Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Identidad religiosa y violencia

17-Abril-2006    Antonio Duato

Amartya Sen es un sabio economista inglés de origen indio que obtuvo un premio Nobel por sus originales reflexiones sobre la necesidad de incorporar la cultura y la ética al más estricto análisis económico. Ha sido siempre un revolucionario desde el corazón mismo de la ciencia económica. Y últimamente acaba de escribir un libro en el que aplica la originalidad y lucidez de sus observaciones a la actual discusión sobre el choque o la alianza de civilizaciones. El libro se titula Identity and Violence (Norton, 2006) y él mismo ha ofrecido un resumen en su artículo ¿Qué lucha de civilizaciones?.

Para él el error está en cómo se vive o se aplica la identidad religiosa para definir a un individuo que tiene no una sino muchas identidades: puede ser matemático, egipcio, profesor en Oxford, conservador, mahometano… ¿Se le puede por ello incluir ya en el mundo islámico y, por tanto, suponerle en oposición al occidente cristiano? ¿Se le podrá poner como ejemplo de la aportación islámica a las matemáticas? ¿Se deberá presuponer que su acomodación a Occidente es un signo de la tibieza de su fe mahometana?

Y se podrían poner ejemplos y preguntas semejantes de personas que conservando la religión cristiana no pueden en absoluto quedar clasificadas en lo que se etiqueta como civilización occidental cristiana.

El error no se refleja sólo en las teorías de analistas como Huntington sino en las mismas pretensiones de los dirigentes de ambos grupos de pueblos que se aferran a la identidad religiosa para justificar políticas de poder, de exclusión, de defensa o de subversión.

Efectivamente, no es el fundamentalismo islámico el que provoca la lucha por la liberación de Palestina, que fue un movimiento laico mucho tiempo hasta que la revolución de Jomeini en Irán y la estrategia terrorista de Al Qaeda impusieron la identidad religiosa fanática como instrumento de movilización de masas.

Ni es la identidad cristiana la que hay que esgrimir para defender la llamada civilización occidental de la amenaza actual del Islam. Aunque así lo pretenda el senador Marcello Pera, muy amigo y devoto de Benedicto XVI, convertido de su republicanismo laico a los nuevos teocons que quieren utilizar la tradición religiosa como arma política. En el pórtico de su manifiesto Occidente fuerza de civilización con el que convoca a la formación de un nuevo partido dice expresamente: Como ha dicho Benedicto XVI,” ..Hoy el Occidenta no se ama a sí mismo..”.

Dejamos ahora aparte lo que está ocurriendo en los países de mayoría musulmana . La difusión y victorias electorales de los movimientos fundamentalistas islámicos, tal vez facilitadas por los errores políticos de occidente, son verdaderamente preocupantes. Pero nos preocupan ahora, sobre todo porque en ello podemos tal vez incidir, las propuestas que van apareciendo en occidente, tendentes a reforzar precisamente la identidad cristiana como arma de cohesión social frente a la supuesta estrategia terrorista y cultural islámica.

Hasta un arzobispo moderado como el de Barcelona acaba de reclamar en una entrevista a Catalunya Informacio el reconocimiento de la identidad católica de la mayoría en el título primero del Estatut, porque “Lo que identifica a un pueblo de Catalunya es un campanario y no una mezquita”. ¿Hacia un nuevo nacionalcatolicismo catalán?

Studi Catolici, revista del Opus Dei en Italia, se ha descolgado con una viñeta inspirada en el capítulo XXVIII de la Divina Comedia en el que Dante describe a Mahoma continuamente cortado de arriba abajo en el infierno por haber instaurado división y luchas en el mundo. El director ha pedido disculpas, pero es todo un síntoma de la mentalidad creciente.

Studium, revista de los jesuitas italianos, acaba de publicar un largo estudio sobre la cuestión islámica en el que se describe toda la ofensiva del Islam para atacar y dominar occidente. Lo escriben los padres Bertacchini y Vanzan, este último del grupo de escritores de La Civiltà Cattolica que publica siempre con inspiración o aprobación vaticana. Sandro Magíster, en Chiesa presenta este artículo como un reforzamiento de la campaña que inició Oriana Fallaci, a quien recibió Benedicto XVI en privado el pasado verano.

La conclusión a la que se llega, una estrategia bien trabada que arranca desde el atentado de Munich (1872) hasta hoy y se extiende desde Chechenia a Nueva York, es terrorífica. “Este panorama panislamizante puede hacer sonreir, como en su tiempo no pocos sonrieron frente a Hítler, antes de su ascensión política. Sin embargo es un programa verdadero, que se está desarrollando según un esquema lúcido y que, aunque lentamente, está acumulando éxitos”. Para los autores el probelma reside en que Occidente, dormido en su ideal de tolerancia que sirvió para solucionar sus divisiones internas, no está respondiendo adecuadamente a la nueva amenaza. “Es absolutamente necesario replantearse nuestras relaciones con el Islam, para salir finalmente de un buenismo ciego y suicida”. “Desde el punto de vista de las relaciones interculturales habrá seguramente que rebajar la tasa de laicismo que domina en las sociedades occidentales… no es de recibo conceder a una minoría musulmana la tutela civil de la propia identidad y el reconocimiento cultural que incluso el laicismo hijo de la Ilustración francesa pretende negar a la mayoría cristiana”.

