Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Dios en todo lo bueno

16-Mayo-2008    José Arregi

¡Adiós, Juan Manuel! ¡A Dios! La mujer se deshace en llanto, el niño pequeño no sabe lo que pasa pero se siente huérfano. Dios se conduele y los acompaña en todos los abrazos sinceros. Pero ¿hay Dios en tanta crueldad y dolor? ¿Hay Dios en tanta palabra calculada? ¿Habrá Dios si no hacemos todo lo posible para que no haya más muertos? Dios no es ni mira desde fuera. Es la entraña compasiva y sanadora. Es el cuidado y la belleza, más fuerte que los crímenes. Dios son los brazos de la madre viuda estrechando al pequeño huérfano.

Hay crímenes y dolores por todo, pero también hay por todo cuidado y belleza, y creer en Dios es creer que el cuidado y la belleza son más fuertes, y son por todas partes. Ya ha volado del nido la primera nidada del herrerillo. Anoche miraba a toda la familia: un herrerillo, una herrerilla, y dos herrerillitos de vuelo indeciso. Los padres llamaban y conducían de rama en rama a los pequeños, buscando un lugar para dormir. Hoy seguirán aprendiendo a volar los pequeños herrerillos, y los herrerillos padres les darán de comer en la boca, como la viuda al huérfano. Cuando la vida cuida de la vida, hay belleza y bondad. Hay Dios. Hay belleza y bondad en la fragancia del espino blanco de noche, y de día en el esplendor del verde y en el resplandor de la peña. Hay bondad y belleza: HAY DIOS.

No lo entiende así Christopher Hitchens, que hace muy poco ha escrito un libro severo: Dios no es bueno: alegato contra la religión (Debate, Barcelona 2008). Y en una entrevista reciente, afirmaba: “como están las cosas, si efectivamente existiera un dios, sería un chapucero, un incompetente, un ser extremadamente cruel”.

El libro es un alegato contra la religión fundamentalista que impera en Estados Unidos. Pero piensa, al parecer, que todos los creyentes en Dios somos fundamentalistas, y ésa puede otra forma de fundamentalismo. ¿No será el señor Hitchens un antifundamentalista demasiado fundamentalista?

Por ejemplo, escribe: “La religión dijo sus últimas palabras inteligibles, nobles o inspiradoras hace mucho tiempo”. ¡Eso no, señor Hitchens! Dígame Ud. que la religión es el producto más ambiguo de la cultura humana, y yo estaré de acuerdo. Dígame que las religiones han causado incontables daños en la historia y siguen causando océanos de dolor en el mundo de hoy, y yo asentiré. Pero no me diga que la religión ya dijo sus últimas palabras inteligentes, pues lo más inteligente es decir que no entendemos casi nada de cuanto es, y esa docta ignorancia es una de las fuentes permanentes de la religión. No me diga que la religión ya pronunció sus últimas palabras nobles, porque es noble venerar la realidad -la piedra, el árbol, el herrerillo, el rostro de un guardia civil asesinado- y en eso consiste la religión. No me diga que la religión ya no inspira, pues hay religión allí donde hay inspiración, allí donde sentimos que todo respira un misterio más grande que nosotros y todas nuestras palabras.

Y a todo aquello que hace sufrir y no hace feliz -sobre todo si es en nombre de Dios- yo prefiero no llamarlo religión. Yo sólo llamo religión a aquella forma de sentir y de hablar, de ser y de convivir, que nos consuela y hace consoladores. Pero si no quiere Ud. llamarlo religión, no me opongo: olvidemos la “religión” e inventemos otra palabra mejor para expresar toda actitud, todo rito o todo mito que nos lleve a ser más buenos y felices. Llamémosle, por ejemplo, respeto o reverencia, que también empiezan con r.

Lo mismo nos pasa con el nombre de “Dios”. Es un nombre santo y perverso, lo sé. Pero este nombre, yo no lo quiero dejar; no quiero que mi memoria olvide este nombre, ni quiero que mis labios lo dejen de pronunciar. Quiero que mi corazón lo recuerde como gracia y que mi boca lo pronuncie con gracia. Percibo su sabor en los mejores sabores de la vida. Gozo su bondad en todo lo bueno del mundo. Dios es lo Bueno y el Bueno.

Yo no quiero decir Dios si no es para decir lo mejor de todo cuanto es y para decirlo mejor. Yo no quiero dejar de decir Dios, pues no quiero dejar de creer que, a pesar de todos los males, todo es bueno. Quiero decir Dios para afirmar que el Ser es Ternura y Cuidado. Quiero decir Dios para decir aquella plena bienaventuranza que compadece hasta hacerlo todo bienaventurado. A ella aspiramos, como busca la cierva corrientes de agua. Y se nos pegaría la lengua al paladar si la olvidáramos, o no la deseáramos o la dejásemos de nombrar con miles de palabras que llenan los diccionarios.

