Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Pasión y Resurrección

19-Marzo-2008    José Arregi
    De nuevo tenemos en ATRIO la colaboración del franciscano, poeta y profesor de teología, que sabe unir, como dice Masiá, mística y crítica. Su carta de aquí abajo trata de heridas y dulzuras de la pasión en esta Semana Santa de primavera. Y su página de Teología afronta la interpretación del Sepulcro vacío y la Resurrección.

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Hola, amig@s:

A pesar de todo, hay mucha dulzura en esta mañana soleada de Arantzazu. A pesar de todo, a pesar de nosotros y todos nuestros pesares. Hay dulzura en la luz que juega entre las ramas desnudas, y las ramas desnudas despiertan y ríen. Hay dulzura en la peña soleada, que reverdece empapada por las últimas lluvias y nieves. Hay dulzura en ese cielo de azul tan suave y liso. Hay dulzura en el colirrojo y la colirroja que ya han formado pareja, y se llaman tiernamente con su voz áspera. A pesar de todas las cruces, más allá o más adentro, hay dulzura, hay alivio, hay DIOS. Dios, compañer@ dulce de nuestras cruces amargas.

Esta mañana, en la misa y las Laudes del convento, hemos cantado:

    “¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!
    Jamás el bosque dio mejor tributo
    en hoja, en flor y en fruto.
    Dulces clavos, dulce árbol,
    donde la vida empieza
    con un peso tan dulce en su corteza”.

Bellísima letra. Y bellísima melodía la de Carmelo Erdozáin, a pesar de nuestras voces roncas como la del colirrojo. Pero ¿cómo podemos cantar a la cruz donde Jesús se desgarra? ¿Dulces clavos, dulces llagas, dulce árbol?

Una secular teología sacrificial y expiatoria de la cruz de Jesús se expresa en esa letra, a pesar de su belleza, y lo mismo pasa en casi todo lo que cantamos, leemos, oímos y rezamos en la Cuaresma y en la Semana Santa: la cruz de Jesús como sacrificio de nuestros pecados, expiación de nuestras culpas, satisfacción de nuestra infinita ofensa a Dios… Ya no podemos cantar ni mirar a la cruz de Jesús con esa teología. Esa teología hiere a Jesús, hiere a Dios, nos hiere a todos. Hiere a Jesús, porque lo hace víctima de un Dios ofendido, e ignora las razones del Sanedrín y de Pilato por las que Jesús murió. Hiere a Dios, porque lo convierte en un Moloch sanguinario que exige reparación, sufrimiento y muerte, y olvida que Dios está crucificado en la cruz de Jesús y en todas las cruces. Hiere a todos los crucificados que comparten el destino de Jesús a causa de todos los poderes asesino, sobre todo cuando se justifican en nombre de Dios. Nos hiere a todos, porque nos hace sentirnos culpables ante Dios, en vez de sentirnos dulcemente acompañados por Dios en todas las heridas que sufrimos e infligimos.

Dios no nos mira como culpables, sino como herid@s que herimos por estar heridos. Y así nos cura para que curemos. Dios no habla el lenguaje de la culpa y del pecado, del juicio y del castigo. Dios no habla el lenguaje del infierno. Dios no nos juzga, nunca jamás nos condena ni nos condenará: nos acompaña como una madre. Incluso al peor asesino ¿no lo mira su madre más como víctima que como culpable? ¿No es así acaso como una madre regenera y da a luz de nuevo a su hijo herido? ¿Creeremos menos en Dios que en la mejor de las madres, pues toda madre está también herida, mientras que Dios es la bondad que comparte toda herida? ¿Creeremos menos en el poder de la bondad compasiva de Dios que en el poder de la bondad herida de una madre?

Amig@, no hables de pecado, culpa, ofensa, sacrificio, expiación…, si quieres descubrir de verdad la dulzura de la cruz de Jesús, la dulzura de Dios en tus heridas. No te preocupes de las listas de pecados que merecen el infierno, sino más bien de la larga lista de heridas que estás llamad@ curar en ti y en los demás. No hay mayor herida en esta Tierra que el que los 25 más ricos (seguro que son varones) posean el equivalente del Producto Interior Bruto de África entera, o el que los EEUU gastan (y todos nosotros lo pagamos) en la guerra del Irak tanto dinero como para cuidar a 530 millones de niños. ¡Cuántas muertes, cuántos muertos! Y cada uno se llama Isaías Carrasco. Pero ni siquiera en ese caso hables de culpa y de infierno, sino cree más bien en el poder mayor del bien, y ayuda a la bondad poderosa de Dios con tu granito de bondad. y haz el bien que puedas, y Dios lo hará todo. Mira más adentro a la cruz de Jesús y a todas las cruces, y cree profundamente que Dios ya lo está curando todo. Cada muerto se llama Isaías (”Dios salva, Dios cura”), y cada viuda se llama como la viuda de Isaías María Angeles, y cada huérfano se llama como los huérfanos de Isaías: Sandra (”Protectora”) y Ainara (”Golondrina”) y Adei (”Respeto”).

Las llagas no son dulces sino una vez curadas. Los clavos no son dulces sino cuando ya no clavan ni hieren. La cruz no es dulce sino cuando descansa y florece porque no hay ningún crucificado. Las llagas y la cruz de Jesús no son dulces sino porque Dios las padece y las consuela. Dios sufre todas nuestras heridas, y así las cura.

Que tengas dulce pascua de Jesús.

José Arregi

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