Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Cuarenta años

17-Junio-2008    Antonio Duato

Es una cifra bíblica. El tiempo que tardaron los judíos en llegar desde la esclavitud de Egipto a la tierra prometida. Símbolo de tantos éxodos históricos. Tarea sempre de varias generaciones. Los que inician y sueñan no siempre llegan. Se pasan crisis. Hay quienes añoran la seguridad que tenían y las cebollas que comían. La aventura, el riesgo, asustan. Para atravesar el desierto se necesitan fuerza de fe y brújula interior.

Pienso todo esto al encontrarme con un número extraordinario de la revista ADISTA con el que conmemora el ‘68, El año en que Dios descendió al Infierno:

    Si a 40 años de distancia el ‘68 es de nuevo objeto de ataques de especial virulencia, tiene que haber una razón para ello. Y es probable que una de las razones sea que a través del ataque a los ideales de ese periodo de luchas se intente descalificar también a quienes hoy se baten para que no se pierda ese patrimonio de energías, de instancias, de conquistas en pro de la justicia social, la superación de todo dogmatismo, la crítica de cualquier poder o jerarquía. Vale la pena, entonces, más allá de la retórica de celebraciones, seguir hablando del ‘68 y, más concretamente, el ‘68 vivido y soportado en el interior de la Iglesia Católica en Italia. Aunque hay que señalar antes que nada que el verdadero ‘68, en la Iglesia, empieza en 1965 con el fin del Concilio.

Tras un breve resumen de lo que pasó en la Iglesia alrededor de esa fecha (nacimiento de comunidades cristianas y acciones desde la base, pero también primeras medidas desde lo alto, como la destitución, del Cardenal Lercaro en la sede de Bolonia y en la Congregación de Liturgia, justo al cumplir la edad reglamentaria), deja ADISTA la palabra a continuación a personas vivas que son testigos de aquellos años y aquellos ideales.

Nosotros vamos a publicar algunos de esos testimonios en días sucesivos. Tenemos necesidad -en España, en Italia y en todo el mundo– de alimentar esta memoria del movimiento de renovación de ese cristianismo de base surgido como fruto del Concilio Vaticano II. Coincidió en fechas y en algunos objetivos con la “revolución cultural” del 68. Pero su origen y sus animadores eran otos.

    Si el ‘68 de los estudiantes no respetó ninguna de las expresiones del poder burgués, desde los periódicos a los tribunales, desde las fábricas a la escuela, desde el mundo de la cultura a la familia, desde la universidad a los partidos políticos (incluidos – sobre todo– los de la izquierda política institucional), en la Iglesia el ‘68 puso a discusión el mismo símbolo de la sacralidad y de la inmutabilidad de la institución: la jerarquía católica. Y la chispa se conviertió en incendio, gracias a figuras como Don Milani, el padre Camillo De Piaz, el padre David Maria Turoldo, el padre Ernesto Balducci, por citar sólo los más conocidos. Y gracias también a los teólogos del postconcilio, a los del Tercer Mundo, a los exponentes de la Iglesia latinoamericana de Medellín, a los miles de creyente que en los atrios y en las Iglesias de toda Europa celebraba liturgias alternativas, que encarnaban la voluntad de cambio en la opción de situarse de parte de los oprimidos.

Como hemos dicho, traduciremos y ofreceremos varios de los testimonios que se publican en este número de ADISTA, que nació también, precisamente, en 1968 y que hoy sigue cumpliendo la misión de mantener, tras cuarenta años la llama vacilante de esas penetraciones críticas e ideales de reforma que despertó el Concilio y que hoy nos llevan a nuevos éxodos en este siglo XXI.

En ATRIO tenemos como misión transmitir esta antorcha de nuevas dimensiones humanas y planetarias del cristianismo que soñamos junto a hombres que nos marcaron y ya no están. Yo por lo menos tengo diariamente presentes tres figuras que encendieron en mí la esperanza de un mundo y un cristianismo nuevos para el nuevo siglo que ellos, como Moisés, no llegaron a ver: Marcel Légaut, Fernando Urbina y Ernesto Balducci, citado en el artículo de ADISTA.

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