Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

¿Qué sabemos de Jesús?

29-Septiembre-2007    Juan Luis Herrero del Pozo
    Nos gustaría publicar directamente (por capítulos) el texto del libro del papa sobre Jesús, para difundirlo y poder comentarlo aquí con la libertad que él quiere. Si alguien conoce algún sitio de Internet en que lo hayan hecho, que nos lo diga. Tememos ser los primeros. Entretanto sólo podemos basarnos en lo que dicen otros, como Rafael Aguirre, que lo ha leído desde su competencia con buena disposición y echa en falta más atención a lo que se va sabiendo sobre la vida de Jesús con rigor histórico, no con sensacionalismo. El autor de este artículo, sin comentar directamente el libro, insiste en lo mismo.

¿Qué sabemos del Jesús de la historia? Parecería que sabemos todo si bien el tema resulta inagotable a juzgar por los miles de libros que se han escrito sobre él y se siguen escribiendo. Pienso que del Jesús histórico propiamente tal sabemos algo, lo bastante, creo, para invertir la vida en su seguimiento aunque muy poco para satisfacer nuestra curiosidad intelectual. La principal dificultad para esta curiosidad estriba en que de Jesús tenemos dos imágenes estrictamente superpuestas que no es posible separar: lo que era Jesús y lo que cuentan sus seguidores que fue. Por muy fiables que éstos sean, constituyen una mediación insoslayable, la de su experiencia religiosa subjetiva vivida durante unos meses junto a él… (Respecto a la cuál cabe preguntarse hoy ¿tal vivencia agotó la realidad de Jesús de Nazaret o, siendo subjetiva y limitada a su contexto cultural y religioso, podría ampliarse posteriormente aunque no quepa esperar ningún dato bruto nuevo?). Los evangelios escritos constituyen ya una selección interpretativa. Interpretación de otras interpretaciones. Al parecer es lo que sucedió si los escritores sagrados no fueron todos testigos sino beneficiarios de tradiciones orales vigentes en las comunidades.

1. ¿Revelación objetiva de Dios o experiencia religiosa subjetiva?

A cuenta de comentarios suscitados por el libro de Ratzinger sobre Jesús retorna últimamente la pregunta sobre si es posible tener acceso al Jesús de la historia y con qué fiabilidad. El tema es vastísimo y nada fácil a poco que se matice. Dando bastantes cosas por supuestas, me ciño a lo esencial. Lo que de Jesús y de lo que representa sabemos ¿son enunciados de verdades históricas consignados en los textos bíblicos en cuanto revelados por Dios mediante su inspiración o bien procesos subjetivos de experiencia interior de quienes le acompañaron o bien oyeron a quienes le conocieron? Dicho de otro modo: ¿garantiza la revelación divina (mediante la ‘inspiración’) lo que se afirma de Jesús o son interpretaciones subjetivas, aunque fiables, de testigos directos o indirectos? Si se trata de percepciones subjetivas ¿por qué no cabría el error en ellas si los testigos están sujetos a él como seres humanos? ¿No se desestabilizarían con tales supuestos algunas seguridades que creemos de fe?

Ordeno mi respuesta por pasos:

    1) no dudo de la existencia histórica desnuda de Jesús;

    2) de sus hechos y palabras no nos llegan documentos históricos propiamente dichos, es decir con intencionalidad histórica en sentido moderno;

    3) sino relatos escritos varios (la distinción entre ‘canónicos’ y ‘apócrifos’ es tardía) que recogen diversas tradiciones orales no del todo coincidentes que circulan por algunas comunidades. El objeto de la tradición oral es mantener presentes los recuerdos y testimonios de los amigos de Jesús, testigos directos o indirectos. Su servidumbre es que la tradición oral elabora y reelabora desde la propia vivencia y en el contexto veterotestamentario con más cuidado espiritual que fidelidad científica;

    4) es evidente que, al igual que de otros textos antiguos, no quedaron originales sino copias o copias de copias. En este proceso es común, y nadie se engaña, que se introduzcan modificaciones con diferente intención (interpolaciones) en beneficio de la comunidad creyente. No existe ninguna garantía de poseer, pues, en nuestros textos el tenor original al cien por cien. Aunque siempre se han cotejado versiones diferentes para asegurar su fiabilidad.