Yo quiero decir Dios para decir la Gracia del Ser que nos hace ser, y allí donde palpamos la gracia de ser palpamos a Dios, aunque sea de manera fugaz y lejana. Yo quiero decir Dios para decir el Misterio que habla en todo y todo lo llena de revelación en silencio. Yo quiero decir Dios para decir que somos dados y perdonados, amados y acogidos, escuchados y comprendidos. Dios es mucho más que Algo y mucho más que Alguien. No es Algo sin rostro como todo lo que llamamos algo, ni es un Alguien separado como todos los alguien que conocemos. En Él nos movemos, existimos y somos. Lo es Todo en todo, y es el Todo más allá de todo. O tal vez no, tal vez aún no lo es no lo es todo en todo: lo será cuando nosotros seamos del todo, y no matemos ni lloremos. Pero mientras tanto somos en Él, y Él en nosotros es el gran deseo que nos atrae o nos empuja. Y todas las cargas, Él las lleva con nosotros (Sal 67). Y sufre todos los dolores, pero es Consuelo porque es compasión, y donde hay compasión hay consuelo. Es la comunión feliz que buscan todos los seres y que Él también busca y espera plenamente contra toda esperanza.

No quiero olvidar su nombre. Yo quiero decir Dios para decir el Misterio Innombrable. Ningún nombre le designa, pero no desdeña ningún nombre. Es el Innombrable, pero puede ser llamado con los nombres más humildes y bellos: roca, agua, aire, pan. Y puede ser amada y amado. Pero nadie debe apoderarse de su nombre, si no lo quiere pervertir. Dios es un nombre propio, pero nadie lo conoce y nadie lo puede pronunciar: así sucede en la Biblia con el nombre “Yahvé”. Y Dios tiene un nombre común que podemos pronunciar con infinito respeto, pero este nombre es plural: “Dios” se dice en la Biblia “Elohim”, es decir, “dioses”. Dios se dice en plural. ¿No significa eso algo de eso la Trinidad? ¿Cuántos dioses hay?, pregunta el discípulo una y otra vez en una Upanishad de la India, y el maestro le responde sucesivamente: “treinta y tres millones”, “tres mil tres”, “trescientos tres”, “treinta y tres”, “tres”, “uno y medio”, “uno”, “ninguno”… Dios es menos que uno e infinitamente más que tres. Dios es todos y más allá de todos.

Yo quiero decir Dios y saludar cada ser “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Quiero decir Dios y sellar con todos los seres “un pacto de esperanza”, como escribía Tertuliano, y “dejar el pesimismo para tiempos mejores”, como escribe E. Sábato. Quiero decir Dios para mantener abierto un pacto sagrado de esperanza y de bondad para que Dios se libere y manifieste, pues Dios es la Bondad apresada en nuestras redes, también religiosas. Liberemos a Dios, para que Dios nos libere.

Pero, ¿y si Dios fuese solamente una proyección humana en busca de consuelo? Si hay consuelo, no es proyección. Si hay bondad, no es proyección, pues “Dios” es eso: bondad y consuelo. Donde ponemos bondad y consuelo, estamos poniendo a Dios y siendo Dios. Yo llamo Dios al Misterio indemne y vulnerable que nos cura. Pero, ¿si es engaño y opio? Si curamos las heridas, ya no será engaño, pues Dios es eso: remedio y bálsamo. Dios será engaño mientras no haya curación; pero donde las heridas empiezan a curar, allí aparece Dios, y ya no necesitamos pruebas de su existencia y verdad; sólo necesitamos curarnos para probar a Dios y gustarlo.

El señor Hitchens denuncia la maldad de Dios, pero no estoy seguro de que defienda la bondad sin Dios, estando como está a favor de grandes maldades como la guerra del Irak. Dicen que en otros tiempos mejores fue un furibundo trotskista y en estos tiempos tan frágiles se ha vuelto un furibundo neoconservador. Si el señor Hitchens defendiera la bondad sin Dios, estaría afirmando a Dios, pues no hay otra manera de negar a Dios que negar la bondad, una bondad que irradia en gozo, o una felicidad generosamente compartida. Como dice el proverbio hindú: “el bien que hicimos la víspera es el que nos trae la felicidad por la mañana”.

¿Para qué complicarnos con silogismos y argumentos para negar o afirmar la bondad de Dios? Es mejor gustar, realizar, manifestar la Bondad de Dios, a Dios en cuanto bondad. Un cristiano anónimo del s. II escribió una famosa Carta para explicarle su fe cristiana a un pagano llamado Diogneto (nombre, por cierto, que significa “nacido de Dios”, pues no hay pagano que no haya nacido de Dios, de modo que no tiene mucho sentido hablar de creyentes y paganos). La Carta no tiene desperdicio. Entre otras cosas, le dice que, más allá de religiones y confesiones, sólo una cosa es decisiva: imitar a Dios amando al prójimo; es más, ser Dios para el prójimo: “Y en amándole que le ames, te convertirás en imitador de su bondad. Y no te maravilles de que el ser humano pueda venir a ser imitador de Dios. Puesto que Dios lo quiere, el ser humano puede. Y no está la felicidad en dominar tiránicamente sobre nuestro prójimo, ni en querer estar por encima de los más débiles, ni en enriquecerse y violentar a los necesitados. No es ahí donde puede nadie imitar a Dios, sino que todo es ajeno a su magnificencia. El que toma sobre sí la carga de su prójimo; el que está pronto a hacer bien a su inferior en aquello justamente en que él es superior; el que, suministrando a los necesitados lo mismo que él recibió de Dios, se convierte en Dios de los que reciben de su mano, ése es el verdadero imitador de Dios”.

¿Qué le parece, señor Hitchens? Ahí tiene un bello argumento para reescribir su libro.

El nombre de Dios es santo solamente cuando nos sana de nuestras incontables heridas. Solamente cuando es bálsamo Dios merece su nombre.

¡Adios, Juan Manuel! Guarda en Dios a los tuyos, guárdanos en Dios. Amig@, deja que la bondad se derrame en ti.

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