Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Los derechos humanos y las mujeres en la Iglesia Católica

09-Octubre-2007    Ana Arquer

En la lucha por la liberación de la mujer hay dentro de la Iglesia un movimiento de evolución en el que ésta, aunque con reticencias, ha entrado a formar parte. Este movimiento no puede detenerse y ha de llevar a las últimas consecuencias la igualdad y respeto de su dignidad. Falta coherencia entre la proclamación oficial reiterada de los derechos humanos de cara a la sociedad y el grado de reconocimiento efectivo de estos derechos.

Lo que constituye el argumento principal para que las mujeres hablen: es que el mundo necesita oír su voz. Su causa está unida a todas las agonías que han estado silenciadas y a todas las injusticias que necesitan una voz. Debe entroncarse en la lucha por la dignidad de la persona humana, pues personas humanas son todas las mujeres.

Las mujeres en el Antiguo Testamento

Desde el punto de vista de la teología, el feminismo concibe a los hombres/mujeres como imagen de Dios y como pueblo de Dios; en el libro del Génesis (1,27) se dice que Dios creó al hombre a su imagen, varón y hembra, ¿no nos da eso a entender que la imagen de Dios es tanto femenina, como masculina?

En todo el Antiguo Testamento encontramos luces y sombras con respecto a las mujeres. Tenemos a Rut, la mujer que supo ser fiel y que figura en la genealogía de Jesús (Mt 1,5-6). No era judía y ocupaba un lugar de inferioridad y desprecio en el pueblo de Israel. Sigue a su suegra Noemí, no la abandona y pronuncia las más bellas palabras de fidelidad “Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios”(Rut 1,16-18), que fueron pronunciadas no dirigidas a un varón, sino a una mujer viuda y abandonada como ella. Su fidelidad, Dios la premió haciéndola entrar en la línea sucesoria del Mesías.

Vemos a Judit y a Ester, las que confiaron en Dios, en un Dios que escoge a los pequeños, a las estériles: Sara, Raquel, Ana, Isabel, incapaces de concebir pero sobre cuyos hijos se vuelca la acción de Dios y transforma su debilidad en fortaleza. Judit y Ester realizadoras de grandes hazañas en favor de su pueblo porque confiaron en Dios que realiza cosas grandes a través de los pequeños (Lc 1,47-56; Jdt 15,9; Est 4,17k-17s).

La dignidad de la persona humana en el Nuevo Testamento

La dignidad de la persona humana, hombre y mujer, se basa precisamente en esta imagen de Dios que toda la humanidad lleva en si misma. Jesús rompió los esquemas culturales de su época al tratar a las mujeres como a personas, como destinatarias de su mensaje y de su obra de salvación, y como miembros de primera categoría entre sus seguidores.

Jesús fue considerado impuro por las autoridades de su tiempo, igualándose en tal situación a la de tantas mujeres y otros colectivos marginados, fue criticado por salirse de la norma y romper con algunas convicciones basadas en la superioridad de unos sobre otros, y por esta razón fue finalmente llevado a la muerte. Esto mismo es lo que les sucede a las mujeres cuando sus vidas no se acomodan a lo que la sociedad espera de ellas y son destruidas en su honra y en su dignidad y expulsadas de la sociedad como seres peligrosos.

En el cristianismo de los primeros tiempos el descubrimiento de la igualdad de todos en el Señor (Ga 3,28), llevó a la creación de las iglesias domésticas, (Ac 1,14; 8,3; 9,36-41; 12,12; 16,14-15; 17,4; 18,1-3; 18,26; 21,5) donde las mujeres ocupaban un lugar de paridad con los hombres, y lo mismo podemos deducir de escritos del mismo Pablo (Ga 3,26-28; Rm 16).

La Iglesia apresada por el patriarcalismo greco-romano

¿Que pudo suceder en los siglos posteriores para que la mujer fuera relegada a un papel secundario dentro de la Iglesia, y más tarde a ser tratada como fuente y origen del pecado por los primeros padres y San Agustín?

