Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

El modernismo y yo

Por Antonio Duato Gómez-Novella

    He desgajado del artículo sobre la crisis modernista en ATRIO esta parte, pues constituye un testimonio personal, unas notas a vuela pluma de lo que ha sido mi itinerario como creyente y mi relación con el llamado modernismo. Lo comunico con sencillez por si a alguien le es útil pero sin ninguna pretensión de pontificar. La fe, que incluye la manera de entenderla y vivirla, es una opción arriesgada absolutamente personal. Nadie puede ahorrar a otro del trabajo interior de seguir y perfilar su camino. Más que comentarla en el portal, prefiría que los comentarios se dirigieran en esta caso a Antonio.Duato@atrio.org .
  • 1. La fe sociológica.
  • Nacido en una familia de gran raigambre católica y habiendo llegado a lo que se llamaba “uso de la razón” justo al acabar la guerra civil, en plena euforia nacionalcatólica, es comprensible que las representaciones y creencias religiosas entraran en mí de forma casi innata. Protegido desde la adolescencia de la cultura laica por los muros del Seminario –el mismo Seminario de Comillas que don Marcelo González quiso reproducir en Toledo y Marcial Maciel en sus legionarios– puedo decir que hasta bien mayor no experimenté siquiera lo que se llamaban “tentaciones contra la fe”.

  • 2. La primera noticia de un Teología Nueva condenada.
  • Sí que recuerdo que en 1950, en una residencia sacerdotal de la Misión de Paris, donde nos alojamos camino hacia el congreso de la JOC en Bélgica, oí a compañeros mayores teólogos –entre ellos estaba Mauro Rubio, que sería Consiliario Nacional de la JOC y obispo de Salamanca– hablar de condena a la Nouvelle Theologie que había hecho Pío XII con la Humani Generis. Allí me enteré, a los 18 años, que había unos teólogos católicos cuyas doctrinas habían sido condenadas por Pío XII, cuando un cura (cómo me impresinó conocer por primera vez a un cura obrero!) decía que representaban la única esperanza para la teología y la vida de la Iglesia. La encíclica no los nombraba, pero todos sabían que el papa se refería a Teilhard de Chardin, De Lubac, Congar, Danielou, Rahner, Chenu… Todos se les tachaba en la encíclica de querer resucitar el modernismo. Tal vez se saltaban los diques impuestos por Pío X pero lo que intentaban era no dejar la teología encerrada en los odres de la escolástica más rancia (parece que el dominico Garrigou-Lagrange se sentía especialmente agredido por estos nuevos teólogos y fue el que más los denunció) y abrir a una nueva lectura de las fuentes (Biblia y patrística) para poder hacer inteligible la fe a las nuevas maneras de pensar.

    3. La Gregoriana de los cincuenta

    Cuando tres años después llegué a la Gregoriana para enfrentarme por primera vez con la Teología, descubría que entre mis maestros estaban tanto los que hacían las encíclicas del papa (Tromp, Zapelena, Hürth) como los que estaban abriendo nuevas vías preparatorias del Concilio (Alfaro, Flick, Lonergan, Alzeghy, Smith, Fuchs…). Un famoso neoconservador norteamericano, Michael Novak (véase el prólogo autobiográfico a su libro Open Church, p. 7), recuerda la suerte que tuvo de escuchar aún las clases de los primeros, antes que las hordas del Concilio acabaran con todo rastro de “sólida teología”. Küng en cambio, recuerda en sus Memorias (“Libertad conquistada”, Trotta 2003.) aquella Gregoriana de los cincuenta en la se podían captar ya, desde el corazón de Roma, sólidos gérmenes de una teología nueva. Ha sido para mí una gozada leer cómo recuerda él todo aquello. Incluso la experiencia que él cuenta de haber sido elegido por el Padre Tromp para defender una tesis en una Disputatio Publica en teología fundamental (p. 103). Yo tuve la misma experiencia y con el mismo profesor dos años después, que son los cursos que nos separaban en la facultad. Pero no debió quedar tan contento con mi defensa el profesor pues no me invitó como a él a una copa.

