Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Las grandes incertidumbres en la Iglesia actual

04-Septiembre-2007    José Comblin
    Si en el artículo anterior se trata de la triple gran revolución que pone en peligro el futuro del hombre, en éste un veterano sociólogo, teólogo y apóstol belga, encarnado en América Latina, expone lúcidamente cómo la Iglesia sigue anclada añorando el “antiguo régimen” de cristiandad. Si no despierta de este epejismo privará a la humanidad de la fuerza salvadora que podría aportar. Hemos destacado algunas palbras y frases para facilitar una lectura rápida que invite a leer con calma todo el largo texto.

    Síntesis: La Iglesia todavía no ha tomado conciencia de la gran revolución de los años 70.

    No ha entendido la gran aspiración para la libertad y los pasos que fueron dados. Esta revolución incluye una crítica de todas las instituciones por ser represivas y obstáculos a la libertad. La crítica de las instituciones atañe también a la Iglesia y está en la base de las crisis internas de la Iglesia desde los años 70. En adelante la distinción entre Iglesia e institución es inevitable. La institución es todo lo que fue añadido al mensaje de Jesús. Ella varía y todavía puede y debe variar. La nueva situación, provocada por la conquista del mundo por el sistema capitalista mundial, obliga a cambiar de actitud frente al mundo. La Iglesia parece estar muda y desorientada. ¿Podrá el Papa dar signos proféticos claros en este mundo neoliberal? ¿Continuará pensando que la función de la Iglesia es ofrecer una doctrina social?

  • 1. El hecho básico
  • El hecho fundamental es que la Iglesia todavía no ha percibido o no ha reconocido o no ha querido aceptar la gran revolución de la sociedad occidental que se manifestó en los años 70 del siglo pasado y se extendió rápidamente al mundo entero. Lo que acontece actualmente en China y en los “tigres asiáticos” es altamente significativo. Pueblos que tenían una larga tradición de civilización adoptan con entusiasmo y casi con furia la nueva sociedad occidental nacida de la revolución de los años 70.

    La Iglesia vive todavía en la ilusión del mundo del tiempo de Vaticano II, como si no hubiese habido una revolución tan radical como la Revolución Francesa, luego después del Concilio. Quien hoy en día lee ciertos textos conciliares, por ejemplo, el de la Gaudium et Spes, no puede no quedar impresionado por la ingenuidad de la concepción del mundo que se hacía en aquel tiempo. El Vaticano II habló para un mundo que hoy ya no existe más. Entró en la historia, más no proporciona orientaciones para el mundo de hoy.

    A partir de los años 70 comenzó el desmoronamiento de la cristiandad. En los tiempos del Vaticano II algunos apresurados habían proclamado el fin de la cristiandad. Mas todavía no era el fin. Por el contrario, el Concilio vivió en un ambiente de neocristiandad. Pocos años después, comenzó la gran revolución de la sociedad occidental que repercutió también en la Iglesia como un huracán. Muchos católicos se separaron de la institución, inclusive muchos sacerdotes y muchos religiosos. Los conservadores intransigentes atribuyeron ese hecho al Concilio, pero el Concilio no tenía nada que ver con eso. Lo que aconteció fue la gran revolución total de la sociedad occidental: revolución en la ciencia, en la economía, en la política, en la cultura; revolución total y profunda con consecuencias de una revolución en la ética y en la religión.

    Esta revolución conmovió todas las instituciones: la familia, la empresa, la escuela, la universidad, el Estado y, naturalmente, las instituciones religiosas. Antiguos poderes desaparecieron y aparecieron nuevos poderes. Ahora sí, estamos llegando al fin de la cristiandad. Más todavía no es el fin de la conciencia de cristiandad dentro de la Iglesia. Por el contrario, toda la institución sigue funcionando como si nada hubiese mudado y como si la Iglesia todavía hubiese tenido el mismo poder social de siempre. Hay movimientos poderosos que piensan que pueden rehacer de nuevo una neocristiandad como aconteció después de la Revolución Francesa. Pura ilusión. Faltan los elementos sociales para recomenzar esta operación.

    Pero esta conciencia de cristiandad en una situación de vaciamiento de esta cristiandad genera un sentimiento bastante generalizado de malestar. Compárese la psicología de los católicos y también del clero con la psicología de los evangélicos! Entre los evangélicos prevalece un sentimiento de euforia, de confianza, de victoria. Los evangélicos se sienten victoriosos y los católicos tienen la conciencia de los derrotados que procuran mantener el pasado sin mucha convicción.

    Ahora bien, el fin de la cristiandad significa que la evangelización y la pastoral ya no pueden ser hechas a partir de una posición de poder.

    Desde Constantino, la pastoral se hizo a partir de la posición de poder de los obispos y del clero. Ellos enseñan, administran los sacramentos, gobiernan las comunidades. Cada párroco es papa en su parroquia: el es infalible, con plena jurisdicción. Los laicos son objeto de obligaciones: los laicos deben ir a la parroquia, deben obedecer y, sobretodo, sustentar financieramente una institución en la cual no tienen poder ninguno. Y el poder del clero se presenta como si fuese el poder de Dios. La parroquia es la imagen del poder. El párroco es enviado por el obispo sin ninguna consulta a los laicos. El manda, no porque es reconocido por su pueblo como la persona más capacitada, mas simplemente por imposición del obispo. De repente, llega y puede mandar en todo. El único límite a su poder es la resistencia del pueblo, la indiferencia de la mayoría y una actitud de defensa, tan frecuente entre los católicos, que hace que solamente una pequeña minoría participe de la parroquia.

    En cuanto a la evangelización del mundo, ella se hizo casi siempre por imposición. La evangelización acompañó la conquista por los poderes de la cristiandad del Occidente, por guerras de religión o conquista colonizadora. América Latina es el ejemplo más completo de esta evangelización por la conquista y conversión forzada. Hubo excepciones. Hubo misioneros que protestaron contra la conquista. Más ellos no tuvieron ninguna influencia. Sus escritos no fueron publicados antes del siglo XIX, cuando los imperios de España y Portugal ya habían desaparecido. Los pueblos conquistados recibieron el cristianismo por la presión del poder político y militar asociado a la misión.

    Hoy en día, la Iglesia no tiene ya poder o solamente queda con algunas ilusiones de poder . Ya no puede evangelizar a partir del poder. Esto deja a la Iglesia desconcertada, con un sentimiento de impotencia. Yo mismo oí a un nuncio diciendo que sin apoyo del poder civil la Iglesia no consigue evangelizar. Los que quedan apegados a la tradición quedan desconcertados. Acostumbrados a la idea de que el padre es una persona de poder, de repente quedan desorientados, cuando perciben que ninguno más acepta su poder, salvo algunas señoras piadosas que cuidan de la iglesia parroquial. Monseñor Expedito, de São Paulo del Potengi, contaba las palabras del obispo de Natal que lo hizo párroco. Decía el obispo: “Expedito, nunca se olvide de que usted es autoridad. Trate de tener buenas relaciones con el prefecto, con el delegado y con el juez. En cuanto al resto, haga lo que pueda”.

