Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Lo que nunca se debe utilizar

09-Junio-2008    José Mª Castillo

A veces me da por pensar que muchas cosas se arreglarían en el mundo si nunca utilizáramos lo que no se debe utilizar. Según el Diccionario de la RAE, utilizar es “aprovecharse de una cosa”. Se trata, por tanto, de un verbo que, si se aplica como se debe aplicar, se usa sólo para referirse a “cosas”, nunca a “personas”. Y además se usa para referirse a aquellas cosas de las que “nos aprovechamos”.

Y, la verdad, utilizar a una persona para aprovecharse de ella, resulta intolerable. Es evidente que, cuando se utiliza a una persona (para lo que sea y como sea), el uso se convierte en abuso. Lo cual es inmoral. Porque el abuso de las personas es humillante y desencadena la violencia en casi todas sus formas posibles.

Pues bien, si todo esto es así, lo lógico sería tener sumo cuidado para no extralimitarse nunca en conductas a las que se pueda aplicar el verbo utilizar. Y sin embargo es un hecho que todos los días y a todas horas, seguramente sin darnos cuenta de lo que hacemos, la pura verdad es que estamos utilizando a los que podemos utilizar, unas veces porque son ellos mismos los que se dejan utilizar y, en otros casos, porque hay mucha gente que, si quiere sobrevivir, no tienen más remedio que dejarse utilizar. Sin olvidar que, a veces, somos tan egoístas y tan insensatos que no reparamos en usar y abusar de todo, absolutamente de todo aquello de lo que nos podamos aprovechar.

Por tanto, un principio ético fundamental es que todo lo que sea utilizar a alguien es una deshonestidad. Pero además, cuando hablamos de la inmoralidad de la utilización, es importante caer en la cuenta de que existe el peligro constante de utilizar a las personas tanto más cuanto éstas son más débiles. Por eso en este mundo sin entrañas se utiliza tanto y tantas veces a los pobres, a los trabajadores, a los niños, a los ancianos, a los enfermos, a los que se ven en situaciones desesperadas y sin salida en la vida. Pero más débiles que los vivos son los muertos. Y si se trata de muertos a los que podemos presentar como víctimas, tanto mejor. Y mejor aún si fueron víctimas del terror y la violencia. Entonces, el dolor de los que murieron y la humillación de los que pudieron escapar de la muerte, eso es de lo más rentable que circula ahora por el macabro mercado del utilitarismo mediático y político. En tal caso, la desvergüenza se puede echar a la calle incluso con orgullo, quizá no tanto porque le importan las víctimas, sino porque las utiliza de manera “inteligente” para desgastar al oponente político. Las técnicas del utilitarismo publicitario han alcanzado una perfección tan refinada, que ya resulta una vulgaridad rutinaria utilizar la belleza femenina para vender pasta de dientes, pongo por caso. Ahora se invoca la “solidaridad” con el dolor del Tercer Mundo, no para aliviar ese dolor, sino para entontecernos más a todos y además sacarnos el dinero a cambio de cosas que no sirven nada más que para alimentar nuestras pueriles vanidades, nuestras debilidades inconfesables o simplemente nuestra ingenuidad.

Pero, siendo tan grave como es cuanto acabo de mencionar, abunda cada día más y más una generalización del utilitarismo que me saca de quicio. Me refiero a la utilización de tecnologías sofisticadas para producir la sensación generalizada de que cada día vivimos mejor, cuando en realidad lo que se consigue es que cada día vivimos más controlados, más uniformados y hasta más satisfechos en nuestra vida incondicionalmente sumisa a quien satisface las necesidades que nos han creado. Hipotecamos nuestras viviendas, nuestros coches, nuestro tiempo, nuestra forma de descansar, todo lo que sea necesario para poder vivir como a todos nos han metido en la cabeza que hay que vivir. En el recordado Mayo del 68, el libro de cabecera de los “progres” era “El hombre unidimensional”, de Herbert Marcuse. En ese libro se leía que “el confort, la eficacia, la razón, la falta de libertad en un marco democrático, he ahí lo que caracteriza la civilización industrial avanzada y es el testimonio de nuestro progreso técnico”. Marcuse denunciaba, ya entonces, la utilización de la técnica más avanzada, para utilizarnos a todos indiscriminadamente, sin que nos diéramos cuenta de que nos están utilizando. De forma que, como se decía ya en la pasada década de los 60, no tiene gran importancia que todo esto se haga en un sistema autoritario o en un sistema no autoritario que practica la satisfacción progresiva de las necesidades. Lo que importa de verdad es que todos somos utilizados. En un sistema de vida, de sociedad y de economía que ha llegado a tal perfección en su eficacia, que nos utilizan sin que nos demos cuenta de que somos utilizados y además eso nos gusta hasta el extremo de que vivimos encantados en un sistema tan brutalmente utilitario que está liquidando el mundo en que vivimos y sus energías, pero se nos ha educado para hacer eso con tanta fruición que nos ponemos nerviosos y nos angustiamos si nos dicen que el sistema ha entrado en crisis. A la crisis nos resistimos con uñas y dientes. Porque lo que de verdad anhelamos es seguir siendo tan buenos utilitarios que, si llega el caso, podamos fenecer todos, víctimas de la utilización que se hace de nosotros y en la que vivimos increiblemente satisfechos.

Ya no hablo de lo que nunca se debe utilizar. Denuncio con todas mis fuerzas la utilización que hacemos todos de todos, la utilización en la que vivimos y moriremos encantados.

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