    4. El juramento antimodernista

    En ese ambiente tuve que pronunciar por primera vez el juramento antimodernista que había impuesto Pío X a quienes accedieran a las órdenes o a los grados académicos. La verdad es que más de una vez comentamos entre los compañeros que lo hacíamos con restricciones mentales, por “imperativo legal” como ahora se dice pero sin convicción, sobre todo en la condena del evolucionismo y en la historicidad de la biblia. Todo lenguaje humano es relativo por esencia, aunque se revista de pretensión dogmática. Y desde luego el mismo juramento cada uno lo entendía interiormente a su manera. No se puede mandar una adhesión de la inteligencia a una formulación concreta. Se puede mandar atención o respeto que son fruto de la voluntad. Pero la adhesión intelectual no es objeto de voluntad o mandato. Véase cómo lo expresaba Simone Weil en una página suya que publicó Iglesia Viva. Eso mismo nos lo decíamos nosotros al hacer el juramento. Las fórmulas impuestas siempre están sometidas a la comprensión intelectual que uno haga de esas palabras.

  • 5. Teólogo no profesional
  • Tengo que hacer una observación sobre mi relación con la Teología, como búsqueda del entendimiento de la fe. Ha sido siempre estrecha y vital a lo largo de más de cincuenta años pero nunca me he dedicado académica y profesionalmente a la Teología. Desde el principio me preocupó más “mi teología”, la que necesitaba para expresar y comunicar mi fe, que “la” teología académica y de libros. Esto lo vivo ahora como una limitación pero también como una suerte. He podido pasar de cuestiones debatidas y malabarismos teológicos para reinterpretar dogmas cuando veía que no me servían.

    He leído muchos libros y he encontrado mucha luz en ellos, pero rara vez logrado identificarme con todo el recorrido intelectual de un autor. He seguido durante 37 años los riquísimos debates en el seno de la dirección de Iglesia Viva (en otra época participaban Fernando Sebastián, Setién, González de Cardedal, Álvarez Bolado, Rovira Belloso, Belda, Alberdi… e incluso varios años, casi como invitado de piedra porque intervenía poco, Antonio Cañizares; hoy, los que aparecen en la contraportada, con Vitoria, Perea, Torres Queiruga como principales expertos en teología), en la que se elaboraba siempre un pensamiento cristiano a la luz de la teología pero aplicado a la realidad. Pueden consultarse los sumarios de sus 230 números hasta hoy. Pero no he sido un profesional de la teología y menos un líder de pensamiento. Me he aprovechado mucho de libros y diálogos y éstas son algunas de las ideas sacadas de ellos que he hecho mías, no sé si traicionando al autor:

    • Los dogmas son siempre proyectivos, indican un camino hacia una verdad que está siempre mucho más allá de las limitadas fórmulas y palabras con las que se intenta en vano definirla para todo tiempo y lugar, sin ver que se necesitará siempe una ulterior traducción o interpretación (Schillebeeckx).
    • En los dogmas hay que ver siempre el carácter negativo (“dirección prohibida”, por ejemplo, a decir que Jesús no es Dios) pero relativizarlos en lo que pretenden afirmar positivamente (en Jesús hay dos naturalezas y una persona) pues si se los toma al pie de la letra dirían demasiado del misterio inefable (Rovira).
    • El que hoy no haya depurado su fe en diálogo con los profetas del umbral, los maestros de la sospecha (Freud, Marx y Nietzche sobre todo), no puede considerarse un creyente adulto de nuestro tiempo (Urbina).
    • La ciencia, la historia y la filosofía modernas pueden ayudar a entender mejor el hecho trascendental de Jesús. Pero tiene que ser si esos conocimeintos son acompañados de un trabajo interior de la fe, de una profundización en el misterio del propio yo. De alguna manera hoy estamos con más posibilidades
    de entender la grandeza del misterio de Jesús que sus mismos apóstoles, pues disponemos de mayor perspectiva y capacidad de eliminar filtros culturales (Légaut).

