Carta al PapA. Medellín
Medellín, Colombia. 29 de diciembre de 2005. Conmemoración de santo Tomás Becket. A Su Santidad BENEDICTO XVI Ciudad del Vaticano. Beatísimo Padre, reciba Usted nuestro más cordial saludo en el Señor Jesús. Es la intención de la presente exponer de una manera fraterna y respetuosa nuestra inquietud ante la última instrucción emanada de la Congregación para la Relación con las Personas de Tendencias Homosexuales, Antes de Su Admisión Somos un grupo de hombres y de mujeres bautizados de la Arquidiócesis de Medellín, que vivimos en nuestras comunidades cristianas un encuentro personal con Jesús, que nos ha permitido reconocernos en la realidad de nuestra vida como hijos e hijas de Dios, Padre y Madre de todos y de todas, y, por el poder del Espíritu Santo, proclamar a Jesús como el Señor (cfr. I Co 12, 3). Reconocemos en la Iglesia "el proyecto visible de Dios hacia la humanidad" (Pablo VI, CEC 776); verdadero "sacramento universal de salvación" (LG 48). Los sacramentos nos hacen partícipes de la vida de la gracia en la Iglesia y robustecen y afirman la filialidad y comunión con Ella, que no se agota en la institución, sino que es, ante todo, una vocación que brota con fuerza siempre nueva de los sacramentos de la iniciación cristiana; gracias al ejercicio de los cuales tenemos la firme convicción de tener ciudadanía plena en el Pueblo de Dios y, por ende, en la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, lo que nos llena de orgullo y alegría. Habiendo recibido en el seno del hogar, Iglesia doméstica, la iniciación en la experiencia del Evangelio, nos sentimos llamados y llamadas a construir el Reino sencillez y disponibilidad, por lo cual cada uno de nosotros puede decir con san los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, sin distinción alguna, la búsqueda de la plenitud humana en la experiencia de Dios, Salvador y Liberador. Somos hombres y mujeres homosexuales que consideramos nuestra condición el camino recorrido para aceptarla como voluntad de Dios no haya sido nada fácil. Sin embargo, la asumimos con alegría y responsabilidad frente a nuestras familias, nuestra sociedad y nuestra Iglesia, sin dejar de reconocer las muchas incomprensiones y dificultades que esta conlleva, entre ellas, la de integrar la afectividad y la espiritualidad. Creemos que ellas no son disociables, pues son parte integral de la totalidad de la persona humana – imagen de Dios (cf. Gn 1, 27) –, y del proyecto de salvación para todos y todas. Por lo tanto, el camino hacia la unidad de ambas dimensiones humanas, supone un discernimiento que sólo se puede lograr con la fuerza del Espíritu. Su Santidad, acudimos a Usted para manifestarle nuestra comunión de una manera afectiva y efectiva. Estas letras quieren expresarle, muy respetuosamente, nuestras inquietudes frente a la mencionada instrucción. Dicho documento, contrariamente a lo que afirma, establece lo que, a nuestro juicio, es una injusta discriminación para con los hombres homosexuales que aspiran a las Órdenes Sagradas, basándose en argumentos de tipo sexual, lo que contraría los divinos designios, pues desconoce la fundamental igualdad entre todos los hombres (cf. GS 29), lo cual es cuestionable, sobre todo entre quienes hemos llegado a ser hijos de Dios por la fe en Cristo y, por la gracia del bautismo, hemos sido constituidos y constituidas uno solo con Él, sin distinción alguna (cf. Gál 3, 26 – 28). Desconoce, así mismo, el ya citado documento, que en y a través de la comunidad cristiana, el Señor llama con libertad a los que quiere, para servir al Pueblo de Dios en el ministerio ordenado (LG 18). (cf. Jn 15,16), los que se acercan a los seminarios, intentan responder a esta vocación. La Iglesia ha de recibirla como un don de Dios que envía más obreros a su mies (cf. Mt 10, 37) y debe tener siempre presente que ellos, aún sin merecerlo, por contarse quizá entre los más pequeños en el Pueblo de Dios, han sido llamados a ser ministros del Evangelio por la acción poderosa del Señor que los envía a anunciar las riquezas de Cristo y el plan universal de salvación que en Él se opera (cf. Ef 3, 7 – 9). Corresponde a la comunidad cristiana y, especialmente, a las instituciones de formación, no obstaculizar la respuesta a esta vocación, sino madurarla y poner al alcance de quien la recibe, los medios necesarios para llevarla a cabo con prontitud, generosidad y responsabilidad. Ignora también, que a cada hombre y mujer se le concede vivir el matrimonio o el celibato y que éste último ha de aceptarse, al igual que el primero, como una gracia particular (cf. I Co 7, 7) que al candidato le ha sido otorgada por el Padre a través de su Espíritu a imitación de su Hijo (cf. PO 16), de manera que pueda él ocuparse de las cosas de Dios y preocuparse por agradarle (cf. I Co 7, 32). La disciplina del celibato, confirmada