Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Por qué permanezco en la Iglesia Católica

09-Noviembre-2007    Tomás Maza
    El debate suscitado en ATRIO sobre permanecer o darse de baja en la Iglesia Católica ha sido animado. Al autor, que lo ha seguido sin intervenir, le sugirió enviarnos esta reflexión que casi en su totalidad había puesto ya por escrito hace varios meses. Creemos que puede ser útil para otros.

Nací y crecí en la Iglesia Católica. Recibí la educación tradicional que se impartía a los niños de la postguerra. Paulatinamente, en el transcurso de mi ya larga vida he ido desechando los viejos esquemas del catolicismo preconciliar que me enseñaron en aquellos años. Entre otras muchas cosas rechazo ahora la “papolatría” que todavía se vive en los ámbitos conservadores de la Iglesia, la curia papal con sus cardenales de ropajes, títulos y costumbres medievales, la proliferación de santos y sus cultos populares, las vírgenes y su multitud de advocaciones, peregrinaciones y cultos, la identificación de la Jerarquía con la Iglesia, considerándonos al resto de los miembros como simple rebaño, destinado sólo a obedecer, etcétera.

Sé que en todo ello coincido en gran parte con las Iglesia surgidas de la Reforma del siglo XVI. La verdad es que no conozco mucho de ellas, porque hasta ahora no se ha dado mucho en España el diálogo ecuménico entre las Iglesias cristianas. Pero ¿es necesario cambiar de Iglesia para ser cristiano?

Para mí lo determinante no es ser católico, luterano, evangélico…sino ser cristiano. Cristiano es el nombre, católico el apellido. De la Iglesia católica he recibido junto con muchas enseñanzas que rechazo, la imagen de Jesús de Nazaret, que es la que debe ser el centro de la vida de los cristianos. Esta imagen, ya nos ha llegado a través del color del cristal que la vieron los evangelistas y los redactores del Nuevo Testamento. Pero, a través de estos escritos neotestamentarios conocemos a un Jesús que toma partido por los pobres y los oprimidos, que tiene un proyecto de Reino de Dios en el que reine la justicia en el mundo y que por ello se enfrentó a las autoridades políticas y religiosas lo que le llevó a la muerte. Es un “milagro” que esta Iglesia que ha manipulado tantos textos históricos en su propio beneficio, como la supuesta “donación de Constantino” de los Estados Pontificios, haya conservado en los evangelios textos como el Magnificat donde se dice que Dios “derriba de sus tronos a los poderosos, ensalza a los humildes y a los ricos los despide de vacío”, textos donde se considera felices a los pobres, a los pacíficos, a los que luchan por la justicia, donde se dice que no se puede servir a Dios y a la riqueza, donde se dice que los dirigentes cristianos no pueden ser como los políticos que oprimen a los pobres, sino que deben ser sus servidores…Es decir lo contrario de lo que hecho siempre la Iglesia católica institucional.

También en esta Iglesia, a pesar de sus corrupciones, he recibido, y sigo recibiendo testimonios de personas excepcionales. En el pasado, personas como Francisco de Asís y en el presente Juan XXIII (a pesar de ser papa), Óscar Romero, Ignacio Ellacuría y sus compañeros mártires y tantos cristianos anónimos en América Latina y en África que han dado su vida por el ideal de Jesús de Nazaret y que pertenecían a la Iglesia católica. Ya sé que hay testigos y profetas en otras religiones o iglesias: Mahatma Gandhi o Martín Lutero King por poner sólo dos ejemplos. Lo cual viene a demostrar que lo importante no es pertenecer a una denominación religiosa o a otra, sino luchar por el Reino de Dios en cualquier lugar y desde cualquier ideología. Jesús no pertenece a ninguna denominación cristiana o religiosa, sino que es patrimonio de toda la humanidad.

Lo que distingue principalmente a unas iglesias cristianas de otras son sus creencias. Todo el mundo tiene sus creencias y sus ideas y es normal que estas sean distintas entre un individuo y otro, entre un grupo humano y otro. La cuestión no es luchar por ver quién tiene la verdad absoluta, sino reconocer que todas las verdades son parciales y fragmentarias y que se complementan unas a otras. Por lo tanto no hay que plantear una lucha de ideas o civilizaciones, sino impulsar en todos los campos, el religioso entre ellos, un diálogo que nos haga avanzar en el progreso de la humanidad.

En la Iglesia católica tenemos un catálogo de dogmas, es decir de verdades particulares cristalizadas en fórmulas estereotipadas, que nos impiden el diálogo con otras denominaciones religiosas, porque sólo el cambio de una forma de expresión e incluso de una sola palabra nos puede convertir en “herejes”.

Lo malo de este sistema de creencias es que se le ha convertido en lo determinante de nuestra condición de cristianos. Jesús dijo que lo que definía a sus seguidores no era decir Señor, Señor, sino cumplir la voluntad del Padre y esta voluntad era dar de comer al hambriento, de beber al sediento, ayudar al extranjero (al inmigrante, diríamos ahora), visitar a enfermos y a presos, etc. Los cristianos deberíamos ser los que diéramos este testimonio y no el de creer que Dios es de esta o de otra manera. Se excomulga al que profesa una doctrina considerada errónea, pero no al que comete crímenes, al que se le considera solamente pecador, pero puede permanecer en la comunidad eclesial. Los cristianos debemos colocar el acento donde lo hizo Jesús y poner la ortopraxia (la práctica correcta) delante de la ortodoxia (la creencia correcta).

Por todo ello, pienso que la solución no es que una de las iglesias que se declaran cristianas pretenda detentar el monopolio de la verdad y del poder divino, y que pida que las demás se “conviertan” a sus dogmas y a sus reglas, sino que todas ellas se conviertan al estilo de vida de Jesús de Nazaret, poniéndose de parte de los pobres y oprimidos de la tierra y no haciendo bandera de dogmas y de privilegios, que tienen poca justificación en el testimonio de Jesús o en los escritos del Nuevo Testamento. Sobre esta base podrá hablarse de una única Iglesia de Cristo, no basada en el poder sino en el servicio, en la que las distintas confesiones estén unidas en el amor, por encima de sus diferencias.

En esta esperanza permanezco en la Iglesia católica, haciendo cada vez menos caso a las voces que me llegan del papa, cardenales u obispos, que más que preocuparse de la vida cristiana y humana del pueblo de Dios, lo hacen casi en exclusiva defendiendo los “derechos” o los privilegios de una institución humana llamada “Iglesia Católica”.

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