Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Carta abierta a los obispos

04-Noviembre-2007    Francisco Margallo

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Carta abierta a los obispos a propósito de la secularidad y laicidad

Desde la continuada lectura que vengo haciendo durante más de una década de la nueva teología surgida del Concilio Vaticano II, quisiera contribuir a apaciguar los ánimos de todos los que se encuentran preocugados por el fenómeno de la secularidad o laicidad de nuestro tiempo, en el que los gobernantes tienen que desempeñar su función imparcial de gobernar para todos los ciudadanos, creyentes y no creyentes.

Para tranquilidad de todos ellos y también de ustedes, quiero recordar que la nueva teología política europea emanada del Vaticano II se identifica con el proceso de secularización o laicidad, que se ha agudizado últimamente en el mundo, y se la toma muy en serio. Su proyecto no es otro que formular el mensaje cristiano según los postulados de la sociedad moderna, con el fin de que pueda captarlo el hombre de hoy poco sensible al lenguaje religioso.

En el Prólogo para franceses de La rebelión de las masas, Ortega nos da una filosofía del lenguaje que, caso de tenerla en cuenta, beneficiría a la teología y a la forma de hablar de los eclesiásticos. En resumen dice así: en todo auténtico decir hay un emisor y un receptor, ambos necesarios para la significación de las palabras. Pues bien, la teología o hablar de Dios lo ha hecho en un lenguaje mítico y metafísico la mayor parte de su historia. Lo que quiere decir que no ha tenido en cuenta al receptor, que, al menos en los dos o tres últimos siglos, es un hombre secularizado, volcado sobre un mundo que se mueve sólo por motivaciones mercantilistas y que no entiende lo que está más allá y fuera del tiempo.

En consecuencia, si queremos comunicarnos con él hemos de hacerlo en su irrevocable secularidad y laicidad. Para el principal mentor de la nueva teología política posconciliar, Johann Baptist Metz, las tesis de la secularización y de la nueva teología no se suprimen unas a otras, sino que se completan y corrigen mutuamente. Es más, esta teología, nacida en el torbellino laico que envuelve al mundo, lo asume serenamente, porque lo considera dentro del dinamismo encarnatorio del cristianismo.

Ha sido un gran acierto que beneficia a éste, porque en la actualidad la religión no forma parte de la civilización, aunque la Iglesia se resista a creerlo. La sociedad ha dicho adiós a la cristiandad, no al cristianismo que, más que una religión, es un mensaje de vida. Todo esto hay que tenerlo en cuenta, si queremos dar testimonio de nuestra fe cristiana, que es de todos los tiempos, al margen de la religiosidad imperante en cada momento. En nuestra reflexión tomamos como referencia el libro emblemático de Metz Teología del mundo, en el que trata de “la comprensión del mundo en la fe” a propósito de la secularización. Pero no olvidamos a otros teólogos que defienden las mismas tesis que él, incluso con mayor énfasis.

Así el franciscano Hervé Chaigne habla de la politización de la fe como cristianismo vivido en la historia o “cristianismo secularizado”. Este teólogo ve en la secularización actual el trampolín que nos hará saltar de un cristianismo platónico intemporal a un cristianismo vivido en la historia de los hombres. De lo contrario, Dios, Jesucristo, la Iglesia, la salvación corren el peligro de no ser más que palabras de una vieja tribu. Es más, siente la imperiosa necesidad de que el cristiano sepa hacer la conjunción entre la acción política que le constituye como hombre y como ciudadano con los objetos de la fe, los cuales clarifican y corroboran lo que es verdaderamente según esta acción política. [H. CHAIGNE ‘La historia y la cruz: Hacia un cristianismo secularizado’, en La fe, fuerza histórica (Barcelona 1971) 93-94.]

Las consecuencias que se derivarán de aquí es que, en lo sucesivo, el mismo credo cristiano será vivido de manera muy distinta, es decir, más humana e intramundanamente. El cristianismo será rescatado de la falsa religiosidad que le infundió la metafísica, cuando en la confesión de fe, en la teología y la comunidad eclesial se despierte una auténtica inquietd social. Lo que verdaderamente importa es optar por “un cristianismo en contacto directo con todos los problemas de la humanidad, frente a un cristianismo, cuya trascendencia se mostraba en desequilibrio con la historia para mejor consagrar y eternizar el orden establecido.

Para la nueva teología, el cristianismo en su esencia es liberación de todo lo que oprime al hombre y no mera repetición de fórmulas de una fe pensada o simplemente creída. El hombre de hoy, mayoritariamente, ha dicho adiós a la cristiandad medieval, que una minoría quiere retener o imponer. Por eso el Vaticano II exigió una reforma muy profunda a la Iglesia en ese sentido, tan profunda que algunos se asustaron y en lugar de avanzar por ese camino, se desviaron hacia otros derroteros y crearon unos movimientos de espiritualidad, de todos conocidos, muy apreciados por un sector de la jerarquía católica del mundo, que vió en ellos una tabla de salvación.

La Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo actual es el documento emblemático del Concilio, que toca los temas que interesan al hombre de hoy y aporta el lenguaje adecuado para comunicarse con él. Con todo, se le ha sacrifcado impunemente en aras de estos grupos de espiritualidad que no son otra cosa que la restauración del fideísmo medieval, que es el que acepta sin dificultad el poder económico neoliberal, tan condenado por los Papas a lo largo de la historia. En fin, demasiadas contradicciones que impiden la adhesión del que observa desde fuera con un juicio crítico. Gaudium et spes es el ejemplo vivo de una teología que no quiere quedarse en sí misma y desea tomar cuerpo en la vida de los hombres y del mundo siempre a su servicio.

Con todo respeto y con total dispoisición a darles a conocer la nueva teología emanada del Vaticano II, que ha guiado mi reflexión, les saluda

Francisco Margallo (www.fmargalloba@hotmail.com)

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