiadores… influyentes en Francia (Alfred Loisy, Marie-Joseph Lagrange), acusados de poner en duda la historicidad de la Biblia y la autoridad de la Iglesia.

Con los tradicionalistas, el rito nunca está lejos de la política. Se encuentra en sus filas, en su prensa, en los huérfanos de la vieja Acción francesa de Charles Maurras (1868-1962), para quien el catolicismo romano era el único factor de defensa de la civilización. Luego en los herederos de los que sostuvieron a Franco, Salazar, Pinochet -que hacía desaparecer a sus opositores antes de ir cada mañana a misa-, del general argentino Videla -que censuraba en las iglesias el rezo del Magnificat, suprimiendo su versículo más subversivo: “(Dios) derroca los poderosos de su trono”. El núcleo duro de la corriente tradicionalista francés incluye los eternos reaparecidos de todos los combates de la extrema derecha, de Vichy hasta el Frente nacional.

UNA IGLESIA AL RITMO DE SU TIEMPO

Al contrario, también es Francia de donde partieron muchas de las iniciativas que, desde el XIX, han intentado poner el catolicismo al ritmo de su tiempo. En Francia nacieron los católicos liberales quienes, a la imagen de un Lamennais, se asustaban ante las derivas despóticas del poder pontificio. En Francia, tras la Adhesión a la República, el Sillon de Marc Sangnier hizo surgir generaciones de “católicos sociales”, a menudo aristócratas o burgueses adheridos a la doctrina social de la Iglesia, de donde nacerán los sindicatos cristianos. La condena de la Acción francesa por Pío XI, en 1926, tuvo como efecto liberar los militantes e intelectuales hacia un cristianismo más abierto, social y liberal: Jacques Maritain replica a Maurras en Humanisme íntégral (1936) y Emmanuel Mounier funda Esprit en 1932.

Posteriormente será la aparición de la Acción católica, de los movimientos de Juventud agrícola cristiana o de Juventud obrera quienes se formarán, ilustradamente, en los combates de la Resistencia. Citemos los nombres de Michelet, Bidault, Domenach, los teólogos de Lubac, Congar, de Moncheuil, Sommet, Chaillet, fundador de Témoignage chrétien, los que han identificado el Evangelio con la resistencia al totalitarismo. Estas personalidades, con de Gaulle o contra él, también participaron en los esfuerzos de la reconstrucción de Francia y de una Iglesia que había colaborado con Vichy y se abrió a la modernidad y a lo que se llamaba entonces la “reevangelización de las masas”.
Esta es la razón por la que la Iglesia de Francia, cuyos sacerdotes obreros y los teólogos de vanguardia fueron sometidos al silencio por Pío XII, estaba dispuesta a acoger la extraordinaria renovación del Vaticano II. Y los mismos que se había visto sancionados se convirtieron en los inspiradores de las reformas, cambiaron la mirada de los católicos sobre el mundo moderno, han permitido un funcionamiento más colegial de la Iglesia, admitido el derecho de cada persona a la libertad de religión y conciencia, abierto una era de diálogo con las otras confesiones cristianas, con los judíos y los musulmanes.

Nadie acusará al papa Benedicto XVI de intentar recuperar a sus “ovejas perdidas”, pero ¿cómo no temer que una fracción, incluso minoritaria, de tradicionalistas -la “Resistencia católica”- no intente reconquistar posiciones de poder en Roma, en la clerecía francesa y provocar la inflexión de la mejor de las opciones católicas de los cuarenta últimos años?

    [Traducción para ATRIO de Joaquín Adell]

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