Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

La fe y la duda de Teresa de Calcuta

17-Noviembre-2007    Atrio
    Tanto amor como repartió Teresa de Calcuta no le dispensó de experimentar largas crisis de fe ante la ausencia de Dios. El director de “Le Monde des Religions”, Frédéric LENOIR, en el editorial del último número de la revista, que publicamos traducido a continuación, parte de esa vivencia para recordar que creer no es saber. O que la duda acompaña a una fe madura. Hace cien años, Unamuno nos dejó constancia sobre su búsqueda en libertad, que no dispensa de pensar ni de luchar. De otro modo, sobrevienen posturas inconciliables con una fe consciente.

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    LA FE Y LA DUDA

    Frédéric LENOIR

    Editorial de LE MONDE DES RELIGIONS, Noviembre 2007

Así que la Madre Teresa dudó de la existencia de Dios. Durante decenios, tuvo la impresión de que el cielo estaba vacío. Esta revelación ha sorprendido. El hecho parece asombroso habida cuenta de las constantes referencias que hacía a Dios.

Sin embargo, la duda no es la negación de Dios -es un interrogante- y la fe no es una certeza. Se suele confundir certeza y convicción. La certeza procede de una evidencia sensible indiscutible (este gato es negro) o de un conocimiento racional universal (leyes de la ciencia).

La fe es una convicción individual y subjetiva. En ciertos creyentes está emparentada con una opinión blanda o una herencia acrítica; en otros, con una íntima convicción más o menos fuerte. Pero, en ningún caso, puede ser una certeza sensible o racional: nadie tendrá jamás una prueba cierta de la existencia de Dios. Creer no es saber. Creyentes y no creyentes siempre tendrán excelentes argumentos para explicar que Dios existe o que Dios no existe: ninguno probará nunca nada.

Como Kant ha señalado, el orden de la razón y el orden de la fe son de naturaleza diferente. El ateísmo y la fe provienen de la convicción, y cada vez más personas en Occidente dicen ser agnósticos: reconocen no tener ninguna convicción definitiva sobre esta cuestión.

Puesto que no descansa ni sobre una evidencia sensible (Dios es invisible) ni sobre un conocimiento objetivo, la fe implica necesariamente la duda. Y lo que aparece como paradójico, pero que es completamente lógico, es que esta duda es proporcional a la intensidad de la fe misma. Un creyente que se adhiere débilmente a la existencia de Dios será menos frecuentemente acosado por dudas; ni su fe ni sus dudas conmocionarán su vida. Por el contrario, un creyente que ha vivido momentos de fe intensos, luminosos, o que ha apostado toda su vida por la fe, como la Madre Teresa, acabará por experimentar la ausencia de Dios como terriblemente dolorosa. La duda se convertirá en una prueba existencial. Es lo que viven y describen los grandes místicos, como Thérèse de Lisieux o Juan de la Cruz, cuando hablan de “la noche oscura” del alma, en que todas las luces interiores se apagan, dejando al creyente en la fe más desnuda porque no tiene ya nada sobre lo que apoyarse. Juan de la Cruz explica que es así como Dios, dando la impresión de retirarse, pone a prueba el corazón del fiel para llevarlo más lejos por el camino de la perfección del amor. Es una buena explicación teológica.

Desde un punto de vista racional exterior a la fe, se puede muy bien explicar esta crisis por el mero hecho de que el creyente no puede tener nunca certezas ni conocimiento objetivo sobre los que fundamentar el objeto de su fe y le lleva necesariamente a cuestionarse. La intensidad de su duda será proporcional a la importancia existencial de su fe.

Es cierto que hay creyentes muy comprometidos, muy religiosos, que afirman no tener nunca dudas: los integristas. Es más, hacen de la duda un fenómeno diabólico. Para ellos, dudar es fallar, traicionar, hundirse en el caos. Porque equivocadamente elevan la fe a certeza, se prohíben en su interior y socialmente dudar. El rechazo de la duda conduce a toda clase de crispación: intolerancia, casuística ritual, rigidez doctrinal, demonización de los no creyentes, fanatismo que a veces lleva hasta la violencia asesina.

Los integristas de todas las religiones se parecen porque rechazan la duda, ese lado oscuro de la fe que es, sin embargo, su corolario indispensable.

La Madre Teresa ha reconocido sus dudas, por muy doloroso que fuera vivirlas y expresarlas, porque su fe estaba animada por el amor. Los integristas no acogerán o no admitirán nunca las suyas, porque su fe está fundamentada en el miedo. Y el miedo impide dudar.

    [Tradujo y presentó para Atrio, seleccionando los textos que acompañan, María Teresa Lesmes]

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