por el Concilio Vaticano II (PO 16), hace que no haya en la Iglesia latina distinción en el ejercicio presbiteral entre personas de diversa orientación sexual, pues todos habrán de guardar su castidad como signo de consagración a Cristo y a su Iglesia (cf. CEC 1579). La condición homosexual, como la heterosexual, no hace más o menos aptas a las personas para vivir este estado, pues la madurez humana y afectiva no depende de la orientación sexual. Un adecuado discernimiento, visto éste como un proceso de Iglesia, ha de llevar a reconocer las dotes del candidato, estableciendo, a través de un seguimiento y acompañamiento individualizado, la madurez humana, la cual se expresa, entre otras aptitudes, "en cierta estabilidad afectiva, en la facultad de tomar decisiones ponderadas y en el recto modo de juzgar sobre los acontecimientos y los hombres" (OT 11). La madurez humana es un criterio cierto y necesario para la evaluación del candidato. Igualmente, la instrucción pasa por alto los avances de los estudios psicológicos, psiquiátricos y de las ciencias sociales, así como la experiencia de tantos hombres los diversos servicios en la Iglesia y los campos más variados de la acción que la homosexualidad no constituye un "desajuste sexual" o una perversión, sino una orientación que, madurada a la luz de la experiencia de la fe, se ejercita, en los diversos estados, de manera fructífera para todo el Pueblo de Dios. Los presbíteros que gozan de esta orientación, al igual que los demás consagrados, enfrentan el reto de vivir conforme al Evangelio de manera que puedan dar "el testimonio de la verdad y de la vida ante la faz de todos" (LG 28). Nos preocupan grandemente las consecuencias de esta instrucción en la vida de los homosexuales que se preparan o viven ya el ministerio ordenado. Creemos que esta incitará al miedo, a la represión, al secretismo y al macartismo, instaurando así la "doble vida" como fórmula para sobrevivir en los seminarios y entre el presbiterio; profundizando la disociación entre afectividad y espiritualidad, impidiendo un sano proceso de maduración humana. Por otro lado, la represión puede generar bajos niveles de autoestima, inseguridad e inestabilidad emocional. La escisión de la persona impide su realización plena como ser humano y dificulta sensiblemente las relaciones interpersonales. Hecho aún más grave en la persona del presbítero, llamado específicamente a servir a la comunidad. Nuestras comunidades eclesiales aspiran a que los ministros que las guían sean hombres íntegros, que entreguen su vida en el cuidado de las ovejas que les han sido confiadas (cf. Jn 10, 11); que sean ejemplo de vida, asiduos en la predicación del Evangelio, desinteresados en cuanto al dinero, bondadosos y pacíficos (cf. I Tm 3, 2). Que mortifiquen sus vicios y concupiscencias (cf. PO 13) y que "como rectores de la comunidad, cultiven la ascesis propia del pastor de almas, renunciando a las ventajas propias, no buscando sus conveniencias sino la de muchos, para que se salven, progresando siempre hacia el cumplimiento más perfecto del deber pastoral, y, cuando es necesario, dispuesto a emprender nuevos caminos pastorales, guiados por el Espíritu del amor, que sopla donde quiere" (PO 13). Por otra parte, el lenguaje del documento profundiza la estigmatización a la que diariamente los y las homosexuales tenemos que hacer frente en la sociedad, los medios de comunicación y en nuestra propia Iglesia, en la cual, la mayoría de las veces, no recibimos una adecuada atención pastoral, pues los clérigos no están formados para atender debidamente nuestras realidades. Dichas "prácticas entre los que comparten nuestra condición una nueva forma de ateismo ante la cual nos alertaba ya el Concilio: Por eso, en esta proliferación del ateísmo, puede muy bien suceder que una parte no pequeña de la responsabilidad cargue sobre los creyentes, en cuanto que, por el descuido en educar su fe o por una exposición deficiente de la doctrina, que induce al error, o también por los defectos de su vida religiosa, moral o social, en vez de revelar el rostro auténtico de Dios y de la religión, se ha de decir que más bien lo velan (GS 19). Es honrado y justo pedirle a la jerarquía de nuestra Iglesia que, de la mano de todo el Pueblo de Dios, segura de la guía del Espíritu y con inspiración evangélica, se abra a una lectura concienzuda de los signos de los tiempos (cf. GS 11), auxiliada por las diversas áreas del quehacer científico y en diálogo permanente con los demás cristianos y con todos los hombres de buena voluntad. Hoy, como nunca antes en la historia de la Iglesia, debemos reconocer la existencia de "nuevos sujetos teológicos". Son todos aquellos y aquellas cuyas subjetividades han sido excluidas de la interpretación bíblica y del quehacer teológico. Esta postura no se deriva de cierta conmiseración