    El problema entre todos los problemas, y que está en la base de todos, es la necesidad de evangelizar sin poder, a partir de una relación de igualdad: un ser humano con otro ser humano, como modo de relación entre personas iguales y no en una relación de superior e inferior.

    Es el drama de muchos jóvenes sacerdotes que fueron formados para el poder en un ambiente de poder y descubren, de repente, que ya no existe este poder. Pero no fueron preparados para una relación de persona a persona, como hermanos iguales.

    En el lenguaje del Vaticano II los laicos fueron promovidos. Desde entonces fueron publicados muchos documentos excelentes sobre los laicos en la Iglesia. Los documentos de la Conferencia Nacional de los Obispos Brasileños (CNBB) son particularmente excelentes y muestran la calidad de los asesores que asisten a los obispos. Pero, en la práctica, nada ha cambiado. Los laicos no tienen más poder, más autonomía que antes. Todo quedó en palabras, porque nada cambió en la institución. Durante el pontificado anterior fue publicado un Catecismo católico. ¿Cuál fue la participación del pueblo de Dios en la preparación de este catecismo? Ninguna. Ni se sabía quienes eran las personas que estaban elaborando este catecismo. Fue publicado un nuevo Código de Derecho Canónico. ¿Cuál fue la participación del pueblo cristiano en la redacción de este código? Ninguna. Los laicos no valen nada; en la práctica, no tienen el Espíritu Santo. Ellos son ignorantes y, como ignorantes, deben aceptar todo sin reclamar. Antes de esto hubo reformas litúrgicas. ¿El pueblo cristiano fue consultado? No. El pueblo es ignorante, los laicos son ignorantes. Todo esto, como si el Espíritu de Dios estuviese solamente en la jerarquía. Lo que dicen los documentos queda en palabras. En la práctica, todo continúa como siempre: una relación de poder y una pastoral de poder. Es esto que debe cambiar, si queremos evangelizar este mundo nuevo en que ahora estamos sumergidos.

    Pues estamos en un mundo nuevo. La gran mayoría de los bautizados ya ni conocen el Padre Nuestro e ignoran todo de la Iglesia. La vida es un corre-corre, corriendo de una actividad para otra, para sobrevivir. La desorganización social es tal que las personas viven como individuos solitarios, aislados, sin confianza en los otros, sin relación humana firme: a veces, ni siquiera entre esposos. La cristiandad tradicional, con su modo de vivir, sobrevive en algunas tradicionales familias “mineras”. Siempre habrá algunos representantes del pasado. Pero ellos no ejercen ya influencia en la sociedad y constituyen refugios eclesiásticos. Para los 5 millones de habitantes de los condominios de São Paulo ¿qué significa la Iglesia? Para los 3 millones de favelados, ¿qué significa la Iglesia? ¿Cuál es su poder? Lo que vale son los misioneros que consiguieron formar pequeñas comunidades vivas a partir de una relación de hermanos, relación de igualdad, sin invocar ningún poder eclesiástico.

    Este es el desafío práctico, todavía no asumido colectivamente por la Iglesia: reconocer que no se puede ya evangelizar a partir de una posición de poder, sino sólo en una relación de seres humanos con seres humanos iguales. En la teoría, ninguno contesta, pero en la práctica, todo continúa como si la Iglesia todavía tuviese en la sociedad el poder que tuvo hasta los años 70 del siglo XX.

  • 2. La gran revolución cultural
  • Existe una abundante y excelente literatura sobre la revolución de la economía y de la política después de los años 70. Hubo una transferencia de poderes con repercusiones inmensas en la vida diaria de las personas como en la vida social. Querría apenas aquí llamar la atención hacia la revolución cultural, o, mejor dicho, hacia algunos de sus aspectos.

    Un elemento importante de esta revolución fue, y todavía es, la crítica sistemática de todas las instituciones, denunciadas como máquinas de poder y de represión de la libertad y de la personalidad individual. La primera institución criticada fue la familia, y está claro que la familia tradicional se desintegra. Incluso en Estados Unidos donde la ortodoxia capitalista siempre había postulado que las relaciones de competitividad y de busca de la mayor ventaja en la vida pública no afectarían la vida privada de las familias, los más conservadores, como Francis Fukuyama, deben reconocer que la familia está en plena crisis. Quien provoca la crisis son los jóvenes que se sienten oprimidos por la cultura anticuada de sus padres, cuyos valores ellos ya no reconocen.

    La segunda crisis tiene por objeto todo el sistema de educación, desde la universidad hasta la escuela de enseñanza básica. El sistema fue denunciado como opresor, tanto por la manera de imponer y ejercer autoridad sobre los jóvenes, como por el vacío de contenido que quiere imponer, y no preparar a los jóvenes para la vida real. Esta crítica provocó, de hecho, un debilitamiento del sistema escolar y educativo en el mundo entero. En todos los países se reconoce una disminución de los resultados del sistema escolar, cada vez más improductivo, de tal modo que la escuela aparece como escuela de analfabetismo. Las estadísticas oficiales son engañosas, porque proporcionan índices elevados de alfabetización, pero no refieren el número de analfabetos funcionales que son incapaces de leer un texto y de entender su contenido.

    La crisis del Estado es general. Ella provoca un desprestigio creciente de la democracia y la indiferencia política de los jóvenes, de modo general. La crisis política es objeto de comentarios permanentes, desde los años 70. En América Latina, la lucha contra las dictaduras militares escondió lo que estaba sucediendo en los países dominantes del Occidente: el desprestigio creciente del Estado. Cuando se volvió al régimen democrático, muchos tuvieron ilusiones, porque no sabían lo que estaba aconteciendo con la democracia.

    Todas las otras instituciones fueron víctimas de la misma crítica y quedaran desprestigiadas: decadencia de los partidos políticos, de los sindicatos, de las asociaciones de barrio y de casi todos los tipos de asociación. Muchas entraran en el camino de la corrupción, a punto de atingir la corrupción también a los propios clubes de fútbol y a todo el sistema empresarial. Falta represión a la corrupción, que se tornó la nueva institución social.

    La crítica a todas las instituciones abrió la puerta para una nueva institucionalización. Abrió la puerta para las entidades económicas y para la prioridad de la economía en la sociedad. Hoy en día, cada vez más, el poder pertenece a las multinacionales, que se concentran cada vez más y adquieren cada vez más poder. En nombre de la libertad del mercado, van adquiriendo cada vez más poder, constituyendo una pequeña red de megaempresas que imponen sus leyes. Consiguen colocar a su servicio el Estado, el sistema de educación –comenzando por las universidades–, el trabajo científico, y corromper, comprar o subordinar, cada vez más, toda la red de instituciones privadas. Dirigen todo el sistema de información y de comunicación, todo el sistema de publicaciones y de transmisión de mensajes. Transforman la cultura en comercio, esto es, en una fuente de capital. Todo eso fue muy bien analizado. Aprovechan el vacío de instituciones fuertes y se transforman en un solo poder total, que consigue dominar la vida, sin que la mayoría de los habitantes pueda darse cuenta. Gracias a la manipulación de los medios consiguen hacer que los ciudadanos se transformen en consumidores, aumentando así su poder.

