Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Razón crítica y experiencia de Dios

15-Septiembre-2007    Atrio
    Si alguien se ha destacado en Atrio por desmontar falsas seguridades religiosas que nos vienen de fuera con los argumentos de la tradición o la autoridad es Juan Luis Herrero del Pozo. Por eso hemos recibido con agrado la autorización para publicar este borrador que él mismo ha titulado Para un nuevo capítulo, tal vez, de “Religión sin magia”. La carta de un viejo amigo le ha provocado un testimonio que sorprenderá sólo a quines únicamente lo conozcan por sus textos desestabilizadores para nuestras seguridades.

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    Para un nuevo capítulo, tal vez, de “Religión sin magia”
  • 1. CARTA DE UN VIEJO AMIGO DESDE AMÉRICA:
  • Querido Juan Luis:

    Un saludo después de un tiempo de silencio algo prolongado. Sucede que he estado muy cargado de trabajo porque, como sabés, estamos cerrando un ciclo de nuestra ONG en diciembre de este año. Esto implica una serie de trabajos extras como bien te imaginarás. Paralelamente he tenido que estar acompañando a mis padres…(…) Todo este conjunto, en donde a su vez cada cosa tiene sus bemoles, me ha consumido el tiempo físico y psíquico.

    Con todo, he tenido tiempo de leer tu libro y saborearlo, y leer también algunos comentarios adicionales que has escrito y has enviado por e-mail. Dios me guarde a mí que no soy teólogo de meterme en esos debates que son cosa seria. Nosotros los sociólogos tenemos un campo bastante más restringido. Sin embargo, como cristiano, no puedo dejar de hacerte mis comentarios de cómo me impactó tu libro. Es decir, acotarte más que nada mis reflexiones vivenciales.

    En primer lugar te he de decir que el libro en su conjunto me gustó mucho. En mis 25 años de jesuita siempre me dijeron que era excesivamente racionalista y que una persona tan racionalista tenía el peligro de dejar la fe… (¿Por qué oponer la razón a la fe, decía yo?). Por otro lado, mi acceso a la “religión” como sociólogo, sólo puede verse desde un ateísmo metodológico (aunque no me gusta la escuela que acuñó ese término). Mi tesis fue sobre la conciencia campesina en una zona de El Salvador –“donde todo empezó”– presentada en una escuela marxista de sociología. Obviamente yo había desmontado muchos elementos mágicos desde la racionalidad sociológica. Y ante los hechos vistos y analizados, no valen los argumentos de los teólogos me decía y me digo yo. Pero veía a casi la totalidad de los teólogos “en otro mundo”. (¿Soy yo el del problema o son ellos, me preguntaba?) Por eso me interesaba mucho tu libro. El artículo en que escribiste sobre la eucaristía fue mi aperitivo. Hablabas de lo que yo había experimentado. Por eso me interesó tanto.

    Y no me defraudó aunque, pasado cierto punto, sí me sorprendió. Paso a explicarme. No me defraudó sino que cumplió con lo que esperaba y deseaba. De pies a cabeza tiene una armazón que va demoliendo muchos, muchísimos, cimientos mal puestos. Iglesia, sacramentos, sacerdocio, dogmas, etc. Obliga a repensar las cosas desde la raíz, por eso es radical. En especial el concepto de creación me pareció muy bien trabajado. Yo siempre he dicho que si Dios no hace milagros lo comprendo perfectamente; pero si los hace, a la luz de las necesidades de nuestro mundo, tendría mil cosas que preguntarle que creo que no tienen respuesta. En toda esta dirección tu libro me ayudó mucho pues vino a completar desde el ángulo teológico lo que desde el sociológico se echaba de menos. Amarró bien respuestas que yo solo balbuceaba por no ser teólogo.

    Como contrapartida llegó cierto momento en que me pareció, y así me sigue pareciendo, que tu libro juega el papel de una excelente antítesis de gran parte de la teología actual. La crítica, para mí, la hiere de muerte, pero a su vez se vuelve su antítesis. Es decir, plantea la necesidad de una síntesis nueva que también te supere. Mutatis mutandis, a la radicalidad planteada creo que le pasó lo que a Marx con la realidad social; descubriendo la economía como clave interpretativa antitética a las teorías sociales de su época, no tuvo tiempo –aunque sí lo intuyó– para una relectura que incorporando su lectura hiciera una mayor justicia a los hechos. Otras escuelas marxistas, más dialécticas, creo que lo han logrado (para, a su vez, seguirse enriqueciendo con nuevas antítesis, etcétera). O lo que le pasó a Freud… profunda validez sin negar cierto grado de unilateralidad que necesitaba ser superada incluso desde los mismos planteamientos feudianos.