Estas tradiciones orales transmitían, pues, cómo los discípulos y seguidores entendieron lo ocurrido a Jesús. Lo entendieron inevitablemente desde sus posibilidades subjetivas: condicionantes humanos, contexto cultural judío en contraste con la novedad del Maestro, afecto y confianza en él, poderoso impacto de su personalidad y proceder, desconcierto también, acoso de la oficialidad religiosa, etc. Obviamente, al entender a Jesús lo interpretan. En esta interpretación confluyen como dos imágenes superpuestas y fundidas, no fáciles de distinguir y aislar una de otra, correspondientes a los períodos de antes y de después de su muerte. Es decir, las vivencias, ya interpretativas, de acompañamiento físico de Jesús por unos y otros y las más interpretativas aún cuando Jesús es asesinado y fracasa aunque rápidamente sus seguidores se sobreponen al ‘experimentar’ que sigue vivo con ellos. Este carácter estrictamente interpretativo hubiera hecho totalmente diferente el testimonio de los enemigos de Jesús.

Si no me equivoco esta perspectiva es hoy casi común entre exegetas.

2. ¿Nos valen aquellas viejas “experiencias religiosas”?

Ahora bien, aquellas experiencias religiosas tan condicionadas por su viejo y complejo contexto histórico ¿cómo nos pueden servir hoy para entender lo que es Jesús? En aquellas vivencias de sus seguidores late, en efecto, una riqueza en extremo poderosa, en ella está volcada la persona entera del que la vive. Al mismo tiempo parecería casi ininteligible fuera del contexto vital en que tuvo lugar. Quiero con ello decir que no basta abrir los evangelios para captar lo que ocurrió. Por dos razones principales: una, porque una experiencia espiritual no se entiende si no se sintoniza con ella. Otra, porque además se interpone la dificultad de comprensión del contexto cultural y humano de una época remota y muy ajena a la nuestra. Los textos a que dio lugar son difícilmente transparentes pese a su aparente simplicidad. Ello nos lleva a mantener gran reserva respecto al modo popular en que nos ha llegado la vida de Jesús. “A mi me basta seguir a Jesús hoy”, se oye decir con frecuencia. Pues bien, tales personas sin dejar de tener buena parte de razón –como por instinto espiritual- deben advertir en qué grado se hallan inexorablemente condicionadas por ciertos imaginarios religioso en que les ha llegado la figura del Maestro. No es, por ejemplo, el mismo Jesús, ni el mismo Dios, el de Bush y el del obispo Romero. Estas consideraciones abren así especiales interrogantes en cuanto a las “vidas de Jesús” que tanto proliferan. La literalidad de los textos es común a todos pero muy diferentes los ojos que los interpretan. Mucha más reserva aún si tales “vidas” de Jesús se construyen a partir de determinados ‘a priori’ metodológicos y prejuicios de orden teológico. De este tenor son las reservas que algunos autores ponen sobre el tapate respecto al texto sobre Jesús que acaba de publicar Ratzinger. Podrá ayudar a los más piadosos aunque también erizar el cabello de muchos expertos que no sean menos piadosos.

3. ¿ Se revela Dios en los evangelios?

En este punto de mi discurso opino que debo hacer una aclaración.

Cuando los cristianos hablamos de la Biblia como ‘palabra de Dios’ no debemos olvidar que, en el mejor de los casos, sólo podría ser tal de modo especialmente indirecto y mediatizado: a través de un proceso humano de percepción, interpretación subjetiva (que no equivale a arbitraria) y consignación por escrito. ¿Cuál es la parte de Dios en todo ese proceso? En mi opinión es la de ser Dios el soporte último, el ‘fundamento óntico’, como siempre en toda cosa creada, de una realidad humana natural. Y nada más. Sin interferir en esa realidad humana ni condicionarla mediante una acción causal revelatoria o inspiradora que modifique, desborde o supere la autonomía y potencialidades de un proceso subjetivo de conciencia. La conciencia fiel y coherente es capaz y está dotada para interpretar y desvelar la realidad desde su sustancial consistencia. Así la ha creado Dios y así la ha dotado con la Totalidad de su Don originario. En el caso de rechazar esta perspectiva realmente anti-mágica, que reconozco no es la tradicional…todo cambia: el análisis de los textos ya no nos indica lo que dice el autor sino lo que estaba oculto en la mente de Dios hasta que Él lo ha revelado. Y si la intervención sobrenatural, por añadidura, “asiste” infaliblemente a la autoridad constituida (presuntamente por el mismo Dios), el camino queda expedito para disponer de la Verdad al alcance de la mano. ¿Para qué, en este supuesto, nos habríamos de complicarnos más la vida con estudios exegéticos laboriosos si el magisterio posee la clave interpretativa auténtica? Esto parece dar a entender la metodología ratzingeriana.

