Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

La visita del Papa Ratzinger a Brasil: demarcando las fonteras

10-Agosto-2007    Faustino Teixeira
    El autor es teólogo coordinador del PPCIR-UFJF -Programa de Posgrado del Departamento de Ciencia de las Religiones en la Universidad Federal de Juiz de Fora (Brasil)-. Nos ha enviado directamente este artículo en el que analiza la visita del papa a Brasil, sobre todo bajo el aspecto de su obsesión, que viene de lejos, por dejar bien claro que “el cristianismo romano-católico es la perfecta realización de todas las religiones”. Como decía ayer Zizola, ¿no es traiciona al espíritu de Jesús plantear ese perfectismo ahistórico?

  • Introducción
  • Nuestro objetivo, en este breve artículo sobre la visita del Papa Ratzinger a Brasil, es el de ilustrar algunas líneas de su posición respecto a las religiones presentes en el país. Pero, para facilitar esta comprensión, se hace necesario situar la visita dentro del cuadro más general de la visión de Ratzinger sobre las religiones. Tomaremos como punto de partida el período que sigue al momento en que Ratzinger asume el papel de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CdF), en enero de 1982. No es nuestro objetivo analizar o situar todos los documentos producidos. Solamente, indicaremos algunos rastros presentes en textos que son representativos para expresar su visión de las religiones.

  • En los tiempos de la actuación en el CdF
  • En el período en que actuó como Prefecto del CdF, el cardenal Ratzinger mostró, con la claridad que caracteriza su visión del mundo y de la iglesia, su posición en cuanto a las religiones. En la entrevista otorgada a Vittorio Messori en agosto de 1984, publicada en la revista italiana “Jesús”, señaló su preocupación por el “énfasis excesivo” otorgado a los valores de los otros en el postconcilio. Sin desconocer el valor tradicional de la doctrina cristiana que afirma la dinámica de la salvación universal, puso de relieve que la misma había sido hinchada por teorías como la de Rahner sobre el “cristianismo anónimo”, con repercusiones vivas en la comprensión de las religiones no-cristianas como “caminos ordinarios de la salvación”. En la visión de Ratzinger, tales teorías terminaron provocando el aflojamiento de la ” tensión misionera”. Su visión crítica se dirigió también hacia los que, desde su perspectiva, produjeron con su reflexión un “juicio injusto sobre la conexión entre la actividad misionera y el colonialismo”. Exalta el trabajo de los misioneros que, a su parecer, establecieron un “oasis de humanidad en zonas devastadas por la miseria y la opresión” y lanza una mirada sombría sobre la situación religiosa que precedió a la llegada de los primeros evangelizadores: “No es el caso de exaltar las condiciones precristianas, ese tiempo de los ídolos que fue también el tiempo del temor, en un mundo donde Dios estaba lejano y la tierra abandonada a los demonios”. Confirma en la entrevista la tarea urgente y fundamental de la reanudación misionera, del revigorizar el anuncio explícito dirigido a las otras religiones, que son identificadas, en muchos casos, como “regímenes de terror”.

    Es bien nítida, en la entrevista de Ratzinger, su posición crítica ante las otras religiones. Se trata de un posicionamiento que será recurrente a lo largo de su actividad en la CdF. Algunos documentos producidos por la CdF mientras fue Prefecto del dicasterio romano, son bien expresivas de su visión sombría sobre el tema. Vale recordar la carta a los obispos católicos sobre Algunos aspectos de la meditación cristiana, de 1989, cuando llama la atención a los obispos sobre la difusión de métodos orientales de oración entre los cristianos y, en especial, por el riesgo de un “sincretismo pernicioso”. Igualmente sugestiva es la Carta a los obispos sobre algunos aspectos de la Iglesia entendida como comunión, de mayo de 1992, donde expresa su posición sobre el “empeño ecuménico”. Ya en su libro Rapporto sulla fede, el cardenal Ratzinger había manifestado una posición más reticente sobre el ecumenismo: la dificultad de vislumbrar el ejercicio de una “unión completa” o el temor de un diálogo que pudiese confundir o cambiar la verdadera esencia de la fe católica. En aquella ocasión insistía más en la línea de la “separación”. En la carta a los obispos de 1992, se percibe una continuidad en tono pesimista sobre el tema. La preocupación central es marcar la diferencia cualitativa de la iglesia católico-romana. El título de iglesias particulares gana un sentido bien preciso en el documento, restringiéndose a la iglesia católica romana y a las iglesias orientales ortodoxas. Se evita conferir a las otras denominaciones “no católicas” la designación de iglesias, en razón de que vivencian apenas un “cierta comunión, aunque no perfecta”. Lo que la carta reconoce en las otras denominaciones cristianas es apenas la presencia de “elementos de la Iglesia de Cristo”. En la percepción de la CdF, la situación de estas comunidades cristianas expresaría todavía una “herida” en el proceso de realización de la unidad y universalidad de la iglesia en la historia. Al hablar de “empeño ecuménico”, lo que se observa es el horizonte de la “plena comunión en la unidad de la Iglesia”, pero con el reconocimiento de la “perennidad del Primado de Pedro”.

