Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

¿Merece la pena la teología?

26-Mayo-2008    José Arregi
    Hoy día 26, con ésta, concluye José Arregi sus cartas semanales, despidiéndose hasta octubre. ATRIO le agradece la sencillez y libertad de sus escritos que esperamos volver a gozar en Otoño. E invita a todos a leer con calma éste hasta el final, donde nos ofrece un bello regalo de despedida

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Hola, amig@s:

El número 26 no es una cifra especialmente bíblica, pero marca desde hace años -hacia finales de mayo- el fin de estos “cursos” o como se les quiera llamar. De modo que hoy me despido hasta octubre, cuando las hojas estarán doradas y los frutos maduros, mucho mejor que todas las palabras. ¡Gracias, sin embargo, por haber estimado también la palabra, por haberla suscitado!

Muchas veces me pregunto: ¿Por qué sigo dedicado a la teología? No penséis que tengo la respuesta muy clara. Seguro que sigo, en buena parte, porque “la vida me ha traído a esto”, al igual que el que hace tornillos o lleva la contabilidad. ¿Hacemos lo que hemos escogido? Tal vez en parte sí, pero sólo en parte. Y aun aquello que escogemos lo escogemos por una compleja constelación de factores que nos abocan a escogerlo. Unos lo llamarán azar, otros fatalidad, otros providencia. Yo lo quiero llamar providencia de Dios, pero la providencia de Dios no significa que todo se desarrolla según el “diseño inteligente” de Dios, sino que Dios acompaña nuestra historia con su mirada tierna y que, de manera impredecible, vamos tejiendo juntos su trama en cada momento con aquello que tenemos a mano: el deseo, la demanda, la necesidad, el azar… Y hacemos lo que podemos, y así es como Dios hace en nosotros y, aunque no logremos nada, nunca nos abandona y nunca desiste de nosotros. En cualquier caso, es más importante escoger aquello que nos toca hacer que hacer aquello que escogemos. Y la libertad consiste más en lo primero que en lo segundo.

De modo que no estoy muy seguro de mis motivaciones, pero escojo seguir “haciendo teología” mientras me guste y pueda. Gustar, me gusta. Y, si “puedo”, es en gran parte gracias al estímulo que me viene de quienes recibís estos mensajes. ¡Gracias!

No son tiempos fáciles para hacer teología. Disminuyen los alumnos y aumentan las censuras. Se estrechan los márgenes. Hay miedo, mucho miedo. Hay demasiados “teólogos” que ya no dicen lo que piensan, o lo dicen con tantos afeites y rizos que ya no se sabe muy bien qué es lo que dicen y piensan. Ciertamente, no son los teólogos la gente que más sufre en este planeta. Y, ciertamente, no es la teología lo más importante para la causa de Dios en este mundo ni en esta Iglesia. Pero también la teología puede ser importante. Es importante “comprender para creer”, tan importante como “creer para comprender” (San Anselmo). Es importante decir bien a Dios, para poder practicarlo bien. Al igual que a la inversa.

Pero no puede haber una buena teología mientras haya miedo. No puede haber una buena teología mientras no haya una gran libertad. No puede ser de Jesús una Iglesia en la alguien tenga miedo de censuras y condenas. No puede ser de Jesús una Iglesia en la que no haya un espacio amplio para la diferencia, para el disenso, para una praxis diversa, para un discurso libre; un espacio mucho más amplio que lo que conocemos en los partidos políticos. Hay Espíritu de Dios allí donde hay espacio amplio y nadie tiene miedo.

Hace un par de semanas (7 y 8 de mayo de 2008) tuvo lugar en San Sebastián el Simposio Ultrafast sobre Attofísica y Femtoquímica, dos ciencias que -ya no entiendo lo que digo- “estudian el movimiento de los electrones a escala ultarrápida” (sólo entiendo, aunque no lo puedo imaginar, cuando me dicen que en un segundo hay tantos attosegundos como segundos han pasado desde el Big Bang, es decir, durante 14 mil millones de años… Está bien que cuenten el tiempo y midan el espacio con esas fracciones, pero ¿para qué queremos ir tan rápido y a dónde?). Pues bien, en ese Simposio participó entre otros el Premio Nobel de Química Ddley R. Herschbach. En una entrevista que le hicieron, insistía en que la libertad para equivocarse es esencial en la investigación científica. Y advertía que la escuela puede desmotivar la investigación y la creatividad, en la medida en que se pone todo el énfasis en conseguir la respuesta correcta… Yo pensé en la teología, tan obsesionada con la “recta doctrina”. También en la teología tiene que haber libertad para el riesgo y para el error. No puede haber una buena teología si faltan imaginación y creatividad. El Espíritu es imaginación y creatividad, y sopla donde quiere, y revienta alegremente las fórmulas como una pompa de jabón; es como el vuelo de una golondrina.