¿No es muy arriesgado, pues, hablar del Jesús de la historia? Existió ciertamente y su impacto cambió el rumbo de muchas cosas, comenzando por la vida de unos pescadores no obstante sin influencia alguna en su medio. Pero son escasos los hechos y palabras que de él nos quedan con suficiente seguridad. Pero no es esto lo decisivo a la hora de conocer a Jesús. Lo decisivo y que realmente nos sirve es la fuerza del impacto en sus testigos. Las vivencias de éstos, consignadas en el Nuevo Testamento, son, pese a su lejanía cultural, inagotables en cualquier vida nuestra por su profundidad y dimensiones. Estoy íntimamente convencido de que el acercamiento creyente al Jesús verdadero se hace sobre todo por connaturalidad, por sintonía, si bien sobre la base de una exégesis rigurosa. Porque tal exégesis nos permite rastrear sin ofuscarnos cómo el que llamamos Jesús de la fe se fue configurando poco a poco en las experiencias de sus seguidores. Se trata de una dinámica muy humana por la que una persona y sus hechos van adquiriendo una densidad de contenido que desborda la comprensión consciente y explícita que incluso el propio personaje podía tener de sí mismo. De alguna manera sus seguidores proyectan sobre el pasado la luz del presente. ¿No es lo que ocurrió precisamente cuando fueron incorporando a la narración sobre el Maestro la exaltación divinizante que se desencadenó después de su muerte gracias a la luz de Pentecostés (relectura profunda y espiritual que la conciencia de los discípulos realizó sobre Jesús)? De tal suerte que pasado y presente (Marcos y Juan), testimonios de unos y de otros fue tejiendo unos relatos en los que no resulta fácil discernir los diferentes niveles que se funden y confunden, el Jesús histórico y el Cristo de la fe. Esta realidad de las conciencias fieles de los seguidores reconstruyendo un pasado en el que apenas cabe distinguir el objeto visto del ojo que lo visualiza (habida cuenta que lo importante sólo se descubre con el corazón) aconseja una gran modestia en la voluntad de recuperar la historia de Jesús en el recuerdo vivo (vivido) de sus amigos. Si no prestamos mucha atención a este realismo de hermeneútica vital ponderada y humilde el cristianismo se puede inventar la imagen dogmática calcedoniense y dejarse escapar como agua en un cesto los retazos más importantes por ser los más humanos de la realidad del Hijo de Hombre. El ser prisionero de la dogmática clásica es, a mi entender –tanto por el prólogo del papa como por la interpretación de Pikaza-, lo que explica el sesgo de Ratzinger en su biografía de Jesús.

4. ¿Cómo se vería Jesús a sí mismo?

Sin tiempo para más, cómo se podría resumir cómo Jesús se vio a sí mismo y cómo lo entendieron quienes le acompañaban. Jesús se descubrió a sí mismo como un rebelde ante la situación de profundas e injustas desigualdades en su sociedad (¡a diferencia, 20 siglos después, de los obtusos Pío VI, León XIII, Pío X que las tenían por voluntad de Dios!). Nada más normal que fustigara injusticias, explotación y desigualdades entre hermanos él que vivía tan intensa y entrañablemente la común paternidad de Yahvé. En la estela hebrea de un futuro reino salvador Jesús se sintió investido, como otros, de esa tara mesiánica, sin separar obviamente lo humano y lo espiritual en ese Reino futuro (hoy hubiera exigido “otro mundo es posible”).Tan humano como cualquiera de sus paisanos aceptó tal vez el título de Hijo de Hombre, lo cual le ponía en la pista, a él mismo o a sus seguidores después de Pascua, de haber de tomar parte en la Escatología conclusiva del tiempo. Hombre cabal, en paro permanente al igual que tantos paisanos, más exitoso entre los ajenos que entre los de su pueblo, sensible al dolor y a la enfermedad, de planteamientos desconcertantes aunque llenos de buen sentido y sabiduría popular -rumiada en la oración-, intuitivo y perspicaz, juguetón con los niños ninguneados en la sociedad, a veces callado ante pedantes presuntuosos, exigente con los poderosos y compasivo con los débiles, pronto sospechoso de herejía, crítico, incluso mordaz, con la hipocresía de la autoridad religiosa, muy arreligioso y relativizador de las leyes, normas, ritos y prácticas convencionales y del propio Templo, caminante infatigable, parco casi siempre pero buen comensal a veces, chispeante conversador y narrador de anécdotas, dialéctico escurridizo, sorprendentemente cercano y libre con las mujeres pese al ambiente…Jesús, un hombre cabal, prototipo de hombre, es decir, Hijo de hombre por antonomasia…¿se consideró además Dios? Los especialistas modernos no lo creen, pese a que escritos bíblicos muy posteriores proyectaron su fe sobre el pasado y mitificaron la figura de Jesús.

