Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Salve marinera

05-Diciembre-2007    Juan Masiá
    La recuperación de la figura de María y de las oraciones tradicionales que el pueblo cristiano le ha dirigido, desde la nueva sensibilidad del cristianismo actual comprometido con la realidad social, es muy importante. Por eso publicamos esta versión de la Salve que completa las entradas anteriores de Carmen y del mismo Juan. Habrá que continuar con otras oraciones reformuladas para reavivar, no para apagar, el rescoldo de fe.

    Salve marinera, desde el barco de Redes cristianas.

    Salve, mujer y madre.
    Salve, seno de misericordia,
    vida, ternura y esperanza nuestra.
    De tu mano clamamos, gimiendo y llorando
    con todos los desterrados de la tierra,
    con todas las aplastadas por la fuerza.

    Tu canto de liberación cantamos:
    Liberación, sin violencia, de todo poder armado.
    Por tus labios de Magníficat denunciamos injusticias
    los hijos e hijas de Eva,
    al grito de Ave, tocamos a rebato, porque urge la tarea
    de desclavar de sus cruces a pueblos injusticiados.

    Te abrazamos, María y te besamos,
    bebiendo de tu cara galilea
    sonrisa incondicional que cambie
    los valles de lágrimas en ubérrimas cosechas,
    campos de conciliación,
    procesos de paz sin guerra.

    Ea, pues, mujer, abogada nuestra,
    vuelve a nosotras tus ojos,
    vuelve a nosotros tu tierna sonrisa,
    que inyecta fuerza,
    y muéstranos a Jesús, el auténtico, el de veras,
    sin disfraz de inquisidor en las iglesias.

    Ave, María, agraciada.
    Ave, María, mujer
    Ave, novia, esposa y madre.
    María, mujer-mujer,
    agraciada y agraciante.
    Te canta el pueblo agraciado
    bendita entre las mujeres,
    el Misterio está contigo,
    Dios te guarde.

    María y José se quieren,
    sin palabras se comprenden, con palabras se entrelazan..
    Mensajero Gabriel bendice desposorio, mesa y casa.
    Hay un secreto oculto, sin registros en la historia.
    Un enigma lacerante, sólo en sueños se desvela.
    María aguarda en silencio, silente acoge José,
    los dos callando se entregan,
    optaron por la tarea.
    de seguir creciendo unidos.
    aprendieron: fiat, fiat, fiat, fiat…
    Que invirtiendo en el amor
    al fin se gana la apuesta.

    María y José se quieren,
    ya están barajando nombres dignos del primogénito:
    Retoño, Esperado, Trigo,
    Uva, Pez, Pimpollo, Flor.
    ¿Le llamaremos José?
    Manolo será mejor,
    Manolo como Emanuel,
    Pues pongámosle Jesús: se llamará Salvador.

    Mensajero Gabriel mirando aprueba.
    Aura de Espíritu inunda la cámara del abrazo.
    Aromas desde lo alto perfumaron el camastro.
    Obra y gracia de la Ruah
    consagró vuestro abrazo.
    Eucaristía esponsal: pan de vida el resultado.

    Virgen, siempre virgen, te llamó la teología.
    “¿Madre a pesar de ser virgen?”,
    murmuran en la otra orilla.
    Lo dijeron de rutina, sin saber lo que decían.
    Encendióse la disputa, se avivó la crispación.
    Mientras tanto tú, María, a gusto sotorreías.
    Sabes de sobra el esfuerzo, lo caro que cuesta el curso,
    horas de vuelo en amor, hasta alcanzar el título:
    master en virginidad.

    Largo trecho has recorrido
    como novia, esposa y madre
    hasta la titulación,
    dogma del cincuenta y cuatro.
    El hierático Pío proclamóte:
    virgen fiel, vaso admirable.
    Mereces llamarte virgen,
    pues mucho has amado antes.

    Pobre es el voto de virgen sin corazón de mujer.
    Estériles celibatos quienes no sepan amarse.
    Paradoja extraña es
    que amando a fondo se sabe.
    Sólo se aprende a ser virgen
    con cuerpo y alma de madre.

    “Sal, hijo mío, sal”, suspiraste.
    Sal de una vez a este mundo,
    que su tiniebla se aclare.
    Gozo doliente sentias
    al desgarrar tus entrañas
    un fulgor que amanecía.
    No fue a través de un cristal
    como alumbró su salida.
    Hijo de tus entrañas es
    la luz que al mundo da vida.

    José, el bueno de José,
    aprendiz de comadrona.
    Le da corte la faena de enjuagar pañales.
    Así descubre el varón, de mano la mujer
    su propio rostro,humanidad total,
    tú y yo, identidad abrazada,
    transformado el padre en madre.

    Mas el hijo se fue, que le llamaba otra voz,
    voz de Abba, Padre y Madre.
    Soñaba sueños utópicos
    sobre el Reino de la Vida.
    Quería partir el pan
    por todas las Entrevías.
    Sus hermanos no le entienden:
    “El chico se ha vuelto loco,
    ríñale, madre, y no deje que se largue de la aldea,
    nos falta mano de obra,
    ya la viuda de José no puede con la faena”.
    Y tú María callabas, no era la primera vez
    que el chico sola te deja.
    Pero tres años después
    allí estabas tú, mujer,
    y otras Marías también.
    Que donde hay cruces injustas
    allí está en pie la mujer:
    memoria de la sangre de las víctimas,
    promesa de justicia y esperanza.

    Salve, María, hermana y madre.
    Como hija de Sión eres hermana,
    Macarena de esperanza.
    Como sincera anawin eres pobre de Yavé,
    apoyo de empobrecidos y empobrecidas.
    Como mujer muy mujer eres novia de los pueblos
    que a gusto te galardean:
    Santina, rociera, fuensantica, moreneta…
    y miles de otros piropos
    que el pueblo creativo inventa.
    Como madre de Jesús, madre nuestra eres,
    de todo este movimiento, las redes del pescador,
    pescadores ellos y ellas
    que recogen el testigo de Jesús en la carrera,
    que van por la “cuarta vía”, son iglesia ellos y ellas.
    Presidiendo en el Cenáculo
    eres madre de la iglesia.
    Quieres a los obispos, los consuelas
    y con cariño les besas
    solideo y coronilla, les animas a que amen,
    y con un tirón de orejas
    les animas a estar alegres
    y, sobre todo, a que crean.

    Teologúmenos exaltados
    te quisieron nombrar reina.
    Pero a tí no te caen bien
    ni coronas ni realezas.
    Tú eres mujer del pueblo,
    mujer sin más, cosa seria.
    “¿Mujer nada más?”, preguntan
    espías de las iglesias.
    Mujer nada más, no.
    Nada menos que mujer.
    Mejor elogio no hay
    a mujeres como ella.

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