Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

“Nacionalismo y federalismo”: FRONTERA nº 37

16-Abril-2006    Atrio
    El último número de FRONTERA se centra en un tema de máxima actualidad: el nacionalismo en sus diferentes acepciones y el federalismo como forma de estado que podría representar una solución política para España. Es un tema que despierta pasiones. Nos parece que el artículo de Antoni Comín -Federalismo de la diversidad, en nombre de la igualdad-, que la revista ha dejado abierto para lectura y estudio de todos, es una ílumindora aproximación al tema que puede aquí ser discutida. Y también publicamos íntegra la Carta del del Director, Casimir Martí, en la que se habla de la última encíclica, de Casiano Floristán y del contenido general del número.

CARTA DEL DIRECTOR

Queridos amigos: Anunciada desde hace meses y diferida en tres ocasiones sucesivas su publicación (8 y 25 de diciembre de 2005, 6 de enero de 2006), por dificultades derivadas de algunas traducciones no suficientemente rigurosas del texto original, escrito en alemán, la encíclica del papa Benedicto XVI se difundió a partir del 25 de enero del año en curso, con fecha del día de Navidad anterior. La fecha de aparición la había anunciado el mismo papa en la audiencia semanal del 18 de enero, con un leve deje de alivio, como si se quitase un peso de encima: “Por fin –dijo–, se publicará el 25 de enero. La preparación y la traducción han exigido bastante tiempo”.
Del motivo que ha inspirado el documento y de las dos partes en que se divide se da razón en el párrafo introductorio. En el texto de la primera carta de san Juan (4,16) con que se inicia –“Dios es amor; quien está en el amor está en Dios, y Dios en él”– se expresa, dice el papa, “con una gran claridad lo que es el centro de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la imagen del hombre y de su camino”. El tema del amor, continúa el texto pontificio, es de gran actualidad “en un mundo en que a menudo se asocia con el nombre de Dios la venganza, e incluso el deber del odio y de la violencia”. De este tema central se subrayan en la encíclica dos aspectos: “el amor que Dios, de manera misteriosa y gratuita, ofrece al hombre, junto con el lazo estrecho con que este Amor se une con la realidad del amor humano”, por una parte y, por otra, “la práctica eclesial del mandamiento del amor al prójimo”. Son las dos partes de que consta la encíclica.
Ya inmediatamente después de la primera ojeada sobre la totalidad del texto se observa una diferencia notable entre una parte y la otra. Cuando habla del amor de Dios y del amor humano, el papa analiza y describe. La palabra amor aparece con significados múltiples: amor a la patria, al propio trabajo, entre padres e hijos, entre amigos y el amor entre hombre y mujer –“el amor por excelencia”–, en el cual “el cuerpo y el alma intervienen inseparablemente” en una experiencia en que “se abre ante el ser humano la promesa de una felicidad que parece irresistible”, en la cual “a primera vista, se difuminan todas las demás formas de amor”.
El papa analiza también los ingredientes del amor entre hombre y mujer, del amor de amistad y del amor que Dios nos tiene: el factor erótico, que puede quedar reducido al sexo e incluso al placer de un instante, pero que, a la vez, es susceptible de ser asumido en un segundo factor de búsqueda del bien de la persona amada, de abandono de la tendencia a encerrarse sobre sí mismo, de donación al otro y de descubrimiento más pleno de la propia personalidad y, más aún, de descubrimiento de Dios. En el Antiguo Testamento, el amor de Dios, origen de todo amor, es expresado mediante “imágenes eróticas audaces”. En el Nuevo Testamento lo es en términos de unidad y de compenetración: “gracias al amor, Dios y el hombre, sin dejar de ser ellos mismos, se hacen totalmente uno”. La imagen viva del ser humano unido con Dios es Jesús, en el cual el amor de Dios hecho carne se entrega en la cruz –“el amor en su forma más radical”–, y se entrega en la Eucaristía, donde los seguidores de Jesús no sólo recibimos la Palabra encarnada de manera estática, sino que somos introducidos en la dinámica de su entrega”.
Si, en la primera parte, el planteamiento gira en torno de una experiencia como el amor, que está al alcance de todo ser humano, y si el estilo literario es allí de una sorprendente fluidez, que se compagina con el rigor y la profundidad religiosa del comentario bíblico, en la segunda parte, centrada en la doctrina social y en las organzaciones caritativas de la Iglesia, hay cambios que no pasan desapercibidos. El hecho de limitar la presentación de la práctica eclesial del amor al desarrollo de estos dos temas pone de manifiesto un enfoque parcial, por no decir sesgado, de la cuestión. Hay, además, un planteamiento predominantemente institucional e incluso apologético, que se observa hasta en el párrafo narrativo referido a Juliano el Apóstata (24). Y, desde el punto de vista literario, en esta segunda parte el lenguaje pierde de manera perceptible la expresividad de la descripción y adquiere un tono, de un lado, marcadamente conceptual y, del otro, exhortativo. Un comentario de la encíclica de Benedicto XVI, hecho por el arzobispo de Barcelona en una de sus cartas semanales a la feligresía (19.02.2006), recogió la observación de otro colega, también arzobispo, Joseph Cordes, según la cual Benedicto XVI habría incorporado en esta segunda parte elementos de una encíclica de Juan Pablo II sobre la caridad, un proyecto que aquel papa había empezado a desarrollar y que la muerte le impidió darle fin. Ésta podría ser una razón explicativa, por lo menos en parte, del carácter asimétrico que aparece al poner en contraste las dos partes de la enciclica.
En relación con la doctrina social de la Iglesia, me parece oportuno hacer referencia a una observación de conjunto, que he podido leer al recibir el último número de Iglesia Viva, en un artículo de extraordinaria lucidez titulado “¿Un pueblo que ‘camina hacia la ciudad futura’ (LG 9) o que desfila hacia el gueto?”, firmado por Joaquín Perea. En la medida en que la doctrina social de la Iglesia se presenta desde la convicción de que sólo a la misma Iglesia “corresponde discernir los valores últimos en derredor de los cuales se construye la sociedad civil”, se afirma el punto de partida para recuperar un poder social que tiende a determinar “las opciones políticas de los fieles” y a garantizar a la Iglesia la consecución de “los presupuestos del antiguo régimen de cristiandad”, adaptados de forma sutil al tiempo presente (págs. 53-54).
Para remachar el clavo, me han llamado la atención las dos ocasiones en que la encíclica cita a Marx. En la primera de ellas, se habla de la colectivización de los medios de producción como recurso propuesto por Marx para que “inmediatamente todo fuera de manera diferente y mejor”. “Este sueño se ha desvanecido”, afirma el papa (27). En su comentario citado más arriba, el arzobispo de Barcelona corre, con euforia victoriosa, a aplicar la descalificación de “sueño desvanecido” al marxismo en su conjunto. En realidad, lo que se ha evaporado son los regímenes que se inspiraron en Marx para establecer su organización política, económica y cultural. En cambio, los problemas que abordó la crítica del capitalismo hecha por Marx no sólo no se han esfumado, sino que han adquirido en su mayor parte una configuración terriblemente amenazadora. La segunda referencia a Marx toma por objeto la crítica marxista dirigida a las iniciativas de la caridad, que desmovilizan el potencial revolucionario del pueblo oprimido (31). Dejo a un lado la parte de verdad experimental que puede haber en esta opinión marxista. Lo que, en todo caso, queda en pie es el carácter estructural de la opresión analizada por Marx, que, al no afectar individualmente a cada uno de los seres humanos sujetos a ella, sino a un conjunto, debe ser combatida teniendo en cuenta el montaje estructural de la mencionada opresión.
Junto con la lectura personal de la encíclica del papa Benedicto XVI, me he propuesto en esta carta recomendar también con particular insistencia la de los artículos centrales del número último de Iglesia Viva, dedicados a “La Iglesia católica en Europa”. Todo un placer, de análisis y de reflexión sociológica, cultural y religiosa.