    Acontece algo semejante a lo que aconteció con la Revolución Francesa. Esta suprimió todos los sistemas de restricción del comercio y de circulación de mercancías y abrió el camino para el capitalismo. La revolución cultural de la actualidad abrió el camino para una nueva forma de capitalismo, mucho más poderosa, porque invade todos los sectores de la vida y puede contar con un inmenso progreso tecnológico y científico. ¿Cómo luchar contra los abusos de este nuevo poder? Será tarea de un siglo.

  • 3. La Iglesia frente a la revolución cultural
  • Globalmente, durante el pontificado de Juan Pablo II, podemos decir que la Iglesia tomó una actitud negativa con relación a la revolución cultural. Así había acontecido también después de la Revolución Francesa. Claro está que hay aspectos negativos en la nueva cultura: ella destruye valores que tuvieron mucha importancia en el pasado, que eran parte del patrimonio de la cristiandad.

    Sin embargo, hay también valores positivos, y, sobretodo, valores definitivos contra los cuales es vano luchar. Sin duda, hay, desde los años 70, un despertar de la libertad personal, de la voluntad de conquistar más libertad, una denuncia y rechazo de todas las formas de represión. Aunque aparezcan nuevas formas de dependencia, la conciencia ya no es la misma.

    Esta conciencia de libertad despertó, sobretodo, en las mujeres. Lo que más mudó fue justamente la conciencia de las mujeres, que quieren ser reconocidas como seres humanos completos y auténticos, con el mismo valor que los hombres. Por la primera vez fue una revolución dirigida por mujeres para la emancipación de las mujeres. Pero hay también un despertar de conciencia de libertad en los jóvenes.

    Hay una voluntad de vivir plenamente la vida, aunque esta voluntad pueda ser contaminada por el consumismo. Hay una voluntad de vivir plenamente la vida con el desarrollo máximo de todas las capacidades. Para muchos, el cristianismo perdió valor porque enseña una manera penitencial de vivir la vida. El cristianismo tiene fama de ser una fuerza de represión de todos los movimientos vitales, un freno a la liberación humana.

    Es preciso reconocer que, en la cristiandad, el clero enseñaba a los cristianos que la vida cristiana era una vida de sacrificios, que era necesario no solamente aceptar las mortificaciones que Dios mandaba, sino también añadir otras, facultativas, para aumentar los méritos. Había lo que Jean Delumeau llamó pastoral del miedo, que consistía en mantener vivo un sentimiento permanente de pecado, acompañado por el miedo de la condenación final y, por eso, de la necesidad de obras de expiación. Las mujeres andaban vestidas de negro y cubriendo el cuerpo entero. La revolución cultural libertó de esas cosas que no pertenecen al Evangelio, más fueron introducidas en la cristiandad en la Edad Media.

    Después de la revolución cultural, millones de hombres y, sobretodo, de mujeres salieron de la Iglesia, no por motivos de doctrina o de creencias, sino porque no aceptaban más el estilo penitencial de la espiritualidad que se enseñaba. Dejaron de tener miedo del infierno y de los castigos de Dios. Lo que rechazan en la Iglesia no son los dogmas, menos todavía el Evangelio, sino la austeridad de vida, la preocupación constante por el pecado y el miedo que se infundía en la conciencia del pecador. Los jóvenes huyen de esto como de la peste. No quieren ni saber. Los movimientos integristas, como el Opus Dei y los Legionarios de Cristo, deben practicar un lavado de cerebro radical para que sus miembros acepten esa vuelta al pasado. Cristo no vino a crear un movimiento penitencial, sino a anunciar la alegría de la llegada del reino de Dios. El centro del cristianismo es la proclamación de la resurrección, que es promesa de vida y de vida abundante.

    Precisamos cambiar el eje fundamental de la espiritualidad. Durante la cristiandad occidental el eje fue el Viernes Santo, la mayor fiesta celebrada por el pueblo. La espiritualidad estaba concentrada alrededor de la expiación por los pecados. La propia eucaristía fue entendida durante toda esa época como oración de sufragio por las almas del purgatorio. En el centro de la figura de Jesús están la pasión y la cruz, entonces los grandes símbolos de la cristiandad. Esto penetró profundamente en la mente y en el corazón del pueblo católico, y todavía fue acentuado por las Iglesias de la Reforma.

    En adelante, el eje de la espiritualidad deberá ser la resurrección, o sea, la victoria de la vida, a pesar de la muerte y del pecado. Todavía no sabemos cual será el eje de la espiritualidad del nuevo Papa. No sabemos si entrará en la mentalidad de la nueva cultura o si intentará restaurar la espiritualidad medieval.

    Por otro lado, con relación al nacimiento de un nuevo poder, el poder económico de las multinacionales, del sistema financiero mundial y de la formación de una nueva burguesía, el magisterio se mostró bastante tímido y reservado. Ninguno se sintió alcanzado por sus condenaciones muy vagas. Se dio, y todavía se da, la impresión de que la Iglesia no quiere entrar en conflicto con los nuevos poderes y prefiere una alianza con ellos, aunque de modo discreto, para no escandalizar a los fieles. Piensa que podrá acomodarse a la economía, aunque rechace el conjunto de la nueva cultura.

  • 4. La crítica de la institución eclesiástica
  • La crítica de las instituciones no podía dejar de lado a las instituciones eclesiásticas. La crítica de las instituciones que se manifiesta claramente desde los años 70 nos obliga a hacer una distinción que no había sido hecha antes de esta fecha. Ella todavía está ausente en el Concilio Vaticano II. Cuando éste habla de la Iglesia, habla al mismo tiempo de la institución católica romana y de la Iglesia como misterio de Dios, como realización presente del reino de Dios. No hace la distinción. Habla como si todo el aparato institucionalizado y burocratizado de la institución eclesiástica perteneciese a la esencia de la Iglesia. Ahora bien, tanto la historia, como las ciencias humanas, especialmente la sociología, muestran que todo ese aparato es una construcción histórica, que varió bastante en el decorrer de los tiempos y que fue definido a partir de empréstitos hechos a otras instituciones que pertenecían a las culturas en las cuales la cristiandad había entrado. La institución cambió y todavía puede cambiar, inclusive debe cambiar, porque ya no constituye una ayuda para la evangelización, sino, muchas veces, un obstáculo.

    Comenzaron a manifestarse movimientos críticos, sobretodo a partir de los años 70. Antes de esta fecha, prevaleció la idea que el Concilio Vaticano II había traído las respuestas a las preocupaciones del pueblo de Dios. A partir de los años 70 la revista Concilium mudó su orientación: se hizo cada vez más crítica, siendo portavoz del pensamiento de varios movimientos y de muchas personas en la Iglesia católica en contacto con la nueva cultura. A estas críticas hechas a la institución la jerarquía respondió hasta ahora con un silencio completo. Ella ignora o finge ignorar estas reivindicaciones.

