Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Carta abierta a José Mª Pagola

24-Enero-2008    José Mª Castillo
    Esta carta abierta no es un simple comentario a todo lo que hemos publicado sobre la polémica suscitada por el libro “Jesús. Una aproximación histórica” y por eso le damos un relieve especial. Lo que suscita Castillo es un tema de defensa de derechos humanos cuando en el interior de la Iglesia no se respetan ni hay mecanismos para hacerlos respetar. ¿Es legítimo hoy recurrir a los tribunales civiles para protegerse de difamaciones y calumnias por parte de jerarquías eclesiásticas?

Querido José Antonio:

Después del documento que ha publicado el obispo de Tarazona, Demetrio Fernández, a propósito de tu libro Jesús. Aproximación histórica, y los argumentos que han esgrimido contra ti los teólogos de la Comisión para la Doctrina de la Fe, de la Conferencia Episcopal Española, quiero expresarte, ante todo, mi profunda gratitud y reconocimiento por el libro que has escrito sobre Jesús. Un libro en el que, entre otros, destacan dos méritos que, según creo, es necesario recordar y destacar:

  • 1) Ante todo, es importante que la gente sepa que tu libro se ajusta en todo lo que dice a la fe de la Iglesia y a las exigencias del Magisterio Eclesiástico.
  • 2) Además, los creyentes deben saber que este libro hace una presentación muy seria, muy profunda y bien documentada de lo que Jesús representa para todos nosotros.

Es, por tanto, un libro que está haciendo y hará mucho bien a muchas personas, creyentes y no creyentes. En un tiempo en el que se publican tantas frivolidades sobre Jesús, resulta reconfortante y esperanzador que, a los pocos meses de su publicación, este libro haya alcanzado un record de ventas, más de 30.000 ejemplares en pocos meses. Este dato pone en evidencia el interés que despierta la figura y la memoria de Jesús y su mensaje, cuando esa memoria y ese mensaje se presentan con seriedad y ajustándose a la verdad histórica.

Dicho esto, quiero agradecerte también la respuesta que has dado y has publicado a quienes te han atacado. Me refiero al obispo de Tarazona y a sus teólogos colaboradores de la Conferencia Episcopal Española. En tu respuesta a tales teólogos, llama la atención la serenidad con que respondes y, sobre todo, la claridad con que desenmascaras y pones de manifiesto las contradicciones sobre las que está montado el ataque que te han hecho. Leyendo lo que esos teólogos han escrito y tu respuesta a ellos, cualquier persona que vea todo esto desapasionadamente se da cuenta de que estamos ante un asunto muy serio, incluso muy grave. Porque lo que en tu respuesta queda patente es que unos hombres, que hablan en nombre de la Iglesia y de su Jerarquía, lo hacen mediante verdades a medias, ocultamientos de lo que no les interesa, falsedades y mentiras manifiestas. Es decir, los teólogos de la Conferencia Episcopal te han atacado utilizando mentiras que constituyen difamaciones y calumnias. Pero sabemos que, en el ordenamiento jurídico español vigente, la difamación y la calumnia son delitos castigados por la ley. Y lo más triste del caso es que los mencionados teólogos hacen eso con conciencia de impunidad y porque saben que pueden decir lo que les conviene, lo que a ti te desprestigia, pero que, a pesar de todo eso, a ellos no les va a pasar nada.

Por otra parte, sabemos que, según el derecho eclesiástico, las personas que se ven gravemente injuriadas y atacadas, como es tu caso, no tienen medios legales con las debidas garantías de reconocimiento para defender sus propios derechos. Así las cosas, lo más razonable es pensar que ha llegado la hora de que los católicos nos defendamos de este tipo de agresiones recurriendo a la justicia civil que, como ciudadanos, nos ampara de agresiones de las que los obispos no nos protegen. Los hombres de Iglesia, por muy buenas que (según ellos) sean sus intenciones, no pueden seguir actuando con la impunidad con que vienen procediendo desde los lejanos tiempos de la Inquisición. Si los católicos (concretamente los teólogos) nos decidiéramos a denunciar ante la justicia ordinaria a quienes nos difaman y nos calumnian, es seguro que los que denuncian en público se cuidarían de ajustarse a la verdad y medirían muy bien lo que dicen. Si la Iglesia, como a hijos suyos no nos defiende, apelaremos a que la justicia ordinaria nos defienda como ciudadanos que somos.

Con mi felicitación y mis mejores deseos para ti y para tu producción teológica,

José M. Castillo

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