    * * *

En cuanto al presente número, se abre con el recordatorio de Casiano Floristán, miembro del Consejo de Redacción de esta revista cuyo reciente e inesperado fallecimiento a tantos sorprendió. De su buen hacer y de su talante personal y creyente Casiano Floristán dio cumplidas muestras en sus frecuentes colaboraciones en Frontera, como los lectores han podido comprobar a lo largo de los años y el Consejo de Redacción ha tratado de resumir en la nota con que expresa el sentimiento por su pérdida a la par que el profundo agradecimiento a quien tanto dio a la Iglesia y, en concreto, a esta revista desde su fundación. Los dos artículos que Casiano Floristán escribió para Frontera, incluidos en este recordatorio, son, así, su último servicio.
En el “Tema Central”, y a modo de introducción, Joaquim Cervera describe el estado de ánimo y expectativas de los participantes en las Conversaciones de Ávila, celebradas en Diciembre de 2005 en torno al tema de los nacionalismos, que tanto apasiona en estos momentos a los españoles, y desarrolladas en un clima sereno que propició el enriquecimiento mutuo.
La ponencia de Antoni Comin en dichas Conversaciones –publicada en estas páginas y basada en textos propios editados con anterioridad– clarifica bastantes cuestiones que son actual objeto de debate, especialmente las tensiones entre ciudadanía y derechos de identidad, abogando por el federalismo como la mejor solución para hacer justicia a la realidad española y advirtiendo del peligro de los símbolos y de los riesgos de una reforma de los estatutos de las distintas Comunidades Autónomas impulsada por una dinámica de emulación entre ellas y no en función de la auténtica realidad social, económica y cultural de cada una de ellas.
Como complemento del tema de los nacionalismos, en la sección de “Hemeroteca” se recogen, por orden cronológico de publicación, sendos artículos de José Antonio González Casanova (los problemas de la integración de las comunidades en el Estado), Xosé Chao Rego (las vinculaciones entre ser cristiano y nacionalista), Miguel Herrero de Miñón (la cuestión de los polémicos derechos históricos), José I. González Faus (una llamada a la concordia entre españoles), Ignacio Sotelo (un apunte sobre el federalismo) y Daniel Innerarity (una invitación, dado el final de un modelo político, a pasar del universalismo abstracto de los derechos políticos al universalismo concreto de los derechos sociales y culturales).
En “Signos de los Tiempos” , Marc Antoni Adell rebate las acusaciones que, sin argumentos, se han hecho en un otoño “caliente” a la nueva Ley Orgánica de Educación. Santiago Sánchez Torrado ofrece pistas para la búsqueda de la calidad y autenticidad en las relaciones humanas y sociales. Y en la “Declaración sobre la Iglesia y la Sociedad” un amplio colectivo –en el que se inscribe Frontera– manifiesta la sensación de que la Iglesia no acaba de encontrar su lugar y su papel en una sociedad democrática, plural, laica y secularizada.
El autor que, en esta ocasión, “se confiesa” es Julio Lois, quien a la vez que describe su itinerario teológico, aporta las claves que a su entender debe tener en cuenta la reflexión teológica para ser significativa en el momento actual.
Por último, las habituales secciones de “materiales” y “reseñas” (libros, música, cine) cierran un número que deseamos ayude a ensanchar la mirada de los lectores sobre la realidad de los nacionalismos.

Casimir Martí

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