    Tal postura sobre las otras iglesias cristianas provocó diversas reacciones criticas. En el documento del Sínodo de las iglesias valdenses y metodistas sobre el ecumenismo y el diálogo interreligioso, realizado en agosto de 1998, se muestra un nítido descontento con respecto al rechazo de la iglesia católico-romana de reconocer a las iglesias protestantes como iglesias de Jesucristo, sus ministros como ministros de Jesucristo y su Cena como Cena del Señor. El documento subraya la importancia de una visión de la unidad centrada en la idea de “diversidad reconciliada”. La diversidad se presenta no como un simple e incómodo “apéndice de la unidad”, sino como algo esencial que la caracteriza. En línea de continuidad con esta visión más abierta, el teólogo católico Claude Geffré indica que la búsqueda de una unidad visible en el ámbito del ecumenismo no significa el regreso a una unidad ya adquirida, sino a una “unidad inédita que integra la diversidad legítima de cada Iglesia, que procede de una diversidad reconciliada y que lleva a una comunión de comuniones”.

    Retornando el tema propuesto, hay que reconocer que la gran preocupación que mueve al cardenal Ratzinger en este período en que actuó como Prefecto de la CdF es el relativismo, al que identifica como “el problema más grave de nuestro tiempo”. En un texto sugestivo que retoma una conferencia dada por el cardenal a los obispos asiáticos, en marzo de 1993, Ratzinger llama la atención hacia el “dogma del relativismo” presente en expresiones de la teología latinoamericana, africana y asiática Al tratar el tema de las otras religiones, señala como riesgo de una visión limitada querer “encerrar a los hombres y culturas en una reserva natural espiritual”. En su opinión, la fe cristiana es portadora de una novedad única y singular para las culturas y religiones. Subraya que “las religiones, para vivir auténticamente, deben reconocer su carácter de espera, que las impulsa hacia Cristo”. En otro momento, al hablar a los presidentes de las comisiones episcopales de América Latina para la doctrina de la fe, vuelve a tocar la cuestión del relativismo y su incidencia en la teología. Manifiesta su preocupación con la manera de trabajar el tema del diálogo, el cual, según su forma de ver, se estaría asumiendo actualmente en un sentido diferente al tradicional. Para Ratzinger, la manera de trabajar la cuestión, estaría poniendo a la fe en el “mismo nivel de las convicciones de los otros”, dejándose de “considerarla más verdadera que la opinión de los demás”. Al oponer la nueva noción de diálogo a la noción presente en la tradición platónica y cristiana, Ratzinger alerta que en su nueva concepción, el término “se convierte en la quintaesencia del Credo relativista y lo opuesto de la conversión y la misión”.

    Los acontecimientos importantes en el ámbito del diálogo inter-religioso, como el acontecido en la ciudad de Asís (Italia) en 1986, en la Jornada Mundial en por la Paz, provocaron en Ratzinger mucha más perplejidad que acogida. Fueron iniciativas de Juan Pablo II que, en la visión del vaticanista Bernard Lecomte, se realizaron “al margen de la Curia, para no decir en contra ella”. El golpe más decisivo contra las otras tradiciones religiosas, vino con la declaración Dominus Iesus, sobre la cuestión de la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la iglesia. Esta declaración no sólo encuadró al pluralismo religioso y restringió el campo del ecumenismo, sino que también confirmó la “minoridad” de las otras tradiciones religiosas. Se niega cualquier posibilidad de acogida al “pluralismo de principio” (DI 4), y de forma nítidamente ofensiva se indica que los adeptos de las otras tradiciones religiosas se encuentran en una “situación gravemente deficitaria comparada con quienes en la Iglesia tienen la plenitud de los medios de la salvación” (DI 22).

    La resistencia crítica del cardenal Ratzinger al tema del diálogo inter-religioso, se manifestó también en su acción contra los teólogos que se dedicaron al tema. El vaticanista Giancarlo Zizola señala en su libro sobre el Papa Wojtyla, que “los teólogos del diálogo inter-religioso fueron golpeados por la tormenta (bufera) de la represión romana”. Entre los teólogos que serán castigados o serán notificados por el CdF: Tissa Balasuriya (1997), Antonii de Mello (1998), Jacques Dupuis (2001) y Roger Haight (2004).