    6. La progresiva depuración de la fe

    Esta depuración de la fe hasta encontrar su meollo fundamental recuerdo que empezó muy pronto, sobre todo cuando después de los estudios de teología me inserté (por destino del obispo, que yo entonces no tomaba esas decisiones por mi cuenta) en la universidad civil de Roma para estudiar Ciencias Políticas. Necesitaba hacer esa profundización para encontrar coherencia (una de mis mayores pasiones que me ha obligado a reflexionar siempre) entre el seminario de pensamiento marxista al que asistía en la facultad y mi condición de coadjutor en una parroquia de suburbio. Ya entonces ponía entre paréntesis casi toda la teología que acababa de aprender para quedarme con el núcleo cristiano que orientaba mi vida y mi pastoral: hacer con Cristo el bien que pueda a los demás.

    7. Sintonía con el espíritu del Vaticano II

    Pronto vino Juan XXIII, el Concilio y una nueva esperanza. Los desechados como modernistas por la Humanae Generis se convirtieron en inspiradores de esa nueva Iglesia que muchos esperábamos. Fue el momento de mayor sintonía de mi fe con las fórmulas empleadas por el Concilio y sobre todo con el nuevo espíritu de corresponsabilidad eclesial y del servicio al mundo, abriéndose a la colaboración con otras religiones y con ateos. En este momento en que se da por supuesto que el postconcilio fue el reino de la anarquía y la pérdida de fe, tengo que decir que nunca se produjo en mí tanta sintonía entre mi persona y la doctrina y práctica de la Iglesia. Y eso les ocurrió sin duda a muchas personas, que todavía recuerdan aquellos años como los más luminosos de su vida cristiana.

    Desapareció la exigencia de hacer el juramento antimodernista y de someter los escritos sobre tema de fe y moral a censura previa. Pero el debate sobre teología era más abierto y enriquecedor que nunca. Los teólogos tachados hasta entonces de “modernistas” se tradujeron y difundieron. Recuerdo de entonces la sintonía interior con el libro del obispo protestante Robinson, “Sinceros para con Dios”, que sintonizaba más que nadie con la síntesis simplificada pero auténtica de fe cristiana que yo me había construido. Me decía un pastor protestante que hoy muchos de ellos siguen acudiendo casi clandestinamente a él y a Bonhoeffer para sostener una fe auténtica, pues las grandes iglesias siguen dominadas por el neofundamentalismo que procede de América…

  • 8. El desencanto eclesial
  • Claro que pronto empezó el llamado “desencanto”. Lo peor que puede pasar cuando se inicia un salto para superar un foso es quedarse a mitad por miedo de no conseguir llegar a la otra orilla. Eso es lo que les pasó a los mejores movimientos de renovación que se iniciaron con el Vaticano II. Los responsables tuvieron miedo, en las diferentes escalas, quisieron poner un tope final a las reformas y hundieron a mucha gente en el foso de la desconfianza, de la pérdida de fe o de las rutinas formalistas de siempre.

