Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

El fulgor de Dios

30-Septiembre-2007    Antonio Duato

Había pensado intervenir en el debate abierto por Juan Luis Herrero del Pozo al preguntarse “¿Qué sabemos de Jesús?”. Pero prefiero hacerlo abriendo una nueva entrada. Me interrogo qué es ese “poco” que podemos saber de Jesús que es suficiente para “invertir la vida en su seguimiento”. Yo hubiera dicho apostar más que “invertir”. Y creo que ese “saber de Jesús” es más místico que racional. Como dirá al final de su carta un viejo amigo, es el fulgor de Dios.

Y aprovecho para señalar que ese sustituir un comentario por una entrada no por un privilegio que tengo como director-moderador. Todos los que quieran intervenir con comentarios que sean muy largos, o que dan un nuevo giro al tema, pueden escoger el hacerlo a través de un texto enviado a atrio@atrio.org para su posible publicación, sometiéndose al criterio y planificación de la redacción.

Y ya que hablamos de redacción de ATRIO, estoy seguro que más de uno pensará que se está dando a un autor como Juan Luis demasiada cancha. Sus escritos levantan siempre polémica por su trasgresora concepción de la revelación y de la divinidad de Jesús, distanciándose de las fórmulas tradicionales usadas para exponer la fe cristiana, incluso en concilios como el de Calcedonia. Alguien ha pensado y expuesto que se trataba de encontrar una justificación para encubrir la sencilla pérdida de fe por parte de algunos que se consideran (o nos consideramos) cristianos. Otros creen que se trata de una campaña orquestada de indoctrinación y nueva catequesis para socavar los fundamentos de la fe cristiana y de la Iglesia.

Como director-moderador me he examinado sobre ello. No conocía Juan Luis cuando inicié, casi en solitario, la andadura de ATRIO. Invité a escribir a muchos pensadores cristianos y acojo con gusto en el portal sus colaboraciones que hacen pensar y plantean debate. Si Juan Luis aparece más aquí es porque ha enviado más artículos, ha escogido ATRIO como su medio casi exclusivo de expresión y, sobre todo, porque sus escrito han suscitado más comentarios y polémica que otros.

Pero también debo confesar que, sin estar de acuerdo en cada una de las afirmaciones de Juan Luis y en el modo apasionado con que defiende sus ideas (lo que le lleva a veces a radicalizar sus fórmulas y que quienes tienen otro “paradigma” de comprensión del cristianismo se sientan ofendidos), siento que hay una profunda sintonía de sus concepciones con lo que ha sido el lema que dio origen a ATRIO: “lugar de encuentro de lo sagrado y lo profano”. Este lema viene a coincidir con los términos que empleé para presentar un escrito suyo el pasado 15 de setiembre: “Razón crítica y experiencia de Dios”.

Y esa sintonía se produce no sólo con el espíritu de ATRIO (que siempre se ha presentado como lugar de búsqueda no confesionalmente católico) sino en un terreno algo más personal, en nuestras respectivas experiencias de lo que Marcel Légaut llamaba “el trabajo de la fe”. La fe que heredamos Juan Luis y yo, acompañada de una multitud de creencias desde nuestra infancia y que “alegró nuestra juventud” entregada generosamente a la causa de Jesús, ha necesitado un prolongado y profundo trabajo de purificación y personalización para mantenerse viva y operativa a pesar de que nuestra comprensión de la realidad ha cambiado tanto desde los tiempos en que éramos jóvenes.

Ese es el proceso que tanto Juan Luis como yo, y otros muchos de los que escriben o comentan en ATRIO, queremos ofrecer a quienes, más jóvenes que nosotros, se plantean la autenticidad de su fe personal y la coherencia entre su razón crítica de hombres modernos y la irresistible presencia del Misterio último en el corazón de la propia vida y de la historia. Y lo queremos hacer no en tono magisterial o exclusivista de otros caminos sino como oferta de un testimonio y una reflexión personal.

En la aludida entrada “Razón crítica y experiencia de Dios”, Juan Luis narró cómo en una ocasión el Misterio del Dios inefable se le hizo presente como un “Tú” en una determinada ocasión y con un carácter de “realización” (darse cuenta de la realidad) que sigue produciendo efectos iluminadores a lo largo de su vida. Contestaba, al hacer esta íntima confesión, a la carta que le había escrito “un viejo amigo desde América”. Este amigo ha vuelto a escribirle, yo he conocido su carta y le dejo la palabra, pues él expresa, mucho mejor que lo que yo pudiera decir, ese trabajo profundo de la fe, ese sorprendente e inevitable encuentro con el Misterio cuando más a fondo se ejercita la razón, que caracteriza la búsqueda más propia y auténtica de la persona humana.