En la filosofía de la Grecia clásica, Aristóteles, por ejemplo, afirma que ciertas personas se deberán ver excluidas de los centros de poder decisorios de la ciudadanía en la ciudad-estado democrática. Estas ciertas personas son: las mujeres, los esclavos y los bárbaros, porque tienen una naturaleza “diferente” y “deficiente” y que por lo tanto se les ha de negar la autodeterminación democrática, les falta el logos, que es la prerrogativa del ciudadano varón, nacido libre y propietario de tierras y cabeza de familia, los “otros” son vistos como irracionales. Esta idea aristotélica se transmitió a lo largo de la historia y aun no ha perdido vigencia, encontrándose en funcionamiento en las culturas occidentales actuales.

Ya desde finales del s. III y principio del IV la Iglesia se estructura patriarcalmente como la sociedad de su tiempo, las mujeres deben someterse al servicio de la casa y aceptar roles subordinados que se consideran femeninos, el servicio, la obediencia, la ternura, la subordinación, etc. El padre de familia greco-romano se convierte en el modelo de los responsables eclesiales y en las cartas pastorales, que ya no son atribuidas a Pablo, se suceden recomendaciones a la docilidad y sumisión de los esclavos y mujeres. ( 1Tm 2,15; Tt 2,5; 1Tm 3,11)

En la época de los padres de la Iglesia la situación de la mujer fue empeorando ya que se confundió la sexualidad con la mujer y el horror al sexo iba aparejado con el horror por la mujer. El concepto helénico de la excelencia de la ascesis sexual para favorecer la actividad intelectual fue aceptado por San Agustín y después retomado por Santo Tomás, el cual basándose en la doctrina aristotélica de que la mujer no tenía alma (logos), consideró que el papel de la mujer como generadora de hijos era biológicamente inferior al hombre y subordinada por el bien de la especie a un lugar secundario.

Hacia la nueva consideración de la dignidad de las mujeres

Hasta 1965, con la aprobación de la constitución pastoral Gaudium et spes, del Vaticano II el papel atribuido a la mujer a través de la historia tanto por la Iglesia como por la sociedad ha sido subsidiario y relegado a funciones auxiliares; aunque en todas las épocas ha habido mujeres que con mayor o menor éxito han luchado para revindicar su derecho a ser consideradas simplemente “personas”.

La mujer ha sido relegada durante siglos al hogar o al gineceo, para el servicio o el placer del varón, y aun hoy día, frente a la terrible realidad de mujeres maltratadas e incluso asesinadas por los que deberían ser sus protectores vemos una reticente actitud de ciertos sectores de la sociedad y de la Iglesia a conceder la posibilidad de adquirir una autonomía económica que la permita, en igualdad de condiciones, plantearse su vida y la de su familia en un equilibrio fruto del amor y del respeto.

Veremos, sin embargo, como a través de las encíclicas sociales de la Iglesia desde la Rerum novarun hasta los últimos documentos de Juan Pablo II la evolución aunque tímida, existe y esto nos da esperanzas de que la humanidad integrada en una igualdad de hombres y mujeres evolucione y reanime a esta generación mutilada en una de sus partes, la mujer, y equilibre sus relaciones para recuperar la salud mental y física del planeta y del linaje humano.

El primer papa que se enfrentó con el movimiento feminista fue León XIII. Este papa defendió la autoridad paterna y reafirmó la subordinación de la mujer en las relaciones entre los esposos basándose en la “naturaleza” que exigía que la mujer trabajara dentro del hogar. (RN 9-10) La defensa de la familia frente al liberalismo económico, lo hace encerrando una vez más a la mujer en las cuatro paredes de su casa, lo cual, dadas las circunstancias de la situación laboral de la época era una cierta liberación, pero las interconexiones que relacionan el sistema económico basado en la división del trabajo según el sexo, es propio del capitalismo patriarcal y las raíces que este sistema tiene en el racismo se relaciona con el hecho de la feminización de la pobreza a escala mundial. Pero la encíclica a la vez habla de la dignidad humana (¿sólo del hombre, o del hombre y de la mujer?) debido a que el alma es imagen de Dios que está en todos los hombres, (RN 30) quiero suponer que para León XII la mujer ya también tenía alma, y que creía en la igualdad de todos los hombres/mujeres (Rm 10,12). Protege la debilidad de la mujer y de los niños, a los que no se les puede comparar con los hombres (RN 31). Todo esto solo se puede entender y aceptar en el contexto social y laboral de una época, en que la mano de obra barata de mujeres y niños, primaba por encima de toda consideración ética y humana. Pero ¿quién protege a la mujer y a los niños dentro del hogar?