    Fueron años en que muchos cristianos y sacerdotes sufrieron la crisis y la pérdida de fe. Lanzados a una vida de compromiso temporal o pastoral “encarnada” por la misma Iglesia, se sintieron abandonados por ella en sus nuevas fronteras y no pudieron hacer solos el trabajo de repensamiento para seguir manteniendo referencias cristianas y eclesiales en sus nuevas vidas. No valía la pena el esfuerzo de superar tantas contradicciones cuando el mismo estilo de entrega a los demás lo sacaban sencillamente de los nuevos compromisos adquiridos. Cuántos amigos míos, sin dejar lo mejor del empuje de una fe que les llevó a entregar su vida sin reservas a causas de justicia y solidaridad, dejaron incluso de considerarse cristianos interiormente. Otros, consciente o inconscientemente, continuamos siendo cristianos, pero cristianos modernistas. Así, sin paliativos, pero reclamando nuestro derecho a seguir en nuestra comunidad cristiana hasta que nos echaran. Y pronto algunos de los que no se habían recolocado en los cauces seguros de la institución empezaron a tener problemas. Küng, Schillebeeckx, Häring… Y, desde luego, la Teología de la Liberación en bloque.

    Aunque los frenazos al movimiento de reforma que el Concilio había suscitado empezaron con Pablo VI, fue sin duda el pontificado de Juan Pablo II (católico tradicionalista polaco pero abierto en lo social y más filósofo personalista que teólogo), con el acompañamiento para la defensa de la fe del rígido teólogo agustiniano Ratzinger, cuando la situación de la Iglesia se fue haciendo cada vez más restauracionista del modelo de Iglesia y doctrina anterior al Concilio.

  • 9. La recuperación de la fe personal
  • En 1971 había leído dos libros de un autor francés que, sin ser un teólogo, me habían dado más luz intelectual que nadie sobre esa intelección profunda de la fe cristiana que yo iba buscando. Eran “El hombre en busca de su humanidad” y “Introducción al pasado y porvenir del cristianismo” de Marcel Légaut. Ya he explicado en otros artículos de “Cuadernos de la Diáspora, nº2. Recuperar la espiritualidad e “Iglesia Viva, nº 161, Modernidad y vida espiritualcómo se estrechó posteriormente mi relación con él y cómo su presencia fue decisiva para mi recuperación de la espiritualidad.

    Con Légaut por primera vez descubrí que esa teología personal que me iba construyendo por dentro, buscando las palabras que mejor indicaran mi fe auténtica aunque fuera desechando las que proponía el dogma, no era un proceso de fuga o abandono de la fe sino un movimiento necesario para dar autenticidad a mi fe y la única manera de no traicionarla. Légaut había sido profesor de matemáticas y por eso parte siempre de dar a cada palabra un significado preciso (aunque siempre convencional, como todo lenguaje) que tiene que permanecer el mismo a lo largo del discurso o del libro. Y de ahí deduce una serie de distinciones: una cosa es fe en Dios y otra creencias ancestrales o ideológicas sobre Dios, una cosa es fidelidad a la propia misión a imitación de la fidelidad radical de Jesús y otra obediencia a la autoridad que exime de la responsabilidad personal, una cosa es iglesia de llamada y otra iglesia de autoridad, etcétera. Al partir de estas distinciones se puede progresar en el abandonar andaderas sin necesidad de rebelarse contra todo sino recuperando lo más posible de quienes en otras circunstancias nos precedieron en la búsqueda y el seguimiento a la llamada.

  • 10. Plenitud de vida y trabajo de la fe
  • Tras la muerte de Légaut y el trabajo interior realizado en los años que lo conocí, pudo ser que la profunda llamada interior al amor humano total y al despojarme de la condición clerical me encontrara con suficiente libertad interior como para dar este paso a la plena secularidad de mi vida sin traumas ni rupturas. Solo puedo decir que tras todo el itinerario recorrido en casi 60 años de mi vida, los últimos vividos con las experiencias del amor conyugal, de la paternidad y del trabajo civil han sido los más ricos en experiencias profundas de fe en el Misterio de mi vida, de la vida de los otros y de Dios. No sé si teológicamente seré “modernista”. Ya no tengo la responsabilidad de enseñar o predicar “lo mandado”. Ya no tengo que hacer malabarismos interpretativos para no salirme de la ortodoxia católica. Pero mi vida espiritual es mucho más viva y auténtica y mi comunidad de referencia sigue siendo la católica-universal.