Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Recomponiendo el mundo con granos de arena

05-Julio-2008    Joan Chittister

Esta semana he observado, de una manera muy real, que el mundo se recomponía y se desmoronaba. Lo más interesante es que esta apreciación me vino del sitio más inesperado. En mitad de Atlanta (estado de Georgia) está el Monasterio Drepung Loseling , una pequeña comunidad budista decidida a recordarnos que quizá estamos ignorando una de las cosas básicas de la vida. ¿Aquí? ¿Nosotros? ¿Cómo puede ser esto?

Los psicólogos nos dicen que, a menudo, aquello que consideramos como lo más normal en nosotros nos resulta sorprendente cuando lo vemos en otras personas o lugares. Por ejemplo, el trabajo de los misioneros ha sido un ingrediente básico en el cristianismo desde hace siglos. Nos parecía que era parte de nuestra misma esencia ir por el mundo, no para que nos hiciéramos diferentes nosotros mismos, sino para empezar algo diferente, para promocionar en otros sitios otros valores y apreciaciones. Y salió bien. Como consecuencia, gracias a la dedicación de por vida de misioneros tanto católicos como protestantes, continentes enteros se hicieron cristianos. Aquellas gentes hicieron lo que vieron y aprendieron de los misioneros del oeste: adquirieron una educación y se profesionalizaron como los occidentales. Pero ahora el proceso parece que también está sucediendo a la inversa.

Los monjes budistas del Monasterio de Drepung Loseling de Atlanta, descendientes de una venerada fundación del siglo XII en Lhasa (Tibet), han llegado a los Estados Unidos “para contribuir a la cultura norteamericana, proporcionando a los estudiantes, a los académicos y a los ciudadanos occidentales en general el conocimiento teórico y práctico de las tradiciones budistas” y “para mantener la tradición budista de sabiduría y compasión” que floreció allá hasta que los comunistas cerraron 6.500 monasterios budistas en Tibet en 1959”. Su mensaje, aleccionador para todos nosotros, no se transmite con palabras. En realidad, ellos no dicen ni una palabra mientras trabajan. En vez de ello, los monjes nos transmiten su mensaje en un medio que raras veces se considera bello, lo que lo hace mucho más sorprendente y más elocuente.


Los monjes, ves, se pasan la vida de un sitio a otro, de una ocasión a otra, haciendo mandalas de arena*, cosmogramas sagrados que tienen su origen en la India budista de hace más de 2.500 años. La creación de un cosmograma, la representación del mundo en forma divina, perfectamente equilibrado, diseñado con precisión, quiere volver a consagrar la tierra y sanar a sus habitantes. Es mucho más que una pintura. La pintura con arena es un proceso muy complicado. Se necesitan millones de granos de arena para hacer una mandala cuadrada de aproximadamente 1.5 m de lado. Se necesita un equipo de monjes trabajando desde varios días hasta varias semanas, según el tamaño de la mandala, para crear este plano de la mansión sagrada que es la vida. Exige la combinación de colores vivos y símbolos de antaño.

Los monjes están inclinados sobre la pieza durante horas interminables, colocando los granitos de arena, uno detrás del otro, haciendo los complejos dibujos simbólicos. El objetivo es llamar a la comunidad a la meditación y a ser conscientes de la existencia de algo más grande que su propio mundo. Mientras trabajan, se relevan para descansar del duro trabajo pero no miran a ninguno de los fieles que llegan a rezar mientras ellos lo hacen, no hablan con ninguno de los curiosos que se quedan charlando sobre el proceso que están llevando a cabo, no se dan cuenta de la presencia de otros artistas que vienen a admirar cómo progresa el trabajo. En perfecto silencio, se dedican a trabajar, sencillamente, mientras el mundo observa. No se trata de conversar; se trata de transformar el mundo, y a cada uno de nosotros, en algo más próximo a la iluminación y al equilibrio de lo que ahora está, y estamos. Pero el proceso mismo, tan laborioso, tan preciso, tan artístico y tan impresionante que es, no es en realidad el mensaje.

Cuando la mandala está terminada, por mucho tiempo que hayan estado los monjes inmersos en esta geometría divina de los cielos, rezan sobre él —y después lo destruyen. Barren, hasta el último granito de arena, y regalan puñados a los participantes en la ceremonia final como un recuerdo de una posibilidad sublime. Después, arrojan el resto de la arena en el arroyo corriente más próximo para que sea arrastrada hasta el océano y bendiga así a todo el mundo. Y ya está. Se acabó. En un instante, después de toda esa obra de arte, de todo ese trabajo, se ha terminado.