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    Muy estimado Juan Luis:

    Espero que al recibo de la presente estés muy bien al igual que Reyes. Me la saludas.

    Yo estoy regresando de una gira por el campo en una de las últimas evaluaciones del actual proyecto y por cierto que esperaba encontrarme algún comentario tuyo sobre “Religión sin magia” y experiencia de Dios. Pero aun no me ha llegado nada. Aprovecho pues esa ocasión para comentarte un poco lo de tu experiencia personal de Dios y su relación con el libro.

    Te cuento que cuando leí tu libro sentí, más allá de las palabras, que tenías ese tipo de experiencia de Dios que después has relatado. Lo intuí en tu escrito. Tanto así que cuando dabas datos biográficos estaba esperando que contaras esa experiencia. Para mi sorpresa las páginas pasaban y seguían pasando e incluso estaban llegando a su fin y… ¡nada! ¿Qué pasa?, me preguntaba. Incluso en algún momento llegué a pensar que con eso ibas a cerrar el libro. Pero eso tenía el problema de cómo podías conciliar la explicación de la experiencia en el conjunto de lo escrito.

    ¿Por qué intuí esa experiencia tuya? Presupongo desde luego el haberte conocido y conocer desde entonces datos relevantes de tu biografía. Sobre esa base, al leerte, sentí eso que antiguamente llamaban “los padres graves”, unción. Unción es la palabra que describe lo que sentí. Es curioso, porque me sucedió que al leerte fui teniendo una experiencia doble y aparentemente contradictoria al mismo tiempo. Por una parte sentía el planteamiento racional con la sequedad propia y necesaria a dicho razonamiento pero, paralelamente, como que había una música de fondo. Una música de fondo que salía de algún lado… (¿De dónde?)

    Conforme seguí leyendo el libro y fui viendo que cada vez se iba tornando más radical (en el sentido profundo de buscar la raíz de las cosas) me fui sonriendo más. Fui viendo que estabas pasando de la línea, estabas pasando más allá de la frontera. A un territorio virgen con temas que muchas veces han cruzado mi cabeza –y estoy seguro que la de muchos– pero que nunca los he leído en escritos teológicos (salvo como breves destellos). ¿Y si Jesús no fuera Dios? me he preguntado algunas veces (Y recuerdo la vida de “San Manuel Bueno y mártir” de mi entrañable maestro Miguel de Unamuno). ¿Qué pasaría con mi fe? Y mi respuesta clara e inmediata: Dios seguiría siendo Dios para mí. ¿En qué me basaría? En mi propia experiencia de Dios quien a su vez me llevó al prójimo. (“Curioso”: Amarás al señor tu Dios con todo tu corazón, mente y voluntad y al prójimo como a ti mismo. En eso se resume toda la ley y los profetas). Y recuerdo a Ignacio de Loyola que apuntaba al fondo de esto desde otra perspectiva. Dijo que, con base en su experiencia de Dios, aunque la Biblia no se hubiera escrito, él de todas maneras creería lo mismo que creía.

    Fue pues para mí de gran gozo seguirte leyendo y ver que la música de fondo se volvía más fuerte conforme más radicalizabas el pensamiento. No lo digo porque necesariamente estuviera de acuerdo con muchas cosas de las que afirmabas, sino por algo mucho más importante: porque vi de dónde venía la música de fondo y cómo se fusionaba con la letra escrita. “Estas cosas –me dije– sólo puede escribirlas quien ha tenido una fuerte experiencia de Dios”.

    Y es que creo, Juan Luis, que cuando se tiene esa experiencia todo lo demás se vuelve relativo. No falso necesariamente, sino… relativo. Toda la teología, en ese sentido, es relativa. Es, digo yo para mi autoconsumo, una hipótesis sobre Dios. Nada más (sin que esto niegue, ¡ni mucho menos!, su necesidad). Dios es más grande que cualquier otra realidad y nuestras palabras, en el mejor de los casos, solo podrán apuntar con el dedo hacia el horizonte o hacia el cielo en una noche estrellada. Y ya sabes cómo juzga el viejo proverbio al que se queda viendo el dedo y no a lo que señala. Porque ni siquiera sabemos, como dice Pablo, “si fue en el cuerpo o fuera del cuerpo”. Sin embargo, recordando a Moisés y su gesta libertaria, llevamos adelante nuestra gestión “con la seguridad de quien ve al Invisible”.

    Gracias Juan Luis porque tu libro y su recién comenzado último capítulo: me ha evocado ese fulgor de Dios.

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