Aunque en 1919 Benedicto XV se declaró en favor del voto de la mujer, no fue como consecuencia de un cambio de actitud oficial respecto a las mujeres, sino más bien porque se creyó que el voto de las mujeres ayudaría a los partidos conservadores y cristianos.

Pio XI continúa con la misma actitud y se opuso a la igualdad de la mujer y del hombre, tanto en la familia como en la sociedad y en la educación (QA 71). Considera el trabajo de la mujer fuera de casa como un mal que hay que evitar, cuando la realidad es que las mujeres pobres, de clase trabajadora y del segundo y tercer mundo, no han tenido nunca la posibilidad ni el privilegio de “no trabajar” o de “quedarse en casa”, este patrón solamente se basaba en el estilo de vida de las mujeres de clase media o alta. Reafirma la idea del salario familiar que ya había aparecido en RN como medio para fortalecer la familia. Además en sus encíclicas sobre el matrimonio cristiano y la educación de los jóvenes no parece preocupado por la idea de igualdad en la educación de niños y niñas, y continúa hablando de la jerarquía en la sociedad doméstica, considerando contra natura la igualdad entre esposos. Estas afirmaciones fueron un freno importante para las mujeres que quisieron dedicarse a una profesión o actividad social, se sentían culpables de abandonar a su familia. También esto iba acompañado por el contexto social de la época fascista en el que la mujer italiana, tal como la concebía Musolini, era la guardiana del hogar y la encargada de dar hijos robustos y numerosos a la patria.

Fue con Pio XII, que la Iglesia empieza a aceptar la entrada de la mujer en la sociedad como un hecho. No lo considera positivo, pero lo admite. Delante de la evolución que amenaza a la mujer y a la familia toma una actitud de mirar de cara los problemas actuales y caminar hacia el futuro fundamentándose en los auténticos valores y los derechos y deberes adquiridos. Propone la restauración de la familia, la educación de la mujer pero siempre dirigida hacia su función de ama de casa, madre y educadora de los hijos. Aunque Pio XII representa un progreso con respecto a la doctrina de los papas anteriores continúa dando un doble sentido a la palabra igualdad. La igualdad personal de hijos de Dios, y la ambigüedad entre dignidad y subordinación en la familia. Sin embargo hay que agradecerle que delante de los avances científicos o médicos como por ejemplo el parto sin dolor tuviera suficiente libertad de espíritu como para no continuar ligado a la letra del Génesis “parirás a los hijos con dolor” (Ge 3,16) y aceptar el progreso de la disminución de sufrimientos evitables. En su alocución del 15 de Agosto 1945, Assai numerose, Pio XII defiende el derecho de la mujer a recibir la misma retribución que el hombre cuando hace el mismo trabajo, todavía hoy la desigualdad de salarios suele ser objeto de comentarios y denuncias no infrecuentes.

La mayor sensibilidad de Juan XXIII y del Concilio

Fue Juan XXIII en sus encíclicas Mater et magistra y Pacem in Terris, que dio un verdadero cambio ideológico a la Iglesia en este tema, además de denunciar las condiciones infrahumanas del trabajo de muchas mujeres y niños (MM 13), afirma el valor del trabajo (MM 18) que procede directamente de la persona humana (ya no hablamos de hombres) y reconoce la promoción de la mujer (PT 41) como uno de los signos de los tiempos al cual la Iglesia ha de estar atenta. Es la primera vez que un papa describe claramente el cambio social de la promoción de la mujer La mujer con conciencia de su propia dignidad humana, no tolera que se la trate como cosa inanimada o como instrumento y no se lamenta por ello. Por primera vez en una encíclica encontramos un número entero dedicado a la mujer, considerándola no solamente madre y esposa, sino como persona humana con los mismos derechos que cualquier otro ser humano.

Al defender a los trabajadores (PT 40), defiende también a la mujer trabajadora y exhorta a los hijos /hijas de la Iglesia a tomar parte en la vida pública y a colaborar en el bien común (PT 146).