    Con tu libro, quiero decir que el análisis desde ese tipo de racionalidad aporta una nueva luz sobre el conjunto que no puede ni debe ser ignorada, pero que, a su vez, se vuelve tan totalizante en su dinámica interna que pierde elementos muy valiosos de la realidad que necesitan ser incorporados. Respecto a tu libro constantemente estoy pensando, y vuelvo a hablar desde mi vivencia, que no logra incorporar la realidad que nace de la experiencia de Dios. Al menos para mí, esa experiencia, tenida una sola vez en mi vida a los 18 años, es la verdad más profunda. Es la roca contra la que nada puede, ni siquiera mis propias debilidades. Es algo que se vive “sin dudar ni poder dudar”. Algo no buscado, que es muy distinto a lo psicológico, etc. Recuerdo a Rahner quien decía algo así como que el cristiano de mañana será alguien a ha experimentado “algo” o a “alguien” o simplemente no será cristiano.

    Estoy muy claro que vos mencionás esa experiencia en tu libro. Pero no entrelazás el acceso desde la experiencia y desde la razón. Parafraseando a Pascal, la realidad tiene razones que la razón no conoce. No digo que sea fácil y no me preguntés cómo se haría. Tampoco es necesario que me comentés la cantidad de engaños que se esconden tras muchas o muchísimas de esas experiencias (incluso en muchas que son “santificadas” por la Iglesia). Pero a lo que me refiero es que se trata de una realidad que sin ser antiracional es diversa. Que, en lo que tiene de verdad, debe ser incorporada. ¿Bajo qué método? Está difícil. ¿Qué enseña, por ejemplo, una fenomenología de la experiencia de Dios a través de distintas épocas y religiones? ¿Cómo lo puede retomar la teología?

    No se… Uno solo puede dar testimonio de lo que pasó. Pero no lo puede probar. Pero es esa experiencia de Dios la que jalona el caminar en fe, esperanza y amor. A unos los hace grandes santos y jalonan la historia de justicia al oprimido de un modo decisivo. Otros no cambiamos la historia, pero puede verse en nuestra biografía que ésta cambió importantemente, radicalmente, a partir de esa experiencia. Y sigue haciendo cambiar. Porque en las tempestades de la vida sigue apareciendo como faro pese a que sea de noche y quizás precisamente por eso. Y es que quizás de lo que se trata es de testimoniar más que nada, el argumento de la praxis como criterio de verdad (relativo, pero el máximo posible). “Por sus frutos…” Praxis que requiere racionalidad teórica pero también acción con todo lo que ella supone de realidades experimentadas. Praxis como síntesis de contrarios. Teología como praxis.

    En fin querido Juan Luis, supongo que ya me entenderás lo que quiero decir. Te quedo, como cristiano, muy agradecido por el libro: me aporta mucha luz y me fundamenta sobre tantos y tantos elementos mágicos que quedan superados plenamente y, al mismo tiempo, me abre a nuevas preguntas de síntesis que no se responder… ¡Qué bien!

    Con mucho cariño,

  • 2. RESPUESTA A MI VIEJO AMIGO
  • 1. Ocasión del presente capítulo.

    Querido X:

    Es la primera valoración de conjunto de mi libro “Religión sin magia” que me resulta especialmente útil desde éste fue publicado hace diez meses; otras han sido sólo de presentación o amigablemente elogiosas. Ninguna valoración crítica de ningún teólogo reconocido pese a mi insistencia en la necesidad del contraste. Tal vez por precaución con la jerarquía, tal vez por preservar la propia imagen. Te lo agradezco de corazón. Obviamente me agrada que, por lo que entiendo, compartas globalmente el contenido de la obra pese a que te parece radical su planteamiento. Aún te agradezco más que eches en falta y me señales una articulación explícita entre mis tesis teóricas y mi experiencia religiosa personal, apenas apuntada en alguna parte del libro. Tratándose de un libro de autor –como interpretó mi amigo Antonio Duato (Iglesia Viva, Frontera, Atrio)- resulta, en efecto, una carencia. Ello se debe a una razón. Un viejo amigo de Buenafuente del Sistal, el padre Ángel Moreno, me sugirió hace unos veinte años que contase mi vida. Debió percibir que tenía algo de novelesco siquiera por la cantidad y curiosidad de avatares: yo le había dicho: Ángel, soy casi el cristiano perfecto, sólo me resta por recibir un sacramento al que no sé si llegarán a tiempo dada la predicción de un antiguo compañero “feliz Juan Luis que sabe de qué muerte va a morir”. Era, en efecto, un loco del volante. Ángel me halagaba pero siempre me he resistido a su sugerencia y creo que le respondí “si uno quiere evitar hacer el caldo gordo al ego no debe, pienso, escribir su biografía hasta que no está algo maduro, es decir, poco antes de morir”. Lo curioso es según mi experiencia personal que en cada ocasión en que sucumbo al narcisismo o me paso un ‘pelín’ de vino la narración de mis peripecias suscita el comentario “Juanito ¿por qué no lo escribes?” Pienso que es cortesía y que lo dirán a muchos.
    Obviamente, tampoco ahora lo voy a hacer, si bien más por pereza que por virtud. Pero, amigo X, sí que voy a dar un poco más de marco vital a mis teorías tan heterodoxas y tan escuálidas en sentimiento superando un cierto rubor: tal vez sea signo de alguna madurez ¡por fin! consentir que el sentimiento profundo se abra paso resquebrajando un poco la corteza de la racionalidad que me envuelve.