Lo destruyen. ¿Por qué? Porque el mensaje que subyace a la ceremonia de la mandala es que nada es permanente. Nada. Todas las cosas fluyen, hermosas pero efímeras, temporales, una meseta pero no una cumbre. Todas las cosas están, sí, llamadas al equilibrio, a la iluminación y a la plenitud de la imagen divina en ellas, pero en estado de flujo. Siempre fluyendo.

No hay nada, ciertamente, en el significado de la mandala que niegue o menoscabe la historia cristiana o su mensaje. Pero hay algo que sorprende profundamente al oírlo de una sabiduría escrita al otro lado del mundo. Da una nota nueva a una verdad antigua. Refuerza los vínculos de la humanidad que está a un mundo de distancia. Quizá lo que consigue, sobre todo, es obligarnos a pensar otra vez sobre lo que creemos que haremos permanente. Como nuestra dominación sobre el mundo. Nuestro lugar privilegiado en la comunidad de las naciones. Nuestra sensación de “estatus”. Nuestra seguridad de ser especiales entre todos los pueblos del mundo. Nuestro lugar de confort y seguridad ante todos los pobres del planeta.

Este mensaje misionero budista es claro.

No hay nada que sea permanente, ni su estado en la vida –ni nosotros. Quizá podamos empezar a ver mejor la verdad que todo ello encierra, ahora, cuando empezamos a considerar la impotencia de la energía nuclear, que estábamos seguros que nos proporcionaría una seguridad eterna. Quizá empezaremos a entender mejor ahora el significado del hambre global, al vivir con precios de alimentos en alza constante en un país conocido por su riqueza. Quizá ahora nos daremos cuenta de la necesidad de una comunidad, igualdad y democracia globales, al vivir el despertar de una cultura en la que la supremacía tradicional blanca va cambiando en un mundo mayoritariamente moreno, negro y amarillo. Quizá algún día lo llegaremos a entender: el imperio persa tuvo su época de esplendor y desapareció. El imperio romano tuvo su época de esplendor y desapareció. El imperio otomano tuvo su época de esplendor y desapareció. El imperio británico tuvo su época de esplendor y desapareció. Y el imperio americano –la máquina de la política mundial y la riqueza centrada ahora en los Estados Unidos de América– apenas ha llegado a su momento de esplendor y está ya próximo a declinar.

En realidad, la política de la permanencia es pura comedia. Nunca ha durado mucho y nunca durará. Podemos estar viendo el amanecer de esta realidad ahora en el mercado de valores, en los precios del crudo, en los puestos de trabajo, en el coste de la vida, en las infraestructuras nacionales.

Desde mi punto de vista, me da la impresión de que estos monjes de otro mundo pueden tener un mensaje para nosotros como nosotros lo tuvimos para el resto de la humanidad. Esperemos que seamos capaces de escuchar su mensaje ahora como el resto del mundo escuchó el nuestro, y de aprender de otros como ellos aprendieron de nosotros. El cielo es testigo de que tenemos una imperiosa necesidad de la “sabiduría y la compasión” que ellos están tratando de mantener.

Nota de la Autora: si quieres más información sobre las mandalas, mira esta página (en inglés): Sanando la Tierra: el arte sagrado de los lamas tibetanos del Monasterio de Drepung Loseling .

Nota de la Traductora
*Mandala, según la Wikipedia es un término derivado del sánscrito que se puede traducir como “círculo” o “circunferencia” y que da idea de algo que está completo. Se usa en las religiones indias y en la rama tibetana del budismo Vajrayana se ha convertido en pinturas de arena. En esta página (en inglés) puedes admirar fotografías de mandalas budistas. Los Navajos del Suroeste de Estados Unidos practicaban también el arte de las pinturas de arena de una forma muy parecida a la que se describe en este artículo: con fines sanadores, y se destruían una vez que cumplían su función. A diferencia de las mandalas budistas, las pinturas de arena de los Navajos no son circulares, y son mucho menos elaboradas. Aquí tienes una interesante página en inglés sobre las pinturas de arena de los Navajos .

    [La H. Joan Chittister, OSB, pertenece a las Hermanas Benedictinas de Erie, PA, USA. Ella es conferenciante y autora conocida internacionalmente. Directora ejecutiva de Benetvision (benetvision.org). Este artículo se publicó en ncronline.org para la revista National Catholic Reporter. Ha sido traducida por MR para Atrio.org con permiso de la autora]

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