Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Memoria amnésica

30-Octubre-2007    Juan José Tamayo
    El autor nos envía para su difusión y debate en ATRIO este artículo que tal vez salga también en El Periódico. Aunque hemos hecho una pausa en el tema de las beatificaciones, ya dijimos que volveríamos para reflexionar a posteriori. Pero si alguien desea otro comentario que le deje más placidez, que acuda al que hace el Obispo de Jerez o a la página de la Conferencia Episcopal.

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Una ceremonia como la de la beatificación del 28 de octubre hubiera sido inconcebible hace cuarenta, porque el clima religioso en España era menos beligerante y más dialogante que ahora. La Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes españoles celebrada en Madrid en 1971 sometió a votación una proposición que hoy parecería revolucionaria: “Si decimos que no hemos pecado, hacemos a Dios mentiroso y su palabra ya no está con nosotros” (1 Jn 1,10). Así, pues, reconocemos humildemente y pedimos perdón porque nosotros no supimos a su tiempo ser verdaderos ‘ministros de reconciliación’ en el pueblo dividido por una guerra entre hermanos”. La propuesta contó con el apoyo de más del 60% de la Asamblea. En plena dictadura, los obispos y sacerdotes se reconocían pecadores con un “nosotros” inclusivo, que iba más allá de los actores eclesiásticos durante la guerra civil, asumían su responsabilidad por no haber sido agentes de paz durante la Guerra Civil y creían necesario pedir perdón por ello.

Fue el momento de ruptura de la Iglesia católica con la dictadura y con el rancio nacionalcatolicismo que hasta entonces la había sustentado, y del compromiso con la democracia. Lo clérigos españoles hicieron un sincero ejercicio de autocrítica por las actitudes poco ejemplares adoptadas en el pasado. En la Asamblea ni siquiera se tomaron en consideración algunas voces aisladas que pedían el reconocimiento del sacrificio de muchos miles de presbíteros y fieles muertos pacíficamente durante la guerra civil. Actitud que coincidía con la de los papas Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI, contrarios a las beatificaciones, ya que se hubieran entendido como una nueva legitimación del franquismo y de la “cruzada”. Eran tiempos de reconciliación y de diálogo, de perdonar y de pedir perdón, actitudes auténticamente evangélicas.

Quince años después la Iglesia católica española seguía oponiéndose a las beatificaciones. El Congreso de Evangelización celebrado en Madrid en 1985 volvía a reiterar su negativa en una declaración que no deja lugar a dudas: “Ante el cincuenta aniversario de la Guerra Civil española creemos que no es oportuno llevar adelante el proceso de beatificación de los mártires de la Cruzada”.

Sin embargo, inesperadamente y contra todo pronóstico, la actitud de la jerarquía española y del Vaticano cambió. A partir de 1987, comenzaron a activarse de manera compulsiva los procesos –algunos masivos– de beatificación con discursos excluyentes y motivaciones frentistas: ellos contra nosotros”. El último ha tenido lugar el 28 de octubre con la beatificación de 498 mártires en la plaza del Vaticano en una ceremonia solemne a la que asistieron decenas de miles de personas. Los obispos españoles habían invitado a los fieles a peregrinar a Roma para celebrar el martirio “de quienes dieron su vida por amor a Jesucristo, en España, durante la persecución religiosa de los años treinta del siglo pasado”. La jerarquía católica consideraba el acto “una hora de gracia para la Iglesia que peregrina en España y para toda la sociedad”, especialmente necesaria “en estos momentos en los que, al tiempo que se difunde la mentalidad laicista, la reconciliación aparece amenazada en nuestra sociedad”.

El cambio del clima eclesial en España y en Roma no puede ser más radical. Se aprecia en el mismo lenguaje, político más que religioso, de confrontación y no de reconciliación, de autoafirmación en vez de autocrítica; un lenguaje desafiante más que penitencial, de condena de los otros y de auto-exculpación más que de asunción de responsabilidades compartidas. En la Asamblea de 1971 se hablaba de un pueblo dividido por una guerra entre hermanos, ahora se habla de “persecución religiosa”. Entonces se valoraba positivamente la secularización como espacio propicio para vivir la fe libremente y sin coacciones ambientales, ahora se habla de mentalidad laicista, que se cree promovida por el propio Gobierno de la Nación, como obstáculo para vivir la fe. En 1971 se evitó intencionadamente el lenguaje sacrificial y martirial porque no reflejaba adecuadamente lo vivido en la guerra civil, ahora se utiliza sin reparo alguno: “dieron su vida por Jesucristo”. Si en aquella Asamblea se hizo un proceso al franquismo en toda regla, ahora la jerarquía se niega a condenarlo y los dardos episcopales se dirigen con frecuencia contra la democracia. Si entonces se tendían puentes de diálogo con la sociedad y con la cultura, ahora se anatematiza a ambas.

La negativa de la jerarquía española a pedir perdón por haber apoyado al bando de los sublevados y a la dictadura, la oposición frontal a la Ley de la Memoria Histórica, acusándola de parcial y revanchista, cuando es un acto de justicia y de rehabilitación de todas las víctimas, y, ahora, la beatificación de los mártires, ya casi mil en apenas veinte años, son pruebas fehacientes de que la memoria de la Iglesia católica es frágil, quebradiza, más aún, interesadamente selectiva y excluyente. Sólo reconoce y rehabilita a las víctimas de un bando, a quienes coloca la aureola del martirio y eleva a los altares como ejemplos a imitar, mientras se olvida de las víctimas del otro bando, a quienes quizás ni siquiera reconozca como tales. Y lo ha hecho a través de una ceremonia multitudinaria y triunfal en el centro de la Cristiandad, con representación política oficial–nacional, con el ministro de Asuntos Exteriores en representación del Gobierno, autonómica y municipal–, con la cruz como estandarte y con un boato que humilló todavía más a las víctimas asesinadas por el franquismo durante la guerra y la dictadura. Pare ellas no hubo un recuerdo el 28 de octubre en la plaza del Vaticano como tampoco ha habido todavía un acto público de rehabilitación, ni religioso ni político. ¡Todo un ejemplo de memoria “anmnésica”, de arrogancia poco evangélica y de falta de misericordia!

Los obispos españoles, con el apoyo del Vaticano, aprovechan cualquier manifestación religiosa por muy sagrada que sea, como ésta de la beatificación, para hacer política partidista, en este caso contra una Ley que cuenta con la mayoría parlamentaria. La Iglesia católica ha perdido una nueva oportunidad de ser testigo de reconciliación y ha vuelto a ser signo de división.

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