El Concilio Vaticano II continúa en la mentalidad de Juan XXIII. Afirma sin desaprobar, la igualdad de la mujer como una de las aspiraciones mas universales y reconoce la necesidad de realizar esta igualdad (GS 9), cuando comenta que todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función del hombre, de este hombre que es según el Génesis hombre y mujer y todos obra de Dios que es buena (Gn 1,27.31) (GS 12). La promoción del bien común es necesaria para que el hombre viva una vida verdaderamente humana, fundar una familia, etc (GS 23) No hace ninguna diferencia entre los miembros de la familia, ésta es una unidad en un todo con una igualdad de dignidad, (GS 29) debida a que todos los hombres poseen un alma racional y todos son creados a imagen de Dios, todos tienen la misma naturaleza y todos tienen el mismo origen. Por lo tanto toda discriminación por razón de cultura, raza, color o sexo debe ser vencida y eliminada por contradecir el plan divino. Coloca en un mismo terreno las desigualdades sociales y las étnicas o de sexo. Cuando trata de la familia (GS 52) insiste en que debe ser una obra de todos, no dejando ya solamente en manos de la madre su cuidado, anima a la cooperación entre todos sus miembros, especialmente a los padres en la educación de sus hijos. Recomienda la activa presencia del padre en la familia y reconoce que aunque la madre es la que debe atender al cuidado de los hijos en los primeros tiempos no debe por eso descuidarse su legítima promoción social.

Los primeros tiempos del pontificado de Pablo VI se mantienen en la línea de apertura de Juan XXIII afirmando que los progresos sociales deben asegurar a las mujeres sus derechos y sus obligaciones que aun no se han conseguido plenamente. La presencia de la mujer en la vida pública y no sólo en el hogar, es un signo de los tiempos que merece ser acogido en un esfuerzo hacia la plena igualdad (OA 13). Pero después de la clausura del Concilio y sobre todo a partir de la Humanae Vitae parece que no reconoce, en la práctica, todo lo que en teoría, comporta la igualdad de la mujer con el hombre.

Las ambigüedades de Juan Pablo I

En 1981 Juan Pablo II publica la encíclica Laboren Exercem (LE) y en el pensamiento del papa descubrimos los nuevos cambios que se han producido. Al principio de los años 70 se tomó conciencia del subdesarrollo y las injusticias que de él se derivan y posteriormente se manifestaron los primeros síntomas de una crisis más profunda producida por las condiciones del sistema monetario internacional. Mientras crecía el malestar en el Tercer Mundo algunos países reivindicaban un más justo reparto de la renta mundial y una revisión radical de las estructuras que habían llevado a un desarrollo económico tan desigual. Para Juan Pablo II, el trabajo, es un bien de toda la humanidad, pues mediante él no sólo transforma la naturaleza, sino que se realiza a si mismo, haciéndose más hombre (LE9).Queremos entender que lo mismo es válido para la mujer, pues ya el Vaticano II había reivindicado su derecho al pleno desarrollo por medio de una profesión. Afirma que el trabajo es el fundamento sobre el que se forma la vida familiar. La familia es una comunidad hecha posible gracias al trabajo y la primera escuela de trabajo doméstica para todo hombre (LE10). Reivindica el derecho a un salario justo por la repercusión que tiene dentro del ámbito familiar, ya no se habla del padre de familia, sino de aquella persona que tiene responsabilidades de familia (LE19), aunque con la ambigüedad que le caracteriza cuando trata estos temas de la mujer, en el párrafo siguiente se refiere al “salario familiar” o a las “ayudas sociales” como el percibido por el cabeza de familia, para que la esposa no deba salir de casa a buscar un trabajo retribuido. Insiste en la revalorización de las funciones maternas para que pueda dedicarse al cuidado de sus hijos, y en un paréntesis aclara que la mujer-madre no debe quedar en inferioridad delante de las otras mujeres. Es difícil de entender cómo se pueden casar estas dos premisas sin otras consideraciones. Todo el párrafo dedicado a las mujeres está lleno de ambigüedades como la aceptación de que las mujeres trabajen en “casi” todos los sectores de la vida, y por otra parte deban desarrollarse plenamente “según su propia índole“. Pide que no existan discriminaciones a la hora de encontrar empleo, pero al mismo tiempo deben primarse las aspiraciones familiares. El papel de la mujer, para Juan Pablo II, es en primer lugar el hogar - “carácter específico propio” - y después su promoción social y laboral. De esta forma la mujer quedará siempre relegada a trabajos subsidiarios y secundarios, por lo tanto peor pagados.