  • Una dinámica de la continuidad
  • En la última homilía pronunciada por el cardenal Ratzinger, en la apertura del cónclave que lo eligió Papa, en abril de 2005, manifestó su preocupación por los vientos relativistas que amenazan el barco del pensamiento cristiano, y retoma su incisiva defensa de una fe clara y contundente para encarar los desafíos de este tiempo. Este será un tema bien demarcado en su pontificado, como Papa Benito XVI. Mantendrá encendida su critica a lo que considera un “hermenéutica de la discontinuidad y la ruptura” lo que produjo, según su opinión, mucha confusión en la iglesia post conciliar y la afirmación de la necesidad de firmar la convicción católico-romana en los corazones y las mentes. Según el historiador de la iglesia, Alberto Melloni, el Papa Ratzinger inaugura un pontificado bajo el signo de la “decantación”. No es un Papa de grandes de gestos y presencia televisiva, sino un Papa introspectivo, intelectual y bien seguro respecto al proyecto de afirmación de la identidad de la iglesia católico- romana y de la dinámica de su continuidad con la tradición.

    Entre las prioridades del nuevo pontífice se sitúa el deseo de convertir Occidente a Dios y reaproximarse al Oriente ortodoxo y al Extremo Oriente. Tareas extremadamente difíciles y arduas. En la delicada relación con el mundo musulmán, las actitudes del Papa Ratzinger no fueron de las más felices. Hay que recordar aquí el discurso que llevó a cabo en la Universidad de Regensburg, en septiembre de 2006, y el desliz del Papa al citar un polémico pasaje del emperador bizantino, Manuel II, del siglo XIV, en su diálogo con un intelectual persa. En su discurso, el Papa Ratzinger trae un mensaje que es claro: la importancia de la razón griega para el equilibrio de la fe y la defensa contra la tentación fundamentalista. E indica la profunda armonía que existe entre lo helénico y la comprensión bíblica de la fe en Dios. Es un discurso que apunta contra la tendencia teológica de la deshelenización del cristianismo, presente en la experiencia actual del pluralismo religioso y cultural. El Papa Ratzinger identifica el inicio de ese proceso en la reforma protestante del siglo XVI, teniendo como una segunda etapa en la teología liberal de los siglos XIX y XX. En este discurso, el Papa Ratzinger lanza una provocación tanto para la modernidad secularizadora, incapaz de abrazar todo el ámbito de la razón (que incluye necesariamente lo divino), cuanto para las corrientes fundamentalistas que estarían quitando de su experiencia de fe el ámbito fundamental de la razón. Tal vez aquí, un critica sutil al fundamentalismo Islámico.

    El Papa Ratzinger deja de acentuar en sus pronunciamientos el diálogo inter-religioso. Prefiere hablar ahora de “diálogo genuino entre culturas y religiones”, diálogo con las “diversas civilizaciones”. Un signo explícito de esa nueva perspectiva fue la decisión del Papa de destituir a Michael Fitzgerald del cargo de presidente del Consejo de Pontificio para el Diálogo Inter-Religioso, en cuyo dicasterio hay una comisión para las relaciones religiosas con los musulmanes, y designarlo para la función de nuncio apostólico en Egipto. Los analistas ven en ese hecho una señal clara del distanciamiento del pontificado con respecto al “espíritu de Asís” al cual, Fitzgerald estuvo siempre muy ligado. Y también, la intención ratzingeriana de subsumir el dicasterio del diálogo al Consejo Pontificio para la Cultura, guiado por el cardenal Poupard. El proyecto no avanzó, en razón del reciente cambio en la política de Benito XVI, quizás, bajo el influjo del cardenal secretario de estado, Tarsicio Bertone, quien concede nuevamente autonomía al Pontificio Consejo para el Diálogo Inter-Religioso, con el nombramiento del cardenal Jean-Louis Tauran para asumir su dirección. Como destacó el vaticanista Marco Politi en el artículo del periódico italiano La Repubblica (26/06/2007), el Papa Ratzinger advirtió la importancia de este dicasterio como plataforma estratégica para tratar con las otras religiones, y en especial con el Islam.

  • La visita el Brasil
  • En lo que respecta al tema de las religiones, la visita del Papa Ratzinger a Brasil, en mayo de 2007, estuvo marcada por dificultades bien precisas de comprensión y acogida del pluralismo religioso existente en el país. Y la razón es bien clara: fue un viaje pautado por el énfasis en la afirmación de la identidad católica, en un país de enorme importancia para el futuro del catolicismo, pero cuya expresión de la fe se encuentra debilitada o amenazada por la migración de fieles hacia otras denominaciones religiosas. Entre los diversos discursos pronunciados por el Papa en Brasil, se pueden subrayar dos en particular: el discurso a los obispos de Brasil, durante el encuentro en la Catedral de la Sé (San Pablo) y el discurso de apertura de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (Aparecida del Norte). En su reflexión en la Catedral de la Sé, el Papa Ratzinger insistió en la necesidad imperiosa de la iglesia de dar continuidad al “mandato de evangelizar”.