    Frente a la crítica a la institución, Juan Pablo II contestó volviendo a la gran disciplina. Su respuesta fue restaurar tradiciones, usos, costumbres, devociones anteriores al Vaticano II y que habían perdido prestigio o caído en desuso. El Papa quiso restaurar el sacramento de la penitencia por confesión auricular al sacerdote, aunque esta disciplina hubiese sido introducida ya en una fase bien adelantada de la Edad Media y hubiese sido ignorada en la Iglesia durante casi 12 siglos. Todo eso, en un ambiente de rigor en la doctrina tradicional, en la liturgia y en toda la organización institucional, declarando terminada la fase de la experimentación.

    De esta manera, Juan Pablo II reiteró lo que aconteció en el siglo XIX después de la Revolución Francesa. La Iglesia restauró el pasado a partir de la clase de los campesinos. Muchos misioneros se dedicaron a evangelizar el campo y los campesinos todavía eran la gran mayoría de la población. En el medio rural fue posible reconstituir un fragmento de cristiandad, aunque siempre en conflicto con la sociedad dominante. La actitud de la institución para con la modernidad fue siempre más de rechazo, hasta llegar a un punto culminante en el pontificado de Pío X.

    Esta nueva cristiandad no podía dejar de ser frágil, aunque no se supiese en aquel tiempo. No se podía prever la inmensa migración del campo para la ciudad. Sin embargo, era previsible que era peligroso concentrar la Iglesia en una clase social que comenzaba a disminuir, y algunos católicos avisaron, porque habían visto el peligro que había en rechazar toda la modernidad. Había en ella valores positivos, que era peligroso atacar. Durante todo el siglo XIX la actitud dominante fue de rechazo. El precio fue la pérdida de toda la clase intelectual y de las personas que habían estudiado, y la pérdida de la clase obrera.

    Cuando, finalmente, con Juan XXIII la Iglesia aceptó los principios de la declaración de los derechos humanos, ya era demasiado tarde. La inmensa mayoría de los católicos ya había salido.

    Hasta los años 50 del siglo XX América Latina vivió en la dependencia cultural de Europa. Fue asimilando la lucha contra la modernidad en sus diversos aspectos, y una pequeña clase obrera nació casi sin presencia de la Iglesia. También en América Latina la clase letrada se alejó de la Iglesia. Las mujeres permanecieron fieles, porque ellas no podían estudiar. Cuando se les abrió la puerta de las universidades, ellas reaccionaron como los hombres. Vieron a la Iglesia como una institución respetable y poderosa entre la clase dirigente, mas sin valor para su vida personal y sin relevancia para su pensamiento. Aunque menos profunda que en Europa, la separación entre la Iglesia y la clase letrada todavía tiene repercusiones fuertes en el mundo universitario e intelectual actual: predomina una actitud de indiferencia. Pocos y pocas piensan que podrían encontrar en la Iglesia algo importante para su vida. Son cristianos fieles al mensaje evangélico, mas sin contacto con la institución.

    Hoy en día, la estrategia que consiste en condenar la nueva cultura no tiene ya el apoyo de una clase de campesinos, porque los campesinos se fueron para las ciudades y los que aún quedan están en contacto permanente con la cultura urbana mediante la TV. Juan Pablo II proclamó que los agentes de la nueva evangelización serian los llamados movimientos, esto es: Opus Dei, Legionarios de Cristo, Focolarinos, Comunión y Liberación y otros semejantes. Estos constituirían una tropa de choque, pero sin masa para seguir. Es una base muy estrecha para fundar una nueva neocristiandad.

  • ¿Cuáles son las críticas que se hacen a la institución?
    • En primer lugar, hay la crítica de la burocratización. En todos los niveles, el clero quedó burocratizado. La agenda de los padres, de los obispos y de la Curia Romana está llena de reuniones, seminarios, congresos, programación, relaciones, documentos, asesoramiento, proyectos. Naturalmente, todo esto queda en el papel. La burocracia enuncia todo lo que debería ser hecho, pero sin decir nunca quien va hacerlo. Por eso, todo queda en el papel. Esto no importa para la burocracia. Pues la burocracia busca atender y agradar a su jefe, mucho más que a los “clientes”. Lo que importa con toda esa actividad hecha de palabras es que se digan cosas que agraden al jefe. Es preciso esconder los problemas, hacer demostración de optimismo, mostrar que los problemas están siendo resueltos. ¿Cual es la finalidad de cualquier burocracia? Sobrevivir, crecer, garantizar su futuro y aumentar su poder. Una burocracia tiene su finalidad en si misma. Lo que acontece allá fuera, en el mundo, en medio de los hombres y de las mujeres, no importa mucho. Basta evitar que las críticas lleguen hasta los oídos del jefe. Crece en la Iglesia la impresión que todo lo que el clero hace, desde la Curia Romana hasta la casa parroquial, es totalmente irrelevante y artificial, y permanece lejos de la realidad humana. La burocracia se constituyó en un cuerpo autónomo e independiente. La burocracia eclesiástica se tornó su propio fin.

      Un publicista francés del siglo XX, Charles Maurras, fundador del movimiento derechista llamado L’Action Française, era agnóstico. Pero un día declaró que felicitaba a la Iglesia romana, que había sido capaz de purificar el cristianismo del peligroso fermento del Evangelio. En la práctica, hay casos en que, de hecho, la burocracia eclesiástica sirve para evitar que el fermento peligroso del Evangelio pueda penetrar.

    • En segundo lugar, a pesar de la concesión hecha en el nuevo Código de Derecho Canónico, la Iglesia mantiene en las ciudades la estructura obsoleta de la parroquia. El clero está siendo preparado para actuar dentro del cuadro parroquial. Los propios religiosos están integrados en parroquias. Ahora bien, estructuralmente, la parroquia está hecha para conservar, ayudar, promover a los que participan del culto, las personas que pertenecen a la pequeña minoría de los que ya están en el templo. La parroquia vive en función del templo, aunque diga lo contrario. En lugar de preparar a los cristianos para evangelizar la sociedad, ella se cierra sobre la minoría fiel a las instituciones del pasado.

      La parroquia no asume las fábricas ni los supermercados, ni las escuelas, ni los colegios, ni las universidades, ni los hospitales, las instituciones deportivas, culturales, de diversión, ni los medios de comunicación de la ciudad. Ella está organizada alrededor de los sacramentos y de las fiestas litúrgicas. Ni siquiera consigue organizar la catequesis de los adultos, menos todavía su formación misionera. Ella concentra las energías de los fieles en el propio templo, en sí misma. La Iglesia está claramente al servicio de sí misma. No se pueden negar las excelentes intenciones de muchos párrocos, toda la imaginación para hacer una parroquia misionera. El problema es estructural. Ya fue denunciado por Santo Tomás de Aquino. Después de 8 siglos todavía no se dio la solución. La consecuencia es un pueblo pasivo, incapaz de dar testimonio en la sociedad, cerrado en si mismo, en una espiritualidad de pura interioridad.

