Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Palabra encarnada, vida ajusticiada

01-Diciembre-2007    Juan Masiá
    Desde el Japón nos envía Juan este artículo, “escrito pensando en ATRIO, pues me animaron a seguir escribiendo el modo y estilo de participar lectoras y lectores”. Nosotros se lo agradecemos, porque siempre sus escritos nos estimulan a seguir buscando en este lugar de encuentro de lo sagrado y lo profano, donde todos tienen acceso para expresarse con libertad menos los que quisieran imponer la intolerancia.

Me lo preguntó un amigo budista japonés: “¿Es cierto que el nacimiento maravilloso de Jesús y su salida de la tumba al tercer día son los mayores obstáculos para la propagación de su fe? ¿Lo tendrían ustedes más fácil sin esos obstáculos?”. “No, amigo mío, ni muchísimo menos, los obstáculos son otros”, le respondí. Aunque no mencionásemos para nada las dos expresiones simbólicas -seno virginal y tumba vacía-, la gente seguiría tropezando con lo más difícil de creer: que el misterio último de la vida se encarne en un verdadero hombre y muera ajusticiado de verdad (no con muerte fingida) para entra así en la vida que nunca muere… Eso es lo verdaderamente duro de creer en el núcleo fuerte del credo.

Durante siglos, muchas personas creyentes no tuvieron dificultad en hablar de un nacimiento maravilloso, porque les parecía consecuencia obvia de la actuación de un Creador para quien nada es imposible. Hoy no es así y necesitan reinterpretar su fe. Durante siglos, muchas personas creyentes tuvieron fácil creer al pie de la letra en la salida de un difunto de una tumba vacía, porque les parecía obvio decir que “si es divino, triunfe de la muerte”… Hoy lo tienen más difícil y requieren hermenéutica para seguir afirmando el mensaje de la resurrección bien comprendido. Pero lo que, antes como ahora, no cabe en la cabeza humana racionalizadora es que la Palabra se haga carne de verdad y muera ajusticiada de verdad para entrar en la Vida y hacernos entrar en ella. Sigue siendo escándalo que se manifieste humanamente con todas sus consecuencias y que el inocente sea condenado mientras que, desde el más allá del Misterio, solamente se escucha el silencio de Dios. No nos cabe en la cabeza por qué Jesús no cedió a la “última tentación” (que no fue el sexo, sino la tentación de bajarse “mágicamente” de la cruz).

Con siete años lo intuyó un niño en la catequesis. Dijo: “Si yo fuera Dios, no resucito, lo que no dejo es que me crucifiquen, me pongo el traje de spider man y me los cargo a todos”… Así habló Paquito, semilla de teólogo fanático del futuro (confiemos en que lo capten para la obra del “partido”).

¿Qué es más difícil, reconocer a Jesús como humano o como divino? Para algunas personas es más difícil reconocerle como divino. Para otra infinidad de gente lo verdaderamente increíble es verlo como verdadero hombre, sin que esté claro siquiera si él es del todo consciente del enigma divino que lo habita.

Se repite en el Credo rutinariamente: “Creemos en Jesucristo, Dios y hombre verdadero”. Tomar en serio a la vez los dos polos de esta confesión de fe es cosa fuerte, además de explosiva, para nuestras iglesias (lo digo en plural, en sintonía y comunión con las iglesias hermanas, que tampoco ellas están libres del problema).

Muchas personas que reconocen lo divino de Jesús no parecen en su praxis demostrar que toman en serio su auténtica humanidad. Es más difícil creer que el Misterio divino se hace hombre, que creer literalmente narraciones mitopoéticas sobre su nacimiento. Es más difícil creer que padeció y murió de veras (no haciendo comedia), reconocer que padeció y fue sepultado, que creer en vivir más allá de la muerte.

Lo explicó admirablemente hace años el entonces joven teólogo Ratzinger al comentar el Credo. De él lo aprendí en mis días de estudiante de teología leyendo su explicación sobre el sentido de “descendió a los infiernos”. “Eso significa que murió de verdad”, decía Ratzinger desmontando nuestra lectura literal del “limbo de los justos”. Por aquellas fechas habríamos firmado que no llegaría a Papa un teólogo capaz de atreverse a decir eso. Vivir para ver… “Cosas veredes, Mío Cid, que farán fablar las peñas”.

Sin comunidades que se encarnen en el pueblo y mueran con él (como Romero y Ellacuría), o se arriesguen a que los crucifiquen los de dentro (como a Arrupe y Sobrino), ¿cómo podrá confesarse la fe en que Jesús es el Cristo, es decir, el fundante de nuestra esperanza, símbolo por excelencia de Dios (como dice Roger Haight), rostro humano de Dios (como dice González Faus), faz visible del Invisible, epifanía del secreto la Vida, que muere ajusticiado con los injusticiados?

Comparado con este tema, núcleo fuerte del Credo, ¿qué pueden parecer las especulaciones abstractas sobre concepciones virginales? Virtuosidades de torre de marfil. ¿Qué pueden parecer las reacciones exageradas de la apologética literalista y fundamentalista de los defensores de la dogmática a machamartillo? Cabalgada de talibanes en película de Buñuel. (Por cierto, se está proyectando dicha película en algunos blogs made in Celtiberia, pero mejor no vayan a ese cine, tiene censura “para mayores con reparos”, como se decía, si mi memoria histórica no falla, allá por los años cincuenta…)

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