    2. Una “llamada interior especial”.

    Hay un hito en mi vida allá por los años 85. Era a la sazón almacenista de bisutería fina y trascurría mi vida en la carretera visitando, entre bocadillo y bocadillo, los más de cien clientes, joyerías y comercios de regalo, del norte de España. Sumado al modesto sueldo de mi esposa, mi trabajo procuró a la familia una cierta holgura y una vivienda nueva en el campo en cuya construcción mi padre y yo colaboramos con más ilusión que eficacia mediante docenas de carretillas. Sobre todo se nos debe a ambos del primero al último de los arbolitos de la finca . Mis hijas y la casita eran todas nuestras joyas, mías y de mi mujer de entonces. El esfuerzo económico no podía ir más lejos. Apenas algún viaje extra además de las vacaciones veraniegas acampando por libre en Playa Pita, en Soria. Precisamente aquel año, antes de la acampada, nos fuimos todos a un “monasterio en la ciudad”, cerca de Alicante, donde había profesado un antiguo compañero de los Padres Blancos.

    No permanecimos más que tres o cuatro días. Eran una docena de monjes y monjas todos jovencillos. La característica del recién fundado monasterio era la acogida de seglares en la convivencia diaria. Recuerdo las tertulias de animación cristiana, sentados sobre la hierba en el jardín. Con mi teología y profesorado a la espalda me divertía un tanto la candidez de aquellos monjes jovencitos. Pero me dominé y presté atención: “Señor, tú hablas desde los sencillos…”.

    A la hora de volver a La Rioja un día de verano severo, al descubrir que fallaba la refrigeración del coche, sugerí a mi esposa hacerlo de noche en atención a nuestras pequeñas hijas. Llegados de madrugada al hogar bajé de inmediato al taller y, como a veces ocurre en las averías eléctricas, la refrigeración funcionaba. Malhumorado retorné al hogar. Fatigado por una noche de 600 kms. de silencio con toda la familia dormida, dudé de tumbarme en la cama. Mientras lo decidía abrí mecánicamente un folleto del monasterio, sentado en el sofá.

    Me cuesta actualizar el hilo de mi mente de aquellos momentos. Pero algunos recuerdos son imborrables. Apenas dándome cuenta de la lectura me estaba invadiendo una gozosa lucidez. Al mismo tiempo yo, tan altivo razonador, me sorprendí unas lágrimas mansas en las mejillas que oculté con una mano del ajetreo cercano de las chiquillas. Y una sola frase, no del libro, me vino a la mente y me percutió el corazón “¡Qué tarde, Señor, te conocí!”. También en este momento se me humedecen los ojos. Qué extraña sensación aquella ¿Conocer ‘tarde’ al Señor? ¿Después de veinte años de misionero? ¿Sin asomo en mi vida de crisis alguna de fe? ¿Tanto más segura ésta cuanto más se había ido abriendo paso la razón teológica entre las aporías del dogma? ¿Desconocido Dios para mí? Pues sí, aquella exclamación de Agustín de Hipona se me impuso con fuerza avasalladora: ¡Tarde, sin duda, pero estaba quedando amarrado para siempre! No me cabía duda alguna, estaba “cayendo en la cuenta”, sobre aquel sofá, del sentido del tesoro escondido, de la perla preciosa, de la moneda que rebuscan los ojos tenues de la viejecita del evangelio… Aquellos textos adquirían un vigor contundente. Hay razones del corazón que como suprema liberación avasallan toda razón.