      Sin embargo, en América Latina, hubo una experiencia básica que podía haber dado una respuesta. Fue la experiencia de las Comunidades Eclesiales de Base (CEB) . La experiencia continúa, mas no fue adoptada oficialmente por la Iglesia. No se le dio ningún estatuto oficial, y las CEBs permanecen como algo extraño y frágil, porque cualquier párroco o cualquier obispo puede deshacer un trabajo fecundo de decenas de años.

      Las CEB que todavía subsisten permanecen subordinadas a las parroquias, en la dependencia de los párrocos. Acontece con ellas lo que aconteció con la Acción Católica en muchos países: la subordinación a la parroquia es una esterilización de hecho. Los movimientos de Acción Católica, o no se sometieron al orden parroquial y fueron condenados como en el caso de la Juventud Universitaria Católica (JUC), o se integraron y fueron absorbidos, o permanecieron como grupos pequeños semiclandestinos. Las comunidades deben adoptar el programa parroquial y acaban dedicándose primeramente al culto y a las fiestas religiosas, aunque conservando el discurso de los orígenes. El modelo inicial de comunidades insertas en el mundo popular y comprometidas con el mundo popular fue desfigurado. El nuevo clero no lo adopta. Sin embargo, la autonomía de las pequeñas comunidades integradas en una pastoral de la ciudad y no de la parroquia es el único camino. No sirve determinar que en adelante la parroquia sea misionera. Estructuralmente, ella no puede ser misionera, porque no está organizada en función de la ciudad, sino en función de su propio crecimiento.

    • En tercer lugar, la crítica que se hace a la Iglesia como institución es que ella mantiene un sistema de poder obsoleto e ineficaz. Es el famoso problema del clero. El clero monopoliza todos los poderes y está mandando de modo absoluto, únicamente porque fue enviado por el obispo sin que los laicos pudiesen intervenir en nada. Cada 5 años ellos tienen que subordinarse a los humores del nuevo párroco. La razón es administrativa. El obispo hace los nombramientos en función de los problemas del clero y no en función de su capacidad evangelizadora. El padre lucha para conquistar una autoridad que se va perdiendo.

      El padre no fue preparado para estar en medio del mundo, dando testimonio del Evangelio. Fue preparado para administrar una parroquia conforme a las tradiciones religiosas. Algunos consiguen ir más allá de la formación recibida, mas la mayoría queda con lo que aprendió en el seminario.

      Ya escribí mucho sobre el problema del clero. No voy repetir lo que ya dije muchas veces. Tampoco creo que el nuevo Papa tenga la menor disposición para cambiar alguna cosa en el clero y en la estructura de poder en la Iglesia.

      Hay muchos laicos y laicas, que trabajan efectivamente como misioneros y misioneras, generalmente sin mandato, sin reconocimiento oficial, sin poder, y gratuitamente. Son héroes que consiguen tiempo y energía y se dedican a la misión con mucha generosidad y gratuidad. Habría mucho más hombres y mujeres, si se les hiciese un llamado, ofreciéndoles reconocimiento, confianza, autonomía, porque muchos no quieren ser simplemente auxiliares del padre. ¡Cuántos miles de pastores evangélicos surgieron en Brasil últimamente que se dedican a la predicación, a la misión, con entusiasmo, sacrificio y dedicación! Son más de 100.000. Muchos hubieran podido ser misioneros en la Iglesia católica, si se les hubiese ofrecido esa misión, confiando en ellos.

      En el futuro, los ministros serán reconocidos e identificados por las comunidades, gracias a sus cualidades de profeta y a sus dones espirituales. En cada ciudad habrá un núcleo de personas permanentes, conocedoras de los diversos aspectos de la vida de la ciudad, que podrán aconsejar y organizar actividades públicas comunes, reuniendo la gran comunidad.

    • Una cuarta crítica tiene por objeto la estrategia, que consiste en educar los cristianos cuando son niños. La catequesis se dirige a los niños. Desde el siglo XIX la pastoral de la Iglesia se concentró en los niños. Por eso se dio prioridad absoluta a las escuelas católicas y a la catequesis infantil. De esta manera, los adultos cristianos parecen infantilizados. Del cristianismo ellos saben lo que les fue enseñado cuando eran niños. Nunca aprendieron lo que significa ser cristiano como trabajador, ciudadano, padre o madre de familia dentro de las circunstancias y de los obstáculos reales de la vida.

      El resultado es que los niños educados en la catequesis católica se vuelven evangélicos cuando alcanzan la edad adulta, porque el mensaje de los evangélicos es para los adultos y no para los niños. La pastoral concentrada en los niños no tiene eficiencia en la nueva sociedad. Ya acabó fracasando en el siglo XX.

  • 5. El Evangelio y la institución
  • La tarea principal de la teología va a consistir en identificar lo que es del Evangelio, lo que fue propuesto por Jesús y lo que constituyó la institución actual, en función de desarrollos históricos. Jesús nunca pensó en la Iglesia en su forma actual. Esto no quiere decir que lo que existe ahora sea bueno o malo. Mas muchos elementos se deben a la influencia de movimientos culturales y de religiones no-cristianas, porque las religiones no-cristianas tuvieron una influencia profunda durante toda la cristiandad.

    En el mismo sentido escribió Hans Küng, cuando propuso que se destacase el núcleo básico del cristianismo. Este núcleo solamente puede ser lo que nos viene del propio Jesús.

    Durante 1000 años, sobretodo desde el siglo XIV, la teología fue apologética y se dedicó a demostrar la identidad entre todo el aparato institucional de la Iglesia, los dogmas, la moral, la liturgia, la organización eclesiástica con el Evangelio. Mostró la continuidad. Intentó demostrar primero que todo estaba en el Evangelio y, cuando los estudios históricos tornaron esa posición insostenible, defendió el tema de la homogeneidad, o sea, del desarrollo homogéneo. La teología oficial intentó mostrar que todo el sistema institucional tenía por finalidad y por efecto un mejor entendimiento del Evangelio. Habría sido un esclarecimiento del Evangelio que todavía era confuso.

    Ahora bien, todas esas explicaciones son puramente gratuitas. Sirvieron para mantener la continuidad en la cristiandad. Mas hoy en día debemos constatar que el Evangelio es más claro que todo el sistema que se construyó sobre él con la pretensión de explicitarlo mejor.

    Esta teología apologética estuvo al servicio de la jerarquía, para defender el status quo de la cristiandad, mas impidió que la Iglesia diera una respuesta adecuada a los desafíos de la modernidad. Esta apologética, que prevaleció hasta el Concilio Vaticano II, todavía no desapareció, sobretodo en las innumerables facultades de teología situadas en Roma. Para la evangelización del mundo e incluso del pueblo cristiano, esta teología fue estéril. Aun más: está condenada a ser estéril. No va a convertir a ningún pagano, ni siquiera a los católicos. Fue la base de los catecismos, mas los catecismos no formaron cristianos adultos y maduros.

