Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Vuelve la Iglesia de Recesvinto

02-Enero-2008    Francisco Asensi

Al escuchar las intervenciones de los jerarcas del catolicismo español (Madrid, 30 dic. 2007), me ha venido a la cabeza aquel republicano francés (más tarde ministro) que, después de leer el Syllabus (1864) de Pío IX, condenando el modernismo, exclamó: “No se puede ser inteligente y católico”. Juzgue el lector si esta opinión es exagerada o todavía tiene vigencia.

El neocardenal García Gascó (el laicismo radical puede llevar a la disolución de la democracia), o Cañizares (la familia está siendo sacudida en sus cimientos por graves amenazas, incluso con legislaciones inicuas e injustas) o el ínclito Rouco Varela (el ordenamiento jurídico ha dado marcha atrás respecto a lo que la Declaración de Derechos Humanos reconocía) no tenían por qué haberse estrujado la cabeza cuando la doctrina que aventaban estaba mucho mejor expuesta y resumida en la bula medieval del papa Bonifacio VIII:

“Dos espadas, la material y la espiritual, están en poder de la Iglesia, pero con la diferencia de que la espiritual ha de ser empuñada por la Iglesia y la material en favor de la IglesiaUna espada ha de ser subordinada a la otra, y la autoridad temporal a la potestad espiritual… El poder espiritual, tanto por su dignidad como por su nobleza, está por encima del poder temporal, cualquiera que sea” (Unam Sanctam de Bonifacio VIII, año 1302).

Ese mensaje medieval, mejor que las pintorescas soflamas de sus eminencias, lo hubiese entendido a la perfección el señor Zapatero y su gobierno (¿de ateos?).

No sé si Dostoievsky leyó o no la bula de Bonifacio VIII, pero hace un comentario en su novela “El idiota” que viene a cuento: “El catolicismo romano cree que la Iglesia no puede subsistir sobre la tierra sin dominio temporal… En él, todo queda subordinado a ese principio, comenzando por la fe. El papa se ha apropiado de una tiara, de un trono terrestre, ha empuñado la espada; y desde aquel día todo sigue igual, si no es que a la espada se han añadido la mentira, la intriga, el fanatismo, la superstición, el delito… ¿Cómo no iba a salir de su seno el ateísmo? Sí, el ateísmo es obra de ellos mismos”

Sus eminencias también bien podían haber repetido al Gobierno Zapatero lo que en 1832 escribía Gregorio XVI:
“Las mayores infelicidades vendrían sobre la religión y sobre las naciones si se cumplieran los deseos de quienes pretenden la separación de la Iglesia y el Estado… Piensen los príncipes que se les ha dado la autoridad no sólo para el gobierno temporal, sino sobre todos para defender la Iglesia; y que todo cuanto hagan por la Iglesia redundará en beneficio de su poder y de su tranquilidad.

No sé si el cardenal Bertone, secretario de Estado del Vaticano, con ocasión de la beatificación de los 498 mártires de la Cruzada, le leyó la cartilla a la vicepresidenta del Gobierno. Que María Teresa Fernández de la Vega no se haga ilusiones, que en el Vaticano son muy astutos. La doctrina de Gregorio XVI (encíclica Mirari vos 1832) continúa inamovible:

Roto el freno de la religión santísima… vemos avanzar progresivamente la ruina del orden público y la destrucción de todo poder legítimo… toda la Iglesia sufre con cualquier novedad… Otra causa que ha producido muchos de los males que afligen a la Iglesia es el indiferentismo… De esta cenagosa fuente mana aquella absurda y errónea sentencia o mejor dicho, locura, que afirma y defiende a toda costa y para todos la libertad de conciencia. Este pestilente error se abre paso escudado en la inmoderada libertad de opiniones, que para ruina de la sociedad civil y religiosa se extiende cada día más... La más antigua experiencia enseña cómo los Estados que más florecieron por su riqueza, poder y gloria, sucumbieron por el solo mal de una inmoderada libertad de opiniones y ansia de novedades… Debemos de tratar también en este lugar la libertad de imprenta, nunca suficientemente condenada…”

Gregorio XVI y Pío IX no entendieron nada del mundo moderno ni hicieron el menor esfuerzo por comprenderlo. Simplemente, lo rechazaron en bloque. Lo mismo que hacen el Papa Ratzinger y nuestros cardenales. Las cosas (liquidado el breve período de aggiornamento del ingenuo Juan XXIII) han vuelto a su cauce natural. En el caso español, a los tiempos de Recesvinto, es un decir.

¿Cómo conceder credibilidad a una jerarquía una de cuyas cabezas, el papa León XII, pongo por caso, se atrevió a decir en 1829: “Quienquiera que recurre a la vacuna deja de ser hijo de Dios… La viruela es un juicio de Dios… la vacuna es un desafío lanzado al cielo…”? Aquel papa, no contento con suprimir la vacuna en los Estados Pontificios, sin importarle las muertes que se seguirían, también prohibió el alumbrado de las calles, novedad revolucionaria, obra del diablo… Otros papas de tiempos bien recientes han defendido barbaridades semejantes.

La doctrina de la Iglesia no sólo resulta arcaica, está llena de errores. Basta consultar los bularios y encíclicas desde el principio del cristianismo al día de hoy. Nadie debería renunciar a la luz de la razón para examinar lo que otros, sean quienes fueren, le dicen. ¿Por qué vamos a admitir sin rechistar lo que sus eminencias (¡por la gracia de Dios y de la Sede Apostólica!) nos quieren vender? ¡Argumentos y no gritos! ¿O será verdad que ser católico e inteligente es incompatible?

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