    Corazón y cabeza se dispararon en mí como una turbina hilvanando pensamientos y decisiones. Era claro que, puesto Dios en un platillo de la balanza, nada, absolutamente nada en adelante, pesaría más en el otro ¿Nada? ¿Qué era lo más decisivo y preciado en mi querer? pensé. Mis hijas y mi casa, no cabía duda. Pero me avergoncé de semejante ocurrencia y pasé página: si de no competir con Dios se trata renunciando a algo es a ti mismo no a ellas. Seis años más tarde, mi razón mágica culpó a Dios de haberme tomado la palabra, en cierto sentido. Aún perdura la herida que he tenido que aislar en una burbuja de casi imposible olvido. Aunque ya no culpo a Dios sino mi zafiedad, si hay que buscar culpables en los enigmas de la vida.

    Aquel día fue especial, inigualable a ningún otro anterior o posterior. Fui “cayendo en la cuenta” de que las piezas del puzzle de mi existencia se desbarataban súbitamente y volvían a ajustarse en un orden nuevo. Sorprendentemente nuevo, ¿sería semejante al símbolo bíblico de la “nueva creación”?
    No comenté nada, ninguna explicación a los míos. Sólo recuerdo que en la cena una de mis hijas me sorprendió “¿te pasa algo, papá?”. No pude evitar de responder conteniendo la emoción algo así como “me parece como si el Señor hubiera pasado hoy por esta casa”. Y nunca más se volvió sobre el asunto. Dicen que la imaginación posterior borda sobre el pasado. Me parece algo acertado. Sin embargo, hay experiencias grabadas a fuego que nunca se olvidan. No dudo que aquella lo fue. Sobre todo a medida que fueron trascurriendo las semanas comprobé que no se trataba de un episodio emocional ilusorio y fugaz: en mi interior se había producido un giro decisivo.

    En mi camino posterior, titubeante y precario, desconcertado y desconcertante, siempre razonador, en apariencia rígido y ajeno a la emoción, sufriendo por mis ímpetus, defendiéndome del sufrimiento a veces a dentelladas…ese sinuoso caminar, digo, no ha perdido, creo, nunca el norte. Sé de paradas y distracciones, de rodeos y puntuales olvidos, incluso de humillantes derrotas pero siento que nunca podré con buena conciencia pactar con la mediocridad.
    En buena medida, opino, aquella vivencia me facilitó superar progresivamente la mayor densidad de una tendencia depresiva nutrida de un dilatado y agobiante pasado de fracasos.

    Aquella vieja vivencia me dio paciencia ante mi vergüenza, en pleno ayuno del 94, por verme inerme y casi sin lágrimas frente a las matanzas fratricidas por las colinas de Ruanda de antiguos feligreses. Aquella experiencia, sin embargo, casaba mal con un divorcio que me parecía ineluctable aunque me ayudó a recobrar el equilibrio. Aquella experiencia ganó la batalla al hambre y al miedo por su incierto final en la huelga al pie de las ventanas de Génova 13. Aquella vivencia interior me sostiene, sobre todo, aliviando a duras penas el peso del otro platillo de aquella balanza mencionada: cosas y personas entrañables arrebatadas y perdidas tal vez sin remedio. Igualmente, aquella vivencia alienta agazapada en la demolición dolorosa pero liberadora de cuanto, en este libro, considero honradamente constructo secular, traidor del mensaje de Jesús de Nazaret. Esa misma experiencia late especialmente en las reflexiones sobre el Dios Presente-Ausente, así como en el tema de la revelación, en el de la ‘elección’ o vocación (ver los dos ejemplos de vocación conformes a los que llamo viejo y nuevo paradigma) y, lo aseguro, en la decisión de escribir esta obrita y en todo su contenido. Todos mis modestos escritos están alentados por aquella vivencia del año 85 como lo está la orientación sociopolítica de mi praxis. Si mi confianza vital (mi fe) no se alimentara de la honda convicción de que Dios, Yavhé, el Dios de los Profetas y de Jesús, se esconde inexorablemente en las realidades, incluídas las más banales de los pucheros y las gallinas de Teresa de Ávila o las florecillas de Francisco de Asís, sin esta honda convicción (fe-esperanza), digo, hace tiempo que habría tirado la toalla frente al Goliat apocalíptico que asesina a cien mil pobres cada día. Cualquier ciudadano de a pie como yo es más insignificante que aquel pastorcillo bíblico, David, ante este monstruo del Capital. Sin embargo, todos somos imprescindibles para tumbar las estructuras que siguen crucificando a los pobres. Como ya no rezo a Dios por ellos, con menor razón puedo arrojar la toalla. Sin duda, el Dios del paradigma mágico era más manejable.