    Esta apologética suministró el material que permitió que el magisterio diera respuesta negativa a los gritos que surgieron del medio de la cristiandad durante 1000 años, pidiendo reforma. En cada generación hubo católicos que no pudieron aceptar la institución, porque veían en ella una contradicción con el Evangelio. Este debate dio origen a las llamadas “herejías”, que, en el fondo, eran todas formas de contestación de la institución. Hubo muchos cismas y mucha represión, mas nunca hubo aceptación unánime de las posiciones defendidas por la teología oficial.

    Una vez que nuestra tarea será anunciar el Evangelio a todos los seres humanos sin posición de fuerza, sin poder contar con una imposición, esta teología está completamente fuera de foco.
    No conseguiremos con ella conquistar nuevos miembros para la institución. Evangelizar es provocar la iluminación de los corazones y de las mentes, no por la fuerza de una institución, sino por la revelación divina que se manifestó en Jesús.

    El principio de la nueva teología es que la Iglesia está subordinada al Evangelio y no el Evangelio subordinado a la Iglesia. Durante la cristiandad el poder eclesiástico sostuvo que el sistema institucional era la interpretación fiel y la expresión actual del Evangelio. En la práctica, la teología sirvió para demostrar que la Biblia apoyaba el sistema eclesiástico católico, para subordinar el Evangelio a la institución. Ahora, la tarea es diferente. Se trata de descubrir lo que es realmente revelación divina, separándola de todos los elementos que fueron añadidos.

    Todo lo que fue añadido tuvo un papel histórico, positivo o negativo. Muchos elementos entraron por influencia de otras religiones, o por razones políticas o culturales del tiempo. Pueden haber tenido un efecto positivo o negativo y probablemente algo de positivo y algo de negativo. El problema es que las circunstancias cambiaron y muchas añadiduras que fueron útiles en el pasado parecen incomprensibles e inasimilables en la actualidad.

    Cuando hablamos del Evangelio, queremos pensar en aquello que viene realmente de Jesús. Hay en los propios evangelios añadiduras que proceden de las comunidades, y hay dentro de la cultura judaica en que Jesús se expresa varios elementos de mitología. No podemos conservar estas mitologías dentro del núcleo central.

    Claro está que el pueblo cristiano precisa de instituciones: Precisa de creencias definidas, de ritos y celebraciones, de comunidades y de organización de las comunidades. Precisa de ministerios organizados. Podemos inclusive pensar que precisa de mitología. El desafío es que esas instituciones ayuden efectivamente a introducir el Evangelio en la vida. No pueden ser consideradas como definitivas, irreformables, mas deben dejar lugar para otras expresiones institucionales cuando los tiempos cambiaron.

    De la misma manera los cristianos necesitan señales de identificación. Precisan realizar gestos significativos, pronunciar palabras significativas, lo que les permite renovar la conciencia de pertenecer a un pueblo, el pueblo de Dios. Todos los pueblos tienen señales de identidad y el pueblo de Dios también. Pero estas señales deben ser comprensibles y tener un contenido, no ser puramente gestos mecánicos.

    En la realidad, las grandes líneas de una reforma de la institución ya fueron explicitadas muchas veces en los últimos 30 años. El problema es la voluntad de cambiar. Toda burocracia tiene repugnancia a cualquier tipo de cambio porque podría provocar cambios en la propia burocracia y cuestionar la carrera de los funcionarios. Todos desean que no cambie nada. Ahora bien, la burocracia vaticana adquirió una fuerza inaudita durante el pontificado de Juan Pablo II que no manifestó ningún deseo de cambiar cualquier cosa, a no ser añadir nuevos servicios burocráticos.

    Hay en el pueblo cristiano, en todos los niveles, una aspiración a una descentralización del poder romano. Pero es justamente esta reforma lo que la Curia va impedir por todos los medios a su disposición. Porque seria para ella una pérdida de poder y una supresión de empleos.

    Sin embargo, el desafío está ahí y no va desaparecer. El sistema burocrático actual impide la evangelización de los pueblos y desanima a las Iglesias locales. Provocó la salida de millones de católicos, sobretodo en Europa y en América Latina. Solamente el Evangelio de Jesús Cristo puede convertir.

  • 6. La Iglesia y el mundo
  • El Concilio Vaticano II proclamó que la Iglesia está al servicio del mundo y no es un fin en sí misma. Su finalidad es la salvación de todos los pueblos, de la humanidad entera. El reconoce la autonomía del mundo y reconoce que ya no es la Iglesia que dirige el mundo, como en los tiempos de la cristiandad. En Gaudium et Spes se renuncia al proyecto de cristiandad. Sin embargo, las palabras dicen una cosa y la realidad es diferente. En la práctica, gran parte de la Iglesia actúa como si todavía hubiese o como si se pudiese rehacer una nueva cristiandad semejante a aquella que había en la primera parte del siglo XX.

    Cuando se hizo la separación de la Iglesia y del Estado en Brasil los obispos no siguieron las recomendaciones del padre Julio Maria, sino que elaboraron un programa de reconquista del poder perdido, aprovechando las estructuras de la sociedad republicana, de tal modo que la Iglesia pudiese, en la práctica, rehacer una cristiandad. Adoptaron como prioridad la estrategia de siempre: evangelizar por medio de los niños y de las instituciones de educación. De hecho, en poco más de 50 años y bajo la batuta del Cardenal Leme, gran admirador de la nueva cristiandad de Europa, la Iglesia reconstituyó en Brasil un gran poder. Decían que 80% de las elites brasileñas habían sido educadas en colegios católicos. De nuevo, la Iglesia tenía una fachada impresionante. Hubo, de nuevo, un engranaje entre la Iglesia y el Estado. La clase dirigente sentía que necesitaba de la Iglesia para mantener al pueblo en la sumisión, y no ahorraba los favores y hasta los privilegios, de los cuales fueron beneficiarias las instituciones católicas.

    Casi todos los países latino-americanos tuvieron una evolución semejante. El modelo era el Estado de Bienestar de Europa occidental, o sea, un capitalismo limitado por una legislación social protectora de los trabajadores y la conservación de los valores éticos tradicionales, sobretodo en la familia. Es verdad que había una diferencia en el campo. Esta nueva cristiandad no cuestionó la estructura del campo y los campesinos permanecieron ignorados y sin influencia en la vida de las naciones. El plan de la CEPAL combinaba con este modelo porque impedía que el gran capital mundial se apoderara de la economía nacional, aunque ya hubiese realizado algunas entradas. Todo parecía estar en paz. Los acuerdos entre los obispos y Juscelino Kubitschek eran el símbolo de las armoniosas relaciones dentro de una neocristiandad de hecho, en que oficialmente la Iglesia no tenía poder político, pero lo tenía en la realidad, gracias a relaciones cordiales entre el poder religioso y el poder civil, nacional, estatal o municipal.