    Y reconoce que el debilitamiento de la fe católica en Brasil se debe también a la ausencia de “una evangelización en que Cristo y su Iglesia estén en el centro de toda explicación”. Cuando aborda las tradiciones pentecostales, de crecimiento explosivo en el país, el lenguaje es demoledor: el Papa habla del “proselitismo agresivo de las sectas” que ganan fuerza a causa del debilitamiento de la fe, vivenciada de forma “confusa, vacilante e ingenua”. Su propuesta va en el sentido de un “evangelización metódica y capilar”.

    En el discurso de apertura de la V Conferencia, habla nuevamente del “debilitamiento de la vida cristiana” y de la falta de un sentimiento vivo de pertenencia eclesial, lo que no sólo se debe a la sangría de fieles hacia otras denominaciones religiosas, sino también al secularismo, el hedonismo y el indiferentismo religioso crecientes. En el inicio del discurso, dice que la fe cristiana animó a los pueblos latinoamericanos y caribeños durante siglos. Deja de mencionar las atrocidades cometidas en nombre de Jesús contra los pueblos de las culturas precolombinas, y subraya que la aceptación de la fe cristiana vino apenas a coronar lo que ellos deseaban silenciosamente: el Cristo salvador. Munido de una teología bien tradicional, en la línea del coronamiento cristiano, el Papa Ratzinger procuró subrayar que la presencia cristiana vino, en verdad, a enriquecer y a ensanchar las potencialidades religiosas de los pueblos que aquí habitaban, pues Cristo no es “extranjero en ninguna cultura”. Según su opinión, los pueblos originarios consiguieron expresar una rica síntesis entre sus culturas y la fe cristiana. Traduciendo una critica, aunque implícita, a la reflexión teológica en curso en el continente, que procura rescatar los valores autóctonos de las religiones indígenas, el Papa desautoriza el trabajo de dar vida a las religiones de los pueblos originarios, entendiendo a esa tarea como “retirada” y “involución”.

    Toda la reflexión papal estuvo en la línea de mostrar que el cristianismo romano-católico es la perfecta realización de todas las religiones y que la tarea principal de la iglesia es la de llevar a los pueblos del continente a una “adhesión personal y comunitaria a Cristo”. Fueron duras sus palabras con respecto a la religión de los pentecostales, reducida a un conglomerado fragmentario de la religiosidad natural. Y sobre todo, la ausencia de la delicadeza al reducir la vida pentecostal a un proselitismo agresivo de secta, desconociendo el importante papel que tantas comunidades pentecostales han ejercido en favor de la generación de lazos esenciales de confianza, auto estima y dignidad de los pobres, así como la circulación de beneficios materiales y afectivos en su campo de acción. Faltó también una evaluación más honesta de la religión de los pueblos originarios, cuyo valor se redujo a su capacidad de apertura a lo que ignoran. Y ninguna palabra sobre las religiones afro-brasileras

    Fueron evidentes las implicancias que tuvo la posición del Papa Ratzinger en la Conferencia de Aparecida. Particularmente, el cristocentrismo eclesiocentrado. La vuelta a la idea patrística de las “las semillas del verbo”, para enfatizar que las culturas autóctonas ya estaban preparadas para el toque final de la acogida del Evangelio. E igualmente, la afirmación regocijada de que “Jesucristo es la plenitud de la revelación de todos los pueblos y el centro fundamental de referencia para discernir los valores y las deficiencias de todas las culturas, incluidas las indígenas”. Lo que se ve, en verdad, es una dificultad muy grande para captar el valor irrevocable y singular de la diversidad religiosa. El desafío que se abre para el futuro, todavía lejano, es el de saber honrar la singularidad y la originalidad de las diferentes tradiciones religiosas. Y poder reconocer, que en la providencia del Dios misericordioso, no existe un único camino de respuesta a su llamado, y por el contrario, que en caminos diversos, pueden ser experimentados y celebrados los signos fructificantes de su gracia. No es posible negar la presencia irradiante del Misterio más grande en los diversos caminos religiosos. Y el diálogo, por tanto, consiste precisamente en compartir ese viaje común, en compañía del Espíritu, “para descubrir de donde viene y hacia donde va a su gracia”

      Publicado en la revista Tempo e Presença Digital el 18 de Julio de 2007 con el título Bento no Brasil Año 2, N. 4.
      [Traducción para ATRIO.org de SZ. En la edición digital citada del texto portugués se incluyen 16 notas con referencias bibliográficas y algún comentario añadido, que han sido suprimidas en la actual traducción]

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