    3) El sustrato vivencial de mi tesis.

    Quienquiera haya entendido el conjunto del libro, si no todos los desarrollos filosóficos, ha descubierto vivencias bajo la teoría. Lo puedo explicitar un poco más.

    ¿Tuvo parte Dios en mi conmoción interior aquel verano del 85? No lo dudo, pero no “intervino” como un plus añadido a la capacidad natural de mi conciencia contextuada en la totalidad de su circunstancia vital. Ese es el “intervencionismo” divino que no me es posible aceptar –ni creo que a ningún pensamiento crítico moderno– porque tal interpretación de Dios es puro pensamiento mágico. En su esencia, tanto antropológica como divina, no existe diferencia entre las llamadas revelaciones particulares y las públicas. Ambas son experiencias, vivencias subjetivas interiores que han de ser validadas por los frutos y por la recepción de alguna comunidad. Las diferencias, pues, entre ellas son circunstanciales y de mayor o menor alcance en su ‘recepción’. En realidad Dios no tiene nada que revelar que sea inasequible a la conciencia como realidad creada. La creación de Dios, por no abandonar símbolos y conceptos conocidos, se basta a sí misma porque así ha salido de las manos de Dios. No es inteligible una obra de Dios –que por su finitud intrínseca, y no por algún ‘pecado original’, es limitada y precaria– no esté originariamente dotada (siempre puro Don) de la capacidad natural de salvación. Dios crea inevitablemente realidades limitadas y precarias no naturalezas absurdas (finalidad sin medios), es decir, la naturaleza humana dentro del devenir cósmico no es algo absurdo ni entraña de por sí ansias de Infinito –inherentes a toda conciencia inteligente, “hiciste, Señor, nuestro corazón para Ti y…- destinadas por su propia realidad al fracaso. Esto no tiene nada que ver con un pelagianismo actual que es burdamente manipulado como mera arma dialéctica. Este tema lleva semanas debatiéndose en el portal ATRIO y sólo los patrones mentales del pasado inhabilitan a algunos para ver claro.

    Comprendo que no sea fácil entender la relación Dios-criatura en términos que no lo encierren en el esquema causa-efecto y en su inevitable derivado del “intervencionismo” divino. Por eso he insistido en ATRIO frente al binomio causa-efecto el de “fundamento óntico-realidad autónoma”. Este concepto filosófico abstracto, en sí poco entusiasmante, está vertido en símbolos e imágenes a lo largo de Religión sin magia.
    Esta intuición básica de la superación del pensamiento mágico conduce, ya lo sé, a la demolición de toda la doctrina fundada sobre él. Trabajo, a mi entender, necesario porque la carcoma de la magia ha vaciado toda la madera de la construcción teológica clásica que resulta ininteligible por el pensamiento moderno, juvenil sobre todo, o por el simple sentido común.

    Dios no revela, la conciencia desvela.
    Dios no da de comer a nadie, los humanos tenemos esa encomienda.
    Dios no escucha nuestras peticiones, nos invita a descubrir que disponemos de la totalidad de su Don.
    Jesús no se identifica con la naturaleza divina pero apostando y viviendo por los marginados hasta la muerte transparenta al Dios desconocido sólo conocible en el icono del hermano.
    Jesús no se encierra en el pan eucarístico pero el compartirlo como símbolo eficaz de compartir la vida es hacerlo presente en la comunidad…
    Etc. etc. etc.

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    Como ves, querido X, éste sería personalmente para mí el capítulo más importante de mi libro, el que tan explícitamente no había escrito en Religión sin magia. Siempre me ha dado apuro entrar en estas cosas más íntimas. Pero esta noche me siento más liviano.

    Aquel día del verano del 85 Dios no intervino en mi vida salvo en la evolución natural de mi conciencia, un tanto deformada por la educación infantil aunque no por el testimonio de mis padres, enajenada por las estructuras del seminario aunque animada por el ejemplo de ciertas personas. Conciencia preocupada en los años de teología con los Padres Blancos por la “salvación de los infieles” hasta que mi estudio personal rompió los moldes del binomio natural-sobrenatural y hasta que la teología de la liberación ensanchó la salvación a dimensiones cósmicas (la Humanidad y la Pacha Mama) y le confirió hondura de equidad y justicia (los verdugos no prevalecerán sobre las víctimas porque la Muerte no tiene la última palabra contra la Vida). Así ha evolucionado mi conciencia desde la avería eléctrica de mi coche en el retorno de Alicante.

    Juan Luis

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