    Vinieron los regímenes militares. Salvo en Chile, donde Pinochet introdujo el nuevo modelo de globalización neoliberal desde los años 70, los otros gobiernos militares no cambiaron básicamente la estructura de la sociedad. En Brasil, la Iglesia asumió la defensa de las libertades civiles y de los derechos de los ciudadanos, con un cierto éxito. Pues, si comparamos los países, la represión fue mucho menor que en Argentina o en Chile o en los países de América Central. Más no hubo mucho conflicto con relación a la estructura social y económica. En la práctica, los gobiernos militares, salvo en Chile, permanecían de alguna manera fieles a la concepción social de la doctrina social de la Iglesia, prolongando la fase anterior. Practicaban un nacionalismo que los protegía contra la contaminación por el modelo neoliberal. Los gobiernos militares concordaban con la doctrina social de la Iglesia globalmente tomada. Por eso, los episcopados que colaboraron con los gobiernos militares invocaban ese argumento.

    Después de los regímenes militares, muchos, entre ellos el clero y el episcopado, pensaron que se iba volver al sistema anterior, tan armonioso, de relaciones pacíficas en que la doctrina social podría suministrar la ideología de regímenes de Bienestar Social. Como novedad, el Estado de Bienestar podría inclusive integrar otros sectores de la población, por ejemplo, los campesinos. Pensaban que había llegado el tiempo de la reforma agraria. Una ojeada sobre Chile podía haber despertado más desconfianza. Pues, en Chile, la democratización mantuvo el modelo neoliberal sin cuestionamiento real, y la Iglesia quedó callada: el partido demócrata cristiano era el gobierno y quedó responsable por la continuidad del modelo neoliberal.

    Entró el nuevo modelo de sociedad que se llama globalización, o neoliberalismo – no importan los nombres. Todo esto aconteció en la década de los 90, la “década vergonzosa” después de la “década perdida” de los 80. Los países latino-americanos se abrieron para el modelo neoliberal y se integraron en el imperio del neocapitalismo de las grandes multinacionales. Todo esto es bien conocido.

    Lo que había acontecido en el primer Mundo desde los años 70 y, sobretodo, en los años 80, entró en América Latina en los años 90 (en Chile en los años 70), sin efectos sensibles sobre la relación Iglesia-mundo

    Bajo las apariencias democráticas, el poder fue transferido de los Estados para los grandes complejos financieros y las multinacionales. Los gobiernos todavía se proclaman fieles a la doctrina social de la Iglesia, más el nuevo poder económico mundial ignora completamente esta doctrina. Sus criterios son diferentes. Entre el proyecto de la Iglesia y el proyecto del gran capital no hay más contacto. El modelo económico invoca la autoridad de la ciencia. Y contra la ciencia no se puede hacer nada.

    Esto significa que la doctrina social de la Iglesia perdió toda su fuerza. Ella se tornó irrelevante, porque ineficaz, sin efecto real en la sociedad. Es como si no existiese.

    Por eso, estamos en una situación nueva: una Iglesia del silencio en medio de una sociedad guiada por el valor supremo del dinero en que las normas son la competitividad y el aumento del poder. Ninguno lee la doctrina social de la Iglesia, porque todos saben consciente o inconscientemente que ella perdió toda vigencia. Gaudium et Spes se volvió irrelevante, sin contenido real, porque no tiene aplicación.

    Entonces la Iglesia debe expresar su testimonio de otra manera. Hoy en día, publicar documentos o hacer discursos es irrelevante. Ninguno lee estos documentos, proclamaciones, llamados y así sucesivamente. Para el FMI, esto es irrelevante. El mundo actual precisa recibir mensajes más concretos, más fuertes, que consigan movilizar los medios y despertar la atención y la emoción de las masas.

    Lo que da testimonio hoy en día no son las palabras, sino los gestos. El gesto de Daniel que se niega a adorar la estatua de oro. ¿Donde está la estatua de oro? Está en Davos, en el club de Paris, en el FMI, en la OMC. Está en las multinacionales. Los efectos son innumerables: mercantilización del trabajo, reducción del trabajador a esclavo de la empresa, exclusión social de la mitad de la población, favelización de las grandes ciudades y así sucesivamente. No son pequeños escándalos aislados, sino hechos inmensos. Sin embargo, estos hechos afectan a seres humanos.

    Lo que se espera son acciones proféticas de gran visibilidad que manifiesten la palabra de Dios en la humanidad, de modo que ella pueda, de hecho, llegar a muchedumbres. Un ejemplo puede iluminar esta necesidad. Cuando el obispo de Barra, Dom Luís Flávio Cáppio hace la huelga de hambre para llamar la atención sobre las mentiras y las injusticias del proyecto de transferencia de las aguas del Rio São Francisco, todos los medios comunicaron la noticia y esta simple acción consiguió provocar un debate en la opinión pública nacional, suspender, y posiblemente para siempre, el proyecto. Si la CNBB hubiese publicado un documento ninguno habría tomado conocimiento.

    En tiempos de los regímenes militares hubo muchos actos proféticos semejantes, por ejemplo, por parte de obispos de gran personalidad, en Brasil, en Chile y en muchos países. La muerte de Don Oscar Romero fue una señal extraordinaria. En aquel tiempo las señales se destinaban a los pueblos dominados por dictadores militares.

    Hoy en día, el problema no son ya los militares. Por el contrario, hay militares que pueden volver a la tradición nacionalista muy fuerte en la historia latino-americana. El enemigo es el sistema económico dictatorial mundial centrado en los países del Primer Mundo.

    Desde la entrada del nuevo sistema de comunicación en la Iglesia, toda la atención de los medios fue orientada para la persona del Papa Juan Pablo II, que monopolizó el poder de las imágenes, porque era el único católico conocido por los medios. El Papa tenía el don de la comunicación y consciente o inconscientemente quería ser la única estrella. El Papa consiguió dar a la Iglesia una visibilidad muy expresiva. Sin embargo, globalmente, su mensaje estaba orientado y de modo bastante unilateral. No era posible que una sola persona concentrase en si misma toda la misión de testimonio de la Iglesia.

    La neocristiandad creada después de la Revolución Francesa suscitó la creación de muchas obras católicas. Estas consiguieron mantener en el seno de la Iglesia los antiguos campesinos de cultura rural tradicional. No consiguieron integrar los obreros, ni los intelectuales. Hoy en día, también aparecen muchas obras “católicas”. Ellas tienen sus ventajas y sus efectos positivos.

    Las obras católicas ya no son señales fuertes en el mundo de hoy. Antes bien parecen ser islas, refugios, entidades que permanecen desconocidas al resto del mundo. Sirven para los cristianos tradicionales, pero no constituyen un anuncio del Evangelio para la gran masa. No existe ya ni siquiera una masa de campesinos de cultura tradicional. No faltan casos en que el mensaje difundido por estas obras es que “la Iglesia es rica”.

    Aparte de eso, ellas hacen que no haya presencia católica en las instituciones y en la sociedad civil. Ellas consumen las energías de los católicos más preparados. ¿Quién va dar testimonio en medio del mundo? En lugar de ser enviados como misioneros, los católicos viven juntos en una sociedad paralela sin contacto con la gran sociedad. Si la Iglesia continua reservando para si misma las mejores fuerzas de los religiosos y de los laicos, ¿quién estará presente y quién dará testimonio en las empresas, en los conjuntos habitacionales, en las favelas, en las universidades, en los colegios y así sucesivamente?