con algunos grupos específicos, tampoco es relativista y fácil, es la consecuencia de reconocer que el hombre que evangelizamos no es un ser abstracto (Cf. EN 31); y de la catolicidad de la Iglesia (LG 13) que tiene su fundamento en el mandato del Señor de pregonar el Evangelio a todos los hombres y mujeres (cf. Mc 16, 16), para que, como fruto de este anuncio, los que antes eran extranjeros sean contados ahora entre los conciudadanos de los santos y como familia de Dios (cf. Ef. 2, 19 – 20). Estamos seguros de que este reconocimiento enriquece la Tradición de la Iglesia, haciéndola evolucionar en sus formas contingentes para conservar el depósito apostólico, de manera que los hombres de nuestro tiempo se vean iluminados en su afán de construir la civilización del amor (Pablo VI y Juan Pablo II), basada en el derecho que todos y todas tenemos a la realización plena de los valores humanos y cristianos fundamentales. Una sinergia entre esta nueva dimensión de la reflexión bíblica y teológica y una pastoral abierta a nuevas realidades sociales, debe llevar a nuestra Iglesia a brindar una acogida apostólica y profética a los hombres y mujeres homosexuales que buscan un sentido de Dios en sus vidas. diferentes Iglesias particulares alrededor del mundo. Condenamos la pedofilia como perversión, de modo especial, cuando se comete al amparo del ministerio ordenado; mas no reconocemos en la misma algo inherente o predominante en la orientación homosexual. Santo Padre, imploramos al Espíritu Santo, cuya efusión especial Usted un día recibió en el sagrado ministerio del episcopado, lo ilumine en este momento de dificultad para la Iglesia universal, en la que la comunión y la fidelidad al Evangelio parecieran estar gravemente comprometidos. Este mismo Espíritu lo guíe y una recta razón lo asista en la evaluación doctrinal y pastoral de esta realidad humana. Le permita, igualmente, hacer unas sanas y racionales distinciones entre la orientación sexual y la perversión, hecho independiente de la primera; entre la homosexualidad como condición humana y la denominada "cultura gay" como manifestación sociocultural de ésta en el marco de la "sociedad de consumo" y, sobre todo, de los países ricos. Le posibilite también comprender que la opción de muchos de los homosexuales por la referida cultura, en gran parte se debe a la ausencia de respuestas por parte de la Iglesia y de la sociedad Occidental, pretendidamente cristiana. Santidad, la dificultad que hoy enfrenta la Iglesia no puede reducirse a pedofília, indebidamente identificada y vinculada con la homosexualidad, con el peligro de hacer de los homosexuales aspirantes a las Órdenes Sagradas, y de los que ya las ejercen, "chivos expiatorios" de una corrupción generalizada que trasciende el tema en cuestión y se expresa de múltiples maneras en el seno de la jerarquía: hijos no reconocidos, clérigos con amantes de ambos sexos, despilfarro y robo de los recursos económicos y materiales, persecución a los laicos y ministros ordenados que llevan la voz profética. Esta corrupción es para nosotros motivo de gran preocupación, pues contradice los más fundamentales valores humanos y evangélicos. Ella, primera entre otros factores, hace que nuestro pueblo se sienta asaltado en su buena fe y se produzca un abismo cada vez más grande entre Jerarquía y Pueblo de Dios; conllevando una masiva deserción hacia experiencias de espiritualidad ajenas a nuestra realidad de fe. Santidad, Usted como el primero en el Colegio de los Obispos, está llamado de un modo muy particular a animar a todos y todas en la fe, a fortalecernos en la esperanza y a precedernos en la caridad. Rogamos al buen Dios que lo ilumine de un modo especial en esta hora de dificultad. Santo Padre, no sabemos si esta carta llegará a sus manos, pues entendemos que hay más de un requisito protocolario que salvar para lograr que así sea, pero al despedirnos de Usted, lo hacemos con la confianza plena de que las letras escritas anteriormente, nos posibilitan honrar la memoria de hombres y mujeres justos que a través de los tiempos han dado fe de su condición de cristianos y de homosexuales; a la vez que nos permite hoy resignificar y fortalecer la comunión con el Obispo de Roma. Pidiendo a Usted su bendición apostólica, ________________________________ _____________________________ Catalina Muñoz Correa. Paola Andrea Monsalve. c.c. 43´842.796 de Itagüí c.c. 43´152.859 de Medellín ________________________________ _____________________________ Luis Fernando Rodríguez Montoya. Calos Mario Franco Palacio. c.c. 71´679.758 de Medellín. c.c. 70´101.953 de Medellín. ________________________________ _____________________________ Diego León Acevedo Peña. Oscar Mauricio Muñoz Correa c.c. 71´388.274 de Medellín. c.c. 98′635.707 de Itagüi Con copia al señor Arzobispo de Medellín, Alberto Giraldo Jaramillo.