Parece claro que la exaltación posterior que se hizo de Jesús, sobre todo en el lenguaje hiperbólico oriental, lo fue divinizando como era costumbre con personajes excepcionales. Pero no caigamos en el anacronismo de entender por Dios lo que ahora entendemos ni tomar como ontología lo que era metáfora y símbolo. Aquella progresiva divinización culminó -¡la competencia con los dioses imperiales era dura!- gracias a la especulación helenista en los dogmas conciliares. Formulaciones ontológicas que alentaron poco a poco un auténtico triteísmo en las creencias cristianas.

5. Jesús llegó a ser libremente ‘Hijo de Hombre’ e ‘Hijo de Dios’.

Hoy y sin ser especialista me aventuro a sospechar en ciertos autores algo así como una poderosa tendencia a salvar el dogma por delante de cualquier hermenéutica científica. Y no nos puede extrañar: lo contrario encajaría mal en la preocupación por la ortodoxia. Los patrones mentales tradicionales son rígidos y la presunta infalibilidad secular del magisterio los cierra sobre sí mismos. Aún así y todo parece que la cristología clásica se va desperezando mediante una interpretación más antropológica que esencialista de la divinidad del Maestro de Nazaret. Sin detenerme en matices percibo que apuntan otras interpretaciones. Sobre la afirmación de Romanos 1 de que Jesús fue exaltado y “constituido Hijo de Dios en plena fuerza a partir de su resurrección de la muerte”, parece que los teólogos abandonan la visión esencialista de Calcedonia por la evolutiva propia de la realidad humana inteligente y libre. La realidad personal no es fija sino evolutiva, es decir, se va construyendo en libertad. De tal suerte que la realidad personal no es sino que deviene persona cabal. Y deviene tal persona precisamente gracias a su libertad. Con lo cual estaríamos diciendo lo siguiente: Jesús no es Dios desde el vientre de su madre. Se desarrolla y crece como ser humano de tal modo que descubre en su itinerario un proyecto de vida de filiación radical hacia Yahvé encarnada en una fraternidad samaritana y política de apuesta a muerte por los más pobres y marginados….proyecto global, digo, frente al Padre y sus hermanos ¡¡¡que asume libremente!!! Lo que quiere decir que pudo libremente no asumirlo renunciando a ser Hijo de Dios e Hijo de Hombre. En esta perspectiva se traslada el planteamiento desde el ámbito del Ente (o del Logos) al del Ethos. La ontología verdadera se traslada al ámbito de la Praxis, de la Etica que es donde se construye la Verdad, la verdadera realidad. Y en este ámbito, Jesús y nosotros nos situamos del lado de la Criatura ante Yahvé, el Creador. Nuestro aliciente y nuestra esperanza se hallan acompañados por Jesús, el Gran Caminante, cercano, vigoroso y entrañable, grandioso pero capaz de sudar sangre de dolor. “Sólo Dios es bueno”, así defendiste, Jesús, tu humanidad. Pero nosotros te decimos “pues bien, Maestro, tú eres un ‘calco que da el pego’, una imagen, un ‘logos’ del Padre Yavhé. ¿Adónde iremos si tú tienes palabras que saltan hasta la vida del más allá?”.

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En los puntos que vengo tocando el libro de Ratzinger se sitúa en los antípodas de estas perspectivas. Pienso que merece total crédito la presentación que hace X.Pikaza cotejando el método de su recién publicado “Hijo de Hombre. Jesús galileo” con el del papa. Al papa no le desasosiega la hermeneútica ¿Qué mejor interpretación que la que hace el magisterio eclesiástico en los concilios cristológicos? El papa Ratzinger, por lo que dicen, no desconoce a estas alturas la crítica histórico-literaria y teóricamente la acepta pero va directamente al grano de la letra de los evangelios en la línea de la más pura tradición secular de la teología dogmática. Con el ‘a priori’ de que Jesús es Dios proyecta su pre-juicio sobre los textos y encuentra en ellos todo lo que quiere encontrar. Una lástima. Dado que ya me he leído unas cuantas vidas de Jesús, dado que mi tiempo se acaba, dada la metodología del papa, no me queda más remedio que priorizar otras cosas más importantes, concretamente el “Hijo de Hombre” de X. Pikaza cuya lectura acabo de iniciar.

Herrero.Pozo@telefonica.net

Logroño a 26 de septiembre de 2007

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