¡Qué trasnochada está nuestra teología! No pido que evolucione al ritmo de los attosegundos en las partículas del átomo, ni siquiera al ritmo del vuelo de una golondrina. Pero sí que se mueva, o que pueda moverse. Algo se mueve, incluso en el Vaticano. Muy recientemente, el astrónomo del Vaticano -al parecer, el Vaticano tiene su propio astrónomo; debe de ser, entre otras cosas, para que no se repita el caso Galileo; ¡ojalá sea también para escuchar la radiación cósmica del fondo, o para poner el calendario al día o el reloj a la hora!-, el astrónomo del Vaticano, digo, ha declarado que no sería contradictorio con la fe cristiana el que hubiese en otros planetas vida, incluso inteligente o incluso más inteligente que la humana -no sería difícil, a poco que hayan evolucionado algo-. Pero en seguida entraba a hacer cábalas de si tales seres inteligentes no tendrían necesidad de “redención” pero sí podrían estar de alguna forma en comunión con Dios… Primero miramos a la inmensidad de las galaxias y de Dios, pero luego volvemos a encerrarlo todo en nuestros estrechos esquemas geocéntricos y antropocéntricos, como si la Palabra y el Espíritu de Dios se encarnaran solamente o se encarnaran plenamente en el ser humano y en el planeta tierra. Maravilloso planeta. Y maravilloso ser humano, pero ¡tan inacabado! ¿Cómo pensar que somos el quicio y el fin de la creación de Dios? ¿Cómo no esperar que algún día, después de esta especie humana tan poco inteligente y tan poco lograda aún por mucho que nos llamemos “sapiens”, emerja alguna otra especie, humana o no, mucho más inteligente, armoniosa y capaz de no temer y de hacer el bien?

En fin, no es más que un ejemplo de las grandes transformaciones que son necesarias en la teología. De otra forma, no merecerá la pena seguir haciendo teología. Sólo merecerá la pena si se cumple en ella aquel poema de F. Pessoa:

    “De todos quedaron tres cosas:
    la certeza de que estaba siempre comenzando,
    la certeza de que había que seguir,
    y la certeza de que sería interrumpido antes de terminar.
    Hacer de la interrupción un camino nuevo,
    del miedo una escalera,
    del sueño un puente,
    de la búsqueda un encuentro”.

O aquel otro poema de T.S. Elliot:

    “No cesaremos de explorar,
    y el final de nuestra exploración
    será llegar al punto donde comenzamos
    y conocer el lugar por vez primera”

O aquel otro lema de Mayo del 68:

    “Olvidad todo lo que habéis aprendido. Comenzad a soñar”

Sólo entonces podrá la teología cumplir las tres funciones que le asignó en el s. III Clemente de Alejandría: exhortar, asesorar, consolar. Así sea.

Arantzazu no se decide a despertarse del todo en esta fresca mañana de mayo. Una niebla tenue difumina los árboles y las rocas. Del fondo suben aromas de vegetación húmeda que me transporta a la infancia. Un perfume de espino blanco flota en el aire. El pinzón silba brillante en lo alto de la rama, el zarcero canta (¡cómo canta!) invisible y sonoro, el mirlo conversa tranquilamente, el colirrojo carraspea incansable en la arista del tejado, las golondrinas gorgorean y juegan sin cesar con el aire como si ellas mismas fueran de aire. Los árboles inmóviles, con todos sus verdes, guardan silencio y respiran, nos hacen respirar. Todo vive y desea que la vida sea bendición. Todos los seres regalan a Dios, todos lo reclaman y lo hacen crecer. Y Dios los habita y los acompaña a todos, pequeños y grandes. También a ti: Dios es, dice y desea para ti todo bien, sólo el bien. Y no puede hacer otra cosa, porque eso es lo único que le hace feliz: hacer feliz.

Créelo con todo tu cuerpo y con toda tu alma: Dios te bendice cada día como eres. ¡Paz y bien!

José Arregi

PD. Os adjunto Últimas Palabras, un resumen del Foro Religioso de Vitoria, tan poéticamente elaborado por Carlos Villalba.

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