    Hoy en día existen miles de asociaciones y organizaciones de lucha contra la sociedad neoliberal. Hay espacio para los católicos. Pues en todos estos movimientos hay necesidad de una ideología, de proyectos concretos y de dirigentes honestos. Hay espacio para que los católicos se manifiesten como los servidores más desinteresados, más dedicados, más honestos. Pueden ser la sal de la tierra, la luz que en la montaña atrae las miradas.

    Las exhortaciones oficiales dicen que los laicos deben dar testimonio en el mundo, mas ¿cómo pueden hacerlo, si son movilizados al servicio de las instituciones católicas? La Iglesia prende muchas personas que podrían estar en el mundo. Hay una contradicción entre el discurso oficial sobre los laicos y la práctica institucional que no se interesa por el mundo. La jerarquía debería tomar una actitud más clara y dar orientaciones no contradictorias.

    El desafío de los cristianos en el mundo es hoy mucho más difícil que antes. Pues el sistema es muy fuerte, muy autoritario. Dentro de las empresas la vigilancia es total. Ninguno puede contestar, ninguno puede protestar, ninguno puede criticar. Quien no se somete como esclavo queda sospechoso y puede ser eliminado. Por eso, dar testimonio cristiano supone heroísmo. Al mismo tiempo es preciso ser prudente como las serpientes. No existe libertad de expresión. Al mismo tiempo hay una campaña de lavado de cerebro para manipular las mentes y conseguir que todos se convenzan que es preciso obedecer, que no hay alternativa y que son muy felices por estar en la empresa. Todas las ciencias humanas concurren para someter las mentes. Los medios, las instituciones, el ambiente global de la sociedad: todo sirve para desanimar cualquier tentativa de cambio. Por eso, solamente personalidades fuertes, con convicción muy fuerte, podrán dar testimonio. La mayoría quedará callada. La economía neoliberal tiene la misma fuerza de los emperadores romanos. La presión psicológica es fuerte. En la práctica y de hecho, la mayoría cede y pierde su propia convicción.

    De ahí la necesidad de una preparación y de un apoyo muy fuerte. Sin formación muy profunda ninguno podrá abrir la boca en la sociedad y todos repetirán las mentiras divulgadas por los medios.

    La parroquia no da esta formación. Si queremos evangelizar el mundo, precisamos tomar como prioridad la formación de laicos en todos los ambientes. Los mejores sacerdotes, los mejores religiosos y las mejores religiosas deben ser reservados para esta formación. Basta de formación para niños. Es mejor dejar parroquias sin párroco, pues laicos pueden asumir casi todas las tareas. También una primera generación de laicos formados puede ser formadora. Más esto exige 10 años. Si no se tiene el coraje de formar laicos que van tener que luchar contra una estructura más dura que el Imperio Romano, porque somete las mentes, no habrá presencia de la Iglesia en el mundo, a pesar de todos los textos y de todos los discursos bonitos.

    Para tomar solamente un ejemplo, la corrupción existe en todos los niveles en todas las empresas. Este es un hecho mundial y no típicamente brasileño. Los medios hablan de los casos de corrupción en la vida política, porque puede hacerlo sin temer la represión. Más ninguno se atreve a denunciar los casos de corrupción en las empresas, en la industria, en el comercio, en el transporte, en las prisiones, en las escuelas, en los hospitales, en las administraciones públicas, y hasta en el fútbol que ahora es una gran empresa. La regla es que todo mundo practica corrupción. Como cambiar eso? Las leyes no se aplican porque todo el mundo da cobertura. Ninguno sabe de nada, ninguno vio nada ni oyó hablar de nada. ¿Quién va poder ser honesto y negarse a entrar en la corrupción? Precisa ser de una energía sin par.

    La vida actual es una preocupación permanente para no perder el empleo, para quien ya tiene, o para buscar un empleo para quien no tiene, o para pensar en naderías para sobrevivir para quien ya desistió de buscar empleo. Entre todos existe una competición. Para tener empleo es preciso agradar, adular, y, sobretodo, tener buenas relaciones. ¿En estos ambientes, como mantener el equilibrio? ¿Como vivir serenamente con tales amenazas? Solamente héroes.

    La presión social es tan fuerte que sin una profunda mística no hay manera de salvarse. El clero no participa de todo lo que acontece en la sociedad; está morando en un lugar privilegiado y, por eso, no sabe lo que acontece. La jerarquía no está conciente de los desafíos de la sociedad actual. No sirve pensar que con el desarrollo estas cosas van mejorar por si mismas, pues en el mundo desarrollado estos problemas son más fuertes todavía.

    Por eso, sin mística no se puede actuar como cristiano en el mundo. Rahner ya decía que en el siglo XXI la Iglesia será mística o no será. La formación parroquial no basta. Por otra parte, quien va al culto, son justamente las personas que no viven en esta presión permanente.

    No hay una forma única de mística. Hay una gran variedad de místicas que van surgiendo. Sin una vida en permanente presencia de Dios, ninguno aguanta. Hoy en día la mística no puede ser vivida en un refugio lejos del mundo, si no quiere ser un privilegio y salvo algunas vocaciones muy excepcionales. Debe ser vivida en la sociedad, como en los primeros tiempos, esto es, en una sociedad contraria al Evangelio, ajena a los valores morales, en una sociedad sin amor y en que todos son rivales y todos pueden ser pisoteados, despedidos, abandonados.

    La economía neoliberal, la forma como se hace la globalización, no es inevitable. La superación de este sistema es la gran meta del siglo XXI. No se hará en pocos años. Hay un despertar, mas todavía falta la participación de los cristianos en este despertar. Los hombres y las mujeres que allí están ya practican vida evangélica. Son de la Iglesia, mas precisan reconocerse, conocerse y mutuamente solidarizarse en vista de mutuo apoyo. Este será el papel de las pequeñas comunidades. Sin pequeñas comunidades los héroes se irán cansando y desanimándose. Con una Iglesia viva, los héroes pueden multiplicarse y cambiar este mundo.

    Hay una terrible contradicción entre la aspiración a la libertad que nace en la revolución cultural de los años 70 y el sistema de economía mundial que ejerce una dictadura en los cuerpos y en las mentes. Quien esté al frente de la lucha para superar esta contradicción dará una señal. El mensaje de Jesús no será difundido a partir del poder, sino a partir de personas heroicas que se ponen al frente del combate solamente con la fuerza de Dios.

    José Comblin
    Teólogo, reside en Paraíba, Brasil

    * Este artículo fue originariamente publicado en la REB-Revista Eclesiástica Brasileña 265 (Enero 2007) 36-58, y gentilmente cedido por su Redactor, Fr. Elói Dionísio Piva, a quien expresamos nuestra gratitud.

    [Traducción de “As grandes incertezas na Igreja atual” al español realizada por el p. Herve Camier, la colaboración de Movimiento También Somos Iglesia-Chile y la revisión última de ATRIO. Publicado en español originalmente en ALAI America Latina en Movimiento ]

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