Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Estado de Euskadi

18-Septiembre-2007    Imanol Zubero

El artículo con el que el jueves se despedía públicamente el todavía presidente del EBB del PNV era, en lo fundamental, un “Credo”. Es este un género expositivo propio de las confesiones religiosas, transferido luego a las ideologías fuertes, aquellas que presentan características de religión política, como es el caso del nacionalismo. El recurso a este estilo de argumentación por parte de Josu Jon Imaz revela el profundo contenido experiencial de su nacionalismo, el enraizamiento de sus convicciones políticas en un denso entramado de vivencias personales. En esto, Imaz no es distinto de otros grandes líderes nacionalistas históricos, desde Arana hasta Ajuriaguerra, aunque sí lo es de muchos de sus correligionarios contemporáneos: lo que en boca de Imaz resuena con una hondura que resulta creíble, escuchado de otros se queda a medio camino entre el hooliganismo patán y el interés de una nomenclatura para la que fuera del régimen no hay salvación.

Sobre todo, hay algo radicalmente nuevo en el credo de Imaz: su naturaleza cívica, más aún, prenacionalista. “Creo en una Euskadi en la que los diferentes sentimientos de pertenencia convivan compartiendo un proyecto de país. Creo en una Euskadi en la que la voluntad democrática de sus ciudadanos sea la base de la mutua convivencia y en la que los acuerdos amplios entre diferentes sirvan para hacer frente a los retos de futuro. Una Euskadi en la que nuestra identidad vasca se construya en base a valores en un mundo cada vez más abierto y complejo, en el que el amor a lo propio no nos lleve a construir el futuro contra nadie”. Es el de Imaz un credo postconciliar, en el que la referencia a la sociedad y a la ciudadanía ocupa el lugar que en el viejo credo nacionalista siguen dominando las tradicionales deidades esenciales del territorio, la historia y la voluntad. Es la declaración de fe de un nacionalista antes de que sus contenidos sean controlados y reelaborados en el seno de un partido-iglesia.

Seguramente es algo hoy por hoy imposible de articular en un programa político coherente. Desde una perspectiva teórica o normativa puede incluso parecer un oximoron. Sin embargo, Imaz encarna en la práctica la posibilidad de un nacionalismo-sociedad definitivamente liberado del lastre del nacionalismo-pueblo. Leer en paralelo el artículo de Imaz y el proyecto de ponencia política aprobado el lunes por el mismo EBB que Imaz ha dado por perdido (a pesar de contar con muchas posibilidades de volver a ganar en las elecciones a su presidencia) es asomarse al abismo agónico al que el nacionalismo vasco se niega a mirar de frente. «El PNV nació con el fin de crear un Estado vasco, es algo que no se lo salta nadie», acaba de recordar Xabier Arzalluz escribiendo, tal vez sin pretenderlo (o sí) el epitafio político de Josu Jon Imaz: “Aquí yace un nacionalista que quiso serlo saltándose el fin de crear un Estado vasco”.

Que Josu Jon Imaz es un nacionalista vasco que ama a su país y a su partido es algo que nadie pondrá en duda. Si un dirigente como Imaz no cabe en el PNV es señal de que ese PNV no tiene cabida en este país. Aunque sea sin Imaz, sólo un PNV de Imaz podrá volver a conectarse con el pulso profundo de la Euskadi del siglo XXI. Un pulso que nada tiene que ver con el ritmo taquicárdico que algunos quieren inyectarnos a golpe de consulta, y sí mucho con el desenvolvimiento tranquilo de una sociedad cada vez menos semejante a lo que fue ayer y cada vez más parecida a lo que será mañana.

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