Aquí veo yo el punto hacia el que vienen a coincidir todas las instancias neoconservadoras: el fortalecimiento institucional del cristianismo como barrera contra el Islam y, para ello, la superación del laicismo y de la secularización, el fortalecimiento de la identidad cristiana y del liderazgo del papa en Occidente. Es decir, el clima de una nueva cruzada para el siglo XXI. Cada vez se van alzando más voces de creyentes e increyentes proponiendo que el Papa proclame esta nueva cruzada mundial.

Sin embargo Benedicto XVI sigue más bien haciendo llamamientos a la concordia, reconociendo los derechos del pueblo palestino. Recibió a los líderes musulmanes en las jornadas de Colonia. En estos signos sigue poniendo Hans Küng su esperanza de que este papa fomente seriamente el diálogo interreligioso y camine hacia una ética global en la que todas las religiones se encuentren sin que cada una pretenda monopolizarla. Una esperanza tal vez más diplomática que real pues él sabe más que nadie hacia dónde se va a inclinar su antiguo colega de facultad.

Porque ¿acaso no está proclamando ya una cruzada contra la laicidad y el relativismo de Occidente con la excusa de que al perder las señas cristianas de identidad y los valores que proclama la Iglesia como exigencia de la ley natural se degradan las mismas bases de la democracia? ¿Acaso, como dice Cacciari, puede en definitiva haber tolerancia y libertad, fundamentos de la democracia, sin aceptar un relativismo? ¿Acaso la teología de Ratzinger no es pesimista al defender que no hay verdad ni moralidad auténticas fuera de la revelación y del magisterio católico? ¿Acaso su acercamiento al Islam no tiene un aspecto irremediablemente exluyente y competitivo? Así se expresba el cardenal Ratzinger hace diez años en sus contestaciones a Peter Seewald en La sal de la Tierra (Ed. Palabra, Madrid, 2005):

    “Los países occidentales ya no pueden aportar un mensaje de carácter moral sino sólo técnica; la religión cristiana ha abdicado: no existe ya como religión… quedan sólo restos de una moderna idea ilustrada; no tenemos la religión que resiste. Así los musulmanes tienen ahora la conciencia de que el Islam, al final, ha quedado en el escenario como la religión más vital, tiene algo que decir al mundo y son la fuerza religiosa del futuro. Antes la sharia y todo el resto habían salido del escenario y ahora poseen un nuevo orgullo. Así se ha despertado un nuevo entusiasmo, una nueva intensidad en querer vivir el Islam. Ésta es su gran fuerza: tenemos un mensaje moral, que se mantiene sin interrupción desde la edad de los profetas”.

Frente a este escenario de competición de identidades religiosas que puede provocar una escalada de tensiones y catástrofes incalculables, es útil recordar con Amartya Sen que ni cristianismo ni Islam van irremediablemente ligados con un tipo de sociedad y de civilización. Acabo esta nota con sus ejemplos:

    “Incluso la frenética búsqueda Occidental de “el musulmán moderado” confunde moderación en creencias políticas con tibieza de fe religiosa. Una persona puede tener fe religiosa fuerte —islámico o cualquier otra— junto con una política tolerante. El emperador Saladin, que luchó esforzadamente a favor del Islam en las Cruzadas del siglo XII, pudo ofrecer, sin contradicción alguna, un lugar de honor en su corte real egipcia a Maimónides cuando el filósofo judío huyó de una Europa intolerante. Cuando, al final del siglo XVI, el hereje Giordano Bruno era quemado en Campo dei Fiori de Roma, el emperador del Gran Mogol Akbar (que nació musulmán y murió musulmán) acababa, en Agra, su gran proyecto de codificar jurídicamente los derechos minoritarios, incluidos el de libertad religiosa para todos.

    El punto que hay que resaltar es que lo mismo que Akbar fue libre de seguir su política liberal sin dejar de ser un musulmán, no impuso esa liberalidad —ni mucho menos la prohibió— en nombre del Islam. Otro emperador del Mogol, Aurangzeb, negaría después los derechos minoritarios y perseguiría a los no-musulmanes sin dejar, por eso, de ser un musulmán, exactamente de la misma manera que Akbar no dejó de ser musulmán a causa de su política tolerantemente pluralista”.

Por cierto, la historia enseña que la política tolerante de Akbar marcó la cúspide del imperio mogol y la intolerancia de Aurangzeb su decadencia. ¿Podríamos aprender algo, musulmanes y cristianos, de todo ello? ¿No debería hoy la conciencia cristiana, en vez de “retener para sí” su identidad, saber “perder su alma” y anodadarse en una nueva sociedad global que acepte las diferencias y busque para todas las personas y los pueblos la libertad, el diálogo, la justicia y la paz?

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