Las encíclicas sociales de Juan Pablo II defienden al más pobre y necesitado, y marca como prioridad de la Iglesia la opción preferencial por los pobres, tiene unos criterios propios sobre el trabajo y la riqueza, pero para conocer su pensamiento sobre la mujer hemos de llegar a la carta apostólica sobre la dignidad de la mujer, Mullieris dignitatem. Afirma contra lo mantenido durante siglos, que tanto el hombre como la mujer tienen la misma dignidad e inicia una nueva exégesis bíblica del relato de la creación en la que el ser humano es hombre y mujer y solo puede existir en relación a otra persona y en comunión de amor (N. 6) Aborda con valentía el tema de la creación de la mujer de una costilla de Adán y el del primer pecado del hombre. En el capítulo V refiriéndose a la relación de Jesús con las mujeres, exenta de legalismo, es porque sabe que el dominio del hombre sobre la mujer es fruto del pecado, afirma que no hay pecado de Eva sino pecado de dos, en contra de las interpretaciones de los Padres de la Iglesia. Mantiene sin embargo una considerable ambigüedad en sus afirmaciones, cuando cita verdades que en realidad no demuestran nada. (Introducción, N. 1,16) Delante del tema de los ministerios consagrados, en los que el hecho de que Cristo y los Apóstoles fueran varones y no llamaran a las mujeres a participar en la proclamación oficial del reino, es como hemos visto antes por lo menos ambiguo. Esta absolutización que se transforma en exclusión, nos hace pensar qué hubiera sucedido si la Iglesia hubiera seguido la praxis del Jesús de los primeros tiempos, y de la Iglesia de Jerusalén y solamente hubiera predicado a los judíos.

En la carta que Juan Pablo II dirige a las mujeres con motivo de la conferencia de Beijing,(1995) se esfuerza en agradecer a las mujeres el hecho de ser mujeres(¿?) (2), reconoce que desafortunadamente somos herederas de una historia que nos ha condicionado (3) representando el empobrecimiento de la humanidad, y reconoce la culpa importante de la iglesia, lamentándolo, pero cuando se lamenta de las discriminaciones que sufre la mujer parece que la principal es la que sufren aquellas que han escogido ser esposas y madres. (4) Lamenta la violencia sexual a que están sometidas las mujeres (5), pero recuerda que deben ser “heroicas” en mantener la vida que ha sido concebida en ellas con violencia porque sería un grave pecado el aborto, aunque justo es reconocerlo pone toda la culpa sobre el hombre y la complicidad social que hacen que esto suceda.

Volvemos a la ambigüedad, en ningún momento se muestra afectado por el hecho de que en la iglesia del Vaticano las mujeres no sean consultadas a la hora de redactar documentos que les conciernen directamente, no parece enterarse de la situación en que están las mujeres dentro de la iglesia, con lo cual parece que la igualdad en la dignidad no tiene mucho que ver con la igualdad de roles y funciones, la idea de la especificidad de las mujeres está sobrevolando todo el documento, lo cual hace sospechar que los derechos fundamentales no estén comprendidos en esta igual dignidad, la concepción antropológica patriarcal del vaticano hace suponer que el varón es el que marca la normativa (no hay mujeres gobernando la estructura de la Iglesia ni el colegio de Cardenales) y que la capacidad de las mujeres se reduce a su función reproductiva donde está toda su dignidad, no como en el varón al que su dignidad no le viene por su paternidad sino por su humanidad

La actual redefinición de la relación entre hombres y mujeres tiende al cambio, pero hay síntomas de regresión androcentrista, incluso dentro de la sociedad civil, que puede hacer retroceder la tímida postura eclesial sobre la mujer. Hay que salir de las ambivalencias, de las confusiones y del miedo que esta situación comporta. Es necesario que la Iglesia acepte generosamente los cambios, para ser fiel a Cristo. En esto consiste la tradición viva, no en la repetición histórica de posturas y actitudes culturales. Es urgente contribuir a educar y curar heridas, tanto en la Iglesia como en la sociedad, porque este terreno tan rico de la colaboración también se ve amenazado, y sin él no habrá cambio estructural que pueda ser suficientemente valioso. Necesitamos crear un tipo de relaciones nuevas, redescubriendo masculinidad y feminidad, reinterpretando los símbolos y la vida. Las mujeres no son ni mejores ni peores que los varones, son también personas humanas que desde ahí han de aportar unos y otros todos los esfuerzos necesarios, para el enriquecimiento del mundo y de la humanidad.

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